Con guiños a todo el espectro político, el líder del PT intentó compatibilizar las esperanzas de su base histórica de votantes con los ajustes que exige la burguesía brasileña.
Lunes 2 de enero de 2023 23:30
EFE/ Andre Borges
Con una amplia presencia de jefes de Estado, monarcas, golpistas e imperialistas de todo tipo, Lula llegó al Congreso de Brasilia en un Rolls Royce, acompañado de Janja, la primera dama, su vicepresidente Geraldo Alckmin, también acompañado de su esposa, Maria Lúcia Alckmin. Lula repitió el gesto que tuvo en 2003 con su vicepresidente, el empresario José Alencar, invitándolo a participar en la comitiva presidencial y simbolizando el frente amplio que gobernará el país en los próximos años, en un escenario internacional mucho más convulsivo que el de su primer gobierno debido a la crisis capitalista.
Junto a los presidentes de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, y del Senado, Rodrigo Pacheco, con la presencia de representantes de la derecha oligárquica como el expresidente José Sarney, Lula comenzó su primer discurso saludando la democracia, criticando al gobierno de Bolsonaro, aunque sin nombrarlo, y atacando algunas de sus políticas, como la ambiental y la tenencia armas. Criticó el “techo de gastos”, una medida instaurada durante el gobierno de Michel Temer que impide aumentar las partidas presupuestarias para gastos sociales, pero prometió política fiscal. No habló de la reforma previsional, y con respecto a la reforma laboral que regulariza la uberización de la economía brasileña, dejó en claro que admitirá a lo sumo cambios puntuales.
Lula dijo que, luego de estos últimos 4 años, su gobierno tiene la tarea de "reconstruir" Brasil, junto con todas las instituciones y parte de los actores del golpe parlamentario que derrocó a Dilma Rousseff en 2016 y que degradó aún más esta democracia de ricos.
Buscó una especie de "unidad nacional" sin el bolsonarismo, hablando contra el autoritarismo, la dictadura y en defensa de la democracia, pero exaltando la "actitud valiente" de uno de los actores más bonapartistas del país, el Poder Judicial. El mismo poder judicial autoritario que lo encarceló arbitrariamente sonrió en su toma de posesión, legitimado como una fuerza en el país que seguirá actuando arbitrariamente con peso.
Frente a un régimen marcado por la politización de las Fuerzas Armadas, los militares volvieron a salir indemnes. Ni siquiera fueron mencionados, y cuentan con un aliado directo en el ministerio de Defensa, el bolsonarista José Múcio.
Todo este movimiento busca una unidad nacional con empresarios y con varios ministros que apoyaron el golpe institucional de 2016, siendo los más notorios el propio Alckmin, Múcio y Simone Tebet, que fue candidata a presidenta en estas elecciones y ahora es ministra de Planificación y Presupuesto.
No sorprende entonces el lema adoptado por el gobierno Lula-Alckmin: "unión y reconstrucción". Hay ministros vinculados a milicias, como Daniela do Waguinho en Turismo, y otros que los grandes medios tratan como "cuota de composición parlamentaria", una innovación en los mecanismos del "presidencialismo de coalición" que caracteriza el régimen político brasileño.
En un día marcado por una gran fiesta, más aún tras el viaje de Bolsonaro y el pronunciamiento del ex vicepresidente Hamilton Mourão, Lula hizo un discurso señalando a todos los sectores que componen el frente amplio con el que gobernará, varios de ellos responsables de la destrucción del ya limitado "edificio de derechos" pactado en 1988 -tras la salida de la dictadura-, que Lula dice querer reconstruir. No hizo ninguna crítica a instituciones y figuras que apoyaron a Bolsonaro, por ejemplo Arthur Lira, quien fue abucheado por el público en Brasilia y será apoyado por el PT para su reelección como presidente en la Cámara de Diputados.
