En estas líneas abordamos el papel determinante de la insurgencia de la clase trabajadora en la historia política nacional. Lo hacemos con el objetivo de rescatar un punto de vista para pensar el presente y poner en perspectiva la importancia que tiene la situación actual para la izquierda. Aunque para ello nos introducimos en algunos problemas de estrategia en torno al período abierto con el Cordobazo y el ascenso de la lucha de clases de los ’70, estos los abordaremos en particular en un próximo artículo donde profundizaremos sobre el balance del período.
Dos relatos dominan hoy la discusión pública, uno liberal, otro peronista. Ambos con un amplio recorrido en la historia nacional. Para el primero, el sujeto es el mercado. Desde este relato, hoy se discuten las mejores vías para esquilmar a las grandes mayorías y favorecer al capital financiero y a las corporaciones: si alcanza con la motosierra y la licuadora, si el ajuste es “sustentable” o, como dice el FMI, si hay que mejorar su “calidad”. El peligro de un estallido social actúa como sujeto tácito, está ahí pero no se nombra.
Para el relato peronista, en cambio, el sujeto es el Estado. Otorga los derechos, impulsa la economía, regula los “excesos del mercado”. Esta es una de sus almas, la otra es la menemista, entre ambas se cocina una áspera interna de cara a 2027. Ahora bien, si el sujeto es el Estado, solo queda esperar a las elecciones para recuperar las riendas del gobierno aunque sea sobre tierra arrasada. Luchar lo mínimo indispensable, aguantar lo máximo posible. “Desensillar hasta que aclare” decía el General.
Pero si hay algo en lo que coinciden ambos relatos, el liberal y el peronista, es en el intento de borrar del debate el rol clave de la acción independiente de la clase trabajadora y el movimiento de masas en la historia nacional. Es lógico que intenten hacerlo: allí reside la única alternativa para el presente frente al plan de guerra de Milei y la resignación que propone el peronismo.
Más allá de los “relatos” liberal y peronista
Una larga historia muestra a la acción de la clase trabajadora y el movimiento de masas como elemento determinante en cada uno de los ciclos de la política argentina. La misma arranca en el siglo XIX, desde las primeras oleadas huelguísticas de la década de 1880 hasta la huelga general de 9 días en 1909 (la “semana roja”) y las luchas del centenario en 1910. Un movimiento obrero mayoritariamente anarquista y socialista que se enfrentó a la represión sistemática, las detenciones y deportaciones de aquel régimen conservador que tanto añora Milei. Ya entrado el siglo XX, este movimiento obrero va a protagonizar grandes combates bajo el gobierno radical de Yrigoyen. La huelga general de 1919 en la Ciudad de Buenos Aires, conocida como la semana trágica, las huelgas de los hacheros de La Forestal (1920-21), los levantamientos de los peones rurales en la Patagonia (1920-22). En la década infame, será la gran huelga de los trabajadores de la construcción de 1936 de 96 días, que desembocó en una huelga general con piquetes, barricadas y movilizaciones, y logró torcerle el brazo a la dictadura de Justo. Esta historia de grandes batallas, algunas triunfantes, otras brutalmente derrotadas, precede con mucho al peronismo [1].
Fue justamente esta emergencia de la clase trabajadora la que obligó a modificar la estructura política de dominación estatal que, con sus diferencias, se puede rastrear hasta la actualidad. Se trató de un fenómeno internacional. Como decía Gramsci: “los elementos sociales de nueva formación, que anteriormente no tenían ‘vela en este entierro’ […] por el solo hecho de unirse modifican la estructura política de la sociedad”. Se refería a la clase trabajadora. La respuesta fue la constitución de un Estado ampliado a través del cual la burguesía iría más allá de la espera pasiva del consenso de las mayorías, como podía hacerlo el Estado liberal clásico, y desarrollaría toda una serie de mecanismos para organizarlo (convenios colectivos, instituciones paritarias obrero-patronales, legislación sobre cómo debe ser la organización obrera, regulación del derecho de huelga, etc.). Lo principal fue la estatización de las organizaciones masas y la consolidación de burocracias en su interior. En la Argentina este proceso se consolidó de la mano del primer peronismo (1946-1955).
