A raíz de la aparición sin vida de la joven Virginia Telis, se abre la reflexión sobre qué nos dicen los cuerpos de las mujeres y de las huellas que ha dejado en él esta sociedad machista y misógina.
Martes 10 de octubre de 2017

El pasado jueves apareció en Barrios Blancos el cuerpo de Virginia, la joven de 17 años que se encontraba desaparecida desde hacía 9 días. Su cuerpo mostraba signos de estrangulamiento. En todo el procedimiento hubo críticas a la policía por no buscar intensamente. Luego de varias versiones que la ubicaban en zonas cercanas como en Toledo, finalmente su cuerpo apareció en una parte en construcción del fondo de su casa. Aún se esperan los resultados forenses para dar luz a una serie de hipótesis y variantes.
En primer lugar, descifrar si se trata de un caso de suicidio o de un homicidio. En segundo lugar – y pensando en que fuera homicidio-, saber si el cuerpo estuvo ahí desde el momento de su desaparición o “lo pusieron” para que fuera encontrado luego de 9 días. Tercero, si la policía realizó correctamente la búsqueda en todo estos días, ya que al parecer no buscó en el lugar donde finalmente se encontró aunque se sabe que en dos oportunidades se usaron perros entrenados que podrían haber detectado rápidamente el cuerpo, de encontrarse con anterioridad.
Más allá de la crónica policial y las hipótesis que se abren, está claro que seguimos siendo las mujeres quienes terminamos lastimadas y muertas por distintos motivos, y nuestros cuerpos dan cuenta de eso.
Suicidio adolescente, trata de mujeres y misoginia
En lo que respecta al suicidio, sabemos que en Uruguay este problema viene creciendo o más bien se encuentra más visible. Las causas son varias: desde un rechazo de las familias por su orientación sexual (en su mayoría en la población homosexual en el interior del país), por la presión de una sociedad conservadora y pacata que brinda pocas expectativas a la juventud y que solo presenta censura y represión o por graves problemas emocionales y de salud mental propios de este sistema capitalista e individualista.
Mientras que los homicidios contra adolescentes pueden tener varios móviles: las mujeres en particular venimos enfrentando los femicidios, es decir los asesinatos de manos de varones – que conocemos o no - que nos matan por el solo hecho de ser mujeres. Son crímenes de odio como el racismo o la homofobia. La semana pasada, sin ir más lejos, participamos de una nueva Alerta Feminista donde las mujeres salimos a las calles, esta vez para reclamar por el asesinato de la mujer número 23 en lo que va del año.
El Estado, el principal responsable de prevenir y tratar estas situaciones, hoy mira para otro lado y aunque se haya votado recientemente la ley de femicidios (con una modificación importante en la definición de este concepto), desatiende su responsabilidad de prevenir la violencia de género y re-victimiza a las mujeres que transitan por una situación de violencia, además de que permite la perpetuación de la desigualdad de género en los salarios, en las oportunidades laborales y reproduce el machismo en la familia.
Mientras tanto, nos siguen discriminando, nos siguen matando, y nuestros cuerpos dan cuenta de eso..
Hay otros dos motivos que también tienen que ver con la condición de género. Uno es la existencia de las redes de trata de personas en la zona que va desde Villa García, en la periferia Este de Montevideo hasta la ciudad de Pando en el departamento de Canelones. Allí vecinos, vecinas y familiares de varias jóvenes vienen denunciando el accionar impune de camionetas que levantan gurisas de la ruta o las principales avenidas y las secuestran. Quienes conocen los casos afirman también encubrimiento policial como mínimo, sino directamente complicidad.
Las redes de trata de mujeres para fines de explotación sexual es algo que en Uruguay viene creciendo. A las mujeres nos raptan, nos “ablandan”, nos drogan y nos preparan para ser prostituidas en lugares de frontera, en el puerto de Montevideo o en otros países. Y el Estado uruguayo no reconoce la existencia de estas redes y por tanto, no toma ninguna actitud al respecto.
Mientras tanto, nos siguen secuestrando, nos siguen violando y nuestros cuerpos dan cuenta de eso.
La otra situación posible es la de un ajuste de cuentas entre bandas ligadas a la delincuencia o al narcotráfico, uno de los tres negocios capitalistas más rentables del momento – junto con la trata de personas y el tráfico de armas.
Aquí también las mujeres somos “el botín de guerra”, la pieza a relucir luego de una batalla, y en nuestros cuerpos quedan las secuelas de la violencia física, sexual y emocional. En estos casos también hay connivencia estatal ya que las fuerzas policiales saben perfectamente dónde están las bandas de narcos, quiénes son sus cabecillas, dónde operan y cuáles son sus movimientos.
Pero prefieren protegerlos – se ve que también tienen algún negocio con ellos – y en cambio, dos por tres hacen algún operativo policial en los barrios de la periferia de Montevideo en el que se violan la mayoría de los derechos constitucionales contra la población. Básicamente, todo joven que viva en la zona es considerado un delincuente hasta que se compruebe lo contrario. Así se criminaliza a la población joven y pobre, se estigmatizan a barrios enteros pero se satisface la sed de los conservadores – y no tanto – que piden más mano dura y mayores medidas de seguridad frente a un problema que también es estructural al capitalismo.
Tocan a una, nos organizamos miles
De una u otra manera, las mujeres estamos siempre expuestas y nuestros cuerpos zon o bien zona de disputa o espacio de re-afirmación de la sociedad machista que necesita reforzar sus cadenas de opresión y explotación.
Pero, ¿qué hacer? Desde la Agrupación de Mujeres Pan y Rosas venimos insistiendo en que tenemos que unirnos para encontrar en la otra una aliada. Tenemos que organizarnos para denunciar esta situación, para reclamar justicia por nuestras muertas y nuestras violencias y para exigir al Estado que verdaderamente genere políticas a la altura de las circunstancias.
Tenemos que fortalecer el movimiento de las mujeres organizadas para luchar por una sociedad donde nuestros cuerpos y nuestras vidas dejen de ser objeto de satisfacción masculina y a la vez mercancía capitalista. Una sociedad donde no haya más explotación ni opresión alguna, para ello militamos.