Rodrigo Pacheco, quien encabezó la ceremonia de investidura, fue muy enfático en que la democracia pasó la prueba. Su partido tiene a tres ministros en el nuevo Gobierno, entre ellos el poderoso ministerio de Minas y Energía y el de Agricultura, pese a que apoya fuertemente al recientemente electo gobernador de São Paulo, Tarcisio de Freitas, quien es parte de la institucionalización de la extrema derecha y defendió a los "ministros técnicos" de Bolsonaro en su discurso de asunción.
Mientras hablaba de soberanía nacional, sacaba de la lista de privatizaciones a Petrobras, Correos y al multimedio estatal EBC y promovía una política de industrialización vinculada a centros de investigación y universidades, Lula también hace política señalando que gobernará al lado de los imperialismos. Uno de estos marcados contrastes puede verse en el nombramiento de Jean Paul Prates a la presidencia de Petrobras, un hombre conocido por defender las privatizaciones en la industria.
La promesa de volver al multilateralismo fue una marca importante de su campaña en contraste con la de Bolsonaro. La masiva presencia de jefes de Estado en la asunción, más de 100, es una muestra de este cambio. Parte de esta orientación se expresó en una vuelta a los acuerdos financieros -con algunos controles medioambientales limitados- con los imperialismos alemán y noruego, que tienen grandes intereses en el Amazonas.
Frente a un escenario internacional marcado por la guerra en Ucrania y la tendencia a mayores enfrentamientos entre Estados y levantamientos populares, debe quedar claro que Lula y Alckmin no van a romper con la subordinación a los intereses del imperialismo en Brasil y en toda América Latina. Por el contrario, ya han sido un apoyo de esos intereses en la región, como lo mostró la presencia de representantes del gobierno golpista de Dina Boluarte, cuya llegada al poder en Perú fue apoyada por Lula y el imperialismo estadounidense, mientras la población era duramente reprimida en las calles por luchar contra el golpe. El saludo entusiasta de Macron, con mil y un intereses ligados a la Amazonia, es también una expresión de ello, así como la presencia de una serie de gobiernos y regímenes que han enfrentado movilizaciones masivas, como en Irán, un régimen teocrático que responde a la lucha de las mujeres con ejecuciones sumarias.
Simbólicamente, una de las marcas del nuevo gobierno desde la transición ha sido su relación con las cuestiones vinculadas al movimiento de mujeres, negros, indígenas y LGBT. En su discurso, Lula se pronunció en contra de la destrucción de la Amazonia y a favor de más espacio para las poblaciones indígenas. También defendió la ampliación de la política de cupo en las universidades y la refundación del ministerio de la Mujer, la creación de los ministerios de Asuntos Indígenas y de Igualdad Racial, chocando con la extrema derecha.
Opuesto a la abierta misoginia de Bolsonaro y Damares Alves, ex ministra de Derechos Humanos, y el racismo de figuras como Mourão, la asunción de Lula estuvo marcada por el intento de expresar que su gobierno será de la "diversidad" del pueblo brasileño, como se expresó en el traspaso de la banda presidencial, entregado por la recicladora y mujer negra, Aline Souza, con la líder indígena Raoni Metuktire, el metalúrgico del ABC paulista Weslley Viesba Rodrigues Rocha, el profesor Murilo de Quadros Jesus, la cocinera Jucimara, el referente de la lucha anticapacitista Ivan Baron, y Flávio Pereira en representación de las personas que mantuvieron la vigilia mientras Lula estaba en prisión.
El objetivo central es canalizar el deseo de los sectores oprimidos, que fueron brutalmente atacados en el gobierno de Bolsonaro, para servir a los intereses de este gobierno de frente amplio que no garantizará derechos fundamentales para las mujeres, negros y LGBT, como el derecho al aborto, que no solo seguirá prohibido sino que sirvió para dialogar con sectores más conservadores durante la campaña, rifando los derechos de las mujeres, que tienen planteado arrancarlos con la lucha. Además, es imposible hablar de cuestiones indígenas en Brasil sin combatir el agronegocio y sin una reforma agraria radical, cuestiones que no están incluidas en los objetivos del gobierno.