Si vamos a la historia, también vemos que el tipo de plan que encarna Milei no es una novedad. Se trata del quinto intento de reestructurar el país alrededor del capital financiero. El primero fue luego del derrocamiento de Perón en 1955 y quedó trunco producto de una amplia resistencia obrera (lo que se conoció como la “resistencia peronista”) que desembocó en la huelga general de 1959. El segundo vino con Onganía a partir de 1966, y terminó abortado al chocar con el ciclo de semiinsurrecciones que se desarrolló desde finales de la década de 1960 y cuyo emblema fue el Cordobazo. El tercero lo encarnó la dictadura genocida de 1976 que, si bien cayó por sus propias contradicciones internas, estas fueron fogueadas tanto por el movimiento democrático como por hechos de la lucha de clases, en especial desde 1979, de los cuales el punto culminante fue el paro general con movilizaciones y enfrentamientos durante varias horas que tuvo lugar en marzo de 1982. Finalmente, la Junta emprendería el camino aventurero de declararle la guerra al sistema de Yalta con Malvinas, cuya derrota marcará el comienzo del fin de la dictadura. La democracia surgida de la derrota, sobre la base de un sometimiento redoblado del país al imperialismo, será el escenario del cuarto intento de reestructurar el país encarnado por el menemismo y continuado luego por la Alianza, el cual terminará en las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001 y el helicóptero.
Estos sucesivos intentos de reestructurar el país, aunque truncos estratégicamente a raíz, en buena medida, de la acción del movimiento de masas, no fueron inocuos, le sacaron jirones a la clase trabajadora y agravaron el sometimiento al imperialismo.
El período del Cordobazo: nuestro “1905”
Como decía Walter Benjamin en sus tesis “Sobre el concepto de historia”, las clases dominantes son las herederas de todos los que han vencido una vez, las que buscan que no se cuente la otra parte de la historia, sobre todo porque les puede traer problemas en el presente. Si cepillamos la historia a contrapelo, encontramos uno de los puntos más altos de la rica historia de la clase trabajadora argentina en el Cordobazo y el ciclo de semiinsurrecciones en el interior del país que se desarrolló entre 1969 y 1972. De algún modo, para la historia de la clase obrera argentina, tiene un significado similar al que tuvo la revolución de 1905 para la clase obrera rusa. Una especie de “ensayo general”, mucho más dilatado en el tiempo y, por lo tanto, con toda una serie de diferencias (contexto internacional, estructura de la clase obrera, de la burguesía, de los sindicatos, etc.). Sin embargo, estas desemejanzas no nos impiden, parafraseando a Benjamin, recuperar aquellos acontecimientos para el presente tal y como brillan en los momentos de peligro para nutrir la imaginación política en términos revolucionarios.
El Cordobazo se dio en el marco del paro convocado por la CGT y la CGT de los Argentinos en mayo de 1969. El paro, que en Córdoba sería de 37 horas, fue mucho más allá y adquirió características de huelga general política. Se transformó en una semiinsurrección que unió a las plantas automotrices, a los metalúrgicos, a los trabajadores de Luz y Fuerza y al conjunto del proletariado cordobés con un combativo movimiento estudiantil bajo las banderas de la unidad obrero-estudiantil. Juntos marcharon al centro de la ciudad y enfrentaron con éxito la represión policial. Al conocerse la noticia del asesinato de Máximo Mena, la rebelión ganó la ciudad y se desató una guerra de guerrillas urbana, con barricadas por doquier y francotiradores que obligaron a retroceder a la policía. La ciudad quedó en manos del movimiento. Recién por la noche, gracias a la intervención del Ejército, el gobierno pudo retomar el control. No era un hecho aislado: antes habían tenido lugar el Correntinazo y el primer Rosariazo, el segundo sería en septiembre. Entre 1969 y 1972 el país estaría atravesado por toda la serie de levantamientos conocidos como los “azos”: además de los mencionados, el Tucumanazo, el Mendozazo, el Viborazo, el Rocazo, diversas puebladas como las de Casilda y Cipolletti y la gran huelga neuquina conocida como el Choconazo [2].
Tanto el Cordobazo como el conjunto de estos procesos marcaron la irrupción violenta de importantes sectores del movimiento obrero, estudiantil y de masas en la escena política nacional para tomar en sus manos sus propios destinos. Expresaban una profunda tendencia a la acción histórica independiente, no controlada por el peronismo y bajo el ascendiente de las diferentes corrientes de la izquierda marxista. Estas tendencias a superar al peronismo estaban motorizadas en buena medida por influencias que venían desde lo internacional, al calor de las cuales se radicalizaron importantes sectores de la juventud que dieron lugar a una nueva vanguardia. En primer lugar fue el influjo de la Revolución cubana, también el Mayo francés, el movimiento internacional por la guerra de Vietnam, la lucha en Argelia, la Revolución cultural china, y el prestigio más global que tenían el pensamiento radical y marxista.
