Publicamos una interesante columna de Bella Rapoport en el blog Getrevue escrita desde Rusia que puede ser de interés para nuestros lectores. La autora es activista feminista y LGBTQ rusa, socióloga y ensayista política en su país.
Viernes 29 de abril de 2022 18:19
Manifestantes marchan con una pancarta que dice "Paz a Ucrania, Libertad a Rusia", en Moscú el 24 de febrero de 2022, después del ataque de Rusia a Ucrania. Fuente: theatlantic.com
Este texto seguramente no está destinado a quienes en este momento están bajo los bombardeos, sin embargo no significa que no deba ser escrito.
El 24 de febrero nos despertamos en una nueva realidad: los representantes del país hicieron lo que venían pensando desde el momento en que en Ucrania se derrocó al gobierno pro ruso y se empezó a construir una nueva sociedad. El gesto "educativo" con Crimea solamente fortaleció la identidad ucraniana. El hecho de que no pudimos imaginar lo que ha venido a llamarse una "operación especial" en Ucrania fue, probablemente, una muestra de ceguera. Aunque las frecuentes declaraciones de que "nunca pensábamos que eso podría ocurrir en 2022" también son una muestra de ceguera. Y es que existen países y sociedades que han vivido y viven en estado de guerra. Pero, como están más allá, en Medio Oriente, nadie, ni los habitantes de la Europa occidental ni los mismos rusos, le presta atención ni lo considera significante, ejemplar o chocante.
Así es que el 24 de febrero nos despertamos en un mundo donde es posible bombardear ciudades, que los rusos conocemos muy bien, con cuyos habitantes muchos estamos en contacto. Resulta imposible sacarse de encima lo que está pasando: está ante nuestra vista, se mete debajo de la piel, causa un dolor irritante que no cesa.
Por eso, muchos de nosotros, habitantes de Rusia que tenemos conciencia, tendemos a creer que somos la causa de todo lo que está pasando: Porque no hemos hecho lo suficiente para detenerlo, como sociedad y como individuos. Es más fácil pensar de este modo, teniendo en cuenta lo que estamos escuchando de todas partes. Y, sobre todo, escuchamos que no solamente no hemos hecho lo suficiente, sino que no hemos hecho nada en absoluto. Aceptamos en silencio que somos los culpables directos de lo que está pasando. Y por eso tenemos que ser castigados.
Desde la época soviética, la lógica de protesta en Rusia se orientó hacia Occidente. Esta protesta fue representada tanto a través de textos, lemas y música, como a través del sueño consumista. Los supuestos valores europeos y la democracia norteamericana se volvieron no sólo en un sinónimo, sino la definición misma del amor a la libertad, las ideas elevadas, de todo lo humanista, ético, honesto.
Los representantes del sector liberal de la sociedad se han acostumbrado a identificarse con estas ideas y a contraponerse a la masa anónima de los "otros" rusos: una mayoría de supuestos ignorantes, que detienen el camino de Rusia hacia su luminoso futuro occidental. Los discípulos de las ideas liberales interpretan que las sanciones impuestas a los ciudadanos de Rusia son un castigo legítimo y merecido; muchos ya se acostumbraron a pensar que Occidente es más sabio y que sabe la mejor manera de construir democracias y poner fin a la agresión bélica. El simple hecho de que los países de Occidente también participen en guerras queda fuera del marco.
Muchos filósofos, sociólogos y politólogos occidentales critican el pensamiento eurocentrista como colonial. Los imperios, en su sentido clásico, se acabaron con la Primera Guerra Mundial, sin embargo las relaciones entre los estados, pueblos y grupos étnicos se conservaron y siguieron transformándose según las circunstancias geopolíticas. Entonces, la definición del colonialismo también se ha transformado, volviéndose el medio del análisis de la influencia económica y cultural. Stuart Hall examina la definición de Occidente como una idea, un concepto, vinculado con ciertas cualidades, como con el progreso tecnológico. Incluso, el estándar general de consumo es una esfera de influencia y aplicación del poder, porque está ideologizado y creado según un determinado patrón, y depende del estándar de consumo de las economías en que se forma.
