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Liberales vs “nac & pop”: los partidos que perpetúan la dependencia y el atraso

Esteban Mercatante

Liberales vs “nac & pop”: los partidos que perpetúan la dependencia y el atraso

Esteban Mercatante

Ideas de Izquierda

La idea de fracaso o decadencia argentina está muy presente en el debate político nacional. Entre los partidos o coaliciones que se vienen alternando en el poder desde el final de la dictadura se responsabilizan mutuamente por el derrotero del capitalismo dependiente argentino, que se mueve hace décadas en un círculo vicioso. Tienen razón: todos comparten esta responsabilidad. Pero lo que ni unos ni otros ponen en discusión, son las cuestiones que habría que poner sobre el tapete para empezar a revertir las condiciones del atraso y la dependencia. Frente a los partidos que perpetúan este círculo vicioso, es necesario fortalecer la alternativa de izquierda anticapitalista que representa el FITU.

¿Por qué ningún sector de la clase capitalista argentina puede hoy ofrecer una salida para el círculo vicioso del capitalismo dependiente argentino?

No pueden hacerlo porque lo que tienen en común es carecer de cualquier planteo que apunte a revertir las condiciones que configuran al capitalismo dependiente argentino.

A grandes rasgos podemos decir que dos proyectos u orientaciones de la clase dominante se alternaron en el poder durante los últimos 40 años, desde la salida de la dictadura genocida. En ese sentido, es indudable lo que afirmó Cristina Fernández en el lanzamiento de la campaña: gobernaron todos, y son todos responsables de la perpetuación de la decadencia de la Argentina capitalista.

Lo cierto es que más allá de las diferencias de políticas a las que nos referiremos (que configuran una oposición entre apertura indiscriminada vs ciertas medidas de protección comercial o retenciones para exportaciones; incrementos tarifarios vs subsidios; precios sin trabas vs controles/acuerdos de precios), el saldo de las últimas administraciones evidencia que a ambos lados de la “grieta” hay una serie de supuestos compartidos. Veamos algunos de los más destacados:

1) La extranjerización de la economía y el dominio que tiene el capital imperialista sobre resortes fundamentales aparecen como incuestionables. Junto con esto, la integración subordinada de la Argentina en un entramado internacional armado a la medida del capital trasnacional, es otro punto compartido. Las leyes de inversión extranjera impuestas desde la dictadura (que también impuso la Ley de Entidades Financieras vigente) favorables al dominio del capital extranjero, lo que se reforzó con los Tratados Bilaterales de Inversión (nunca denunciados por ningún gobierno) conservan su vigencia hasta hoy y no fueron cuestionadas por ninguna administración. Por el contrario, con convenios como el de Chevron en Vaca Muerta se agregaron nuevas concesiones para atraer capital extranjero durante los gobiernos “nacionales y populares”.

2) Tampoco conoce grieta el “consenso” exportador de commodities, es decir, la expansión indiscriminada del agronegocio (con sus agrotóxicos), la megaminería con su vuelco masivo de desechos químicos que contaminan el agua, la actividad petrolera y especialmente el fracking, en pos de conseguir divisas. Se trata de una “especialización” que viene determinada por la división internacional del trabajo del imperialismo en su etapa actual, en la que el lugar que le cabe al país está caracterizado por la baja generación de valor agregado y una elevada destrucción del medio ambiente. Están quienes buscan presentarlo como un inverosímil camino de desarrollo, cuando a esta altura está claro que no hace más que perpetuar un lugar subordinado en la división internacional del trabajo que refuerza el carácter dependiente. Y también quienes de manera más “realista” se afirman que es la única manera de resolver el imperativo de conseguir divisas, haciendo caso omiso de que el problema de la Argentina no es tanto la falta de divisas como la voraz apropiación de las mismas realizada por la clase dominante y el capital imperialista, Por si quedara alguna duda de este consenso, podemos recordar que entre las iniciativas más propagandizadas desde que asumió Alberto Fernández en materia comercial se encuentran las de la minería, impulsadas con consenso de Nación y provincias, aunque en casos como Mendoza y Chubut fueron frenadas por la resistencia popular; las megagranjas porcinas (una “industrialización” de la carne con alto daño ambiental con la cual China busca “tercerizar” la alimentación de su población) y el nuevo impulso a Vaca Muerta, que continua lo hecho por Macri y Aranguren, y antes por CFK y Kicillof que inauguraron la asociación de YPF con Chevron).

