La construcción de un relato o, en palabras de David Viñas, la utilización de máscaras por los movimientos políticos de la burguesía argentina, son una fuente de legitimación de sus propósitos. El progresismo kirchnerista recurre a la máscara del mal menor y el FMI bueno para justificar su capitulación frente al imperialismo.
Facundo Aguirre @facuaguirre1917
Viernes 14 de agosto de 2020 21:56
El escritor David Viñas afirmó en su clásico Literatura argentina y realidad política, que los jacobinos porteños apelaron a la máscara de Fernando VII en busca de sus objetivos en la Revolución de Mayo. Los define como especialistas en máscaras. No es el fin de este artículo profundizar en la revolución de mayo de 1810. Pero recordemos que la pequeño burguesía-criolla -representada por Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano- careció tanto de burguesía revolucionaria como de base plebeya en su empresa. Esa es la base de la derrota de su proyecto de constituir una Nación.
Dicho objetivo va a ser realizado por la alianza entre la oligarquía ganadera y los comerciantes porteños, luego de las batallas de Caseros y Pavón por los años ‘50 del siglo XIX. La oligarquía de entonces apeló a las máscaras de los patriotas de mayo y la Guerra de Independencia para legitimar su idea de una Nación, que a raíz de su dominio, vio atrofiado su desarrollo constituyendo un país atrasado y dependiente, que se mantiene hasta el presente siglo XXI.
El bonapartismo del siglo XX
El peronismo nunca fue jacobino sino más bien bonapartista. Si bien tiene su origen mítico en la movilización y huelga general proletaria del 17 de octubre de 1945, irrumpiendo en la escena política y trastocando los contornos de la república terrateniente. Sin embargo, el ascenso del peronismo lejos de constituir la organización de una fuerza plebeya para derrotar a la oligarquía, dio lugar a la estatización de las organizaciones obreras enquistando en su seno una burocracia adicta.
Los apologistas del peronismo como movimiento popular, al estilo de los ideólogos de la autoproclamada “izquierda nacional” como Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos, echaron mano a la escuela reaccionaria del revisionismo histórico que reivindicaba la colonización Hispana y el régimen oscurantista de la oligarquía de los saladeros de Juan Manuel de Rosas y sus primos, los Anchorena. El objetivo era presentar al peronismo como producto del surgimiento de una fracción burguesa representada por el Ejército que quería llevar adelante una “revolución nacional” y para eso establecía una alianza con la clase obrera. Era el pegamento teórico para proclamar la unión “Pueblo-Ejército”, es decir la armonía de clases.
El operativo ideológico que se intenta montar es que la clase trabajadora tiene que apoyar a un nacionalismo burgués que asienta su tradición en el régimen oligárquico de los saladeros y Rosas, con relativas contradicciones con Inglaterra. Contra el liberalismo y la oligarquía cuya fuente de legitimación es el mitrismo y el régimen oligárquico de 1880 de los frigoríficos británicos y la deuda externa, del que también se beneficiaron los Anchorena. Este último es el modelo republicano de la derecha argentina y el gorilismo.
El balance del siglo XX muestra que los planteos de resistencia nacional del bonapartismo peronista no lograron poner freno al imperialismo, ante quien capituló, transformándose en su agente directo durante el menemismo. Ni tampoco logró poner fin al atraso y la dependencia. Al contrario, el imperialismo avanzó estableciendo contornos semicoloniales, expoliando nuestras riquezas y estableciendo un mecanismo de saqueo constante como es el de la deuda externa.
De las máscaras jacobinas al relato progre
Republicanismo y populismo, son las máscaras presentes de la derecha macrista y el progresismo kirchnerista. Mientras los macristas intentan legitimarse a través de la meritocracia y el institucionalismo de fantoche, que representa la tradición liberal-oligárquica (que estuvo detrás de todos los golpes de Estado); el progresismo busca su fuente de legitimación como la fuerza que arregla los desastres de la derecha argentina. Parafraseando al propio Juan Domingo Perón, no es que los peronistas sean malos, sino que los otros son peores. Los próceres reivindicados vendrían a ser una suerte de mal menor frente al peligro de la derecha.
Para ser más precisos, ya no se trata de máscaras sino de “relatos” inspirados en la fragilidad del pensamiento líquido de la posmodernidad. En esta fase albertista del kirchnerismo, se recurre a la máscara de resolver el problema de la deuda que dejan los “neoliberales”. Ese fue uno de sus ejes de campaña. Tal fue la reivindicación que ensayaron los remedos posmodernos de la fenecida “izquierda nacional”, como Itaí Hagman, reivindicado por Cristina Fernández de Kirchner.
La resolución del problema de la deuda externa durante el kirchnerismo de la “década ganada” consistió en lo que el escritor Jorge Asís definió como “la épica del billetazo”, decir que se resuelve el tema de la deuda pagando cash y aun así manteniendo el endeudamiento externo en sumas siderales. No se declaró ni su ilegalidad de origen al ser una deuda contraída por la dictadura genocida, ni se auditó. Se pagó cash y se acordó con los bonistas sometiendo las decisiones de la deuda externa argentina a los tribunales imperialistas. No fue gratis. El costo fue dejar sumido a una franja entera de la población en la pobreza estructural, la penetración del capital extranjero y el sostenimiento de un modelo de acumulación basado en el agronegocio y el extractivismo. Es decir, sin cambiar ninguna de las condiciones del atraso, la dependencia y los elementos de semicolonización del país burgués.
El Gobierno de Alberto Fernández retoma este relato, sosteniendo que el acuerdo con los bonistas y el FMI para pagar una deuda externa ilegal e ilegítima que financió fuga de capitales y como el mismo presidente dijo, la campaña del macrismo, es la condición para salir de la crisis en que ha sumido al mundo la pandemia del coronavirus. El progresismo kirchnerista -que en el periodo de oposición al macrismo señalaba que la antinomia era Patria o FMI- comenzó a proclamar el deber patriótico de pagar la deuda externa. Todo esto en el momento de la peor crisis capitalista de la historia mundial, según lo afirma el propio Alberto Fernández, quien sostuvo que el dominio del capital financiero no iba más, para terminar, aceptando las condiciones que le dicta el capital financiero.
Aún más, la nueva máscara para hacer digerible su capitulación es la del FMI bueno. Algo que se cae ante las expectativas de una negociación muy dura. Pero también que se choca con la sostenida historia de ajustes y planes antipopulares de una institución que se impuso en el país con la revolución fusiladora de Aramburu y Rojas en 1956. Cierto es que el peronismo ha enterrado hace tiempo la máscara del nacionalismo burgués que se presentaba como una fuerza de resistencia al imperialismo.
Volviendo al inicio. Los jacobinos porteños de 1810 que nos recuerda David Viñas, recurrieron a la máscara de Fernando VII, con todas sus limitaciones, para pelear por un gobierno propio contra los burócratas de la Colonia española. En contraparte, el peronismo actual renuncia al gobierno soberano para presentarse como un ala reformista del pacto infame de la entrega nacional que el macrismo hizo con el FMI.
Facundo Aguirre
Militante del PTS, colaborador de La Izquierda Diario. Co-autor junto a Ruth Werner de Insurgencia obrera en Argentina 1969/1976 sobre el proceso de lucha de clases y política de la clase obrera en el período setentista. Autor de numerosos artículos y polémicas sobre la revolución cubana, el guevarismo, el peronismo y otros tantos temas políticos e históricos.