A la redacción de este diario llegó un texto proveniente de la cárcel de Villa Devoto. Reflexiones de un interno (que es la voz de tantos) sobre las lógicas y los sentidos del encierro.
Viernes 30 de diciembre de 2016
En las últimas semanas La Izquierda Diario ha recibido diversas denuncias desde unidades penales de la Ciudad de Buenos Aires y de varias provincias. Las condiciones inhumanas de encierro, las reiteradas violaciones a derechos humanos y los proyectos legislativos que buscan profundizar el encarcelamiento de los sectores populares están en el centro de esas denuncias.
Aquí se publica un texto diferente, pero que habla de todo eso. Por razones obvias, este diario preserva la identidad y la edad del autor.
S.P.F. Sociedad de Responsabilidad Limitada
Resulta ocioso enumerar aquí todo lo que un ser humano pueda intentar transmitir de lo absurdo del encierro y sus vivencias a lo largo de veinte años ininterrumpidos. Pero sí deseo mencionar, aprovechando la ocasión, la torturante sensación de estar encerrado y, cuanto más convincente intenta ser el sistema, con mayor fuerza se acrecientan mis miedos.
Muchas cosas confluyen aquí. La institucionalización total, el carácter completo y totalmente cerrado del delirio, lo cual hace muy difícil pensar cualquier tipo de escapatoria. En ningún lado hay “puertas”, la lógica del sistema tiende a sumergirnos y dejarnos arrastrar, buscando en vano, con miradas atónitas, alternativas a lo previamente pensado para modificar las salidas.
Mi pensamiento dominante para escapar, el que siempre me ha protegido, ha sido buscar grietas, espacios, aberturas, posibilidades. En este caso se trata de alguien que ha convertido su penar en una esperanza de vida.
Dudé muchas veces de la validez de mis pensamientos, aunque me los representaba de forma tan convincente que lograba se apoderaran por completo de mí. Condenado a una pena de muerte encubierta, me evadí de la estrechez de normas establecidas, invirtiendo la lógica de pensar el sistema, planteando alternativas, disolviendo endurecimientos a despecho de mis amigos guardianes bien intencionados.
No podría haber subsistido sin esa fe, aunque la metamorfosis del restaurador ha dejado sus secuelas en mí.
No puedo evitar observar este submundo desde una perspectiva histórica. Lamentablemente con aplicación retroactiva a la vida de los animales, la más opresiva de las creaciones pensada para un mundo de desvergonzados. Un país que muestra a su gentuza como banderas en las ventanas. Especialistas refinados legitimando encierros, inventando nuevas enfermedades para cada uno de sus pacientes, con la avidez de algunos pronósticos impredecibles. Redimir el sentido común a la psiquiatría, me sorprende la manera con la cual explican la racionalidad, de dónde intentan hacer nacer sus prodigiosas ocurrencias.
En estos tiempos menos desventurados que los que corrieron en otrora, se distingue una cultura de reflexión sustentada en diversos ideales. Una convicción racional en indagaciones críticas al sistema y no meras afirmaciones dogmáticas. Aunque, lamentablemente, hay quienes celebran la multiplicación de estos sitios.
Con el devenir de los años, he logrado entender que si se quiere tener un sentido vivificante, la educación y la actividad universitaria plenamente reconstruida es la única alternativa posible para evitar la atrofia que produce el encierro.
Agosto de 1996. Un silbato ensordecedor e inesperado hizo estremecer mis sentidos. Sobresaltado, me incorporé y vi unos treinta uniformados prestos a ingresar de manera rauda a donde estaba alojado. Estaba preso, eran mis primeros días en cautiverio. De más está decir que fui recibido con una feroz golpiza a modo de bienvenida.
El temor se apodero de todos. Éramos iluminados con reflectores y a duras penas podíamos ver los rostros de nuestros verdugos. Látigo en mano, silla mediante, el domador entraba en acción. Se escuchaban ladridos de los perros, feroces en sus miradas pero no tanto como sus amos. Apenas tenía 18 años de edad. Con la ropa que alcancé a agarrar fui empujado al fondo del pabellón. Mi nariz pegada a la pared y un bastón en mi espalda impidiéndome voltear. Era una práctica recurrente de la pedagogía disciplinante de aquel entonces. Aunque lamento decir que no ha variado.
Hoy día las lógicas no han cambiado. Más bien se encuentran mejor encubiertas. La pobreza de la conciencia histórica queda evidenciada cuando advertimos que, en lo que hace a la percepción de nuestro pasado, las lógicas mayoritarias siguen imbuidas por la primacía de las antinomias. Esta miopía perceptiva proyecta equivocadamente sobre el presente actual una andanada de desaciertos legislativos.
Luego de una hora puedo voltear y vestirme por completo. De más está aclarar que los primeros días de agosto el frío era considerable. Todas mis pertenencias tiradas, pisoteadas y con algunos faltantes. Intentaba comprender esa necesidad de provocación. Provocación que persiste veinte años después y pareciera ser que nada ni nadie desea que cambie.
La decadencia del sistema parece inocultable. Parábola del fracaso que describe y delimita su órbita, llena de matices pero sin perder su dirección.
Intenté nutrir de sentido mi encierro. Pero el doble discurso reinaba en cada puerta que golpeaba. Los hombres decadentes son inconfundibles, no aspiran a transformarse sino a perdurar. Su estructura militarizada y con escalafón jerárquico lo define. No tienen principios, tienen estrategias. No hay creencias, hay intereses. Cada espacio que ellos conquistan, el futuro pierde relevancia.