3) “Honrar” las deudas, y respetar los acuerdos con el FMI (con todo lo que eso implica), también se suman los presupuestos compartidos. Por eso, desde que asumió, el gobierno de Alberto Fernández siguió pagando los intereses de la deuda con el FMI legada por Macri, negoció con el capital privado alargar los plazos sin reducir el monto de la deuda privada, y atravesó la pandemia con la consigna no desbarajustar las cuentas públicas, con miras a volver a sentarse con los funcionarios del FMI.

Esta configuración perpetúa al capitalismo argentino como un eslabón débil del capitalismo mundial, que pasó más de la mitad de los últimos 45 años en recesión, exhibe un estancamiento del PBI per cápita, y registra una caída formidable del poder adquisitivo del salario (hoy un 60 % del que era en 1974) y una degradación en las condiciones en que vive la gran mayoría de la clase trabajadora y el pueblo oprimido. La precariedad e informalidad laborales se convirtieron en una realidad estructural para la mitad de la población activa, un tercio de quienes tienen empleo se encuentran no registrados, y en la mayoría de los lugares de trabajo se extienden las divisiones entre personal de planta por tiempo indeterminado, contratado, personal tercerizado sin relación laboral con la patronal del lugar donde realiza tareas, etc. Todo esto es resultado de la herencia de la flexibilización laboral y otros ataques patronales, cuya herencia tampoco ha sido cuestionada. La pobreza tiene un piso altísimo: afectaba a 25 % de la población en los primeros años de esta décadas, después de un largo período de la economía creciendo a “tasas chinas”, y en las crisis llega a golpear a casi la mitad de la población (hoy está en 42 % y es mucho mayor en niños y niñas).

La “grieta” entre proyectos capitalistas tiene como presupuesto no discutir ningún cambio para las condiciones de las mayorías.

¿Qué proyectos o ideas ordenan la disputa de proyectos de la clase dominante en la Argentina?

Con variaciones, el eje de disputa se ordena entre los exponentes del liberalismo económico, que plantean la necesidad de apoyarse sobre todo en los sectores capitalistas con más capacidad competitiva (el agro, la energía, y algunos otros como los unicornios tecnológicos y todo lo que se engloba en la “economía del conocimiento”) y los partidarios de alguna variante neodesarrollista con más estímulo a la industria de conjunto, lo que se acompaña con políticas de redistribución.

