Los Goya distan mucho de ser un referente para los verdaderos amantes del cine. Si lo son para los amantes de la televisión como espectáculo. Pero la curiosidad mata al gato.
Eduardo Nabal @eduardonabal
Martes 19 de diciembre de 2017
Foto: escena de la película "Morir", de Fernando Franco.
Por eso seguimos, como quién sigue cualquier otro espectáculo de masas, por ejemplo, un evento deportivo, las decisiones de los “sesudos” miembros de la Academia a la hora de seleccionar las “películas del año”. Puede que estén cada vez más cerca de los Oscar o, peor aún, de Eurovisión, que no dejen de ser una imitación de otros “festivales” europeos de mayor calado, pero no dejan de tener su aquel y de servir de lanzadera a las películas premiadas y a los nominados y premiados. Podemos creer más o menos en ellos, así como en todo lo que se diga o no, o irritarnos o no su presentador o presentadora. Podemos pensar que están lejos del cine o que, en ocasiones, como en esta, se acercan más, a lo mejor del cine español del año, al menos de lo mejor que ha llegado a estrenarse en las salas comerciales, por una razón u otra cada vez más difícil de desentrañar.
Como difícil de desentrañar son las razones por las que son seleccionadas las películas para su nominación, aunque en esta ocasión la academia ha sido algo más “sensible” de lo habitual al fijar su atención en dos dramas familiares intimistas y, a la vez, con un hondo calado social. Sobre todo, en el caso de “Handia”, un drama familiar ambientado en Euskadi durante las guerras carlistas y basado en el caso real del gigante de Orzo con la descripción de una España racista, caciquil y basada en la superstición.
En un registro fílmico bien distinto se sitúa la delicada “Verano de 1993” de la joven Clara Simón, un drama autobiográfico de pocos personajes en la que toda la narración se articula a través de los ojos de una niña pequeña que acaba de perder a sus padres y que debe afrontar el duelo y la integración en un nuevo núcleo familiar. Rodada en catalán y en un microcosmos rural estamos ante una gema estilística sin precedentes en el cine realizado en el Estado español en los últimos años. Un debut de primera, una verdadera joya de cámara.
Algo más estridente resulta “El autor” de Manuel García Cuenca, un thriller psicológico sobre el bloqueo creativo y las fantasías de un aspirante a escritor que entra en pugna con su vecindario con un verdadero “tour de force” interpretativo de Javier Gutiérrez, en un personaje atrapado en su propia trampa.
En una línea más del realismo bienintencionado, pero algo depresivo, estaría la digna “No sé decir adiós” de Lino Escalera, salvado por la interpretación de Juan Diego y algunas ráfagas de humor corrosivo, y en el terreno de la comedia de situaciones la curiosa, pero fallida “Abracadabra” de Pablo Berger, con una desaprovechada Maribel Verdú.
No podemos dejar de mencionar las muchas nominaciones importantes a “La librería”, el último filme con ambiciones internacionales de Isabel Coixet, tal vez su mejor película hasta la fecha, aunque como sus anteriores trabajos tiene un sabor algo impostado, tal vez porque, a pesar de sus indiscutibles aciertos y su excelente reparto, debe más a la literatura que al cine puro.
Es de justicia la nominación al mejor guión adaptado a “Incierta gloria” de Agustí Villaronga, pero no su ausencia en el resto de categorías siendo posiblemente una de las mejores películas, sino la mejor, del realizador mallorquín y una de las miradas más incómodas al fin de la guerra civil española.
Por último, notable es la calidad también de “Morir” el hermético y áspero filme de Fernando Franco realizador de la excelente “La herida”, aunque su radicalidad estética, su indiscutible nivel y la intensidad de los interpretes no logran que tanto su tema como su puesta en escena acaben asfixiando al espectador. Más prescindible se nos antoja la presencia del filme de Penélope Cruz y Javier Bardem y también desconocemos la calidad de algunos filmes que no han llegado más allá de las grandes capitales o los circuitos de festivales siendo muy restrictiva la distribución del “buen cine español”, tal vez la principal asignatura pendiente de la industria junto con el apoyo a las verdaderas calidades.
Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.