Varias imágenes surgen cuando se nombra Malvinas. La plaza llena con Galtieri, las revistas Gente, el Crucero General Belgrano hundiéndose, pero hay dos que cruzan todos los relatos como una niebla: la imagen del soldado construida por el film Los chicos de la guerra y la notoria ausencia del combate militar en los films de ficción.
Bebe Kamin, director de Los chicos de la guerra (1984), cuenta que cuando hicieron el casting para los ocho personajes de la película se presentaron mil aspirantes, una muestra de las pasiones del momento. Habían conseguido el apoyo del INC presidido por Manuel Antín y eso les permitía una producción de cierto nivel, con buen equipo técnico. Contactaron asesores militares para los rodajes (un sargento que había estado en la guerra) y buscaron locaciones. Las encontraron en Olavarría y Sierras Bayas, una localidad cercana a Tandil en la Provincia de Buenos Aires que tenía el mismo origen geológico de las islas y un barrio ferroviario construido por los ingleses, que podía verse como algo similar a Puerto Argentino. El problema eran las armas. Iniciaron trámites por varias vías para obtener el apoyo del ejército con pertrechos militares pero no lo lograron, era el primer año de democracia y los cuarteles tenían otros intereses. Decidieron entonces que las escenas de guerra serían nocturnas y que usarían armas de madera…
Un día ya en plena filmación en Sierras Bayas, Bebe Kamin se encontraba preparando el rodaje de un plano en lo alto de un monte cuando le avisan que una columna del ejército, vehículos y tropas, se aproximaba por el camino. Varios de los actores y extras estaban vestidos con ropa de fajina y como él había hecho la colimba en la Marina decidió asumir el comando de las acciones. Le dio órdenes precisas a todo el personal de filmación y esperaron a los militares en perfecta formación. Cuando llegaron las tropas al mando de un oficial la situación era surrealista. Habían surgido dos ejércitos, uno real y otro ficcional, enfrentados cara a cara sin saber cómo comportarse.
Luego de un momento raro, el jefe del ejército real leyó una orden por la cual le obligaban a facilitar elementos de guerra a la producción y emprendió la retirada dejando al jefe ficcional una gran cantidad de armas sin proyectiles, camiones, carpas de campaña y otros elementos. La producción consideró el hecho “un triunfo de la flamante democracia” y se pusieron a rodar a toda velocidad. Esa anécdota trivial de un rodaje, rescatada en el libro Esto es la guerra, pibe, de Ezequiel Fernández [1], podría ser el origen de varias tesis de doctorado sobre el pasaje de la dictadura a la democracia y hasta de las formas de dominación que se ponen en juego bajo la idea gramsciana de “coerción y consenso”. Aunque ese pasaje en Argentina era traumático y caótico tras la desastrosa derrota militar en Malvinas y el genocidio con 30.000 desaparecidos.
El guion de Los chicos… había sido escrito en ese clima de movilizaciones y actos políticos “por la recuperación democrática” en el que estaba sumergido Buenos Aires. El estreno de la película tuvo repercusión masiva, generó polémica, y hasta hubo una manifestación en la puerta del cine Monumental el día del lanzamiento en agosto de 1984. Alcanzó rápidamente más de 700.000 espectadores. Bebe Kamin no sabía que con Los chicos de la guerra estaba construyendo la imagen de Malvinas y el punto de vista que desde el propio nombre del film tendría la mayor influencia en la memoria colectiva nacional y en el cine de ficción.
La película cuenta la historia de tres jóvenes de diferentes sectores sociales que son convocados al conflicto y convergen en el campo de batalla. Pero él dice que al escribir el guion se convencieron de que “lo más interesante no era la guerra sino la generación que había sido convocada para combatir”. Por lo cual trasladaron todo el eje narrativo a sus experiencias desde niños, de qué manera crecieron, sus historias. Por eso el film parte del punto de la derrota donde los vemos por primera vez en un shock traumático y trabaja sobre una serie constante de flashback. Los personajes son aniñados, adolescentes que incluso caen víctimas del hostigamiento de las patotas de la dictadura, pero que no tenían compromiso o intereses políticos. Tampoco son parte de la euforia por la recuperación de Malvinas. Bebe Kamin dice que al guionar, para ellos “lo central fue abandonar la idea de una película de guerra por otra de carácter testimonial”.