Los primeros propugnan la mayor apertura económica (del comercio y los movimiento de capitales), atraer los capitales externos y dicen que la meta principal de la política económica es abrir el terreno a la inversión privada. Esto implica llevar adelante toda una serie de “reformas estructurales”, como las bautizaron el Banco Mundial, el FMI y otras agencias encargadas de custodiar los intereses del capital global (es decir, de las multinacionales que se expanden desde los países imperialistas). Estas reformas consisten en bajar impuestos a los empresarios y los ricos (mientras se suben el IVA y otros impuestos al pueblo trabajador) y al mismo tiempo bajar el gasto público, flexibilización laboral, reforma jubilatoria para “abaratar” las jubilaciones y extender los años que las y los trabajadores estamos obligados a esperar para jubilarnos. Adalides de las privatizaciones, buscan eliminar subsidios como el de la energía o reducirlos al mínimo posible. Al mismo tiempo, aunque promueven el ajuste fiscal, promueven el endeudamiento para crear buenos negocios para las finanzas, estimular las bicicletas financieras y vehiculizar la fuga de capitales. Este liberalismo, nostálgico de los tiempos del llamado modelo agroexportador, sostiene que la Argentina debería concentrarse en aquellos sectores en los que cuenta con ventajas “comparativas” (agro, energía, minería, pesca) y dejar de sostener aquellos sectores como la industria, que desde las visiones más extremas de este espectro se llega a definir sin más como “artificiales”, y en versiones más matizadas como ineficientes o incapaces de funcionar sin “protección” (aranceles externos y otras trabas que impiden que la competencia de los productos industriales importados compitan con la producción local). Se trata de un proyecto de país al que le “sobran” varios millones de habitantes, entre la fuerza de trabajo y familias que no tienen cabida ante el desmantelamiento del aparato productivo que propugnan. Se suele tomar tomo medida de comparación para las aspiraciones del país que se debería ser a países como Australia, cuya relación con el imperialismo (británico, primero, y estadounidense, después) queda soslayada, además de la mayor abundancia de recursos en relación con la población; o Chile, cuyo aparato productivo en todo lo que no fuera sector primario fue completamente desmantelado desde la llegada de Pinochet al poder, base sobre la cual se profundizó la desigualdad en niveles extremos.

La dictadura, el menemismo, la Alianza y Macri fueron adalides en la implementación de políticas de este signo. En todos los casos sus políticas alimentaron el endeudamiento público externo, facilitaron la fuga de capitales como resultado de la liberalización que propugnaba que entraran inversiones, y alimentaron la espiral de crisis agudas que atravesó el país desde el Rodrigazo hasta acá. Contribuyeron al desmantelamiento de numerosas empresas y la desarticulación del aparato productivo, así como a la degradación del empleo (que trajo por primera vez en el país desde comienzos del siglo XX, incluso en momentos en los que la economía crece, un desempleo estructuralmente alto y una informalidad laboral que afecta a un tercio de la fuerza laboral ocupada). Este era supuestamente el “precio” a pagar para desarrollar algunos sectores económicos estratégicos. Pero esta ambicionada “inserción” exitosa y la atracción sostenida de inversiones, por fuera de oportunidades puntuales como fueron las privatizaciones, no apareció. La extranjerización económica que sí se produjo, mayormente durante la década de 1990 (dos tercios de las grandes empresas pasaron a ser extranjeras en los años ’90, y siguen siéndolo hasta hoy con pocos cambios), sobre la base más de compra de empresas existentes que como aporte a la radicación de nuevos proyectos que ampliaran la capacidad productiva del país, explica en parte la tendencia a mayor salida de divisas del país durante las últimas décadas, por remesas de utilidades, como explican Martín Schorr, Andrés Wainer, y otros autores en varias investigaciones. El más patente fracaso lo vimos con Macri, donde salvo proyectos altamente subsidiados en Vaca Muerta, la entrada de capitales al país fluyó mayormente a la bicicleta financiera. El endeudamiento y esta bicicleta gestaron la crisis que volvió a llevar al país a endeudarse con el FMI en niveles gigantescos. Esa crisis forzó a Macri a tomar las medidas que más había denostado de CFK y que fueron las primeras que anuló al comenzar su mandato: retenciones y control de cambios.

¿En qué consisten los planteos “neodesarrollistas”?

El proyecto neodesarrollista pone más eje en el mercado interno y en proteger a la producción nacional. El fortalecimiento del aparato productivo con énfasis en la industria, y las políticas redistributivas son los puntales que reivindican. Mientras que los neoliberales hacen hincapié en favorecer privilegiadamente a los sectores con más capacidad competitiva del empresariado en detrimento del resto, desde este sector se busca compaginar las ventajas de este grupo con el estímulo a las pequeñas y medianas empresas, que tienen un lugar privilegiado en la política de conciliación de clases que levantan.

