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Análisis. Los primeros 100 días de Trump y lo que está por venir

¿Trump es un fascista? ¿Su victoria es resultado de una vasta conspiración rusa? ¿Cómo es que la derecha ha crecido tan rápido desde Inglaterra, y Francia hasta los EE.UU.? En este artículo intentaremos delinear las fuerzas que representa Trump y las posibles trayectorias de su presidencia en los siguientes meses y años.

Robert Belano

Robert Belano Washington

Jueves 27 de abril de 2017

Reproducimos el artículo publicado originalmente en inglés Trump’s First 100 Days and What Is It to Come enLeft Voice, parte de la Red de La Izquierda Diario.

Del neoliberalismo a una nueva era nacionalista

Durante las últimas tres décadas, el libre comercio estuvo a la orden del día. Desde la UE y el TLCAN hasta numerosos acuerdos bilaterales con China, el neoliberalismo abarcó al mundo. Demócratas y republicanos, socialdemócratas europeos, conservadores y partidos comunistas, todos abrazaron esta ideología. Pero tan sólo el año pasado vimos dos grandes eventos que hicieron temblar el orden neoliberal: el Brexit y la elección de Trump. Frente a una crisis mundial prolongada y una falta de una verdadera alternativa de izquierda, los nacionalistas económicos han ganado terreno amenazando con retirarse (o renegociar en términos más favorables) los acuerdos de comercio más grandes de la era neoliberal. La extrema derecha ha conseguido sus más grandes victorias con la elección de Trump y el ascenso del UKIP, pero los nacionalistas también han estado cerca de ganar las elecciones en Austria, los Países Bajos y ahora amenazan con hacerlo en Francia. El común denominador de todos estos fenómenos han sido una escalada en los ataques a los inmigrantes y refugiados y una refutación a las políticas de comercio neoliberales.

Este giro político dramático es el resultado directo del fracaso del neoliberalismo, la política económica dominante desde la era de Reagan, para seguir entregando las tasas de ganancia que una vez tuvo. Con el discurso de haber alcanzado máximos record en la bolsa de valores es fácil olvidar que desde el fin de la recesión en 2009 el crecimiento de EE.UU., ha sido tan sólo de un 2.1%, el más bajo de cualquier período post-recesión desde la Segunda Guerra Mundial. La productividad tampoco ha podido regresar a los niveles que tenía antes de la recesión. En 2016, la presidente de la Reserva Federal, Janet Yellen, notó que el promedio de la de los últimos cinco años estaba a “un paso miserable” con tan solo 0.5% anual. La inversión ha caído significativamente, ya que los inversores están cansados de las tasas de interés persistentemente bajas, el riesgo alto y crecimiento lento.

Tendencias similares están afectando Europa, Sudamérica y otros lugares. Fue en este marco de crisis capitalista mundial y de una clase obrera todavía no organizada que Trump fue electo en EE.UU. y los británicos votaron por abandonar la UE en medio de campañas de odio a los inmigrantes y de Islamofobia.

Un inicio tambaleante para Trump

Con la victoria de Trump los republicanos ahora controlan la Casa Blanca, ambas cámaras del Congreso de EE.UU., la mayoría de las gubernaturas y probablemente también logren obtener la mayoría en la Suprema Corte de Justicia. Sin embargo, el repudio amplio a Trump y la creciente polarización en el país, divisiones profundas en la clase dominante misma y la incapacidad de Trump de conformar bloques estables incluso dentro de su propio partido han prevenido que la derecha establezca su hegemonía.

El índice de aprobación de Trump actualmente es –históricamente hablando– abismal. Una encuesta reciente declara que su aprobación ronda en tan sólo el 37%, un record bajo para un presidente que apenas llegó a su tercer mes en el cargo. No sólo es la figura de Trump, sino que sus políticas también son ampliamente rechazadas. Las encuestas acumuladas por el Washington Post muestran que entre el 51 y el 55% de los estadounidenses se opone a la prohibición de los musulmanes. Según Gallup, 66% de los estadounidenses se oponen a deportar a todos los inmigrantes indocumentados y 84% apoyan una opción que les dé ciudadanía. Asimismo, según una encuesta de Quinnipiac, una mayoría de los estadounidenses (el 61%) se oponen a “reducir las regulaciones destinadas a combatir el cambio climático” y el 50% se oponen a restaurar los oleoductos de Keystone XL y de Dakota.

