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Red Internacional
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Homenaje. Laura Sotelo: una vida dedicada al marxismo y la clase obrera

El 1 de marzo un mensaje fatal anunció el fallecimiento de Laura. Militante, intelectual, delegada, feminista, trotskista. En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, vale la pena conocerla.

Domingo 8 de marzo de 2020 18:05

“La primavera reía sobre las tumbas, cantaba en el buche de los pájaros, ardía en los retoños vegetales, proclamaba entre cruces y epitafios su jubilosa incredulidad acerca de la muerte. Y no había lágrimas en nuestros ojos ni pesadumbre alguna en nuestros corazones; porque dentro de aquel ataúd sencillo (cuatro tablitas frágiles) nos parecía llevar, no la pesada carne de un hombre muerto, sino la materia leve de un poema concluido.”

Adán Buenosayres

Leopoldo Marechal arrancaba así su Odisea porteña. Mentiría al decir que no hay lágrimas ni pesadumbre. Las hay a raudales. Pero la verdad encuentra una forma de nombrarse al decir que el cuerpo ya inerte es en este caso un poema que llegó a su punto final. El poema de Laura Sotelo.

No pretendo transformar en heroína a una persona común y corriente, salvo por el pequeño y fundamental hecho de haber decidido luchar contra la corriente y por la revolución socialista toda su vida consciente. Los avatares de cada una de sus decisiones no tuvieron, tal vez, nada de heroico. Pero la vida y la historia no está hecha por héroes o heroínas, sino por seres tan comunes y especiales a la vez como Laura. O como cualquiera. Simplemente quiero decir que la de Laura fue una vida revolucionaria, y eso tiene en mi modesta opinión, un valor especial cuando no vemos una revolución ni en nuestros sueños húmedos.

¿Qué sentido tiene decir esto ahora? Desahogarme del único modo posible, amigándome con las lágrimas y la pesadumbre, y en la medida de lo posible, que alguien conozca a Laura.

Clío y Sofía en primavera

Laura comenzó su militancia en 1985 en la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario. Quería estudiar historia, seguramente movida como tantxs por esa primavera que tuvo tanto de invierno. En su caso, sospecho, anidaba la certeza de que había que entender el por qué de un presente como condición necesaria de su transformación radical. Por eso su militancia no empezó en cualquier lado sino en el trotskismo.

Sus amigas y compañeras de aquel entonces la describían no hace mucho como arrolladora, inteligente, filosa, incansable, combatiente y creo que alguien se “animó” a decir también “jodida”. Aunque si no se dijo, estoy seguro de que hubieran podido. Pero todas las referencias la recordaron como cálida, humana y sobre todo generosa. No hablaban (sólo) de la vil materia. Hablaban de una persona que, con tantos defectos y virtudes como cualquiera, decidió pensar cómo vivir y vivir como pensaba. Ser y parecer debían tender a la armonía sin por ello desconocer u ocultar las tensiones, a veces extremas. No hay que parecer revolucionario, hay que serlo. Si ahora la tuviera a mi lado, le diría en chiste (solo entendible para bichos de ese ecosistema) que ella entendió que el único modo de ser revolucionaria era serlo ontológicamente y que tal vez por ello renunció a la historiografía académica y cruzó el Rubicón hacia la filosofía.

Serpiente Roja

Si la revolución no elige arbitrariamente sus caminos, tampoco lo hacen lxs revolucionarixs. Seguir la “cartografía habitacional” de Laura en aquellos años, entonces, implica decisiones de vida, decisiones militantes, ya que la de Laura no se limitó a las aulas y pasillos universitarios.