Más allá de las distintas miradas que hay en la coalición oficialista sobre el período 2003-2015 durante el cual gobernaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández, la trayectoria durante ese período, y sobre todo durante los primeros años de NK que fueron los de mayor crecimiento y de políticas más “racionales” según la miradas de los sectores más críticos de CFK en el FdT, son contrapuestos favorablemente con el gobierno de Macri. El período kirchnerista comenzó en 2003, después de la larga crisis de la convertibilidad, con un crecimiento alto y una recuperación del empleo que redujo los niveles de hiperdesocupación que había al comienzo del milenio. Pero esto ciclo tiene una explicación nada halagüeña para el relato: no se debe a un cambio de políticas noventistas por otras mercadointernistas o redistributivas. Es el ajuste en múltiples dimensiones (cambiario, fiscal, de costos empresarios, sobre todo salarios) que alcanzó su punto cúlmine entre fines de 2001 y los primeros meses de 2002. Esto dio lugar a los superávits “gemelos” de las cuentas públicas y las elevadas ganancias para las empresas, a costa de un hundimiento del salario (cayó 30 % en 2002) y aumento de la pobreza. La economía creció y recuperó niveles de empleo sobre la base de este ajuste regresivo que benefició a los empresarios, sobre todo del sector industrial que vendía al mercado interno. La redistribución de los años siguientes se llevó a cabo sobre este bajo piso. A pesar de los aumentos salariales, el poder de compra del salario en 2015 superaba por muy poco el nivel de 2001, es decir, del cuarto año de una recesión durante la cual los patrones ya habían atacado el salario (y también el sector público con las rebajas de De la Rúa y Machinea).

Durante estos años se habló de “cambios estructurales”, pero el regreso de la llamada “restricción externa” en 2012/2013, que se tradujo en todas las medidas destinadas a limitar la pérdida de dólares (que llegaron después de que se habían fugado USD 100 mil millones) pusieron en evidencia la continuidad de la herencia recibida de los años ’90 en aspectos claves (que se suma a las que hubo en la flexibilización laboral y otros terrenos, en los que se eliminaron leyes como la “banelco” que había hecho votar De la Rúa pero sin revertir el contenido flexibilizador, que se siguió incorporando en casi todos los convenios). La extranjerización de la economía heredada, los compromisos como los Tratados Bilaterales de Inversión (respaldados en la Ley de Inversiones de la dictadura, que sigue vigente con pocos cambios, tal como ocurre con la Ley de Entidades Financieras y otras reglamentaciones fundamentales) que obligan a dar amplias prerrogativas al capital trasnacional, la desregulación financiera sobre la cual se realizaron cambios muy parciales; todo eso impidió frenar el drenaje de riqueza por giros de utilidades de las multinacionales y fuga de capitales que, junto con los pagos de la deuda, explicaron el retorno de la escasez de dólares. Para darnos una idea, esta estrechez se puso de manifiesto cuando el país todavía seguía acumulando dólares comerciales gracias al más sostenido ciclo de altos precios de los commodities exportados que se había visto desde comienzos de los años 1970.

Una característica central del kirchnerismo fue y es la reivindicación del estatismo. Durante los gobiernos de NK y CFK, este rasgo se fue acentuando a medida que el agotamiento de las condiciones favorables para el crecimiento, producidas por el ajuste de 2002 y las condiciones internacionales favorables, se fueron agotando. La pretensión era que el Estado podía elevarse por sobre las contradicciones del capitalismo dependiente argentino, arbitrando entre las clases y compensando las falencias de la clase capitalista en materia de inversiones, precios, etc. Esto se tradujo sobre todo en intentos de controles de precios (mayormente fracasados, lo que hizo que cada vez más se privilegiara intervenir el Indec para dibujar la inflación) y el uso de la caja fiscal (inicialmente superavitaria). Los subsidios a la energía, implementados para financiar a las empresas a cambio de frenar o limitar los aumentos de tarifas, fueron presentadas como una medida de defensa del poder adquisitivo. Pero lo cierto es que eran en primer lugar resultado de dejar en pie las privatizaciones (y con ellas, todo el marco regulatorio que convertía servicios esenciales en una mercancía cuyos proveedores pueden privilegiar el lucro) en vez de reestatizar las empresas como planteamos desde la izquierda clasista para que sean gestionadas por sus propios trabajadores. El resultado fue un déficit fiscal creciente, acompañado de desinversión en el sector energético, aumento de las importaciones, y deterioro de la red de suministro. A pesar de las pretensiones, el Estado no compensó ni de lejos la “reticencia inversora” del capital privado. Por eso, la “década ganada” para los grandes empresarios, que la “juntaron con pala” durante buena parte de los años kirchneristas, fue acompaña de una débil formación de capital, tanto en la industria como en la infraestructura. La transformación estructual proclamada faltó a la cita.