Cuenta Juan Manuel Abal Medina (padre) que Perón:
señaló al Cordobazo como un momento crítico para el peronismo porque por primera vez la protesta popular se daba al margen del movimiento y sin una participación masiva de dirigentes y militantes propios. Según su información […] lo mismo podía decirse de las derivaciones en otras provincias. Es decir, para principios de 1970 el peronismo había quedado en una posición difícil, con el protagonismo opositor en otras manos… (Conocer a Perón. Destierro y regreso).
La radicalización de sectores de masas de la clase trabajadora y el movimiento estudiantil se daba al margen del peronismo. A lo que hay que agregar la incidencia sobre franjas de la intelectualidad, como fue el caso del grupo Pasado y Presente, de Aricó y Portantiero, que impactados por el Cordobazo tendrán su momento “obrerista” antes de plegarse a Montoneros.
Por todos estos elementos fue un período bisagra en la historia argentina y una oportunidad invaluable para la izquierda revolucionaria. Sin embargo, en estos años claves, primó la mayor de las confusiones estratégicas en la izquierda, donde tallaba con peso el guerrillerismo guevarista, el maoísmo, el “frentepopulismo” de colaboración de clases del Partido Comunista, y el trotskismo estaba en franca minoría.
En torno al Cordobazo y el ciclo de los “azos”, ninguna corriente se jugó a condensar estas tendencias a la radicalización en comités de acción, es decir, en instituciones de unificación y coordinación de todos estos sectores que salían a la lucha. Esto podría haber apuntalado la perspectiva de constituir consejos de trabajadores, estudiantes y sectores populares como poder alternativo al Estado burgués, sin los cuales era imposible abrir el camino a una revolución socialista en Argentina. Las estrategias guerrilleras y frentepopulistas conspiraron contra la construcción de un gran partido de trabajadores con un programa anticapitalista y socialista que fuera alternativa al peronismo, cuando no terminaron directamente encolumnadas detrás de algún ala del propio peronismo. El desaprovechamiento de esta gran oportunidad se pagó caro en el desarrollo del conjunto del ascenso de los 70.
Para 1973, Perón volvió a la Argentina y el peronismo fue capaz de retomar el control del movimiento. A diferencia del Perón de 1945, el de 1973 no venía a cumplir un papel integrador de la clase obrera al Estado sino a reestablecer un orden a la medida de los intereses del capital nacional y de la negociación con el imperialismo. Fue el Perón del anti-Cordobazo, el golpe policial en Córdoba en 1974, el de la creación de la Alianza Anticomunista Argentina que asesinó entre 1.500 y 2.000 dirigentes y militantes de la vanguardia peronista y no peronista. Ante estos ataques sistemáticos hubo una ausencia total de políticas de autodefensa en el movimiento obrero y de parte de la izquierda. Las corrientes guerrilleras, bajo la influencia del guevarismo y del Partido Comunista vietnamita, basaban sus hipótesis estratégicas en la peregrina idea de que EE. UU. iba a invadir el país y, por ende, había que prepararse para una guerra popular prolongada al estilo chino. Mientras tanto, las bandas parapoliciales de la Triple A desarrollaban sus matanzas sistemáticas sin encontrar ningún tipo de autodefensa de parte de las organizaciones de masas, mientras los grupos guerrilleros realizaban acciones militares por fuera de las mismas.
Para marzo de 1974, los metalúrgicos de Villa Constitución, con un amplísimo apoyo popular, retomaron el espíritu de los “azos” y se levantaron contra las patronales, la burocracia y el gobierno de Perón. Lograron triunfar apelando a la huelga, la toma de rehenes, los piquetes, la movilización popular. Al mes siguiente, convocarían a un plenario antiburocrático del que participarían los sectores más representativos del sindicalismo combativo del país. El planteo correcto de la corriente conducida por Nahuel Moreno de poner en pie una coordinadora nacional se chocó con la oposición conjunta de la conducción piccininista de Villa Constitución, de Tosco, de Salamanca, del ERP, de la izquierda peronista (JP) y el PC. Esta negativa tendrá graves consecuencias. Cuando, ya fallecido Perón, se produzca el segundo Villazo en marzo de 1975, los metalúrgicos tendrán que luchar aislados y serán derrotados [3].