Pese a que los ladrillos del Muro de Berlín parecían darle la razón a Margaret Thacher y no fueron pocos quienes pensaron que no había alternativa, que la historia y sus relatos habían acabado y que la clase obrera no existía más, Laura puso toda su pasión en una tarea que por aquel entonces era propia de Sísifo: ir hacia la clase trabajadora. Y lo hizo sin el dedito parado de psico bolche reciente y dudosamente ilustrado, sino con la modestia del aprendizaje mutuo y la convicción de que el espíritu de la filosofía necesitaba un cuerpo capaz de cobijarla y así pasar de la comprensión, a la transformación radical del mundo y de todas las relaciones sociales y humanas (si es que así podemos llamarlas) que en él proliferan. Es por eso que su cambio de domicilio, primero hacia San Lorenzo y más tarde a San Nicolás, tenía cualquier cosa menos arbitrariedad. Esas dos ciudades eran cabeza y cola (o viceversa) de la última Serpiente Roja que recorrió el Paraná.

Sin embargo, nada fácil resultó la experiencia. Eran momentos muy duros para la clase obrera internacional y nacional. A fines de 1992 Somisa, aquel gigante del acero estatal que albergaba 14.500 almas, finalmente era privatizada. Esa derrota tuvo el impacto de una guerra: 10 mil trabajadores expulsados y junto a Carmen de Patagones, San Nicolás encabezó el ranking nacional de suicidios.

Muchos conocemos otros costados de la historia, de nuestra historia, gracias al relato oral de nuestro camarada Chiche Hernández. Solo dos fueron los obreros de esa ciudad de metal quienes después de luchar contra la privatización, no aceptaron el chantaje económico y molar del Programa de Propiedad Participada (PPP), aquella cooptación y a la vez mentira de que con estas acciones ya no serían solamente empleados, sino también, dueños de la empresa. Uno de esos obreros fue el propio Chiche. El otro, el Mono, en aquel momento compañero de vida de Laura.

Pero lo que nunca pareció tan relevante fue pensar que esa decisión no fue fácil y, sobre todo, no fue individual. Había una familia atrás. Algún día habrá que restituir el justo valor de Laura en aquella decisión y en el soporte también de las consecuencias, ya que Chiche fue castigado durante años paleando bajo el sol y el Mono encerrado solo en una habitación para que con nadie pueda hablar. Pero afuera estaban Lili (que ya era mamá) y Laura que, si mis cálculos no me fallan, lo sería un año y medio después de Cata, quien abrazó por un tiempo la militancia junto a lxs compañerxs secundarixs del PTS.

Laura con Cata
Laura con Cata

Hubo una “revolución de las pibas” y corresponde que revisemos nuestra propia historia con ojos nuevos.

Intelectual con clase

Las derrotas de los 80 y 90, el pasaje liso y llano de la burocracia estalinista al bando del Capital, la ofensiva neoliberal en todo el planeta, el proceso de restauración capitalista en China, la cooptación pornográfica de cuanta organización obrera de masas existiera, llevaron a Laura a buscar una nueva trinchera en el campo de las ideas.

Este tampoco era terreno fácil. La consecuente ofensiva ideológica capitalista amalgamaba en cuotas iguales un neohegelianismo reaccionario, una filosofía del lenguaje a la medida de lxs escépticxs y una buena dosis de pragmatismo triunfalista del imperialismo. Laura tampoco cedió en este nuevo frente de batalla, y aunque tomó distancia de los clásicos marxistas de sus años de militancia orgánica y partidaria, no por ello abandonó el marxismo. Sus estudios sobre la Teoría Crítica la llevaron a doctorarse en filosofía bajo la dirección de José Sazbón.

Su tránsito por la Universidad Nacional de Rosario no pasó desapercibido. Su producción académica es prolífica y siempre problematizadora. Una docente incansable y admirada por sus amigxs y por los otros, que además la encontró como destacada delegada gremial de sus compañeras y compañeros.

Laura (primera arriba y a la izquierda) cantando La Internacional con sus compañeras de la agrupación Rosa Ziperovich AMSAFE Rosario
Laura (primera arriba y a la izquierda) cantando La Internacional con sus compañeras de la agrupación Rosa Ziperovich AMSAFE Rosario

Aunque fue una lúcida difusora de las ideas frankfurtianas desde la docencia, la investigación, traducción y publicación de libros propios y ajenos, estuvo lejos de transformarse en lo que Perry Anderson calificó como “marxismo occidental”, académico y escéptico de la clase obrera. Dos ejemplos ilustran el particular punto de vista de Laura en este giro ideológico: la elección de traducir al castellano el libro de Erich Fromm “Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich” y “El movimiento obrero en Argentina. Una contribución a su historia” de Felix Weill.