Que Trump enfrenta una oposición amplia no debería de sorprender a nadie. Es bien conocido que Trump perdió el voto popular por 3 millones de votos. Poco menos conocido es el hecho de que sólo 26% de los votantes elegibles para ejercer su derecho al voto lo dieron al archirreaccionario partido republicano. De hecho, cuando se consideran los votantes que escogieron candidatos de partidos terceros o que no asistieron a las urnas, cerca de la mitad de los votantes elegibles rechazaron tanto a Clinton como a Trump.

La resistencia a Trump también se ha sentido en las calles y en los lugares de trabajo. Desde el primer día de su presidencia, una oleada de movilizaciones han ocurrido a lo largo y ancho del país, incluido uno de los días de protesta en EE.UU. más grandes jamás registrados: la Marcha de Mujeres en Washington. Más de una docena de ciudades vieron protestas en aeropuertos después de las detenciones de los residentes de siete países de mayoría musulmana. En la Universidad de Berkeley, estudiantes y jóvenes realizaron una revuelta como respuesta a la decisión de la universidad de invitar al allegado de Trump Milo Yiannopoulos a que hablara en una conferencia. La universidad se vio obligada a retirar su invitación. Más recientemente, el Paro Internacional de Mujeres el 8 de Marzo forzó a varios distritos escolares a lo largo del país a suspender actividades.

Intentos de consolidar el poder

Desde que tomó protesta, Trump ha puesto de lado la mayor parte del tiempo su consigna de “drenar el pantano” en Washington y en cambio buscó construir un consenso tanto con los representantes del Tea Party como con los representantes del establishment republicano en el Congreso a través de recortes al impuesto a las corporaciones, desregulación ambiental, ataques al derecho al aborto, incrementos al gasto militar y otros temas tradicionales de la derecha. Incluso intentó restablecer relaciones con antiguos enemigos como Paul Ryan, a quien una vez le reclamó públicamente por su “deslealtad”, y su campaña para “repeler y reemplazar el Obamacare”.

Mientras que a Clinton la apoyaba la gran mayoría de la gran burguesía, los intentos de Trump de representar a las corporaciones pequeñas y medianas que no han visto los mismos beneficios de la era neoliberal, así como un número significativo de corporaciones importantes (principalmente de las exportaciones). Éstas incluyen Boeing, G.E., Pfizer, Oracle y otras que conforman la Coalición de Productos Hechos en EE.UU. (American Made Coalition), una nueva agrupación conformada por compañías que han declarado su apoyo a un incremento dramático del impuesto al ajuste fronterizo. Esto contrastan con el número exponencialmente alto de corporaciones dedicadas a las importaciones, en particular compañías minoristas como Walmart, Best Buy, Target, Costco y otras que se oponen firmemente a tales impuestos.

Al mismo tiempo, Trump busca mantener su punto de apoyo en la población blanca de clase media y, en menor medida, en la de la clase obrera a través de la cancelación del TPP, hablando de expandir proyectos de infraestructura y medidas que apuntan a presionar a los patrones a dejar los empleos en EE.UU. En estos aspectos, él representa un nuevo fenómeno dentro del partido republicano que intenta crear una base social con el número creciente de sectores de clase media y trabajadores blancos del “cinturón del óxido” que se han opuesto al modelo de libre comercio.

Contradicciones en la presidencia de Trump

Sin embargo, solamente en sus tres primeros meses, Trump ya ha enfrentado contradicciones grandes. Los choques entre su administración y las cortes, los medios tradicionales de comunicación (sin contar a Fox), los servicios de inteligencia y muchos dentro del partido republicano revelan divisiones profundas dentro de la burguesía estadounidense.