A propósito de las películas de guerra, el libro de Fernández se hace preguntas que otros investigadores también tomaron, pero acá de manera directa. ¿Por qué una guerra como Malvinas no generó cine bélico [2]? ¿Por qué se desplazan las historias hacia el continente? ¿Por qué no está en el centro de los relatos ficcionales las experiencias del combate contra los ingleses, aún incluyendo al “enemigo interno”?
En esos mismos años, en el cine documental la mirada apuntaba a otro lado. Jorge Denti, documentalista e integrante del mítico Cine de la Base, que había sufrido el secuestro y desaparición de Raymundo Gleyzer en mayo de 1976, estaba exiliado en México. Según cuenta en una entrevista de 2012 [3], la guerra de Malvinas dividió a la comunidad argentina en el exterior. Él se encontraba entre los que pensaban que “los militares estaban buscando solucionar a través de la intervención militar en Malvinas los problemas internos que tenían: políticos, económicos y de imagen, después del desastre que habían hecho en los seis años de dictadura”. En pleno conflicto comenzó a trabajar la idea de hacer una película de la guerra con la audacia de rodar en Argentina e Inglaterra. Denti “quería hacer un documental en el que hablaran los pueblos; es decir, qué sentía el pueblo argentino en sus diferentes manifestaciones, como los ex combatientes de Malvinas que fueron utilizados para la guerra, historiadores, obreros, intelectuales, gente ligada a los derechos humanos. Y lo mismo en Inglaterra” para saber lo que pensaba el pueblo inglés y no la Thatcher. El nombre sería Malvinas, historia de traiciones [4] (1984).
La colaboración comprometida de varias personas del mundo del cine le permitió avanzar en el proyecto. Por intermedio del crítico de cine inglés Michael Chanan que había conocido en festivales, logró contacto con el recientemente nacido Channel Four de Londres. Algo similar a la televisión pública argentina, a cargo del Departamento de Cultura y Medios del gobierno del Reino Unido. Para Denti la manipulación era una de las claves, y esto había sucedido en Argentina expropiando “una causa justa”, pero también en Inglaterra porque Tatcher “había llegado a la guerra para evitar conflictos internos, como la dictadura argentina. Descontento social, problemas de desocupación, fábricas cerradas”. La otra clave para él era la ambición colonialista de Gran Bretaña, cuestión que el documental se atreve a abrir al debate en las propias calles de Londres.
En el rodaje, el equipo de Denti tomó contacto con obreros que estaban peleando por sus reivindicaciones en las fábricas de Argentina y que brindaron testimonio, como los trabajadores de la Volkswagen Monte Chingolo en lucha, que hablan desde las carpas del aguante y las ollas populares del conflicto. También con ex combatientes que plantean cómo y de qué manera volverían a pelear a las islas. Con habitantes de las villas, intelectuales como Pérez Esquivel, Madres de Plaza de Mayo y hasta Saúl Ubaldini, un muestreo de la sociedad argentina de ese momento cuyo valor documental crece con el paso del tiempo. La misma lógica tuvo en Inglaterra: trabajadores de Coventry dan su testimonio, también intelectuales como el historiador E. P. Thompson, diputados laboristas, un almirante inglés, escritores. Sucede entonces que además de la parte imperial británica y nacionalista, se ve cómo “gran parte de los ingleses creen que las islas son argentinas, que no tienen por qué ser inglesas porque es un acto colonial que se viene arrastrando desde hace mucho”.