En este sentido, Rusia (al menos en las ciudades capitales) está casi totalmente incorporada a Occidente y sería necio negarlo. Lo mismo pasa con la cultura: por las series la gente conoce casi todos los nombres de los estados en EE. UU., pero no sabe que Buriatia está en Rusia. Así, las relaciones coloniales existen tanto dentro de la Federación Rusa como fuera, con sus vecinos, y eso no impide su dependencia colonial de los países occidentales.
En muchos casos el pensamiento occidente-centrista significa estar seguro de que todas las sociedades están construidas idénticamente, según el modelo occidental. Como consecuencia, se perciben a las sociedades distintas como "enfermas" o "defectuosas", creyendo que los habitantes y los representantes de las grandes corporaciones o los políticos occidentales saben todo sobre la libertad y la democracia, y que pueden "curar" a estas sociedades deformes. Muchos de nosotros, incluso antes de los eventos en Ucrania, debimos soportar la actitud arrogante de nuestros colegas occidentales o los expats: “¿por qué no salen a las calles a protestar?”.
Los métodos de "curación" suelen desviarse de los principios de respeto a los derechos humanos, a los que aparentemente aspira Occidente (recordemos el bombardeo a Bagdad o lo que está haciendo Israel en Palestina bajo la bandera del autoproclamado "bastión de la democracia en el Medio Oriente"). Pero se consideran necesarios y, por eso, de todos modos, correctos y democráticos.
En el caso de Rusia, el método de curación es un proceso caótico y frenético, llamado sanciones. La tesis de "las sanciones son necesarias" se convirtió en una "doxa": no se necesita ningún tipo de análisis. Nadie se detuvo a pensar de qué manera las sanciones están destinadas a llevar a Rusia hacia la paz y cambiar la situación política interna del país. Por supuesto, ningún estudio ha sido llevado a cabo. Sin embargo, la mayor parte del esfuerzo del mundo occidental está dirigido a estas sanciones.
El ex-embajador de los EE. UU. en Rusia, Michael McFaul, escribe en su Twitter que "he pasado la mayor parte de mi vida adulta integrando a Rusia en el mundo". Asimismo amenaza: "gente de Rusia, van a vivir el resto de su vida en una aislación total, si no paran esta guerra". También amenaza con vacaciones en Teherán o Tsjinvali, como si ello fuera algo malo, y que no vamos a tener equipos técnicos, autos o celulares importados. Su impulso pacificador apunta a presionar a las empresas que todavía trabajan en Rusia a retirarse. Eso significa que nos están castigando, quitándonos la posibilidad de "ser parte del mundo occidental", eliminando la posibilidad de consumir como una persona occidental. Pero, en realidad, nos están privando del estatus de una persona como tal.
El economista y profesor de la Universidad de Yale, Jeffrey Sonnefeld, en su entrevista a Meduza asegura con tranquilidad que en Rusia pronto no va a haber ni tecnología, ni medicamentos, ni chocolate para los niños, y que muchos rusos van a quedarse en la calle, como si se tratara de una medida obvia y necesaria. El profesor de bioética (sic) Dr. Arthur Caplan publica en una muy respetada revista de medicina un artículo en que alienta a las empresas farmacéuticas dejar de trabajar en la Rusia putinista y afirma que debe suspenderse la venta de medicamentos, porque los ciudadanos de Rusia tienen que estar privados no solo de hamburguesas, sino también de los productos necesarios para su bienestar.
Las asociaciones de psicólogos dejan de colaborar con los psicólogos rusos, las revistas científicas niegan la publicación a los científicos rusos; Visa, Mastercard y Paypal cortan las cuentas de los rusos de las corrientes globales financieras. Esta sanción privó de su fuente de ingresos a muchas organizaciones de caridad (que ayudan a personas con cáncer, traumas espinales, condiciones cardíacas, animales víctimas de violencia humana, etc.), a trabajadores de organizaciones sin fines de lucro y a los activistas tanto dentro de Rusia como los que se fugaron debido a la represión y persecución política.
