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Red Internacional
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Opinion. Los dueños del Carnaval

Gerardo Morales organiza un “Carnavalódromo” en la Ciudad Cultural de la Capital y, por decreto, decide entregar una expresión cultural popular a una marca: Los Tekis. Intentan regimentar y limitar el festejo popular para convertir al Carnaval en un negocio de unos pocos.

Lunes 11 de febrero de 2019 11:46

Viernes 8 de febrero, 9:30 de la mañana, frente a Casa de Gobierno, todo empieza a llenarse de color y música. Son comparsas y agrupaciones carnavaleras de distintos puntos de la Provincia.

Llegan diablos, banderas, bandas musicales, copleras y copleros, todo parece prepararse para una puesta en escena más a las que nos tiene acostumbrados este Gobierno: ritual de la pachamama con Macri en Purmamarca, sahumada de Casa de Gobierno cada 1 de agosto y, hace unos meses, el casamiento de Gerardo Morales y Tulia Snopek con una ceremonia “indígena”.

Pero ahora no hay ningún funcionario del Gobierno, ni uno. De pronto arman una ronda y se escucha una copla. La que inicia el canto es Josefina Aragón, luchadora que conocemos por su rol junto a muchas otras mujeres en el Aguilarazo de 1973. Golpeando su caja dice y los demás repiten:

La cultura no se vende
Tampoco se privatiza
Es como chicha y vino
Que todito se convida
Carnaval andan diciendo
Que este año no va salir
No sale por los impuestos
Que no podemos cubrir

Y es que no vienen a festejar, vienen a protestar, a manifestarse contra las medidas impositivas y restrictivas que el gobierno de Gerardo Morales busca imponer ahogando una expresión cultural ancestral, con un interés recaudatorio y regimentador.

Las comparsas exigen al Gobierno “flexibilizar - adaptar normativas vigentes que refieren a los festejos del carnaval” y que les impiden a la mayoría de las agrupaciones de Puna y Quebrada la realización de desentierros, invitaciones y fiestas, porque las realizan identificados en una tradición milenaria, gratuitamente, sin fines de lucro.

El Carnaval jujeño arranca cuando las comparsas a lo largo de toda la Provincia organizan el desentierro del diablo, cuando estos bajan de algún cerro se desata la fiesta de todos: se baila por las calles, las familias invitan a las comparsas a sus casas en forma de agradecimiento y porque estas son un augurio de buen año.

Familias enteras, jóvenes, trabajadoras y trabajadores, turistas, etc; disfrutan tanto del carnaval porque en esos días el diablo invita a desobedecer, a reír, a bailar sin saber quién es quién detrás de las máscaras de los diablos.

Esta fiesta cultural implica una ruptura, una pausa en la vida cotidiana, el permiso para la transgresión, para dejarse “poseer” hasta el día del entierro del diablo que marca el fin del carnaval. Todo esto ocurre en plazas, salones municipales, polideportivos, casas familiares que abren sus puertas. La mayoría de las agrupaciones no tienen metas económicas pero claramente requieren fondos para la organización.

Hoy el Gobierno busca hacer del carnaval un negocio, quiere exigir a todos “por igual”: habilitación para eventos, habilitación de bomberos, habilitación de mojones, agencias de seguridad privada, reglamentación de horarios de entrada, control riguroso de vestimenta, exigencia de pago de seguro de garantía, cobertura médica, capacidad limitada por predio, baños químicos, etc.

Todo esto avalado y sostenido por la Ley de nocturnidad y el Código Contravencional; el mismo con el que persiguen y enjuician a jóvenes y trabajadores por luchar, por manifestarse, por organizarse para defender su educación, los puestos de trabajo, por levantar la voz y poner el cuerpo para decir basta.

Durante la jornada estuvieron presentes los diputados del PTS – FIT Alejandro Vilca y Eduardo Hernández, expresando su apoyo al reclamo de las agrupaciones y exigiendo la derogación inmediata del reaccionario Código Contravencional que permite tanto avasallamiento (también) contra la cultura.

Pachamama S.A.

Morales organiza un “Carnavalódromo” en la Ciudad Cultural de la Capital junto a “Los Tekis” y, por decreto, decide entregar una expresión cultural popular a una marca: Los Tekis. Entonces, de ahora en más ya no es el Carnaval de la Quebrada sino “El carnaval de Los Tekis”.

Con estas medidas se modifican diferentes signos y símbolos culturales para responder a los intereses económicos del poder, de esta forma y bajo normas de regimentación contrarias al desarrollo de una fiesta popular, el carnaval termina funcionando como un medio para capturar el rito en una mercancía, en una posibilidad de lucro: en un negocio capitalista para unos pocos.

El carnaval de Morales y Los Tekis es un negocio redondo. Por un lado rompen con la estacionalidad de los rituales de las comunidades originarias y lo explotan el año entero ofertándolo en festivales, transformándolos en un slogan publicitario como “Pachamama yo te cuido”, “Jujuy corazón andino”, en un producto turístico cultural con precio y dueños.

Leer más: "Jujuy corazón andino": un festival para pocos y sin armonía

Este avasallamiento extirpa el ritual de quienes le dan sentido, con esta mercantilización y regimentación, estos eventos pierden su sentido histórico, entonces la fiesta que hasta hace muy poco tiempo ocurría en las calles con posibilidad de participación gratuita, se transforma así en una mega producción privada donde cada vez hay menos arte, donde todo se reduce a lo comercial y al espectáculo y es destinada exclusivamente a quienes puedan pagarla.

Todo esto tampoco significa que el carnaval de Jujuy fue o tiene que ser igual para siempre. A lo largo de los años, diferentes agrupaciones referentes del carnaval mantuvieron la consigna que –por ejemplo- es bandera de la comparsa “La Salamanca” de Purmamarca: “Nada se vende, todo se comparte”; otras fueron haciendo algunas concesiones a las reglas del mercado, (entradas, horarios, contratación de bandas populares de distintos géneros, publicidad, etc.) por la necesidad también de cubrir mínimamente los gastos que realizan, pero siempre conservando una parte -la más importante- donde toda la comunidad colabora en su construcción y donde nada se rige por la compra – venta ni la oferta y la demanda.

El viernes los manifestantes gritaban en la calle: “El diablo no se toca. El carnaval es del pueblo, no de los Tekis”. Desde aquí decimos que el Carnaval es expresión de identidades colectivas, para liberar deseos sin reprimirlos, para divertirse y recargar fuerzas frente a un año que viene difícil.

Es urgente recobrar energías no solo para resistir, sino para organizarse y pelear por todos los derechos atacados y negados a los trabajadores y el pueblo pobre. Para luchar por una vida que merezca ser vivida, plenamente.