La película de Aaron Sorkin, recientemente estrenada en Netflix, retoma un hecho que el cine se dedicó a convertir en ícono por las mismas razones que Abbie Hoffman, uno de los acusados, dijo en el juicio: “esto es un gran espectáculo”. Se refería a un proceso totalmente armado, bajo acusaciones falsas de “conspiración”, que el Estado norteamericano llevó adelante contra dirigentes de organizaciones juveniles que protestaban en oposición a la guerra de Vietnam. Y que estuvo rodeado de agitación política, con ribetes performáticos y personajes de película, como solo una época revolucionaria podía dar.
El juicio a los 7, los 8 o los 10, dependiendo si se cuenta a Bobby Seale, líder del Partido Pantera Negra o si se suma incluso a los abogados defensores como parte de los acusados, se narra y reinterpreta al menos en 5 películas desde que aconteció entre marzo de 1969 y febrero de 1970.
Si hablamos de cine e historia, es sugerente que la primera película fuera de Jean Luc Godard, hoy pronto a cumplir sus 90 años, quien identificó inmediatamente que el juicio condensaba aspectos indelebles de “los 60s” y estrenó Vladimir and Rosa en abril de 1971, apostando de manera militante a la continuidad de “la revolución del 68”.
Entre la película de Godard y la de Sorkin hay un océano de cine, pero navegar entre ambas permite disfrutar de las miradas diversas e indagar algunas de sus estrategias formales y políticas para acercarnos al presente.
El cine siempre es un desafío a nuestra idea del pasado. Nuestras representaciones sobre el pasado están atravesadas por imágenes cinematográficas, que moldean nuestra percepción sobre las épocas con fuerza más profunda que la de los libros de historia escritos por profesionales en la materia. El cine aborda la historia de la única manera que puede hacerlo: por medios narrativos ficcionales, sin importar si se trata del llamado “documental” o si son “películas de ficción”. El cineasta que se mete en la historia siempre es un traductor de épocas, obligado a conectar mundos distintos para hacerlos familiares, necesita hablar de su presente y en esa misma acción de guionar define su actitud ante los hechos.
“Es posible que algunos de nosotros luchemos y muramos aquí”
La frase pertenece a Abbie Hoffman a la prensa, mientras preparaban entre varias organizaciones la movilización de repudio a la Convención Nacional del Partido Demócrata, que se celebraría en agosto de 1968 en la ciudad de Chicago, Illinois. Ese partido gobernaba con el presidente Lyndon Johnson, quien había asumido en 1963 tras el asesinato de Kennedy, e intensificaba la guerra de Vietnam al mismo ritmo frenético en que caía en popularidad. "LBJ, LBJ, ¿a cuántos niños has matado hoy?" era una de los slogans populares de las manifestaciones.
La militancia juvenil del Mayo Francés y la Primavera de Praga tenía su particularidad en EE. UU., se combinaba con la radicalización del movimiento negro por los derechos civiles y las reivindicaciones del movimiento de mujeres.
Aunque el alcalde demócrata Richard Daley prohibió las manifestaciones y también los festivales musicales, la concurrencia fue masiva con jóvenes llegados desde muchos Estados. La ciudad los recibió militarizada: con más de 15.000 efectivos armados, entre policías y tropas federales, que provocaron y reprimieron en los alrededores de la Convención, en las calles y los parques.
Tras los hechos, la administración demócrata no avanzó judicialmente por los disturbios. Pero luego que los republicanos ganaran las elecciones con Nixon, estos se propusieron dar un escarmiento. El Departamento de Justicia decidió juzgar a un grupo altamente representativo para dar ejemplo de que llegaba un nuevo orden.
Imputados por delitos como conspiración, incitación a la huelga y violación de derechos civiles, los acusados fueron Abbie Hoffman y Jerry Rubin integrantes del Youth International Party, Tom Hayden y Rennie Davis de los Students for a Democratic Society, David Dellinger, John Froines, Lee Weiner, militantes y activistas pacifistas.
