A un mes de cumplir sus 17 años cruzó los Andes a pie para vivir la libertad que en su país no podía. Llegó a Argentina allá por 1943. A un año de su muerte la recordamos.
Martes 26 de julio de 2016
“Mi recordatorio” fue el título de su autobiografía. Allí, Malva, la travesti más longeva de Argentina -que nos dejó el año pasado a la edad de 92 años-, nos contó su historia y con ella llegaron las imágenes de tiempos en donde ser ´maricón´ se pagaba con la cárcel. Leerla fue como trasladarse a la noche del Buenos Aires de rouge y lentejuelas, pero también las escenas de la vida en la cárcel para las travestis y homosexuales en tiempos de Perón.
Así nos cuenta cómo transcurrían las horas en la cárcel de Devoto: “Con el negro de la pava que usan para matear y la raspadura del jabón mojado, arman una pasta compacta como rímel para pestañas. El tizne seco es el delineador de ojos y cejas. Las paredes son de color rosa: raspan el revoque y tienen rubor para las mejillas. Los aros los fabrican con el papel plateado de los cigarrillos, que se pegan al lóbulo de la oreja con jabón común. Del techo de la celda cuelgan un jarrón que hace las veces de micrófono y ahí sí: que empiece el show. Ellas cantan, bailan y se olvidan del mundo. Una es Blanquita Amaro, otra Nélida Roca, otra Alicia Márquez. Los del pabellón vecino aplauden primero y chistan después, con el consabido`putoooos de mieeeerrrrda, dejeeeen dormir´ y alguna que otra amenaza. Los guardia cárceles las dejan hacer, hasta que se cansan.”
Pasaron los gobiernos, democráticos y cívico-militares, pero el hostigamiento y la persecución para Malva y los suyos fue la misma. Es por este motivo que se exilia a Brasil.
Malva, la hermana, la abuela
Conocí a Malva cuando tenía 12 años. Junto con mi hermano y unos primos de la misma edad, habíamos escuchado decir a los adultos que Malva era hombre. No podía entender porque decían eso. Para mí era mujer, se contoneaba y sonreía como una mujer. Pero como la curiosidad era parte de nuestra esencia, decidimos confirmar lo que decían. Es así que cada vez que podíamos, con mis primos o sola, tratábamos de espiar por la cerradura del baño, pero el resultado siempre era el mismo. Jamás pudimos ver nada, y con el correr del tiempo, los rumores se aplacaron y la curiosidad se volvió cotidianidad.
Malva se hizo amiga de mi tía Elsa y cuando nació su hija Yesica, Malva se enamoró de ella, y así sus visitas fueron más frecuentes. Adoptó a los hijos de Elsa como sus nietos, y con el correr del tiempo el cariño creció, y se eligieron como hermanas.
En estos últimos años, Malva vivía en una residencia para ancianos, no quería ser una carga para nadie, decía; pero cada viernes Elsa viajaba a buscarla para pasar los fines de semana juntas, su estadía se prolongaba durante la semana, según las ganas que Malva tenía de volver a la residencia.
Los domingos en familia, en la punta de la mesa, se encontraban: mi abuela y Malva, en la sobremesa, hablamos sobre los derechos que habíamos conquistado, y ella decía que no necesitaba su DNI, pero que estaba bien que las maricas lo pudieran tener.
Malva no sólo fue quien nos contó cómo se vivió la homosexualidad en la historia Argentina, sino también una travesti longeva que vivió en compañía de quien eligió como hermana y amiga.