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Las nuevas derechas avanzan en un camino allanado por el neoliberalismo

Pan y Rosas

Las nuevas derechas avanzan en un camino allanado por el neoliberalismo

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El 19 y 20 de abril se llevó adelante el Encuentro Feminista Internacional organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo (FRL), con sede en la Facultad de Ciencias Sociales - UBA. El evento llamado “Radicalizar la democracia: estrategias feministas ante la nueva derecha” constó de más de veinte paneles sobre diversos temas, donde debatieron referentes de distintas organizaciones feministas, con militancia política, sindical, social en diversos ámbitos.

Reproducimos a continuación la participación de Celeste Murillo de Pan y Rosas en la mesa “¿La rebeldía se volvió de derecha?”, coordinada por Vanina Escales del Centro de Estudios Legales y Sociales, con la participación de Isa Serra (Podemos, Estado español), Irina Karamanos (Chile), Judith Götz (investigadora, Austria) y Lucila de Ponti (Movimiento Evita).

¿Por qué cambió de bando la rebeldía? ¿Ante qué orden creen que se rebeló?

La verdad no creo que la rebeldía haya cambiado de bando. Las derechas (nuevas, viejas y recicladas) supieron canalizar en alternativas electorales el rechazo que generaron años de políticas más o menos neoliberales.

Lo que hoy se ve como una especie de “rebeldía reaccionaria” expresa sobre todo descontento con dos cosas:

· El empeoramiento de las condiciones de vida en el capitalismo.
· Los discursos que la filósofa estadounidense Nancy Fraser describió como “neoliberalismo progresista”, que combina una agenda económica neoliberal con la apropiación de algunos discursos e imágenes feministas (parte del proceso de cooptación e integración de sectores del feminismo a partir de los años 1980 a nivel internacional).

Nada de esto niega que el rechazo a estas políticas esté siendo canalizado por sectores reaccionarios con una agenda claramente reaccionaria. Las derechas encontraron un discurso y un lenguaje para expresar ese descontento doble. De hecho ni Milei ni La Libertad Avanza son una novedad en cuanto a su narrativa, pueden encontrarse muchas similitudes en campañas como las de Boris Johnson en el Reino Unido, Donald Trump en Estados Unidos o Giorgia Meloni en Italia.
Esos discursos e imágenes suelen generar una sensación de confort y seguridad, y ofrecen una explicación de por qué la vida en las sociedades contemporáneas no es satisfactoria. Y sobre todo ofrecen una respuesta a la incertidumbre económica y hasta ambiental, a la vida precarizada en todos los niveles (desde tu futuro laboral hasta los vínculos interpersonales).

También apelan a la nostalgia de un “pasado mejor”. La idea de un orden social organizado alrededor de lo “natural” (la familia nuclear, los roles de género como el varón proveedor y la mujer criadora) y lo estable (trabajo e ingresos fijos) es atractiva para los sectores que movilizan estas derechas, sobre todo varones jóvenes pero no solamente.

En esa narrativa, es lógico que el movimiento feminista haya sido identificado como el principal enemigo: porque disputa los roles de género, rechaza la biología como mandato y cuestiona prejuicios. Según el relato conservador que construyen las nuevas derechas, el movimiento feminsita y el movimiento LGBT destruyeron ese “orden natural” que, dice el relato, funcionaba perfectamente en comparación con el caos contemporáneo.

Si es relativamente sencillo traducir esas narrativas en ofertas electorales efectivas es porque los gobiernos que los precedieron se apropiaron y utilizaron determinados discursos feministas, los redujeron a políticas institucionales o intervenciones estatales, con resultados mixtos, pero siempre como parte de agendas que empeoraron las condiciones de vida de la mayoría de la población, por ende de la mayoría de las mujeres y personas LGBT.

¿Cómo volver a recuperar la iniciativa desde los progresismos? ¿Cómo reclamamos rebeldía y radicalidad?

Me parece importante poner o volver a poner en el centro, las agendas populares, es decir, las demandas que responden a los problemas de la mayoría de las mujeres y las personas LGBT. Y para hacer eso, algo clave es no silenciar debates (silenciar con argumentos como los que escuchamos los últimos años “le estás haciendo el juego a la derecha”), propiciar y no anular miradas críticas desde el movimiento feminista, que siga haciéndose preguntas.

Creo que hay una idea valiosa de la marea verde de 2018, que fue explicar el derecho al aborto como una demanda que respondía un problema social, no una agenda corporativa. Las mujeres y las personas con capacidad de gestar fueron las protagonistas, pero el objetivo del movimiento fue convencer de la idea de que el acceso el aborto legal era un tema de salud pública e igualdad, por lo tanto de interés para la mayoría de la población y no una agenda corporativa.