En las redes sociales ya es difícil distinguir entre lo que está bloqueado por las fuerzas armadas rusas y lo que fue iniciativa propia de los dueños de las redes. Instagram bloqueó la cuenta de la Resistencia Antimilitar Feminista por "provocar agresión", aunque luego dió marcha atrás. Mientras tanto y a pesar de todo, las redes y medios online son plataformas importantes para la consolidación de los protestantes y una fuente vital para conocer información y noticias alternativas a la propaganda oficial.
Las sanciones son despiadadas también para las mujeres rusas. Mientras el problema de la "pobreza menstrual" está siendo discutido ampliamente a nivel mundial, mientras las toallitas y tampones están en una lista de los productos que se envían como ayuda humanitaria a los países pobres, en el mercado ruso se retira este tipo de artículos. Las toallitas ya desaparecieron de las góndolas y, por supuesto, los revendedores online las ofrecen a precios insólitos. Han desaparecido también los calmantes de dolor, la insulina, la hormona para tiroide y otros medicamentos que la gente necesita diariamente.
Es fácil notar que el propio Putin y sus funcionarios más cercanos están por fuera de la retórica de las sanciones; solamente han quedado los ciudadanos de Rusia, convertidos en un homogéneo "pueblo ruso", con una supuesta posición idéntica. La unificación en esta masa parece realizarse según el mismo criterio usado por la propaganda estatal, uno de los pilares del régimen, reconocida como peligrosa y antidemocrática. Pero no existe esta masa de "rusos". En nuestro país viven alrededor de 200 grupos étnicos distintos con sus culturas y una cantidad enorme de procesos coloniales enredados.
¿Por qué entonces los "portadores de la democracia" se comportan como el mismo régimen? Ignoran al movimiento de protesta ruso como a un margen de error estadístico. Del mismo modo, siguen con el rumbo comenzado por el régimen, que empobrece la calidad de vida de los ciudadanos y los priva del acceso a las necesidades básicas y a la información.
Repiten la misma retórica cómoda los emigrados de Rusia, quienes hasta entonces habían vivido de forma bastante privilegiada aquí. Por ejemplo, el funcionario de Yandex y ex redactor de Afisha, Iliá Krasilschik, publica en New York Times una columna donde pide disculpas por todo el pueblo ruso y dice que hemos fracasado como nación.
El darwinismo social llega a su apogeo no solamente con el caso de Rusia: Lituania se negó a mandar a Bangladesh las vacunas contra el covid-19 a causa de la posición del país durante las votaciones en la ONU sobre la situación de Rusia. Da pena y dolor que las protestas masivas que se sucedieron en Bielorusia después de las últimas elecciones, ya hayan sido completamente olvidadas: ahora a los bielorrusos también los "cancelaron" junto con los rusos. No importa que la gente haya sido torturada, la policía haya disparado a los manifestantes, que en su país haya condena de muerte. Entonces se puede sacar la conclusión de que, al no haber podido derrocar a Lukashenko, los bielorrusos son culpables, según esta lógica neoliberal.
Como la dinámica de las relaciones coloniales de poder es tal que los "valores humanistas" solo pueden ser "bajados", establecidos, implantados, es muy cómodo declarar, como lo hacen muchos usuarios extranjeros de las redes sociales al observar las protestas rusas, que todo ello es consecuencia de las sanciones, las que han despertado la conciencia política de los ciudadanos rusos.
Sin embargo, esto no es cierto en la sociedad rusa.
En los últimos veintidós años, les ciudadanes ruses han sido prácticamente los únicos que lucharon, mientras los gobiernos occidentales coqueteaban con este régimen, aprovechando sus recursos, visitando los Juegos Olímpicos en 2014, el mundial de fútbol en 2018 y los foros de economía. Recién se han despertado. Pero no tan despiertos, en realidad, porque, a diferencia de las sanciones velozmente dirigidas contra la sociedad de Rusia, la UE planea "paulatinamente" dejar de comprar el gas y petróleo rusos y, como se reveló hace poco, Alemania y Francia habían vendido armas y "medios para reprimir protestas" a Rusia al menos desde 2015.
