–¿Porque todo volverá a ser de sus antiguos dueños?
–Todo puede pasar… Este país está cambiando y va a cambiar todavía más. Tiene que cambiar más.
–¿Para volver a ser lo que fue?
Diálogo de La transparencia del tiempo.
Con La transparencia del tiempo, de Leonardo Padura, vuelve a las andanzas su famoso detective Mario Conde. Sumido en una crisis existencial por la irreversible llegada próxima de su 60 aniversario, el ex policía convertido en “el primer detective privado” de Cuba, como lo califica con sorna un personaje en esta novela, tiene la tarea de encontrar la estatuilla de una virgen negra tallada en madera, robada a un viejo amigo de su juventud que reaparece para contratar sus servicios.
Se trata de Roberto “Bobby” Roque Rosell, compañero del pre-universitario de Conde. Este amigo de la juventud le resulta al ex policía completamente irreconocible cuando se aparece en su casa para pedirle su ayuda. Poco quedaba en el hombre de andar descontracturado, modos exagerados y vestimenta y corte de pelo juvenil (y a todas luces caros para el habitante promedio de la isla), del joven atildado –y abombado– que Conde había conocido. En aquellos viejos tiempos Bobby buscaba con afectación acentuar su compromiso con los dictados del partido y había ingresado con orgullo en la Juventud Comunista. Pero finalmente terminó convirtiéndose en un próspero comerciante en el informal mercado del arte cubano (floreciente gracias a un tráfico cada vez más voluminoso entre la isla, Miami e incluso Madrid). No solo abandonó el marxismo, sino que se hizo creyente y santero. Y sobre todo, Bobby era ahora abiertamente homosexual, algo que sus compañeros del “pre” habían sospechado desde aquellos años juveniles. Su salida del clóset le valió la expulsión de la universidad. Con esto, Padura nos recuerda la dureza del régimen castrista con los homosexuales.
Sintiéndose reclamado por los lazos de amistad, y atraído por la oferta de abundantes billetes convertibles (CUC, pesos cubanos convertibles, una de las dos monedas de curso legal de la isla junto al CUP, peso nacional) que le puedan aliviar momentáneamente de la malaria económica, Conde acepta el encargo. Como podemos esperar, seguir la pista de la virgen negra, a la cual Bobby le atribuye capacidades milagrosas, llevará a Conde por un camino regado de sangre.
A la par de la pesquisa detectivesca, la novela rastrea la trayectoria de esa virgen negra que la llevó a terminar en la isla caribeña, y algunos de los episodios en los que se pondrían de manifiesto los poderes milagrosos que se le atribuyen. Esta narrativa que recorre la historia de Europa con una referencia siempre puesta en una aldea campesina de la Garrotxa catalana, se desarrolla en sentido inverso a la progresión histórica, yendo desde el pasado más cercano de la Guerra Civil española hasta las cruzadas. Pero la presentación retrospectiva no es el único juego con el tiempo; el decurso histórico se enreda en círculos que parecen negar que de verdad transcurriera, obligando a los personajes a revivir situaciones similares en diversas circunstancias. La Historia, así con mayúsculas, es para los personajes de esta trama una fuerza arrolladora, que los saca de la vida milenariamente incambiada de las comunidades aldeanas para ponerlos a jugar en sus misteriosos designios.
Este extrañamiento y dependencia de fuerzas más allá de la comprensión –que no son solo las de la providencia sino también poderes mundanos como los que vistieron por ejemplo con ropajes de guerra santa el intereses más prosaico de buscar la apertura de rutas comerciales– actúa como espejo de la realidad cubana, donde no son fuerzas misteriosas las que operan de espaldas a la voluntad del individuo, sino la dureza del régimen lo que impone en muchos casos designios inapelables que cuartan la libertad, como es por ejemplo la posibilidad de desplazarse fuera del país y regresar sin trabas, algo que recién en tiempos recientes empezó a relajarse y que problematiza la novela. Pero hay además un fatalismo todavía más hondo e inquietante, que es la sensación de un presente cubano al borde del naufragio, atenazado entre la pobreza que administra el régimen del Estado obrero burocráticamente deformado jaqueado por el bloqueo impuesto por el imperialismo norteamericano que impuso un ahogo al comercio y el crédito que profundizó las carencias, y las fuerzas explosivas que empieza a desatar un florecimiento de las relaciones de producción capitalistas que, sin establecer su predominio, ejerce sin embargo un poder disolvente cada vez más feroz. Conde observa cómo los demás, y él mismo, deben nadar entre abrazar de manera febril las fuerzas de lo nuevo, y acomodarse a las condiciones de un nuevo mundo que no termina de nacer (pero ya empieza a mostrar sus peores caras), o aferrarse a lo que puedan (amigos, principios, en su caso) para afrontar ese futuro incierto.
