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Red Internacional
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Madygraf, bajar de la Torre de Marfil (1)

Viernes 19 de septiembre de 2014

“La historia social enseña que no hay política social sin un movimiento social capaz de imponerla. En consecuencia, la cuestión es saber cómo movilizar las fuerzas capaces de llegar a este fin y a qué instancias pedir este trabajo de movilización”.
Pierre Bourdieu
“Sin movimiento social, no hay política social", 1999

Estas premisas suelen recorrer las aulas y las producciones académicas sobre los movimientos sociales desde su explosión a fines del 2001. Sin embargo, es dable afirmar que luego de más de 12 años de gobierno kirchnerista y con la consecuente institucionalización de los movimientos sociales de antaño, el mundo académico volvió a confinarse en “su torre de marfil”. Parafraseando a Bourdieu podríamos decir que aquellos académicos de los movimientos sociales transmutaron en una nueva “tecnocracia intelectual”, que afirma el pasado de pauperización social y la consecuente regulación estatal impuesta como solución, como un nuevo dogma fatalista. Fatalismo, con apariencia de verdad científica, que afirma que el bienestar sociolaboral solo es posible bajo el ala del Estado que reabrió las negociaciones colectivas, fortaleció a los Sindicatos, actualizó salarios, promovió la Asignación Universal por hijo, actualizó las jubilaciones, etc, etc. Pero oculta una realidad que reaparece con la confrontación de las actuales luchas de los trabajadores que, organizados en comisiones internas combativas, resisten los despidos y suspensiones que son avaladas por los sindicatos asociados a ese mismo Estado (Lear, Gestamp, Felfort, etc). Ciertamente, son precisamente estos trabajadores los que comienzan a construir las fuerzas sociales capaces de transformar con sus prácticas estas creencias de destinos inevitables que la academia promueve.
Para tomar un caso, invita a la reflexión la experiencia de los trabajadores de la exDonelley. Los mismos, ante el cierre de la empresa, y tras el pedido de quiebra solicitado por los capitales norteamericanos, decidieron en asamblea no quedar desocupados, seguir trabajando, tomar la fábrica y poner las máquinas a producir bajo su control. Y fue esta experiencia la que durante casi 6 horas tuvimos la oportunidad de conocer, vivenciar y emocionarnos, al comprobar que las lógicas del sentido común develaban su irracionalidad. Sólo como ejemplo de esto, citamos algunas voces de los trabajadores quienes afirman que “hoy se trabaja mejor, sin la presión del supervisor, porque estás con tus compañeros”, esto además hace que “la producción salga con mayor calidad”. Sin embargo, su experiencia trasciende las paredes de la fábrica – y quizás sea uno de los elementos más corrosivos en esta actualidad que se debate sobre los sentidos de la educación- por el hecho de que son los objetivos políticos de estas organizaciones sindicales de base las que construyen nuevos sentidos y valores que se impregnan en las relaciones sociales que entablan los trabajadores entre sí. Durante el recorrido por la fábrica, fue destacable el entusiasmo con que cuentan los cambios que se produjeron en sus propias personalidades, donde la organización fue poco a poco desterrando la competencia que promueven las patronales, entre contratados, terciarizados y efectivos; o las viejas prácticas del “derecho de piso” por el aumento de la colaboración, la cooperación y el trabajo común al sentirse parte de una misma clase social. Estos cambios resultaron también en transformaciones que se extendieron hasta los hogares de los propios trabajadores, quienes hicieron participar a sus familias y que hoy se ve reflejado en el rol que cumple la Comisión de Mujeres de Mady-Graf. La toma de la fábrica bajo el control obrero no es más que una acción dentro de un largo proceso de organización y lucha de estos trabajadores, que se ejercitaron en oposición a los empresarios, gerentes y sindicalistas desde el año 2005, pero que cobra visibilidad pública por ser una acción subversiva contra la dominación del capital, porque en última instancia demuestra que no hace falta que haya patrones para que una fábrica funcione, pero además que se puede producir no para el enriquecimiento de unos pocos sino para las necesidades sociales.

El sábado 12/09 las puertas de la fábrica Donelley, hoy rebautizada como Mady-Graf por sus trabajadores fueron abiertas para desarrollar una clase del Seminario Los trabajadores de la Argentina post-devaluación de la carrera de Sociología de la UBA.

Como docentes nos movilizó conocer y promover la experiencia de estos trabajadores que cuestionan el orden social capitalista, y colaborar en la difusión de sus prácticas y objetivos hacia otros trabajadores, pero también hacia toda la sociedad. Mady-Graf bajo control obrero desfataliza el destino de la desocupación para los trabajadores, contribuye a liberar las fuerzas sociales capaces de transformar el actual sistema capitalista e invitan nuevamente al anquilosado mundo académico a bajar de su “torre de marfil”.

(1). Con la metáfora de la Torre de Marfil Bourdieu sintetiza las prácticas de los sectores académicos que, siendo detentores del campo cultural, investigan y producen aquello que las instituciones académicas autodefinen como intereses sociales, muchas veces asociados a los intereses políticos del estado, justificando el orden social, más que develando aquello que se oculta por esos mismos intereses.