“Cuando todos fuimos acusados también lo fue Bobby Seale. Lo cual fue muy raro porque Bobby solo estuvo en Chicago un par de horas. Pero el gobierno cree en la integración, la igualdad. Y como siete personas habían sido acusadas, tenían que agregar a un negro. ¿Y quién podría ser mejor sino el Jefe Nacional del Partido Pantera Negra?. Hermoso, tienen ocho…”, ironizaba Jerry Rubin en una conferencia de esos días.
El juez fue Julius Hoffman, destacado por su aversión y parcialidad contra los acusados, Tom Foran el fiscal y William Kunstler con Leonard Weinglass, los abogados defensores.
“Nunca quise que fuera sobre 1968, siempre quise dialogar con la actualidad”
La frase pertenece a Aaron Sorkin en una entrevista a Página/12 y completa: “pero no quería que nuestra actualidad fuera tan parecida a la de 1968”. “...da escalofríos. En los Estados Unidos actualmente se está viendo algo que no vimos en décadas. Luchas entre manifestantes pacíficos y la policía, redadas con gases…”
Sorkin cuenta que la idea surgió en 2007, cuando Steven Spielberg le comenta la intención de contar la historia, pero luego termina siendo director. Como tal, es su segunda película, luego de Apuesta maestra (Molly’s Game) de 2017. Mientras su mayor experiencia es como guionista y productor de series como El ala oeste de la Casa Blanca, The Newsroom o la película La red social.
Este segundo largometraje iba a ser distribuido originalmente por Paramount Pictures, pero debido a la pandemia fue adquirido por Netflix, que no deja de crecer, y cuyo algoritmo está entrenado en detectar y modelar gustos culturales.
Sorkin elige abordar la historia desde la clásica película “de juicio”, confinado en su mayoría a la sala y la retórica, donde “la calle” llega como un flashback paralelo con el objetivo de sostener emocionalmente lo que sucede en ese espacio. En ese marco apuesta al desarrollo del conflicto entre los propios acusados, en especial entre Tom Hayden (Eddie Redmayne) y Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) como dos polos enfrentados sobre la estrategia de la protesta, pero también de culturas militantes y de la actitud ante el tribunal. En ese marco logra un film entretenido, basado en algunos fragmentos reales de los diálogos de 1968 que en realidad serían la envidia de cualquier guionista, por la mordacidad y la ironía desplegada por los acusados ante el tribunal. También lo logra con escenas como cuando Abbie y Jerry entran al juicio vestidos con togas y, al ser obligados a quitárselas, debajo tienen uniformes de policías. La simple apelación a algunas de las performances del juicio real dan fuerza imaginativa a la película al igual que sucedió con sus antecesoras, es que ahí sucedieron intervenciones que se proyectan hasta el presente como imágenes potentes del desafío al poder de la generación del 60.
La crítica la llena de elogios, que recorren también la ambientación de época, el uso del archivo y la elección del elenco. Los protagonistas se completan con Alex Sharp, John Carroll Lynch y Jeremy Strong como parte de los acusados, mientras Yahya Abdul-Mateen será Boby Saele. También participan Frank Langella como el juez Hoffman, Mark Rylance como el abogado, y una participación especial de Michael Keaton.
Pero, en el desarrollo de la trama, ante cada conflicto que presenta, Sorkin sucumbe rápidamente a su necesidad de restituir la armonía perdida, aplicando fórmulas probadas que no causen demasiada crisis y sobre todo se resuelvan positivamente. En esta lógica, el mayor ejemplo es la forma en que representa el encadenamiento y amordazamiento de Bobby Seale.
En 1968, Seale no participó en la planificación de la protesta y estuvo en Chicago brevemente, pero lo llevaron al tribunal con cargos falsos. Seale se negó a posponer el juicio mientras su abogado se sometía a una cirugía y no se le permitió representarse a sí mismo. Compareció ante el tribunal sin defensa legal y sus reiteradas y valientes protestas ante el juez condujeron a lo que quizás fue el ultraje más brutal del juicio: por tres días el presidente del Partido Panteras Negras fue llevado al tribunal encadenado y amordazado. Y en esa condición se retorció, e hizo todos los sonidos guturales posibles. El hecho fue tan impactante que hay canciones, obras de arte pop y se alude a él en la película de Woody Allen, Bananas, entre otras.