Pero durante todo este tiempo, los rusos y las rusas salían a protestar contra cada nueva iniciativa inhumana, como las leyes homofóbicas, las acciones de Rusia en Georgia (2008) y en Crimea, y en apoyo a las protestas en Bielorusia y Kazajistán. Hubo manifestaciones antifascistas en memoria a los asesinatos de la periodista Markelova y el abogado Baburov, aun pese a las torturas en cárceles y comisarías. En este momento, Alenxandra Skochilenko, una artista de San Petersburgo, está bajo custodia por reemplazar los cartelitos de precios en un supermercado por cartelitos con información relativa a las acciones del ejército ruso en Mariupol.
El activismo y las protestas dieron algunos resultados: fue liberado el periodista "incómodo" para las autoridades, Iván Golunov, acusado por posesión de drogas; y gracias a los esfuerzos de las abogadas feministas, se condenó a 14 años de prisión a Dmitrii Grachev, que le cortó ambas manos a su ex mujer, Margarita.
No obstante, las remeras amarillo-azules en los desfiles de moda Balenciaga tienen más efecto visual que el piquete con una hoja en blanco. Pero ¿qué gesto es más valiente, si la persona con la hoja en blanco sabe que le espera la detención? Sinceramente, nosotros mismos podemos enseñarles a los/las activistas occidentales cómo consolidarse y seguir siendo políticamente activos en condiciones de censura y opresión política. Si este régimen pudiera ser destruido desde abajo, ya lo hubiéramos hecho hace tiempo.
Por supuesto, sería ingenuo y deshonesto proclamar que entre los ciudadanos rusos no existe apoyo al gobierno y a sus acciones, o que son pocos (aunque las aterradoras cifras del 80% de la población que soportaría la guerra están, sin duda, dibujadas por las mismas personas que se encargan de falsificar las elecciones). Desde 2014, la cantidad de gente viviendo en la pobreza ha crecido, así cómo el número de gente que ha dejado de creer en Putin. Los rusos que eran niños en aquel entonces crecieron y desarrollaron visiones políticas claras y consistentes, sobre todo gracias a Internet y la información alternativa a la propaganda putinista. Enfrentados a los guardianes uniformados, violentos y bien armados del régimen, no somos capaces de derrocarlo. Eso no significa que no hacemos nada.
Hannah Arendt en su "Banalidad del mal" dice que, en el Tercer Reich, el mal perdió su principal cualidad, la de tentar. Al contrario, se volvieron tentadoras cosas como no matar, no denunciar a los vecinos, no traicionar. Las protestas pacíficas de los ciudadanos rusos, la expresión masiva de disconformidad, esta declaración frecuentemente silenciosa, indica que, a pesar de los intentos de las actuales autoridades de dar vuelta nuestra consciencia de una manera similar a la descripta por Arendt, nosotros todavía logramos resistir a la tentación de incorporar el mal en nuestro pensamiento cotidiano.
El otro día, por primera vez en todo este tiempo, vi un coche estacionado con una letra "Z" en su parabrisas [NdE: esta letra pimtada es e apoyo a las tropas rusas en combates, un símbolo tomado por la derecha]; mientras tanto, ya he visto una cantidad enorme de graffitis y stickers antimilitares. Ya es hora de que algunos rusos dejemos de construir una mayoría “salvaje” homogénea de compatriotas. Y de que los habitantes de los países occidentales sepan que las estrategias democráticas de los jefes de corporaciones y políticos pueden ser en su esencia no solo antidemocráticas, sino también inhumanas.
Bella Rapoport es una activista feminista y LGBTQ rusa, socióloga y ensayista política.
La traducción al español fue realizada por Stanislava Trunova con la colaboración de Maximiliano Constantino.
Texto original en inglés y en ruso.
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