Esta novela en su época fue cuestionada y censurada por cuestionar a la iglesia y al orden moral dominantes. Una relectura en clave de género puede servir para repensar las vías y estrategias de la lucha feminista hoy.
Sábado 4 de marzo de 2017
Cuando analiza el cronotopo literario (la relación entre el espacio y el tiempo en una obra), Bajtín señala que en los clásicos de la literatura se condensan todos los tiempos, toda la historia y el espacio en un “concreto”. Dicho de otra forma, podemos encontrar en las grandes obras artísticas un poco de pasado, un poco de presente, y un poco de futuro, lo que nos permite rastrear problemáticas que hoy nos atraviesan en el siglo XXI, en una novela escrita en plena modernidad.
Tomemos entonces la gran novela de Gustave Flaubert, “Madame Bovary”. Exponente indiscutido del realismo literario, escrito hacia finales del siglo XIX. Controversial desde su origen, fue sometida a juicio por su profunda crítica a la burguesía del momento (crítica que, sin embargo, no tenía una contenido proletario, sino más bien aristocratizante), tuvo que pelear en tribunales por su publicación y para no ser destruida bajo el ojo castigador de la Iglesia y la moral.
La novela logra vivir para contarlo gracias a la prodigiosa defensa de un allegado de Flaubert: Emma Bovary es una mala lectora, se alimenta de ideas absurdas por la literatura romántica y genera su propia destrucción. Es una novela para adoctrinar a las señoritas en el buen juicio: con el comportamiento adecuado, y siendo juiciosa con el dinero, las mujeres no deberían ver el mismo destino de muerte, aplastada por las numerosas deudas que Emma acumula.
Esta interpretación, sin embargo, no satisface a aquellos que devoramos la obra y simpatizamos enormemente con el personaje. El escritor Mario Vargas Llosa le dedica una extenso ensayo llamado “La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary”, en el que le coloca a Emma el epíteto de “heroína egoísta”. Ella se embarca en una lucha por la conquista de los placeres terrenales. No es una figura arquetípica de un héroe que arrastra consigo un destino colectivo, que acumula todos los valores que una sociedad considera correctos y admirables. Emma está muy distante de ser lo que la sociedad valora, y todavía más lejos de que esa sociedad le interese. Ella lucha sola por experimentar la mayor cantidad de placer, dándole vuelta la cara a todo aquello que pueda llegar a existir tras su muerte, rechazando la promesa de vida eterna y la Iglesia, ya que nada le interesa más allá de lo que experimente mientras viva.
La heroína individualista
Desde esta perspectiva, Madame Bovary pareciera una especie de ingenuo Sid Vicious, cuyo único propósito es el de “vivir rápido y morir joven”. El análisis de Vargas Llosa es sumamente interesante y está muy bien pensando, pero la ternura con la que observa al personaje llega al punto de ser ligeramente condescendiente de las capacidades de una mujer de subvertir el orden y de levantarse frente a un sistema opresor.
Desde otra perspectiva, puede verse que la lucha de Madame Bovary es otra: el desesperado intento de penetrar el mundo de las aventuras y las oportunidades, que está reservado únicamente para los hombres. Y en sus grandes intentos por conquistar la libertad para vivir experiencias, es aplastada por dos enemigos mucho más gigantes y monstruosos que las deudas acumuladas: el capitalismo y el patriarcado, frente a una mujer que lucha sola.
En este sentido, cambiaría el epíteto de “heroína egoísta” por el de “heroína individualista”. Si bien el tinte feminista de la obra escapa por completo la intencionalidad del autor, en ciertos pasajes de la obra la lucha contra el patriarcado se hace evidente. Pensemos, por un lado, en la inutilidad de Charles como el clásico patriarca, construido durante toda la novela como un monigote estúpido que no comprende en absoluto nada de lo que pasa a su alrededor. Esto facilita a Emma la posibilidad de escaparse con otros hombres, para vivir aquello que las mujeres tienen prohibido: experimentar diversas relaciones amorosas y placer sexual.
Emma desprecia la institución del matrimonio y de la familia, y huye intentando entrar en el mundo de las aventuras, no porque se le haya llenado la cabeza de ideas locas, sino porque es consciente de que ese mundo es real y tangible para todos aquellos que hayan nacido con el sexo masculino. Rompe las barreras de su femineidad: no es una doncella que busca ser rescatada por un amante, sino que ella misma sale y los busca a ellos, para que le entreguen todo lo que le falta en su aburrida vida de ama de casa.Basta con leer el pasaje en el que Emma manifiesta sus deseos de tener un hijo varón: “Al menos un hombre es libre, puede tener pasiones, correr países, salvas obstáculos, saborear dichas más lejanas. Pero una mujer está privada constantemente de todo.”
Será quizás lo más sorprendente y disruptivo del orden el rechazo de Emma por la maternidad. Deja su hija Berta al cuidado de una nodriza y nunca la visita; una vez en su casa, rechaza constantemente el cariño de la niña, al punto de empujarla y lastimarla. Cuando empatiza con su llanto, lo hace puramente desde la culpa que le da el no ejercer el rol que se le fue enseñado como natural, el de la madre amorosa.
Sin embargo rápidamente se aburre de ese papel y exclama “Pero no entiendo ¡cómo es que es tan fea esta niña!”. Así Emma rompe una vez más con el patriarcado, y nos muestra como ser madre no es natural en las mujeres, y como es posible no sentirse encariñado e incluso despreciar al propio hijo, que limita aún más las posibilidades de una mujer de ser libre.