¿Cómo expresan hoy Juntos y el FdT este contrapunto?

Como resultado de la crisis en la que terminó el gobierno de Macri, y de las condiciones que impuso el retorno del FMI como acreedor privilegiado, observamos que lo que tiende a primar a ambos lados de la “grieta” es un corrimiento al centro.

Macri y otros miembros de Juntos exponen abiertamente la opinión de que el fracaso del “primer tiempo”, que terminó en la crisis de 2018, se debe al “gradualismo”. Es decir, que la conclusión es que habría que hacer lo mismo pero más rápido, queriendo soslayar así que las raíces de la crisis estuvieron en las contradicciones del programa económico aplicado. Pero hoy la tónica la dan quienes prefieren esconder a Macri y su legado.

En el caso del FdT, pasa por la prudencia fiscal del ministro de Economía Martín Guzmán (es decir, ajuste) para acordar con el FMI después de haber pactado con los acreedores privados en 2020, o la inclinación del ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas por estimular todo lo que prometa generar divisas en el corto plazo sin preocuparse por las cuestiones de alcanzar una transformación de la estructura productiva sobre las que ponía el acento cuando había su balance de los “tres kirchnerismos” de 2003-2015,

En esta especie de “extremo centro” sui generis, parecen ganar ascendencia a ambos lados de la grieta las ideas de un reciclado liberalismo económico como el de Pablo Gerchunoff, que se dice “de izquierdas” (contradicción en los términos si las hay), que toma como punto de partida lo que identifica como un conflicto “entre desarrollo y equidad”. Es un vericueto para plantear que la disyuntiva está en cómo compatibilizar la “racionalidad económica” (que se identifica con la apertura y liberalización) y la necesidad de “inclusión” para apaciguar las demandas de las clases subalternas, donde estas últimas terminan siempre subordinadas a lo primero.

¿Qué rol juegan los llamados “libertarios”?

Los ultraliberales como Milei o Espert, mal llamados “libertarios” aunque la única libertad que defienden es la del capital, se presentan como una cosa completamente distinta a los principales partidos que gobernaron la Argentina. Pero son apenas una versión recalcitrante de los liberales. La ligazón con los partidos tradicionales de los que buscan separarse se pone en evidencia si consideramos que hasta último minuto Espert buscó negociar participar de la interna de Juntos. O si consideramos la similitud entre sus planteos y los de Ricardo López Murphy, que se presenta en la interna de esta fuerza en CABA.

Buena parte de lo que pregonan los “libertarios” se aplicó en distintos momentos desde Martínez de Hoz hasta acá, pero su argumento es que el fracaso en que terminaron estas políticas se explicaría por no haberlas aplicado consecuentemente. Son impulsores de una reducción sin anestesia del gasto público y los impuestos, y reivindican una especie de “anarcocapitalismo” en el que el Estado se reduzca a las leyes elementales para que funcione la economía privada y al rol de policía. Milei y otros llegan a plantear la eliminación del Banco Central, una forma de que la creación de dinero y su manipulación quede en manos privadas, para ventaja centralmente de los bancos. Para estos el keynesianismo es un “socialismo”, y como el macrismo aumentó episódicamente el gasto público y no redujo el déficit (porque ajustó pero también bajó impuestos para los ricos y grandes empresas) es tratado por estos como un “socialismo de buenos modales”, que solo tiene una diferencia de grado con el kirchnerismo. Tienen un discurso antisistema y muchos medios los tratan así, pero son una voz rabiosa de defensa de los derechos de la clase dominante, los mismos “empresaurios” que se enriquecieron durante décadas con las políticas de todos los que estos ultraliberales repudian. Su “rebeldía” es pura impostura. La alianza de Milei para las elecciones con figuras que reivindican la dictadura muestra que su pose libertaria solo se reduce a la economía.