Laura - Introducción a la Escuela de Frankfurt
Laura - Introducción a la Escuela de Frankfurt

A mi modesto entender, Laura merecía con creces el título de intelectual, pero eso no es lo más relevante, sino que tal vez merezca ser recordada entre tantas otras cosas, como una intelectual orgánica de la clase obrera a la altura de la tradición rosarina de Alberto Plá, Horacio Zamboni o Díaz Molano.

Nosotrxs, la izquierda y la estrategia

En agosto de 2011 Laura me llamó porque quería replicar en la Facultad de Psicología el debate que desde el PTS impulsamos en Humanidades y Artes sobre los intelectuales, el kirchnerismo y la izquierda. Tuvimos citas, intercambios, discusiones (varias), y finalmente 500 personas colmaron un salón que contó con la presencia de Ariel Petruchelli (historiador independiente de la UNCo), Aldo Casas (FPDS), Marisa Germain (Carta Abierta), Carlos Del Frade (Proyecto Sur) y Christian Castillo (dirigente del PTS en el Frente de Izquierda). Laura fue la presentadora y moderadora.

Laura (entre Carlos Del Frade y Christian Castillo) en el Debate: Intelectuales, kirchnerismo y la izquierda
Laura (entre Carlos Del Frade y Christian Castillo) en el Debate: Intelectuales, kirchnerismo y la izquierda

En 2016, tuvo un ACV, a través del cual le detectaron cáncer en el cerebro. No se rindió. Comenzó otra lucha, la más difícil y desigual de todas.

En diciembre de 2018 Laura estuvo en la presentación de “Villazo: La gran gesta obrera en Villa Constitución” de Octavio Crivaro, dirigente del PTS. No sólo por la importancia de tener por primera vez un análisis trotskista de aquella gesta, sino por el interés que le suscitó la propuesta que recientemente había lanzado el PTS a las fuerzas que componen el Frente de Izquierda y de los Trabajadores para iniciar discusiones en el camino de un partido unificado de la izquierda, de los trabajadores y socialista. Allí tomó la palabra, transmitió sus impresiones sobre el libro de Crivaro y a la vez su entusiasmo por la propuesta de unificación revolucionaria, aunque también expresó su honesta preocupación acerca de que las mezquindades partidarias (que tantas veces vio de muy cerca) trabaran dicha iniciativa. Se había recuperado bastante.

Pasó casi un año desde ese momento hasta que la volví a ver. Esta vez le escribí para consultarle si podíamos publicar su prólogo para el libro de Weil en el Suplemento Ideas de Izquierda . La sola idea de poder colaborar con La Izquierda Diario la entusiasmó y aceptó de inmediato. Quedamos en que la iría a visitar, porque quería llevarle un libro que me interesaba que leyera y conocer sus opiniones: “Estrategia socialista y arte militar” de Emilio Albamonte y Matías Maiello.

Lamentablemente, en ese año transcurrido, su salud había vuelto a deteriorarse debido a una recidiva del tumor y la lectura se le hacía muy difícil. Le leí el índice. La necesaria administración de su propia voz la obligaba a recurrir a palabras bien elegidas y precisas: “Este libro parece de una ambición monumental”. Pasaron dos días recibí un mensaje de audio: “Sebastián, tengo una propuesta para hacerte. Quiero leer el libro que me trajiste, pero me cuesta mucho. ¿Querrías leerlo conmigo?”.

A partir de ahí comenzamos una relación diaria. Soportando el asfixiante verano de Rosario, abríamos la computadora y ampliábamos la versión PDF que gentilmente nos facilitó Maiello. Laura leía hasta que se cansaba, seguía yo y nuevamente retomaba. En cuatro meses, solo yo falté alguna vez (por fuerza mayor) a la cita. Una tarde me comentó que el tumor había crecido, que tendrían que retomar quimioterapia. Le pregunté cuándo tenía que ir al oncólogo. “Hoy”, me contestó. ¿Cómo hoy? ¿No fuiste?, pregunté con preocupación y asombro. “No, me parecía más importante que podamos avanzar con este hermoso libro”.

