La primera ministra bengalí, Sheikh Hasina, se reúne con industriales europeos. Al mismo tiempo, 3 millones y medio de obreras textiles se dirigen a los talleres. Durante quince horas fabricarán ropa para las principales marcas del mundo, que advierten que abandonarán Bangladesh si no mejoran las “condiciones de competitividad”.
Viernes 13 de febrero de 2015
Los hilos de la democracia bengalí
Con casi 170 millones de personas –y un territorio menor al de Uruguay-, Bangladesh es el octavo país más poblado del planeta. Es, además, el segundo exportador de indumentaria a nivel mundial, sede de los talleres donde se produce para firmas europeas y norteamericanas como GAP, Walmart, H&M, Benneton, Nike y El Corte Inglés.
En este país asiático se cobran los sueldos más bajos del mundo de acuerdo al Banco Mundial pero, para "tranquilidad" de Occidente, funciona una democracia parlamentaria –en la cual uno de cada cinco miembros de la Cámara es también un empresario textil.
El voto femenino es legal desde los primeros días de su independencia, en 1971. El puesto de Primer Ministro lo ocupa una mujer, quien es, de hecho, la segunda en detentar tal cargo luego de Khaleda Zia -actual líder de la oposición. De los 345 escaños del Congreso, 45 están reservados para mujeres (un 13,04%). En Bangladesh, de 4 millones de personas que, con sudor y sangre, hacen funcionar la industria textil, más del 80% son obreras.
Muerte Made in Bangladesh
Se estima que, durante los últimos años, 5 mil trabajadores murieron calcinados o aplastados para que los funcionarios y empresarios del país ostenten orgullosamente la marca Made in Bangladesh. El caso más paradigmático es el derrumbe de Rana Plaza. Allí, miles cosían la ropa que terminaría en las grandes tiendas de Europa y Estados Unidos. Cuando se vino abajo, aquel 24 de abril de 2013, los ojos del mundo vieron que los más de mil muertos y dos mil quinientos heridos que causó, representan un costo menor que el capitalismo está dispuesto a pagar.
De todas formas, pareciera que el festín de ropa barata y mano de obra descartable se come con cinismo. En 2005, Goldman Sachs designó al país como parte de los “Próximos once” (N-11) en desarrollo económico y uno de los lugares idóneos para invertir. Estados Unidos tomó nota y desde hace años se viene nutriendo de ese gran negocio.
Cuando el colapso de Rana Plaza puso en discusión las condiciones que padecen millones de trabajadores de la rama y el rol del imperialismo en países como Bangladesh, Obama avisó que impondría sanciones a al gobierno bengalí si no implementaba más controles. Mientras tanto, las empresas norteamericanas que confeccionaban sus ropas en el lugar de la tragedia –Children’s Place, Walmart, GAP-, se negaron a aportar al fondo de compensación a las víctimas durante el primer año, y lo harían sólo magramente tiempo después –por supuesto, mostrándolo como un acto de filantropía, ya que se desligaron de la responsabilidad por lo ocurrido.
La sueca H&M, el segundo grupo textil más importante de Europa no estaba involucrada directamente en Rana Plaza (sus talleres están en otros edificios en ruinas de Bangladesh; los obreros que explotan tienen otros rostros). De todas formas, su CEO, Karl-Johan Persson se vio obligado a hablar: “apoyamos la suba de salarios” –dijo en una entrevista para Reuters- “pero los mayores costos pueden hacer que algunas compañías se vayan”, para luego comentar lo beneficioso que venían siendo los nuevos acuerdos que la firma venía efectuando con el gobierno de Camboya.
De desidias y complicidades
La indumentaria representa las tres cuartas partes de las exportaciones bengalíes. El principal órgano patronal local es la “Asociación de Manufactureros y Exportadores de Indumentaria de Bangladesh” (BGMEA) y tiene, como es de esperarse, estrechas relaciones con el gobierno y, en particular, con la Primer Ministro, Sheikh Hasina.
En 2014, ésta estuvo presente en la entrega del premio al presidente de la Asociación, Atiqul Islam, por su “contribución a la creación de empleo y el crecimiento económico del país”. Ese mismo año, Atiqul y Hasina compartieron una cena de gala en la que la BGMEA agasajó a industriales alemanes por su responsabilidad empresarial, de la cual, declararon, “se estaban beneficiando más de 1,5 millones de empleados”.
Ése no fue el caso de Rebekah Rahman, quien padece aún las secuelas de la tragedia de Rana Plaza, donde perdió la pierna izquierda y vio morir a su madre y su abuela. El dueño de este edificio era nada menos que Sohel Rana, un dirigente de la rama juvenil del partido gobernante Liga Awami, a la que pertenece la Primer Ministro Hasina.
Las manos que cosen el futuro de Bangladesh
La indumentaria representa el 80% de las exportaciones de Bangladesh. La mayoría de las trabajadoras del sector provienen de áreas rurales del país, marchan hacia la miseria de las ciudades para escapar de la miseria del campo. Representan, en total, casi tres millones y medio de mujeres que día a día se dirigen a los talleres a sufrir la explotación más cruda. Su fuerza –debido a su número y su lugar como sostén del principal motor de la economía bengalí- es bien sabida por los empresarios y el gobierno.
Por ello, desde el momento en que comenzaron a radicarse los establecimientos textiles, prohibieron la organización sindical. Fue sólo el enfrentamiento en las calles con la policía por parte de miles de trabajadores, luego de Rana Plaza, lo que obligó al ministerio de trabajo a permitir la creación de sindicatos.
Las obreras textiles de Bangladesh representan millones de cuerpos y voces cansados de la pobreza y el abuso. El potencial de su bronca se expresó en las huelgas de 2006, 2010 y 2013 cuando, a través de la movilización espontánea, principalmente en la ciudad de Dakha, lograron que el gobierno se vea obligado a subir los salarios.
En enero de este año, Atiqul Islam exhortó al gobierno a que calme el clima social para evitar pérdidas para en el sector. Shaikh Hasina alentó la inversión estadounidense y habló de las oportunidades que brinda su país. Ambos se oponen a cualquier atisbo de organización que pueda darse entre las trabajadoras de la rama –que, a lo largo de la historia mundial, han proporcionado valerosas luchas-.
Ninguno quiere permitir que se levanten las obreras textiles, es decir, esas siete millones de manos que pueden paralizar la principal fuente de ingresos de los empresarios en Bangladesh.