Escribo este pequeño texto buscando reflexionar sobre algunos puntos de tensión que existen hoy en día entre la cultura ballroom y lo trans, en específico con las mujeres trans.
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Leah Muñoz @leahdanmunoz
Jueves 30 de mayo de 2019
Quisiera comenzar diciendo que quien escribe es una mujer trans que pertenece a la cultura ballroom en México desde hace tres años y que de alguna manera este debate me atraviesa e importa ya que en México se presentó hace un año. Sin embargo escribo esto en un ánimo de volver a poner el dedo sobre un tema que no considero se haya cerrado.
Vogue en la Ciudad de México: la diversidad sexual en escena
Vogue en la Ciudad de México: la diversidad sexual en escena
La cultura ballroom nace en Estados Unidos en los años sesenta del siglo XX, pero tiene su mayor auge en la década de los ochenta y noventa entre las comunidades de personas negras y latinas homosexuales, transexuales y queer.
Las personas que se reunían alrededor del ballroom hicieron del baile un espacio de resistencia mediante el cual celebraban su sexualidad y su diversidad de género que era estigmatizada y discriminada en una sociedad heteronormativa y racista.
La cultura ballroom [...] fue una respuesta creativa y subversiva frente a la exclusión y violencia de un mundo cisheteronormativo.
Así el ballroom se construyó como un espacio que buscaba brindar a las personas que lo conformaban aquello que la sociedad heteronormativa y racista les había negado: el pertenecer a una familia, apoyo, cuidados y la celebración y validación de su sexualidad y sus identidades racializadas.
Es por ello que era casi bastante común que aquellos que pertenecían al ballroom pertenecían a una “House” o casa, la cual tenía a una madre y/o padre que se encargaba de cuidar y enseñar a sus integrantes todo lo relativo a la cultura ballroom, pero además fungía como un sustento en la vida cotidiana ya que ofrecían literalmente un techo para quienes habían sido expulsados de sus casas a causa de la LGBTfobia.
La cultura ballroom, como toda construcción cultural, está anclada a su momento histórico a través del cual adquiere sentido y significado.
La celebración de su diversidad sexual y de género no sólo se daba en la cotidianidad de sus vidas sino también en los ballrooms en donde se reunían todas las Houses en un ánimo de fiesta para concursar en distintas categorías.
Muchas de estas categorías buscaban reconocer y validar las distintas corporalidades y los distintos acoples y cruces que pudieran darse entre sexo y género a través del baile. La masculinidad y feminidad en cuerpos de hombre, la identidad de las mujeres trans, la feminidad de las drag queens, la capacidad de mostrarse sexualmente atractivx, entre otras.
Es innegable que la cultura ballroom desde sus inicios estuvo trastocada por el contexto social de homofobia, transfobia, racismo y pobreza que enfrentaban en ese momento las sexualidades no hegemónicas y, como tal, fue una respuesta creativa y subversiva frente a la exclusión y violencia de un mundo cisheteronormativo.
Sin embargo la cultura ballroom, como toda construcción cultural, está anclada a su momento histórico a través del cual adquiere sentido y significado. Es esta historicidad radical de los constructos culturales la que nos permite valorar sus elementos subversivos y liberadores, o conservadores y reaccionarios en determinado momento.
Y aquí es donde quisiera ahondar en lo trans ya que hoy en día mucho de lo que ha despertado debate entre los integrantes de la cultura ballroom en distintos países es en relación a si los valores y estándares asociados a lo trans de los años ochenta y noventa son los que deben mantenerse hoy en día en la cultura ballroom.
Una de las categorías que surgieron en los ballrooms fue la de Femme Queen Realness. Esta categoría desde su surgimiento ha buscado celebrar y calificar la capacidad de una mujer trans de generar la ilusión de verse lo “más real posible” como una mujer cisgénero, lo que en inglés se conoce como “passing” (“pasar por” en español).
La cultura ballroom, con la participación de las mujeres trans de su época -retomando la cultura del passing-, instauró la categoría de competencia Femme Queen Realness
Claro que la idea del passing no surgió en la cultura ballroom sino que ésta se remonta a la historia del travestismo y a las experiencias que tenían las personas travestis de pasar desapercibidas por personas del género del cual se vestían en la cotidianidad sin que el resto de las personas se dieran cuenta que era una persona travesti.
Con la emergencia de las comunidades trans en el siglo XX, la experiencia del passing se volvió un ideal al cual debía aspirar toda persona trans ya que no solamente se consideraba un rasgo de éxito en la transición corporal y social el “parecerse a una mujer de verdad” sino que además traía consigo que si la persona no era identificada socialmente como trans entonces no se vería expuesta a la transfobia en la vida cotidiana.
De esta forma, el passing se volvió un aspecto cultural de las poblaciones trans ya que independientemente de que una persona buscara el passing, la propia experiencia trans era medida dentro y fuera de las comunidades trans en función de su capacidad de pasar desapercibida.
Así, la cultura ballroom, con la participación de las mujeres trans de su época -retomando la cultura del passing-, instauró la categoría de competencia Femme Queen Realness. Esta era vista como una categoría que ayudaba a las mujeres trans, ya que las “entrenaba” para el mundo real y para lograr pasar socialmente como cisgénero sin ser reconocidas como trans y de esta forma a sobrevivir a las presiones del mundo cisheteronormativo.
Se puede entender que en un contexto tan hostil como el de hace treinta años en Estados Unidos esto se viera como una “estrategia” para sobrevivir a la transfobia social y policial de la vida cotidiana, ya que la violencia y exclusión eran tan fuertes que, literalmente, se jugaban la vida las mujeres trans.