A los pocos días de lectura comencé a descubrir sus tonalidades. Entre ellas encontré una muy especial cada vez que leía el nombre de Rosa Luxemburg, que nunca pronunció como Luxemburgo. También notaba su obsesión por pronunciar con exactitud germánica cada palabra alemana y no se achicaba en corregirme cada vez que me tocaba leer a mí. Su pasión por la lengua alemana era proporcional a la admiración que tenía por Rosa y la revolución de 1919-1923. “Esto podría haber cambiado todo” me dijo en una de sus pausas.

Rápidamente tomó nuestra lectura como un nuevo desafío militante. Invitó a sumarse a todo el Centro de Estudios de Teoría Crítica que ella fundó y dirigió. “Al no ser un libro académico, no tienen interés”, me dijo, no sé si con tono de disculpas o de complicidad. Tal vez ambos. Pero no se rindió. E invitó a su gran amiga Laura Pasquali que aceptó gustosa. Lamentablemente, su incorporación se truncó. Laura comenzó hace un par de semanas a tener nuevos altibajos. Era imposible planificar. Leíamos cuando ella podía. Cuando no, me pedía que le ponga “los videos de Emilio” refiriéndose a las entrevistas que a él y Matías le hicieran Fernando Rosso y Christian Castillo.

Pantera comunista

Fue recién en estos cuatro meses cuando pude establecer una verdadera relación con Laura. Eso ya sería suficiente. Pero además pude conocer a un extraño alemán amante de la poesía y de las malas palabras castellanas. Héctor, su pequeño Leo Jogiches incansable, comenzó a ser un amigo, y también un profesor. Entre visita y visita hablábamos de política, literatura, traducciones y de vez en cuando de cervezas. En estos meses, Héctor trabaja en la traducción al castellano de algunos artículos del Diccionario Crítico Marxista que un centro de estudios de teoría crítica de Alemania, en el cual participaba Laura, se propone publicar en nuestra lengua.

En un momento de tristeza ante la evidencia de lo inevitable, me abrazó llorando y me dijo: “No van a poder terminar el libro”. Pese a que efectivamente, la setenta y nueve fue la última página que leísmos, pocos comentarios tan estúpidos pueden ser a la vez tan profundos y amorosos.

La última vez que vi a Laura, Héctor me leyó en Alemán y en castellano, un poema de Rilke para explicarme la dificultad de traducir versos y cómo a veces debía recurrir a la transformación de rimas consonantes en asonantes.

LA PANTERA
En el Jardin des Plantes, París

Su mirada está del paso de las rejas
tan cansada, que no retiene ya objeto alguno.
Para ella, es como si mil rejas hubiera
y detrás de las mil rejas ningún mundo.

La marcha muelle de trancos dúctiles y recios
girando de un ínfimo círculo en la nada
es como una danza de fuerza en torno a un centro,
en que se yergue una voluntad narcotizada.

Sólo a veces, permite en silencio la apertura
a la pupila el velo. - E ingresa una figura:
por la tensa calma de los miembros va a correr,
para en el corazón cesar, luego, de ser.

No puedo dejar de pensar en Laura como aquella pantera que encontró en su cuerpo la propia reja que se empeñaba en limitar su libertad. Sin embargo, Laura era una pantera comunista y por eso nunca, nunca jamás, creyó que el mundo estaba hecho de rejas y, más allá la nada. Héctor lo sabe mejor que nadie. Cuando después de saber que el tumor crecía y había que retomar la quimioterapia le preguntaron: “¿Qué hacemos?”, Laura le contestó: “Luchar implacablemente”. Cuando Héctor me lo contó, concluía: “Va a ser trotska hasta el último suspiro”. No se equivocó.

El poema que concluyó fue el de una revolucionaria. Solo quiero despedirme como corresponde… hasta el socialismo.


Sebastián Quijano

Nació en Málaga en 1980 y vive en Rosario desde 1992. Es militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y docente de Filosofía.