Sin embargo Sorkin decidió resolver el problema como si hubiera durado minutos. En su guion el líder negro es golpeado y amordazado, pero la escena resulta tan terrible para todos que es el propio fiscal acusador quien inmediatamente solicita compungido al Juez que termine con eso porque “no puede suceder en un tribunal norteamericano... ” y se le concede.
Esa pulsión inunda toda la estructura y la elección que hace para los necesarios cambios, descartes, ajustes e inventos sobre “la historia real” que siempre son claves para lograr una dramatización en el cine. Apuntan todos hacia el mismo lado: suavizan y domestican eventos salvajes que tendrían alto valor espectacular en una película. Es también el lugar que le pone “a los nombres de los caídos en combate” y a la construcción central del personaje de Hayden, con quien parece identificarse. Quizás porque en la vida real el representante de los Estudiantes por una Sociedad Democrática inició más tarde una carrera como legislador y fue reelegido en varias ocasiones por el Partido Demócrata.
Como todo cineasta que hace un juego político, Sorkin se encargó de que el estreno coincidiera con las semanas previas a las elecciones norteamericanas, apostando fuertemente por Biden contra Trump.
“Torcer el espectáculo contra el poder de la burguesía”
La frase se adjudica a las “notas” del Grupo Dziga Vertov, que integraban Godard y Gorin, para la elaboración del film Vladimir y Rosa que trata justamente sobre el juicio de los 8. Al parecer los autores se encontraban fascinados por lo que consideraban al mismo tiempo una lucha justa y una representación teatral de vanguardia frente a una institución del poder imperialista.
Con ese impulso estudian las actas del juicio para intentar reproducir el mismo efecto en la pantalla a través de una farsa. Sobre el resultado el New York Times publicaba el 30 de abril de 1971: “Jean-LucGodard ofrece sus pensamientos y preceptos relacionados con el juicio por conspiración del año pasado en Chicago, la liberación de la mujer y el poder negro, entre otras cosas, es la última película revolucionaria del director francés”. “Un ensayo… en la forma burlesca de una caricatura política”.
Fiel a su estilo, Godard se toma todas las licencias necesarias para contar la historia, al punto que la realiza en un estilo agitprop construido con métodos brechtianos. Toma como punto de partida el juicio, pero en sus necesarios cambios, descartes, ajustes e inventos sobre “la historia real” toma decisiones que pueden leerse como un intento de “hacer justicia a la época”. Por ejemplo, decide incluir entre los acusados a una mujer, que si bien no sucedió, en realidad era lo único que faltaba para completar un verdadero dreamteam de la protesta norteamericana. Este personaje permite a los realizadores expresar de forma más profunda el clima de la época, en donde el movimiento de las mujeres tenía un rol protagónico. Abren así el debate a los problemas del machismo y el derecho al aborto.
En la reconstrucción paródica el juez lleva por nombre Ernest Adolf Himmler, quien mientras anula las objeciones de la defensa con el típico ¡denegado! dibuja etiquetas de "hippies" y "yippies" en los muslos y las tetas de fotografías de mujeres desnudas, en las páginas centrales de una revista tipo Playboy.
En las producciones del Grupo Dziga Vertov siempre está presente una reflexión sobre el dispositivo cinematográfico: “filmar políticamente films políticos” era parte de su lema. En este caso Godard y Gorin serán Vladimir y Rosa (que obviamente aluden a Vladimir Lenin y Rosa Luxemburgo), y así los realizadores se convierten en personajes que reflexionan sobre la imagen que construyen adentro mismo del encuadre.
Llegan al punto de debatir el film caminando por la mitad de un partido de tenis sin que los jugadores lo noten, reflexionan sobre su película, sugiriendo en ese acto quizá que existe un sector social despreocupado de la revolución, o autocriticando el propio origen social de los realizadores.