La conciliación abre el camino a la derecha, a través de concesiones políticas pero también a través del fortalecimiento material de supuestos aliados, que luego exigen mayores cuotas de poder. La agroindustria, por ejemplo, se vio fuertemente favorecida por el gobierno del PT, un refuerzo que fue político pero también material, por ejemplo con un enorme aumento de la financiación pública a través del sistema de créditos llamado Plan Safra.
El Bolsonarismo siguió organizando un núcleo duro del agronegocio, las alianzas que el gobierno Lula-Alckmin traza a partir de los ministerios que otorgó tienen sectores vinculados a importantes ruralistas del país. Simone Tebet, que acabó como ministra de Planificación, procede de una familia terrateniente de Mato Grosso do Sul y es heredera de tierras en uno de los lugares donde hay más conflictos entre indígenas y terratenientes, donde se encuentran territorios tradicionales reivindicados por los pueblos guaraní-kaiowá.
El partido União Brasil del impulsor de la operación judicial Lava Jato Sérgio Moro, -que no apoyó la campaña de Lula-, fue recompensado con ministerios con enormes recursos. Ese partido tiene nombres como Ronado Caiado, otro "coronel" del estado de Goiás -actualmente su gobernador- propietario de 14 fincas y uno de los fundadores de la Unión Democrática Rural (UDR). Son estos sectores con los que Lula pretende gobernar, avanzando hacia "coaliciones" que son innovadoras en su amplitud en relación al modus operandi de la conciliación anterior, ya que buscan partidos que ni siquiera forman parte de la base aliada del gobierno o de las alianzas electorales.
Lula comenzó su segundo discurso ante miles de personas en Brasilia saludando a los que habían estado con él en la campaña por su libertad y mencionando el golpe de 2016, lo que fue respondido con entusiasmo por el público. Con gritos de "no amnistía", en referencia a las responsabilidades del gobierno de Bolsonaro por las muertes en la pandemia y los demás crímenes del gobierno de Bolsonaro, Lula habló de la unificación del país, que es un solo Brasil, verde y amarillo y que gobernará para todos y no solo para los que lo votaron, buscando dialogar con los votantes de Bolsonaro y enfriar la polarización que se expresó fuertemente en las elecciones, en línea con los esfuerzos de todos los sectores del régimen político que apoyaron la fórmula Lula-Alckmin.
Lula hizo un discurso emotivo, hablando del hambre y la precariedad de la vida que se profundizó en los últimos años de Bolsonaro y afirmó el compromiso de luchar junto a Alckmin contra todas las desigualdades. Pero, ¿cómo hacerlo junto a los patrones, terratenientes, banqueros e industriales que explotan a la clase trabajadora, negra y femeninizada, todos los días en los lugares de trabajo y junto a un neoliberal represor como Alckmin?
La "reconciliación" nacional significa no tocar las reformas y privatizaciones impuestas desde el golpe de 2016. No es de extrañar que, ya en sus primeros discursos y decretos, Lula indique un cierto cambio de rumbo respecto a los ataques contra importantes empresas estatales, como Petrobras y Correos, pero deje en claro que no está en sus planes revertir las ventas de refinerías y las subastas ya realizadas que entregaron los recursos nacionales en los últimos años.
Alckmin aseguró, incluso antes de asumir el cargo, la continuidad del proyecto de privatización del metro de Belo Horizonte con el gobernador de Minas Gerais, Romeo Zema, el ministro de Economía de Bolsonaro Paulo Guedes, y el banquero Gabriel Galípolo, que articuló la privatización de la empresa de aguas de Rio de Janeiro y estará en la Secretaría Ejecutiva de Finanzas. Con Haddad en el ministerio de Hacienda, conocido como el más tucano (neoliberal) del PT, se muestra en sintonía con la garantía de "responsabilidad fiscal", aunque defienda la derogación del “techo de gastos”, algo que avalan varios economistas burgueses. Luchar para que Bolsonaro y sus aliados paguen es también luchar contra todos los intereses burgueses que lo han sostenido en el poder.