Para muchas mujeres trans de los ochenta y noventa esta categoría del ballroom, sin duda alguna, representó un espacio de formación para encarar el mundo. Sin embargo hoy en día, treinta años después, las cosas no son exactamente las mismas ni en Estados Unidos ni en general en el resto del mundo. Claro que sigue existiendo transfobia social y crímenes de odio, pero si algo ha cambiado es que las personas trans han ganado un terreno político y social que antes no existía.
Los distintos espacios culturales que dan cabida a las mujeres trans, como lo es la cultural ballroom, tienen que redefinirse
Hoy existe más información sobre la diversidad sexogenérica y existe un movimiento trans más extendido a nivel global, tanto teórica como políticamente, el cual no solamente ha ganado derechos y espacios, sino que también ha cuestionado los estándares rígidos y cissexistas con los que se ha buscado medir, regular y descalificar el cuerpo de las mujeres trans.
La cultura del passing ha sido duramente criticada por las nuevas generaciones de mujeres trans por ser una cultura que exalta los estándares corporales y de belleza cissexistas como ideales que deben alcanzar todas las mujeres trans considerando a las que no los cumplen como “menos verdaderas” o menos exitosas en su transición.
De hecho esta crítica a la cultura del passing que hacen las nuevas generaciones forma parte de todo un quiebre generacional que hay entre el movimiento trans de ahora y de antes, en donde las nuevas generaciones están cuestionando los ideales que habían regulado la experiencia trans décadas atrás.
Hoy se conciben como posibles y válidas las experiencias trans sin intervención hormonal o quirúrgica. Muchas experiencias trans no están definidas por el deseo de modificar la genitalidad (existimos las mujeres con pene y somos mujeres completas); cada vez los modelos de feminidad clásicos son cuestionados para dar paso a modelos de feminidad más diversos sobre lo que una mujer trans puede ser, desplazando los imperativos en que se habían vuelto la cirugía estética y el uso de biopolímeros.
Es por esto que los distintos espacios culturales que dan cabida a las mujeres trans, como lo es la cultural ballroom, tienen que redefinirse frente a estas nuevas formulaciones que ha generado el movimiento trans de hoy en día respecto a los ideales que históricamente han vulnerado al cuerpo de las mujeres trans, si es que un espacio que en su momento fue subversivo y liberador no quiere volverse un espacio conservador y reaccionario en el devenir de estas nuevas generaciones.
Y con todo lo dicho hasta ahora no quiero que se me malentienda. No se trata de descalificar a toda mujer trans que haga del passing el ideal que busca alcanzar en su transición. Muchas mujeres trans desean el passing como una forma de lidiar con la disforia de género, como una forma de validación de su experiencia como mujeres o como una forma de lidiar con un mundo transfóbico.
Sin embargo, la realidad es que a pesar del deseo individual que tenga cada persona, el passing no siempre es una cuestión de mera voluntad y por ende no todas las mujeres trans lo tienen. En esto intervienen factores tanto económicos, corporales y de salud, de edad, y culturales (la manera en cómo una es leída como mujer varía dependiendo los países y los ideales de feminidad).
Es por esto que tampoco podemos apostar a que el passing sea tomado como la estrategia del movimiento trans para enfrentar la transfobia. En algún momento eso fue una estrategia y hoy quizá en el día a día a algunas personas les aminore la violencia, pero eso no desmonta la transfobia e incluso aumenta los niveles de estrés y ansiedad al estar temiendo ser “descubiertas”. Nuestra estrategia tiene que ser poner nuestros cuerpos trans al frente tal y como son en su diversidad para desmontar los imaginarios cissexistas al mismo tiempo que luchamos por un mundo libre de transfobia.
La crítica que hago no es para aterrizarla a las individualidades que busquen de una u otra forma el passing. Lo que critico es que no es deseable que un espacio que se plantea seguro para las mujeres trans genere categorías que promueven la idea de que las mujeres trans tienen que alcanzar el ser pasables “generando la ilusión de ser una mujer natural y de verdad”.
Femme Queen Realness es una categoría que tendría que desaparecer de los espacios ballrooms ya que en el seno de cómo es concebida se encuentra la idea de que son las mujeres trans a las que se les evaluará, desde la mirada cisheteronormativa, su capacidad para generar la ilusión de que somos mujeres cisgénero.
El problema con esto es que ve a las mujeres trans como mera ilusión ya que, de hecho, la categoría está hecha para que las que sean evaluadas como mujeres sean solamente las mujeres trans porque se asume que las mujeres cis, en tanto que detentan el lugar de lo “natural”, no producen su género en el día a día, o que incluso se asume que las mujeres cisgénero no tienen problemas con los estándares mismos sobre cómo debe lucir una mujer. Este tipo de lógica es base del pensamiento cissexista.
Ser una categoría que pone la lupa sólo sobre las mujeres trans la hace una categoría completamente reaccionaria, ya que trae implícita una jerarquía que las mujeres trans han intentado desmontar desde el siglo pasado y es el que se nos considere menos mujeres que las mujeres cis. Y si es el caso que vamos a hablar de la producción tecnológica del sexo y el género, no tenemos solamente que ver hacia las mujeres trans, ya que los Transgender Studies han remarcado que todo género es producción y ninguno (cis y trans) puede colocarse desde el lugar de lo “natural”.
Hoy en día muchas mujeres trans que transitaron en las décadas de los setenta, ochenta y noventa ven a las nuevas generaciones y reconocen que "no son como las de antes”. Mucho ha cambiado, pero que el reconocimiento de lo que ha cambiado no sea un llamado a restituir las normatividades que regularon las experiencias trans en décadas pasadas, sino más bien un reconocimiento de aquellos nuevos espacios corporales y subjetivos que las juventudes trans están explorando.