Reflexión sobre el trágico y evitable suicidio de un jubilado en las instalaciones del ANSES de Mar del Plata.
Viernes 30 de junio de 2017 00:00
Todos los días en cada rincón de la humanidad, el capitalismo tiene la oprobiosa hazaña de someter a un cruento final a quien ya no considera útil para su reproducción. Parece ser que no alcanza con transcurrir toda una vida a merced de un patrón que exprime cuerpos ajenos para llenarse los bolsillos con una ganancia que no le pertenece. Parece ser que también, es necesario ser objeto (y no sujeto) del rechazo y la desidia estatal que se expresa materialmente en entidades burocráticas que juegan hostiles, con la dignidad de miles y miles que han vendido por años su fuerza de trabajo y hoy ya no son funcionales al capital.
Prueba de esto es el trágico hecho que ocurrió en una de las instalaciones del ANSES en la ciudad de Mar del Plata. Un jubilado decidió suicidarse debido al sufrimiento que le producía las deplorables condiciones de vida que el ajuste económico viene dejando como consecuencia. Máxima y siniestra expresión de la política económica que el macrismo viene ejecutando contra los trabajadores, la juventud, las mujeres y el resto de los sectores vulnerables.
Por otra parte; el kirchnerismo y sectores afines, rememorando tiempos pasados despliegan un discurso que increpa al gobierno por agravar el estado de vulnerabilidad social de la población. Omiten que le garantizan la gobernabilidad al votarle 84 leyes en el Senado, que Alicia Kirchner en Santa Cruz propone las mismas respuestas (recorte de presupuesto, despidos y represión) a los conflictos sociales. Sin más, los jubilados santacruceños decidieron acampar en la Casa de Gobierno como medida de lucha para exigir el pago a tiempo de sus aportes.
Tal denuncia efectuada nos sirve para reflexionar que la magnitud del problema no depende de un gobierno en particular, sino de un Estado que sirve como trinchera de la clase dominante. Incluso volver a las antiguas (y ya difusas) recetas keynesianas sólo es respuesta para los que optan por el “mal menor”, por el oxímoron que representa la construcción de un capitalismo humano. Sólo nos queda optar por escabullirnos de ese camino laberíntico que nos propone el reformismo para abrirnos hacia una salida construida desde, por y para “los de abajo”.
Cuando decimos que “nuestras vidas valen más que sus ganancias” no es una mera consigna circunstancial. Es sobre todo, un grito desgarrador que vociferamos los oprimidos desafiando, sin tregua alguna, a este sistema perverso y a sus secuaces que no tienen nada para ofrecernos más que miserias y la profunda certeza de que una vida plena y digna es el destino para unos pocos privilegiados.