Durante la misma semana, el director del FBI, James Comey, atacó públicamente al presidente –algo prácticamente inaudito–, lo que confirmó en primer lugar que hay una investigación activa de la oficina sobre la colusión entre el personal de la campaña de Trump y el gobierno ruso, y después contradijo las declaraciones del presidente de que había sido espiado por la administración de Obama durante su campaña presidencial, diciendo que “no tenía información” para apoyar tales alegatos. No podemos decir si las sospechas de cooperación rusa tengan mérito, pero que Comey haya públicamente interpelado al presidente señala un rechazo de la agenda de Trump incluso entre los niveles más altos del aparato de inteligencia.

Tras el fracaso de Trump de revocar el Obamacare, hay rumores de que hay una “guerra civil” entre los republicanos –una exageración, sin dudas– pero la metáfora indica el nivel de animosidad entre las diversas facciones del Partido Republicano. A pesar de que es un proyecto republicano de siete años, “Repeal and Replace” (revocar y remplazar) colapsó cuando el ala derecha del partido buscó que hubiera menos restricciones a las compañías de seguros –como el requerimiento de cubrir servicios de maternidad–, mientras que el ala más moderada tenía miedo de que más recortes al Sistema de Salud Medicaid y la eliminación de todos los subsidies significaría que primas de salud cada vez más grandes alejarían permanentemente a los votantes blancos pobres y de clase trabajadora de los republicanos.

El TPP estaba muerto al momento de que Trump asumió el poder, por lo que se evitó un duelo por el acuerdo, pero más medidas contra el libre comercio podrían causar una verdadera rebelión entre los republicanos del establishment y la élite corporativa. Los hermanos Koch (magnates de la industria de petróleo) estuvieron contra Trump a lo largo de su campaña y las fricciones han continuado ahora que está en la presidencia. También hay un bloque grande de republicanos en el congreso que están a favor del libre comercio. Tan sólo el año pasado los representantes republicanos en la Cámara votaron 190-50 a favor de que Obama pusiera al TPP en “fast track”.

Las concesiones que pretendían incrementar el apoyo de la clase trabajadora, como la propuesta de cuidado infantil de Ivanka Trump, muy seguramente se encontrarán con un repudio universal por parte de los republicanos del establishment y del Tea Party por igual por tratarse de un nuevo “programa de auxilio” (entitlement program). Su plan de gastar otro billón de dólares (lo cual es insuficiente) para reconstruir carreteras, puentes, hospitales y aeropuertos encontrará pocos adherentes entre los republicanos y, además, es contrario a su propuesta de recortar impuestos a las corporaciones y los ultra-ricos.

El acomodo de Trump al establishment de Washington y su gabinete multimillonario no parece concordar con los que lo proyectaron a la presidencia. Su propuesta de hacer leyes antisindicales (“Right to Work”) por estado muy seguramente le restará apoyo entre los trabajadores blancos sindicalizados. Tan sólo hay que ver la rebelión de los trabajadores sindicalizados de Wisconsin (estado en el que Trump obtuvo la mayoría) como una muestra de lo que puede pasar si Trump intenta implementar una medida similar.

Bonapartismo débil

En este contexto, la administración de Trump puede ser caracterizada como una forma débil de bonapartismo, aunque aún dentro del marco de un régimen burgués democrático. Como todo fenómeno bonapartista, Trump surgió en un período de intensa polarización y expresa un intento de resolver con medidas represivas las contradicciones sociales que han estado creciendo constantemente.

Desde la recesión de 2008 la polarización se sintió, a izquierda, con el éxito sorprendente de Bernie Sanders y nuevos movimientos progresivos como el Occupy Wall Street, Black Lives Matter, la resistencia de Standing Rock contra el oleoducto de Dakota, el movimiento Fight for 15 que peleaba por un salario mínimo de U$15, y las movilizaciones de mujeres que recientemente hubo contra Trump. A la derecha, el establishment republicano fue desplazado por el crecimiento primero del Tea Party en 2009 y después por el de la derecha alternativa (Alt Right).