¿Cómo se puede salir del círculo vicioso que imponen las clases dominantes?

En el escenario político argentino actual, la verdadera “grieta” es entre quienes expresan distintas variantes para continuar aplicando las exigencias del FMI, el imperialismo y la clase capitalista argentina atada por una mil lazos a este (FdT y Juntos, pero también los “libertarios”) y quienes proponemos rechazar de plano el chantaje y cortar de raíz con las causas de la decadencia. Esta última perspectiva es la que sostenemos desde el FITU, la única fuerza política que pelea por que la clase trabajadora y el pueblo oprimido impongan su propia salida a la crisis. La fuga de capitales, los onerosos pagos de la deuda, las remesas de ganancias de las empresas multinacionales que operan en el país a sus casas matrices, y la renta agraria, muestran que el problema no es la falta de recursos potencialmente disponibles para realizar las inversiones más urgentes que permitan elevar el desarrollo de las fuerzas productivas. El problema está en cómo los actores que concentran la apropiación del excedente, hacen uso de él. La “restricción” fundamental que explica el atraso y decadencia tiene un carácter de clase: es el resultado del gobierno de una burguesía integrada por mil lazos al imperialismo. Si cortamos con el vaciamiento nacional que producen los acreedores de la deuda, las grandes empresas y el agropower, podrán surgir los medios para incrementar la capacidad de crear riqueza, para destinarse a mejorar o desarrollar las infraestructuras fundamentales, a la construcción de viviendas, escuelas, hospitales, a la modernización de los transportes, y a garantizar el acceso a la cultura y el esparcimiento. Al mismo tiempo, a través del monopolio del comercio exterior y un sistema financiero nacionalizado podríamos apuntar a estimular los desembolsos requeridos para el desarrollo o adquisición de los medios de producción que resulten prioritarios. Los recursos que hoy se fugan en esta sangría podrían concentrarse en el objetivo de reducir la jornada laboral, para trabajar menos y repartir el trabajo entre todas las manos disponibles, sin reducir el salario y garantizando siempre un piso acorde a la canasta familiar. La fuerza social para llevar adelante este programa existe: la clase trabajadora ocupada y desocupada, junto a la pequeña burguesía pobre que es su aliada natural, representan casi ocho de cada diez habitantes del país. Si estas fuerzas sociales se ponen en movimiento hegemonizadas por la clase trabajadora se puede derrotar al imperialismo y sus aliados. La perspectiva que planteamos puede iniciarse en los marcos nacionales, cortando las ataduras que imponen la burguesía y el imperialismo. Pero con las fuerzas productivas hoy más internacionalizadas que nunca, la transición hacia una transformación socialista solo puede avanzar a escala internacional. El puntapié inicial para ello es unir lazos con los pueblos de la región. La unidad de América Latina será socialista o no será.

La pelea para que el Frente de Izquierda Unidad sea tercera fuerza en estas elecciones es parte de fortalecer esta perspectiva frente a todos responsables de la perpetuación de la decadencia de la argentina capitalista argentina que se preparan para perpetuar el régimen del FMI para que la crisis no la vuelva a pagar el pueblo trabajador.


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Esteban Mercatante

@EMercatante
Economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas. Autor de los libros El imperialismo en tiempos de desorden mundial (2021), Salir del Fondo. La economía argentina en estado de emergencia y las alternativas ante la crisis (2019) y La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo (2015).