En un día marcado por la salida de Bolsonaro de la presidencia, desmoralizado y escapado del país, compartimos el sentimiento de todos los que celebran la derrota de esta figura repugnante. Pero sostenemos que la unidad que debemos construir es la de la clase obrera, los sectores oprimidos y los movimientos sociales para hacer pagar la crisis a los capitalistas. La desmoralización de la derecha y la moralización de los sectores progresistas puede ser un punto de apoyo para ello, si no se convierte en una mera expectativa de que un gobierno de conciliación de clases como el de Lula-Alckmin responda a los problemas estructurales de Brasil.
La conciliación de clases en los gobiernos anteriores del PT, que mantuvo todos los pilares del neoliberalismo en Brasil, fue fundamental para abrir espacio no sólo a los partidos y políticos de derecha que luego articularon el golpe y hoy ocupan ministerios, sino también a la base social que dio origen al bolsonarismo, como las cúpulas de las iglesias evangélicas, el agronegocio y las fuerzas represivas del Estado.
Es indispensable exigir que las grandes centrales sindicales, como la Central Única dos Trabalhadores (CUT, dirigida por el PT), la Central dos Trabalhadores e Trabalhadoras do Brasil (CTB) y las grandes organizaciones estudiantiles, preparen un plan de lucha, en lugar de la pasividad que han construido en favor del frente amplio. Nuestra lucha tiene que empezar por la derogación total de todas las reformas y ataques que seguirán masacrando a la clase trabajadora y a los más pobres del país, como primer paso en la lucha por un programa obrero y popular de respuesta a la crisis y para barrer definitivamente al Bolsonarismo como fuerza social. Esto sólo es posible con independencia del Gobierno, que incluye a los que articularon estas reformas y propone gobernar "para todos", es decir, sin enfrentarse a las grandes empresas.
El PSOL, cuya resolución votada por la dirección nacional a finales del año pasado fue una amalgama que permitió a sus afiliados incluso asumir cargos en el nuevo gobierno, avanza cada día más en su dilución en el frente amplio. Incluso la izquierda que aparenta ser "crítica", como los partidos de tradición estalinista como UP y PCB, alimentan ilusiones sobre este gobierno, participando de la asunción de Lula como organizaciones que se posicionan como base gobernante y no independiente. Es fundamental en este momento saber dialogar pacientemente con todas las ilusiones en el nuevo gobierno, pero desde ya buscando unir a la vanguardia crítica y a todos los sectores que buscan una política independiente de la conciliación de clases del PT, para impulsar la lucha por un programa que responda a las necesidades reales de las mayorías populares.
Los compañeros del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (MRT) que impulsamos Esquerda Diario en Brasil, hemos puesto en los últimos años todas sus fuerzas en el combate a Bolsonaro, al bolsonarismo y al régimen surgido del golpe institucional, buscando contribuir, al mismo tiempo, para que surja un sujeto obrero, con mujeres, negros, indígenas y LGBT al frente, que pueda responder a todos los males de la sociedad capitalista, en alianza con los movimientos sociales y con una política independiente de todos los capitalistas.
De lo contrario, no es posible combatir los pilares que han fortalecido a la extrema derecha y que significan sobre todo miseria y sufrimiento para la clase obrera. Así, nuestro objetivo es enfrentarnos a todo régimen que sostenga la explotación y la opresión. El Estado capitalista está diseñado para garantizar el mantenimiento de la miseria y la barbarie para sostener los beneficios de la clase dominante, incluso los gobiernos progresistas están al servicio de ello. La lucha por una sociedad libre de opresión y explotación es la única alternativa a un sistema que significa hambre, destrucción ambiental, violencia machista y racista y todo tipo de miseria, a favor de las ganancias de la burguesía, y para que sea efectiva, necesita ser construida con independencia política de todos los gobiernos que pretenden administrar este Estado.