Una maestra de secundaria de la delegación Iztapalapa cuenta su experiencia durante la aplicación del examen IDANIS, sobre el cual opina que se trata de "un examen para clasificar a las niñas y niños que lo realizan". "Ningún niño tendría que pensar que sobre él o ella recae la obligación de acceder a su derecho a la educación", dice.
Lunes 10 de junio de 2019
Soy maestra de secundaria en la delegación Iztapalapa. El día de hoy me tocó auxiliar en la aplicación del famoso examen IDANIS que si bien no es un examen de admisión, sí es un examen de colocación, es decir un examen para clasificar a las niñas y niños que lo realizan.
Estoy en el salón, la maestra responsable ha dado las indicaciones, se inicia la aplicación. Las niñas y niños de entre 11 y 12 años sacan sus lápiz, su pluma y seguramente alguna súplica también.
Apenas diez minutos de aplicación. Desde aquí veo a cada estudiante presente, pero, ¿qué veo? Veo a algunos respondiendo, a otros leyendo. Mi atención se fija en los otros, en los que tiene cara de tristeza o pánico. Cabizbajos, sus miradas me llenan de ternura y rabia al mismo tiempo.
¿Pero, rabia? ¿Por qué? Sí, rabia. No obstante que el Estado no tiene voluntad de garantizar plenamente el derecho a la educación de estos niños, hoy los pone aquí frente a nosotros, con el peso en sus hombros de buscarse un lugar en una escuela.
El sistema educativo mexicano (lo mismo pasa con la educación a nivel mundial, en la mayor parte del globo) ofrece para la niñez y adolescencia: escuelas viejas; abandonadas y en malas condiciones (hecho que se agravó aún más con los sismos de 2017), salones hacinados; poco o nulo material didáctico para sus labores; maestras y maestros exhaustos por las cada vez mayores cargas administrativas.
Esto sumado a lo que les ofrece fuera de las escuelas: violencia; abandono de sus madres y padres que salen a trabajar cada vez más horas, porque no alcanza; un sistema de salud en ruinas; nulos espacios para recrearse o acceder al arte.
Les contarán la historia de que deben tener "méritos" para "ganarse las cosas". Y si se compran el cuento, creerán que no son suficientemente valiosos para acceder plenamente a sus derechos.
Las niñas, niños y adolescentes merecen vidas dignas, con acceso irrestricto y pleno a sus derechos, como la educación.
Es ridículo. Es como si le dijéramos a un niño que debe ganarse su derecho a la salud o que se le hará un examen para seleccionar la clínica que le corresponde. Tan absurdo como pedirle "echarle ganas" para tener derecho a la vivienda o al alimento. A esta edad ningún niño debería pensar que es responsabilidad suya acceder a la educación.
La Convención sobre los Derechos del Niño, de la cual el estado mexicano es parte, en su artículo 28 reconoce el derecho a la educación primaria y secundaria, sin mencionar restricción alguna.
Como maestra, me toca escuchar todos los días las vidas e historias de mis alumnas y alumnos, comprendo que la realidad en la que han crecido y sus condiciones de vida son duras. Por eso creo, y lo confirmo hoy al ver sus rostros, que estos exámenes no sólo son violatorios de sus derechos, son además parte de los esa dura cadena de violencia que viven cada día. Ningún niño tendría que pensar que sobre él o ella recae la obligación de acceder a su derecho a la educación.
En todo caso niñas y niños tendrían que ser asignados a las escuelas más cercanas a sus domicilios o el lugar de trabajo de sus familiares.
No es natural ni lógico que haya escuelas de "alto, medio o bajo nivel". Si hay infraestructura suficiente, maestros dedicados de lleno a sus grupos (y no cargados de trabajo administración) y condiciones de vida mejores para las familias de nuestros alumnos, ¿por qué habrían de permitiese exámenes rígidos y estandarizados?