La respuesta represiva de Trump ha incluido la prohibición del acceso al país de musulmanes y refugiados, se han incrementado las redadas de la Migra y deportaciones de trabajadores indocumentados, ambos instituidos a pocas semanas de asumir la presidencia. Los regímenes bonapartistas se caracterizan por una concentración creciente del poder en un líder carismático que pretende alzarse por encima de la lucha de clases, aunque hacienda avanzar los intereses del capital. Los intentos de Trump de encontrar una base de apoyo en el ejército también es sintomático de los regímenes bonapartistas. El presupuesto propuesto por Trump al congreso incluía un incremento del financiamiento de $54 mil millones para el ejército más grande del mundo, incluida una porción para militarizar aún más la frontera. Para conseguir esto, propone la eliminación completa de 19 agencias federales y de recortes a la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA), a los Departamentos de Estado, Agricultura, Trabajo y de Salud y Servicios Humanos, entre otros.

El bonapartismo, empero, difiere del fascismo en que no pretende eliminar las organizaciones obreras y a todas las instituciones democráticas. Aunque muchos fascistas individuales se han mostrado atraídos por Trump, incluido a aquellos que se reclaman “de derecha alternativa” y supremacistas blancos como Richard Spencer, la administración de Trump hasta ahora no puede ser caracterizado como fascista porque no ha hecho ningún intento de disolver los sindicatos o suprimir instituciones de la democracia burguesa estadounidense como el Congreso, los medios de comunicación, las cortes, etc. Medidas simbólicas como prevenir que el New York Times y el Washington Post atendieran a una conferencia de prensa distan de ser una forma de censura de tipo fascista. Aunque una ley tipo Right to Work podría debilitar a los sindicatos, no los ilegalizaría. De hecho, Trump ha tratado de mantenerse en buenos términos con muchos de los burócratas sindicales más conservadores, incluso invitándolos a la Casa Blanca en sus primeros días de mandato, y ha buscado tener terreno firme para relanzar la construcción de los oleoductos, nuevos proyectos de infraestructura y una cancelación formal de negociaciones centradas en el TPP.

Esto no significa que debamos subestimar el peligro que significa Trump para los trabajadores y el pueblo oprimido; efectivamente, el fascismo no es un prerrequisito para que se profundice la guerra, la opresión y la miseria. Tampoco significa que un giro fascista esté descartado si es que la estrategia bonapartista actual fracasa a la hora de conseguir sus objetivos y si hay un recrudecimiento en las luchas obreras.

America First

Trump también representa una reacción de la derecha ante lo que percibe como una disminución de la posición de EE.UU. alrededor del mundo. Con “America First” como su consigna, los reaccionarios detrás de Trump buscan corregir el curso tomado por Obama como el acuerdo nuclear con Irán, la apertura de relaciones con Cuba y una cooperación creciente con el régimen chino. Aunque ninguna potencia ha podido tomar el lugar de EE.UU. como hegemon mundial, es indisputable que EE.UU. no ha podido imponer su voluntad en el mundo del mismo modo en que lo hacía hace unas décadas. La correlación de fuerzas actual impide que Trump lance una nueva invasión militar en el Medio Oriente (o en cualquier otro lado), pero la posibilidad no debe ser descartada dada su expansión del ejército y el reciente despliegue de Marines en Siria en la campaña contra el Estado islámico.

Efectivamente, la caracterización de Trump como un “aislacionista” por los medios tradicionalmente liberales no puede estar más alejada de la realidad. Más bien, él busca una nueva defensa unilateral de los intereses estadounidenses, mostrando poca importancia por las coaliciones imperialistas como la OTAN, la cual interviene para proteger esos intereses cuando sea necesario.