Donde el primitivismo abunda escasea fatalmente la cultura. El irreprimible afán de repetir no logra transformarse en enseñanza.
Un ciclo de cultura autoritaria ha venido a enquistarse nuevamente, sus rasgos son ya conocidos por todos. Los pretende enmarcar la razón que da la fuerza, pero no la fuerza que da la razón. Para imperar como pretenden, su discurso exige silencio y sumisión. No tolera debates ni cuestionamientos. La espera a un futuro más alentador aparece apenas como una alternativa ilusoria.
Intentan reivindicar la verdad absoluta. Conquistando el cetro no vacilan en aplicar la represión donde se los cuestiona. Esta cultura autoritaria está poblando cárceles y vaciando escuelas, alienta el éxodo, formatea el hambre y ha logrado transformar el amor en odio.
Añoran ver los anaqueles vacíos de las bibliotecas. Bajo sus suelas agoniza el criminal, el estudiante y el obrero.
Su ceguera los induce a presumir que son el eje de erradicación de la criminalidad. En cambio, día a día nos queda más claro que son el vértice de la esterilidad más pronunciada.
A lo largo de los años, y los daños, de este encierro prolongado, solo he visto muerte, olvido desolación, violencia, un proceso deshumanizante indescriptible. La única luz en la oscuridad ha sido la casa de estudios universitarios de Devoto, que se ve amenazada de manera sistemática por nuestros cancerberos.
No existe nada más absurdo que el encierro. La cárcel desde la lógica del castigo y disciplinamiento.
Aún recuerdo el rostro de mis padres agolpándose contra las rejas para poder darme un beso. La mirada perdida de las personas que eligieron amarme en el ocaso de mis días. Ninguna relación es viable pensada en años de privaciones. Es trasladarle a quien en fortuna o desgracia le tocó enamorarse de una persona privada de la libertad.
Aún hoy día no logro comprender cuál es el razonamiento que lleva a concluir que una persona que pasa años de su vida siendo torturada psicológicamente puede lograr cambios positivos en su persona.
Existen delitos terribles, los puedo enumerar porque los he visto a lo largo de mis años de encierro. Tanto dentro como fuera de la casa (la cárcel).
El infierno no crece sobre el suelo de las definiciones, sino bajo la sombra angustiante que proyecta su cercanía.
Quienes transitan por este infierno tienen la piel llagada por la amargura y el rencor. Los marca la desesperación, pero aún están vivos.
¿Qué poder contar de lo que ya no se sepa del sistema? Mi historia de vida dentro de la casa, dentro de este cementerio de historias, resulta ser una más entre tantas otras. Tal vez un poco más enigmática en cuanto a mi connivencia con mis custodios, puede ser la parte mórbida de este relato.
Con apenas dos años de unión convivencial con mis captores, logré entender cómo funcionaba la lógica del sistema penitenciario. Todo estaba tarifado, la inflación no lograba quebrar jamás su empresa, por el contrario, la enriquecía.
Resulta extraño que la sociedad ciega por justicia desmedida no logre entender que la inseguridad y el eje de sus reclamos alimenta a quienes la legitiman y fomentan. Entendí que a través del dinero podría ir obteniendo ciertas licencias. Así me veían y logré escapar de sus manos opresoras por muchos años.
Lo previsible y lo imprevisible se entrelazan a diario. Lo reconozcamos o no francamente, nos impresiona más la bestial liberación de lo reprimido. El sentido de existencia de estos lugares queda vacuo de sentido, cualquier definición, si lo intente definir y legitimar.
Quiero decir, con argumentos, que el disparo a la nuca de un inocente tiene mayor posibilidad de repercusión, en la sensibilidad colectiva, que la visibilizacion de la triste realidad que lo genera. Tal vez, a ello se deba, el triste destino de la noticia amarillista, ocultando el demagogo, deudor de la inmediatez discursiva.
Añoro que mi calvario llegue a su fin y pronto emerja de este submundo que ha sido mi hogar durante interminables años.
Lejos de comprender la ley y respetarla, comprendí la hipocresía de quienes la han escrito.
Forjado en el bicefalismo sé perfectamente que entre el poder y la verdad no habrá relaciones apacibles. Pero resulta imperiosa la necesidad de transmitir a las nuevas generaciones de jóvenes promesas que luchan convencidos por esta amenaza mortal.
Se trata de que nuestras vivencias no sean olvidadas ni disimuladas por la inescrupulosidad y el cinismo de los gobernantes de turno que desembocan en la impunidad. Nunca un delito por más aberrante que sea puede pretender legitimar y ser subsidiario de todos los delitos que se cometen a diario en el encierro.
Mientras tanto, como cada noche que pasa, cierro mis ojos y me escapo. El viento roza mi cara, siento que vuelo y soy libre por unos instantes. Ingreso por la ventana, me recuesto a su lado y los dejo soñar. Sus perfumes llenan mi alma y me rememoran tiempos donde fueron risas. El sol asoma sus narices, vuelvo presuroso a mi infierno, mientras ella lleva a nuestro hijo al jardín. Despierto una vez más en esta amarga realidad. Pensarlos llena de colores mi mundo en blanco y negro.