Un debate recorrió el subcontinente en las últimas dos décadas y tiene lugar, digamos, en cámara lenta la Argentina. La discusión enfrentó -para simplificar- a dos formas de analizar o pensar un balance sobre los gobiernos llamados “progresistas”, “populistas” o “posneoliberales”. Hablamos de la experiencia del gobierno de Evo Morales y el MAS en Bolivia, culminada abruptamente por un golpe de Estado; de los gobiernos de “Lula” Da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, también expulsados del poder con un golpe institucional; de la experiencia de Rafael Correa en Ecuador; del chavismo en Venezuela; del Frente Amplio en Uruguay y, por supuesto, del kirchnerismo en la Argentina (en estos últimos dos casos, derrotados por coaliciones de derecha por la vía electoral). Estuvieron por un lado, quienes afirmaban que la crisis se produjo por una excesiva “radicalización” en momentos en que habían cambiado las “relaciones de fuerza” y, por otro, quienes aseguraban que los proyectos posneoliberales tomaron una orientación muy conciliadora o moderada. En la mayoría de estos países en general y en el nuestro en particular, se impuso el criterio según el cual algunos gobiernos o líderes no supieron “moderarse más o moderarse a tiempo”. La elección de Alberto Fernández para encabezar la fórmula de este “kirchnerismo ampliado” es una prueba por la vía de los hechos. La mayoría de quienes apoyan a la coalición oficial hicieron suyo ese balance y entre los argumentos más frecuentes para defender esta tesis plantean que es “la mejor forma de enfrentar a la derecha”, “una manera inteligente” de darle pelea, una forma eficaz de saber interpretar la música del otro. Es una especie de “ética de la responsabilidad” transformada en estrategia política. Y creo que en esa matriz ya está el embrión de todas las justificaciones futuras.
Veamos algunos ejemplos: Los bancos: impunes desde el punto de vista legal, están entre los ganadores de la pandemia e hicieron un desastre al comienzo de la cuarentena en el que los principales perjudicados fueron los jubilados y las jubiladas, el grupo de mayor riesgo. Se armó un revuelo, se hizo aspaviento, pero no se los puede tocar porque tienen demasiado “poder de fuego” y hay que ser inteligente, cuidadoso porque “te organizan un golpe de mercado” y te voltean un gobierno. Entonces, se pone al frente del Banco Central a un hombre como Miguel Pesce que -como pasa con la CGT que ya no se sabe si es vocera de los trabajadores ante los empresarios o de los empresarios ante los trabajadores- Pesce no se sabe si es representante de los bancos ante el Estado o al revés. Con el caso la deuda externa, pasa algo similar: se empieza agitando que “no se va a pagar la deuda con el hambre del pueblo”, luego se hace una oferta de quita con un pago de más o menos cuarenta centavos por dólar y continúan las concesiones hasta alcanzar casi 15 mil millones de dólares por arriba de la oferta inicial, porque es muy difícil enfrentar a esos organismos, a las potencias que los respaldan y etc. Se parte del supuesto de que “no pagar” (que, desde ya, no es un camino de rosas) es más catastrófico que pagar, pese a toda la evidencia de los últimos cincuenta años en la Argentina. Vicentin, historia conocida: se anuncia una expropiación-salvataje e irrumpe la movilización de una minoría intensa de la derecha, los medios ponen el grito en el cielo y se termina en “la solución Perotti” (por la propuesta del gobernador de Santa Fe) que como vía judicial puede tener en un destino similar a la causa del Correo, según afirmó el periodista Ari Lijalad. En este caso, está probado que los dueños extraían plata (mucha plata) todos los días a cielo abierto del Banco Nación. Pero, no es el momento, no es el lugar, no es la forma, la relación de fuerzas. Otro ejemplo, Mindlin, “el zar de la energía”, otro empresario que desfalcó al Estado gracias a los servicios prestados por Mauricio Macri y pasó a ser “Marcelo”, un patriota que “se queda en el país, invierte en el país y sufre con el país”. Rodríguez Larreta, infaltable en este listado, que pasó a ser “Horacio” al que hay que reivindicar, un amigo. Incluso si es necesario abstenerse en una ley que quiere aprobar en la Legislatura de la Ciudad, nada más y nada menos que perjudica a los trabajadores más precarios de las Apps, el Frente de Todos le da una mano al amigo “Horacio”. Claro, después la administración de Larreta hace cosas como la de ayer: mientras la derecha anticuarentena y antitodo se movilizó sin ningún uniformado cerca, la marcha que pedía por Santiago Maldonado y Facundo Castro fue salvajemente apaleada por la Policía porteña. Porque Mauricio era “Macri”, pero “Horacio” es Rodríguez Larreta. Magneto pasa a ser “Héctor” y del “Clarín miente” vamos al “Héctor no me deja mentir”. La CGT rubrica los documentos que escribe con la Asociación Empresaria Argentina porque Héctor Daer es un hombre inteligente, que no sólo sabe “tocar la música del otro”, sino que los ayuda a componer la letra. Por último, Sergio Berni: es “necesario” porque dialoga, porque empatiza con los “duros” del otro lado, con “la gente” que presuntamente pide leña. Bueno, si esto empodera a las fuerzas policiales, son “daños colaterales” dentro de la gran estrategia. Antonio Gramsci supo describir este mecanismo cuando explicaba el “mal menor” y decía que es un concepto “de los más relativos. Enfrentados a un peligro mayor que el que antes era mayor, hay siempre un mal que es todavía menor aunque sea mayor que el que antes era menor. Todo mal mayor se hace menor en relación con otro que es aún mayor, y así hasta el infinito”. Es “un proceso -agregaba Gramsci- de adaptación a un movimiento regresivo” que tiende a “capitular progresivamente, a trechos cortos, y no de golpe, lo que contribuiría, por efecto psicológico condensado, a dar a luz a una fuerza contracorriente activa o a reforzarla”. Interpretando al peronismo original en un texto publicado para un atlas que editó Capital Intelectual, el sociólogo Juan Carlos Torre planteó que uno de sus problemas fue luego de 1955 cayó víctima de una tragedia de lo que él denomina “revoluciones a medias”. Por supuesto, no coincido con ese concepto aplicado al peronismo, pero me interesa la mecánica para pensar los últimos tiempos latinoamericanos y argentinos, porque dice Torre que esos procesos “recortan la influencia del antiguo régimen, pero no suprimen las fuentes permanentes de su poder". El volumen político de las derechas no se determina por los discursos, porque reside en las fuentes permanentes de su poder. El “juego a la derecha” lo hacen no sólo quienes no suprimen los caudales que alimentan esas fuentes, sino que hasta incluso, a veces, los fortalecen.