Un nuevo acercamiento con Rusia

En este escenario, los intentos de Trump de acercarse más a Rusia comienzan a tener sentido. Las décadas de aislar a Rusia junto con la OTAN no sólo han fracasado en consolidar la hegemonía estadounidense, sino que han fracasado en contener incluso la influencia de Rusia en el medio oriente, los estados del Báltico y en otros lados. Muestra de ello es el apoyo de Rusia al régimen de Assad en Siria, represión efectiva del movimiento pro-occidental en Ucrania y las incursiones en Crimea. Frente a este fracaso estratégico es que Trump ha intentado liderar un realineamiento, buscando mejorar las relaciones con Rusia, para disgusto tanto de demócratas como de republicanos, y ha concentrado sus esfuerzos en socavar a China e incluso aliados tradicionales como Alemania. Trump ha aludido a que Alemania se beneficia de la manipulación monetaria a través de un Euro “fuertemente devaluado”, que el país le debe a EE.UU. “vastas sumas de dinero” por su defensa.

Es muy temprano para decir qué tan cercano va a colaborar la administración de Trump con el Kremlin, pero podemos asegurar que las intervenciones rusas en la política estadounidense han sido fuertemente exageradas por los demócratas, quienes quieren regresar a una posición más halcón hacia Rusia. En el peor caso, el supuesto hackeo de Rusia a la Convención Nacional Democrática sólo llevó a la desclasificación de información objetiva que podría haberse conjeturado de todos modos: que los apparatchiks del partido favorecían la candidatura de Hillary Clinton frente a la de Bernie Sanders y que activamente estaba buscando formas de asegurar su victoria. Sin embargo, los servicios de inteligencia hasta ahora no han podido probar incluso esta relación y Wikileaks, que distribuyó los correos hackeados y ha negado que la fuente sea el gobierno ruso.

¿Qué viene?

A través del mundo, el capital se vuelve cada vez más incapaz de superar sus contradicciones. En los países imperialistas, y en especial en EE.UU., esto se expresa por una inmensa presión del capital de producir globalmente, usar mano de obra extranjera, abrir fronteras para el capital y las finanzas y, por el otro lado, proteger la industria nacional. Lo que resalta estas contradicciones es la crisis económica prolongada que ha arrastrado al mundo desde 2008. La incapacidad de resolver estas contradicciones a través de métodos normales lleva a lo que Gramsci llamaba “crisis orgánica” contra lo que podría ser una simple “crisis coyuntural”. La crisis orgánica no se limita a una crisis política, económica o social, sino que abarca las tres. Ya estamos viendo elementos de crisis orgánica en los países centrales -EE.UU., Gran Bretaña y Francia) y crisis orgánicas de gran escala en países periféricos como Brasil o Corea del Sur.

En todo el mundo, los partidos y las figuras tradicionales están en decadencia -socialdemócratas y conservadores en Europa, el establishment de demócratas y republicanos en EE.UU.-. Los políticos en el centro político, como Obama, han demostrado ser completamente incapaces de proporcionar soluciones a las necesidades de la clase obrera y del pueblo pobre. Esto ha dado lugar a nuevos fenómenos populistas, no sólo a derecha, sino también a centro-izquierda -como Sanders y Corbyn-. Mientras tanto, existe una situación internacional cada vez más convulsiva en la que crecen las tensiones entre las potencias imperialistas -por ejemplo, EE.UU. y Alemania.

Estos factores pueden ofrecer oportunidades potenciales para un alza en la lucha de clases, incluyendo la radicalización de trabajadores y jóvenes y el desarrollo de nuevas y dinámicas organizaciones revolucionarias. Las enormes protestas que siguieron a la elección de Trump y el rápido crecimiento de partidos a la izquierda de los demócratas como los DSA, aunque todavía muestran limitaciones importantes, nos dan esperanza para el desarrollo de nuevos fenómenos progresivos que no se ven desde la guerra de Vietnam. ¡Empecemos a construir entonces la resistencia!

Traducción: Oscar Fernández


Robert Belano

Vive en Washington y es escritor y editor de Left Voice de EE. UU.

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