Cuando pocos meses después, en junio-julio de 1975, se produzcan las jornadas contra el Plan Rodrigo y la primera huelga general política contra un gobierno peronista, se desarrollarán y cobrarán peso las Coordinadoras Interfabriles del Gran Buenos Aires. Sin embargo, para ese entonces los procesos del interior, incluido el más reciente de Villa Constitución, se habían agotado sin que hubiesen sido aprovechados para poner en pie instituciones de autoorganización que les diesen continuidad. Tampoco había un partido revolucionario que hubiese aprovechado aquellos años para construir una fuerza política que pudiese disputarle al peronismo y a la burocracia la dirección del movimiento obrero en el Gran Buenos Aires. En cuanto al trotskismo, el gran problema, más allá de cuestiones que puedan hacer a la intervención concreta, fue que sus principales dirigentes en ese entonces, Nahuel Moreno y Jorge Altamira, pasaron de página sin haber hecho ningún balance a fondo del proceso y de la intervención de la izquierda.
¿Puede Milei enfrentar una insurgencia de masas?
Borrar esta historia en general y, en particular, la de aquel ciclo de semiinsurrecciones que se desarrollaron más allá del peronismo y abrieron una etapa revolucionaria en Argentina, tiene un sentido político preciso en la actualidad. Reconocerla implicaría preguntarnos por qué Milei podría enfrentar el cruce del movimiento de masas de mejor manera que aquellos que intentaron reestructuraciones del país antes que él. Mientras que el gobierno actual carece de partido, de fuerza parlamentaria, de gobernadores y de calle, tres de los intentos anteriores se realizaron bajo dictaduras de diferente tipo. El cuarto no, pero lo encarnaba el peronismo. La novedad del menemismo fue que encaró este camino basado en las herramientas del Estado ampliado, es decir, en el control del movimiento obrero a través de sindicatos estatizados y de burócratas devenidos empresarios. De allí que la prolongación del plan menemista con De la Rúa produjese, por primera vez en la historia argentina, la caída de un presidente surgido de las urnas mediante la acción independiente del movimiento de masas con rebelión de diciembre de 2001.
Solo en este contexto podía entenderse que el peronismo, que hasta apenas antes había sido fanáticamente neoliberal, mutase rápidamente en peronismo “progresista” de la mano de Néstor Kirchner. Era necesaria una recomposición de aquel “Estado ampliado” y esta se realizó con creces, expandiendo la estatización de las organizaciones de masas de los sindicatos a los movimientos sociales y democráticos. Finalmente, el agotamiento de los vientos de cola internacionales que impulsaron durante una década a la economía argentina marcó el límite infranqueable de aquella recomposición estatal y, por ende, la decadencia del kirchnerismo a partir de 2014.
El gobierno de Macri podría ser considerado otro intento de reestructurar el país en torno al capital financiero, pero no llegó a cobrar suficiente vuelo. Le pusieron un freno las jornadas de diciembre de 2017 contra la reforma jubilatoria, donde miles se movilizaron en las columnas de diferentes sindicatos, con una importante presencia de la izquierda y de los movimientos de trabajadores informales y desocupados. El peronismo cumplió un papel central en garantizar la gobernabilidad posterior, lo que redundó en un salto en el sometimiento del país al capital financiero a través del FMI. El empeño peronista por sacar la política de las calles detrás del “hay 2019” llevó al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, que no hizo más que prolongar la agonía sin sacar los pies del plato del régimen del Fondo Monetario.
En el breve recorrido que fuimos haciendo se puede ver el papel determinante de la acción independiente del movimiento de masas, tanto en su potencia como en sus límites, en cada ciclo de la historia nacional. Desde este ángulo, la pregunta sobre las posibilidades de que Milei pueda avanzar en su plan de guerra contra las mayorías debe incluir al peronismo (sindical, social y político) como el factor clave en el equilibrio de fuerzas políticas que sostiene a Milei. Un entramado que va desde Scioli como secretario de Turismo del gobierno, pasando por el colaboracionismo de gobernadores peronistas, como Jaldo de Tucumán, y otros que se mueren porque el gobierno “se deje ayudar”, que incluye a Massa trabajando en Greylock Capital, y que llega hasta Cristina Kirchner proponiendo una agenda parlamentaria sobre privatizaciones parciales o una reforma laboral. Todo esto mientras Kicillof hace los deberes como futuro candidato confrontando a Milei de cara al 2025 o 2027, y Grabois hace lo propio desde los movimientos sociales. Sin embargo, la principal contribución al equilibrio mileísta viene de la CGT, las CTA y los movimientos sociales peronistas que garantizan luchas separadas por gremio, combinadas con paros generales aislados que no son parte de ningún plan de lucha para derrotar verdaderamente el plan de Milei. Claro que no actúan en el vacío. El raudo pasaje del diálogo amable con el gobierno al llamado a un nuevo paro general para el 9M no puede entenderse sin la huelga de colectivos que inmovilizó el AMBA y contó con la amplia simpatía –atípica para estos casos– de buena parte de ese 44% que votó contra Milei.