Es que, como en los anteriores policiales de Conde, acá también Padura ofrece una mirada descarnada sobre la realidad cubana. La pesquisa llevará a Conde, partiendo de los seguros ejecutores del robo y llegando hasta los agentes de los restringidos y selectos mercados donde las piezas más exquisitas del arte y de la historia se tratan en la isla, a adentrarse en dos territorios que le resultarán igual de ajenos y sorprendentes: el submundo de los inmigrantes internos, a los “palestinos” venidos a la Habana desde el oriente de la isla sin permiso de residencia y asentados en la mayor precariedad, y el brillante mundo de los que lograron acomodarse con éxito a los tiempos que corren y transitan plácidamente por lugares exclusivos en los que apenas un trago puede costar el sueldo de cuatro o cinco días. Se trata de “dos ciudades invisibles dentro de la ciudad visible: el hormiguero hirviente de los desafortunados y los recintos brillantes de los afortunados políticos y económicos”. La descripción que realiza Padura de esos bolsones de miseria llega al extremo de ponerlos en un pie de igualdad con la catástrofe haitiana, el nivel mayor de degradación registrado en el continente americano.
Tres ciudades, entonces, en una sola Habana. Las dos de los extremos, y la que habita la mayoría, entre ellos Conde, sería de los desencantados, los decepcionados, los pobres pero no paupérrimos, obligados a múltiples rebusques que compensen lo que no dan los 20 dólares de sueldo mensual promedio que cobra el 90 por ciento de los cubanos del Estado y la Libreta de Abastecimiento para seguir tirando. Estas estratagemas de supervivencia, constata Conde con amargura, absorben una parte creciente de la vida de todos los habitantes de la Cuba visible. “¿Quién trabaja en este país?”, se pregunta en más de una oportunidad al observar las postales de la vida cotidiana.
El panorama que nos presenta la novela es el de unos lazos sociales en estado avanzado de disolución, corroídos por una versión particularmente salvaje de “acumulación originaria” que se desarrolla en estos tiempos de deshielo en las relaciones con el amo del norte. Una distensión que ahora está puesta en un paréntesis desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE. UU. Los “emprendedores”, más bien apropiadores, un sector minoritario de personas muy vinculadas a los circuitos del exilio de Miami o directamente retornadas de allí para lucrar con la restauración capitalista en proceso, se mueven con desenfreno aunque al mismo tiempo con discreción, bajo el resguardo protector que ofrece el poder de la burocracia, siempre presente en la novela aunque nunca puesto en primer plano.
Por eso, si la perspectiva de continuar el curso actual de decadencia, que Conde ve replicada en su creciente situación personal de abandono, soledad y también decadencia con los que llega a la vejez, no resulta prometedora, tampoco lo son los cambios que se están produciendo rápidamente sin que muchos se den por enterados ni mucho menos estén preparados. Este rechazo simultáneo a continuar el actual estado de cosas, y a lo que con casi total seguridad se viene, lleva al protagonista a un malestar sin solución, condenado a alternar como todos los isleños entre la prisa y la lentitud, imagen a la que recurrió Padura en una crónica reciente para retratar la cotidianeidad en estos tiempos de incertidumbre (“Entre la prisa y la lentitud”, Le Monde Diplomatique 226, abril 2018).
En medio de este naufragio inminente, la novela destaca cómo para Conde, los lazos de afecto y amistad parecen uno de los pocos refugios para resistir ante un presente de desencanto y un porvenir ominoso.
A diferencia de otras novelas, como El hombre que amaba a los perros, en las que las postales sobre la realidad cubana están inmersas en un relato que fluye bien y no pierde protagonismo, en La transparencia del tiempo amenazan con dejar la trama policial por momentos en un segundo plano, aunque esta está hábilmente construida y entrelazada con las peripecias de la virgen negra a través de los tiempos y el espacio.
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