“En Vladimir y Rosa con frecuencia se corta el juicio con sermones sobre el significado de la conspiración” o con “Godard y su socio de cine, hablando sobre los problemas de traducir la teoría revolucionaria en una película revolucionaria”. “La forma en que se parodia el juicio de Chicago es amarga, pero la obra es exuberante y enérgica, tan infantil como las fantasías que alguna vez representaron para Godard, Belmondo, Brialy, Karina y sus amigos”. Continuaba en su artículo el crítico del New York Times, para sentenciar que todo el asunto le resultaba confuso y enigmático.
El film de Godard es todo menos fácil para el público masivo, pero queda en la historia como una interpretación militante que nos ayuda a sentir de cerca el clima cultural de una época revolucionaria.
“Es emocionante porque es el Oscar de las protestas”
“Y quiero felicitar a las miles de personas que vinieron a Chicago y compitieron por el honor. No sé por qué nos eligieron a nosotros 8 pero estamos muy nerviosos y emocionados, y esperamos estar a la altura de las circunstancias” (Jerry Rubin). Con una desfachatez increíble los 7, 8 o 10 de Chicago enfrentaron al poder judicial del país más poderoso del mundo en un momento que tenía poco de chistoso, poco de festivo y mucho de peligro.
El 21 de febrero de 1965 había sido asesinado Malcolm X. El 4 de abril de 1968 le tocó la misma sentencia a Martin Luther King. Ese año medio millón de jóvenes soldados norteamericanos se encontraban en Vietnam y hasta el momento habían muerto 40.000 y 250.000 resultado heridos. Había rebeliones de los soldados contra los oficiales y el movimiento antiguerra era perseguido, infiltrado y reprimido con saña por el Gobierno. Durante el Juicio murió asesinado por el FBI y la policía de Chicago (mientras dormía) Fred Hampton, vicepresidente del Partido Pantera Negra que en el film de Sorkin es reivindicado por ser el único apoyo de Bobby Seale.
¿Cómo mostrar a través del cine un momento de peligro tan alto, y las personalidades de militantes políticos que generan situaciones performáticas humorísticas para enfrentar el poder? Hay tres películas más que tomaron el desafío:
Conspiracy: The Trial of the Chicago Eight, una película de 1987 de Jeremy Kagan hecha para HBO (que ahora se transmite en Amazon) adaptación de una obra de teatro que tenía la estrategia de mantener diálogos fieles a la transcripción de las actas. También es una película de juicio, con la particularidad de que la ficción se interviene con la imagen real de los protagonistas filmados nuevamente.
Chicago 10 de Brett Morgen en 2007, es una excelente película documental de animación en rotoscopia, quizás la caricatura que significó el juicio tiene buena traducción en la elección de ese recurso formal. Y cuenta con un impresionante archivo de época. Solo basta ver en los títulos la cantidad de instituciones, canales y particulares que le permitieron al director reunir ese material y realizar una película que transmite todo lo que no tienen las demás: el poder de la calle “en vivo y directo”. Si les gustó la de Sorkin, es recomendable luego mirar esta, porque van a amar los personajes y sentir el olor del gas lacrimógeno.
Y por último, quizás como paradoja necesaria The Chicago 8 de Pinchas Perry en 2012 que aborda este evento histórico como un thriller erótico de bajo presupuesto...
El cine reconstruye y reinterpreta la historia siempre. Visto de conjunto, tener estos acercamientos diversos a un mismo hecho enriquece la mirada de cualquiera que quiera transformar el mundo. Mas cuando todo parece encaminarse a momentos de peligro como los de hace 50 años, con nuestras particularidades y desafíos. Pero sobre esta diversidad pesa un problema: como la historia la escriben los que ganan, la película que haga Netflix tendrá "más derecho" que cualquier otra sobre la interpretación. El gigante del streaming busca el Oscar con una narración suave del asunto y quizás lo logre. Pero el sentido final de las historias pasadas aún podrá debatirse cuando el espectáculo vuelva a las calles.
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