Al igual que Los chicos de la guerra, en el montaje la película parte de la derrota, el momento justo en que deponen armas los argentinos y se acumulan en un enorme montón de ametralladoras, pero en Historia de traiciones ese momento suena a armisticio para dialogar. Se mete también en los temas más ríspidos, como “la Plaza llena” por Malvinas, la imagen recurrente a la que todas las películas deben volver, explicar, discutir, pensar. Denti muestra los carteles que decían “las Malvinas son de los trabajadores y no de los torturadores” y luego tras la derrota cuando se cantaba “los pibes murieron, los jefes los vendieron”. El film está dedicado a Raymundo Gleyzer, detenido desaparecido, y recupera imágenes de un trabajo suyo de los años 60, el primer documental argentino sobre las islas realizado para Telenoche y rodado en el terreno. Raymundo mostraba un mundo extraño, cuyos habitantes tenían poco que ver culturalmente con nosotros pero reafirmaba desde la mirada y el título a quien pertenecía el territorio: Nuestras islas Malvinas (1966).
En el estreno el camino no sería fácil. “Los conservadores se opusieron a la difusión de la película y el Daily News tituló: ‘Paren la película del argentino’”. Denti cuenta que recibió alrededor de setecientas cartas con diferentes reacciones de los espectadores ingleses que vieron el documental: algunas a favor y otras que exigían fusilarlo. La película tuvo impacto y repercusión en Latinoamérica y Europa pero en Argentina circuló de manera casi marginal, sin el empuje de la distribución comercial y sobre todo sin los circuitos sociales que habían permitido al cine militante distribuciones masivas incluso en clandestinidad durante las décadas anteriores.
Algunos análisis plantean que Malvinas, historia de traiciones, clausura el modo de representación vinculado al cine militante de los sesenta y setenta, y esta hipótesis tiene validez. Pero luego de volar bajo el radar durante tres décadas comenzó a encontrar público propicio en el siglo XXI, estrenada en TV en 2012 por Canal Encuentro, descubierta y visitada online en redes sociales. Bifurcaciones de la historia y las representaciones.
El paso de “la sociedad argentina” por la violencia y las armas de la dictadura, había logrado que “la sociedad argentina” tuviera otra actitud ante la violencia y las armas. Y los productos culturales daban cuenta de eso, como el documental La república perdida (1983) de Miguel Pérez. Sin embargo surge acá una paradoja, la construcción de un relato oficial sobre “la represión ilegal” y los detenidos desaparecidos provenía esencialmente de la matriz del Estado y el Nunca Más. Los films como La historia oficial (1985) de Luis Puenzo, y La noche de los lápices (1986) de Héctor Olivera se sostenían sobre esas imágenes. Pero el que completaba la tríada de este “cine de recuperación democrática” y construía la imagen del soldado, aunque entronca con ese espíritu general, provenía de una iniciativa individual: Los chicos de la guerra (1984) de Bebe Kamin. El ex combatiente era una víctima empática de la dictadura en la ficción y era una víctima antipática de la democracia en la realidad, que ni siquiera lo reconocía oficialmente como tal. Incluso en esto los veteranos fueron olvidados.
Soldado ficcional, soldado real
Malvinas tuvo y tiene por obvias razones un peso enorme en la cultura nacional, música, teatro, plástica, poesía, literatura, cine de ficción, cine documental. A propósito de la siempre conflictiva relación entre literatura y cine hay algo que se puede señalar de sus caminos paralelos, que como toda generalización tiene la consecuencia de borrar los detalles pero puede aportar una mirada productiva: mientras la literatura ficcional parece haber tomado un camino creativo más libre, en tono farsesco, inaugurado por Los pichiciegos (1983) de Rodolfo Fogwill; el cine de ficción parece haber quedado atado a la solemnidad y la matriz inicial inaugurada por Los chicos de la guerra, mientras el documental que inicialmente pareció clausurado y paralizado, fue construyendo con el paso del tiempo una diversidad caleidoscópica, una obra diversa que parece constituir un largo film de más de 40 horas que aumenta la percepción sobre la guerra, sus causas, sus consecuencias, el enemigo inglés, el enemigo interno, y el principal factor humano implicado en todo esto: los soldados.