La izquierda frente a un momento político bisagra
No es extraño que no solo el liberalismo, sino también el peronismo, quieran borrar el papel de la acción independiente del movimiento de masas que marcó toda la historia argentina. Los grandes capitalistas como los Rocca, los Eskenazi, los Elsztain, los Galperín, el capital financiero y el propio FMI, todos muy agradecidos. Mejor no dar ideas. Lo contrario implicaría poner sobre la mesa la existencia de una alternativa tanto al masoquismo libertario de sacrificar las condiciones de vida en el altar de las ganancias patronales, como al planteo de soportar los ataques a la espera de las próximas elecciones dentro de 4 años para que venga algún nuevo Alberto, Massa o Scioli. El peronismo/kirchnerismo puede apelar a discursos encendidamente opositores, pero se mantiene como puntal del equilibrio que sostiene al gobierno, no necesariamente por convicción sino, en primer lugar, porque carece de alternativa frente a la crisis actual. Sin el desconocimiento soberano de la deuda fraudulenta e ilegal y la expulsión del FMI y sus planes de ajuste del país no hay alternativa real a Milei.
Como decía Marx en El XVIII Brumario de Luis Bonaparte, las revoluciones proletarias, a diferencia de las burguesas, se critican constantemente a sí mismas, se burlan concienzuda y cruelmente de sus indecisiones, de sus lados flojos, de la mezquindad de sus primeros intentos. Con ese mismo espíritu cabe recuperar experiencias como el Cordobazo. No para establecer un paralelo con la situación actual sino para rescatar un punto de vista para pensar el presente. Aunque aún no estamos en una situación como la de fines de los 60, en perspectiva es una de las posibilidades que se abre ante un escenario de vacío político y debilidad del gobierno de Milei. Se está configurando una situación que es vital pensar estratégicamente desde ahora.
Así como la emergencia de una figura como Milei responde, en buena medida, a un fenómeno internacional de desarrollo de la extrema derecha, su contracara fue el estallido de revueltas en decenas de países en el último tiempo (Chile, Francia, Ecuador, Colombia, Myanmar y un largo etcétera) y, en la actualidad, la emergencia de una amplia vanguardia juvenil que apoya al pueblo palestino y tiene importantes rasgos antiimperialistas en países centrales como EE. UU. o el Reino Unido, que hace recordar al movimiento contra la guerra de Vietnam de las décadas de 1960 y 1970. Bajo un capitalismo atravesado por múltiples crisis con su secuela de creciente militarismo y guerras, todo indica que fenómenos de este tipo van a multiplicarse. Aunque no se expresen inmediatamente en Argentina, son importantes puntos de apoyo para el desarrollo de una izquierda revolucionaria a nivel internacional y también nacional.
Hoy estamos también ante un momento histórico bisagra, frente a un nuevo intento de reestructurar el país en función de los intereses de las grandes corporaciones y el capital financiero. El peronismo se encuentra en una profunda crisis y se empiezan a esbozar las primeras batallas de la lucha de clases del período. El Frente de Izquierda, que integramos desde el PTS desde su fundación, ya lleva más de una década siendo una referencia política en el país. Más que nunca está planteado construir una gran partido revolucionario de trabajadores con un programa anticapitalista y socialista, que impulse la autoorganización y empalme con los sectores de vanguardia del movimiento obrero, estudiantil, de mujeres, de las Asambleas barriales que ya se están desarrollando. Con la profundización de la lucha de clases, un partido así puede confluir con las franjas de masas que rompan con el peronismo. En los 70 se perdió esta oportunidad de construir un partido de clase anticapitalista y socialista y terminó con la derrota del movimiento de masas más importante de la historia argentina, con la imposición de una dictadura genocida y miles de desaparecidos. Hoy la izquierda no puede perder de nuevo esta oportunidad.
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