Recuperar esa idea, que además habilita debates que van más allá de la “ampliación de derechos”, permite acercarnos aunque sea instintivamente a los problemas estructurales en los que se apoyan las desigualdades, las verdaderas líneas de falla de las sociedades capitalistas. Creo que cualquier planteo radical, rebelde, empieza por ahí, con la sospecha de que ninguna “ampliación” ni política pública resuelve las desigualdades de origen, que son sociales y económicas y no se limitan a los derechos (que ya sabemos, pueden ampliarse mientras no se modifica nada estructural).
La estrategia política comunicacional responde a la idea de provocación estratégica (lanzan un mensaje muy por fuera de lo aceptable -como el trabajo infantil-, reaccionamos a eso y hacemos dos cosas, que ese mensaje crezca y correr los límites del debate). ¿Cómo podemos armar contranarrativas? ¿Cómo funcionan esas narrativas de la derecha contra los progresismos? ¿Cuánto daño creen que está haciendo?

Es importante discutir las ideas y los discursos reaccionarios, desarmar los prejuicios, como es tradicion del movimento feminista, su historia está hecha de eso. No tiene que significar discutir todo pero, por ejemplo, ideas como “vender a tu hijo o ponerlo a trabajar” (propuestas por Milei o diputados de su bancada) son debates legítimos, menos por Milei y más por el hecho de que en el capitalismo conviven muchas de estas cosas con discursos y agencias gubernamentales que se conforman para evitarlo (y no lo consiguen, porque esas dinámicas se inscriben en la explotación del trabajo humano).

Al mismo tiempo es importante tener una agenda propia, no abandonar temas porque pierden peso en medios mainstream, seguir exigiendo respuestas a funcionarios, legisladores y legisladoras. Por ejemplo, en la campaña presidencial de 2023, fue un escándalo el anuncio de Milei sobre la posible derogación del derecho al aborto pero no importó demasiado (salvo algún planteo excepcional) que no fuera una pregunta obligada la opinión de los nuevos diputados y diputadas sobre este y otros temas. Algo que debilita nuestra respuesta potencial en peleas futuras, ¿con cuánto apoyo contarían modificaciones reaccionarias en el Congreso y el Senado hoy?

Por otro lado, creo que no sirve de nada promover desde el movimiento feminista relatos nostálgicos de políticas públicas. Por supuesto, esto no significa no defender los derechos conquistados, enfrentar despidos y cierres, defender a las trabajadoras y trabajadores que sostienen políticas y programas públicos (que la mayoría de las veces tienen empleos precarios) con buenos resultados (como el plan ENIA).

En absoluto significa renunciar a defender lo conquistado, pero no creo que debamos ser promotoras del rol del Estado, no es tarea del movimiento feminista. Nuestra exigencia es que el Estado garantice el acceso a los derechos a todas las personas, pero eso no significa compromisos con ningún gobierno. Es más, creo que aceptarlos va contra la esencia libertaria (una palabra que también me parece importante recuperar para nosotras) de los movimientos que luchan contra la opresión.

Que el Estado cumpla su promesa de igualdad aun formal es lo mínimo que se le exige a una sociedad que se llama a sí misma democracia. La lucha contra la opresión, la precarización de la vida, contra la explotación, es algo mucho más grande, va mucho más allá que la defensa de derechos.

Finalmente, ¿a quiénes les hablamos las feministas? ¿Cuándo? ¿Con qué lengua? ¿Cómo nos enfrentamos al sentido común contra los avances feministas y sociales?

Empiezo por el final, no creo que haya un sentido común contra los avances feministas y sociales, creo que sobre todo que hay un sentido común, instalado recientemente, producto de una identificación errónea (mediante la apropiación de esos avances de parte de gobiernos e instituciones). Y creo que es importante incluir este y otros problemas relacionados en los debates feministas para volver a la cuestión de la independencia política, que no significa ser apolíticas sino no aceptar compromisos ni silenciamientos.

Creo que las feministas, sobre todo las feministas socialistas, tenemos que hablarle al conjunto de la sociedad, con la misma convicción que lo hicieron las sufragistas de comienzos del siglo XX o muchos sectores de la llamada segunda ola feminista de los años 1960 y 1970. Porque en momentos muy diferentes y demandas distintas (cada época con sus debates correspondientes), peleaban contra las injusticias hacia su género pero su lucha era por transformar la sociedad que las oprimía, y así confluyeron con las luchas de trabajadores y trabajadoras, de pueblos oprimidos por sus propios países y fortalecieron sus luchas siendo parte de luchas que superaban cualquier agenda corporativa.

Siempre tengo en la cabeza la idea de una filósofa inglesa que se llama Lorna Fynalson que dice que la verdadera pregunta que tenemos que hacernos no es si es posible que exista un capitalismo sin discriminación de género, sino si esa sería una igualdad por la que valga la pena luchar. No es que sea un camino fácil, solo parece el único realista.

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