Y sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, la lucha de Emma Bovary falla inevitablemente. Nos preguntamos por qué, y podemos respondernos: Madame Bovary atraviesa un etapa social de consumo masivo, en el que la capacidad económica y el consumo parecía abrir una puerta para ascender a una clase social más alta. Su autopercepción no coincide con sus bienes materiales de existencia. Busca constantemente un placer propio e individual que decore su ruptura con el sistema, y se hunde en un consumismo exacerbado que la lleva a comprar y comprar artículos de lujo que en verdad no puede pagar, buscando pertenecer a un círculo social al que no puede entrar, debido a su pertenencia a una clase media pequeño burguesa.
No es su perspectiva llevar adelante una lucha para un colectivo de mujeres ni de explotados, porque simplemente se interesa en su persona individual, en su propio conflicto con el mundo, e ignora completamente el papel del capitalismo en su opresión. Intenta liberarse, y no tiene ninguna base política ni consciencia que la acompañe en su lucha. Ignora al capitalismo, y este se la come: Emma no tiene consciencia de clase. Además, ella intenta liberarse de su lugar impuesto como mujer en la sociedad, no en enfrentar el sistema patriarcal, lo que deviene en una combinación de errores fatales. Tapada hasta la coronilla de deudas, Madame Bovary se suicida, frente a la desesperación generada por no poseer bienes económicos.
El texto en el presente: ¿Liberación individual o colectiva?
Las problemáticas que aparecen y se tensionan en el personaje de Mme Bovary, su salida individual para intentar sobreponerse al lugar reservado a la mujer en la sociedad capitalista y patriarcal de su época, continúan vigentes hoy y signan las vidas de miles de millones de mujeres. Las discusiones estratégicas en torno a las formas de enfrentar el sistema patriarcal que nos oprime implican posicionamientos ante estas mismas problemáticas. Si, como decíamos antes, las obras literarias concentran elementos del pasado, del presente y del futuro, la lectura y el análisis de este provocativo texto pueden resonar en los debates actuales del feminismo.
¿Cómo podemos pensar lo que señalábamos sobre el intento individual de Emma Bovary de salirse de los límites impuestos al género femenino en el feminismo de hoy? Hagamos un análisis de la metamorfosis delfeminismo en los ’90: la oenegización de la política (es decir, el proceso por el cual el Estado se desliga de la responsabilidad que tiene de mediar en las problemáticas sociales, dejando estas tareas a las ONGs) llega al feminismo, y la lucha feminista es impregnada del pensamiento neoliberal. La individualidad (a lo Bovary) es la nueva marca: cada uno de nosotrxs, solx, performando su género para romper con la heteronorma instalada universalmente. Pero el feminismo posmoderno se enfrenta ante la imposibilidad de nombrar aquello que nos explota: el sistema capitalista.
Andrea D’Atri, en el libro de Pan y Rosas, escribe sobre esta perspectiva con la que “compartimos la batalla contra la concepción universalista hegemónica del hombre abstracto, contra los valores absolutos y la metafísica del ciudadano. Pero es apenas un aspecto. En el sistema capitalista, toda singularidad de valores de uso es subsumida a la abstracción universal del valor de cambio; toda particularidad de los sujetos –sean estos explotados, o por el contrario, explotadores- es subsumida en la formalidad de igualdad del derecho y la justicia bajo la figura del ciudadano libre. Cuestionar solo esta arbitrariedad de la universalización en el plano jurídico y político, sin denunciar que es la contracara de una sociedad fragmentada en clases, conduce al sostenimiento –por omisión- de sus bases materiales ancladas en las estructuras económicas de las relaciones sociales de producción”.
Matar al monstruo de dos cabezas
Atestar un golpe contra el capitalismo y derribarlo es esencial para la lucha feminista. El patriarcado es una institución que nace mucho antes que el sistema capitalista, pero que es absorbido por este último, ya que beneficia y contribuye a su perpetuación, al que la explotación de la mujer le es provechosa. Capitalismo y patriarcado son, en efecto, “un matrimonio bien avenido”, mantienen una relación simbiótica basada en el mutuo acuerdo para la opresión y explotación de ciertos sectores de la sociedad, que permite el enriquecimiento y el alza de los sectores dominantes. Plantarse en una lucha contra una sola de las partes, es cuanto menos un error táctico: no se puede vencer un monstruo de dos cabezas cortando solo una. Sin contemplar el panorama completo, poniendo el patriarcado como único enemigo en la mira y sin tomar las medidas necesarias para frenar la producción capitalista, la lucha se ve neutralizada. Y para dar un golpe realmente duro, todxs lxs oprimidxs tenemos que aliarnos entre nosotrxs.
Por eso, de cara al Gran Paro Internacional de Mujeres el día 8 de marzo, problematicemos a quién verdaderamente tenemos que herir para conquistar nuestros derechos. Problematicemos quienes somos y quienes están al lado nuestro entre los oprimidos y los explotados. Y considerando esto, pensemos en la mejor forma de lucha: exijamos un paro general para frenar por completo la producción capitalista, y frenemos la alienación y fragmentación que este sistema hace pesar sobre nosotros. La lucha de lxs oprimidxs es una lucha de clase: que todxs, las mujeres con nuestros compañeros, salgamos a luchar levantando nuestras consignas, las de las mujeres, para terminar con este sistema capitalista que perpetua, porque le es beneficioso, la violencia machista.