En cuanto a las películas de ficción que trataron de manera directa o indirecta el conflicto y los conscriptos, algunas son: Los días de junio (1985) de Alberto Fischerman, La deuda interna (1988) de Miguel Pereira, Iluminados por el fuego (2005) de Tristán Bauer, Cartas a Malvinas (2009) de Rodrigo Fernández Engler, Soldado argentino sólo conocido por Dios (2016) de Rodrigo Fernández Engler o La noche más fría (2017) de Cristian Tapia Marchiori. Solo dos se alejan de la matriz inaugurada en 1984: el cortometraje Guarisove, los olvidados (1995) de Bruno Stagnaro y Malvineitor (2017) de Pablo Marini, la única película que plantea una segunda Guerra de Malvinas donde ganan los argentinos, pero en un tono políticamente incorrecto y bizarro.
Iluminados por el fuego (2005) de Tristán Bauer intenta abrirse del camino de Los chicos… pero termina por continuarlo. Esa película es la segunda que tuvo repercusión masiva, coincidiendo también con algunas políticas por parte del kirchnerismo respecto de la soberanía ante las islas. Bauer cuenta que inicialmente había pensado la película ambientada en 1982, pero luego, al conocer la cantidad de suicidios de ex combatientes que igualaba a los muertos en combate, decidió cambiar el eje. La película nuevamente se desplaza al continente y el presente, en el marco de lo que parece otra derrota nacional: la crisis del 2001. Y desde ahí el personaje viaja al pasado por múltiples flashback a las islas, que no superan la imagen del soldado construida por Bebe Kamin. Sin ninguna carga peyorativa, se puede señalar el hecho de que se construye “cine testimonial” pero no bélico.
La imagen del soldado conscripto aplastado entre dos fuerzas enemigas (los ingleses y los militares argentinos) es la constante en los films de ficción. Pero aunque ese campo de fuerzas no escape a la realidad, no es un motor que dinamiza “al personaje”, como suele ocurrir en muchos films de guerra producidos en países derrotados en otros conflictos. Al contrario, en los films nacionales, ese campo de fuerzas paraliza al soldado y le impide realizar cualquier acto épico, cumplir “una misión”, tomar territorio, luchar con el enemigo inglés (o incluso el enemigo militar interno), que son todos tópicos del cine bélico y de acción. Así, aun “basadas en hechos reales” las ficciones cinematográficas de Malvinas le vuelven la espalda a los relatos documentados en libros de acciones heroicas de soldados o pilotos. Quizás podría tomarse esto como un reflejo de “la desmalvinización” que como concepto surge a partir del politólogo francés Alain Rouquié que planteó en 1983 que darle tono justo o épico a la guerra era darle una carta a favor a la dictadura.
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El cine documental sobre Malvinas suma entre cortometrajes y largometrajes una diversidad de más de treinta. A los dos primeros, nombrados más arriba, provenientes de la tradición militante, se sumaron algunos como: Hundan al Belgrano (1996) de Federico Urioste; No tan nuestras (2005) de Ramiro Longo; Periodismo y censura en la guerra de Malvinas (2005) de Roberto Persano y Elena Ciganda; La forma exacta de las islas (2012) de Daniel Casabé y Edgardo Dieleke; Teatro de Guerra (2018) de Lola Arias; Buenas Noches Malvinas (2020) de Ana Fraile y Lucas Scavino; Nosotras también estuvimos (2021) de Federico Strifezzo; o 1982 (2021) de Lucas Gallo.
En el conjunto de las obras se pueden distinguir distintos grupos temáticos, los primeros como Malvinas, historia de traiciones y Hundan al Belgrano, que aportan una visión más general, de tipo histórico político, fundamentando la historia de la dominación imperialista y la crítica a la dictadura. Los que siguieron, especialmente desde la década del 2000 centrados en las historias de los ex combatientes, desde distintos ángulos y en diferentes momentos históricos, permiten ver las repercusiones de las políticas de olvido a lo largo de las décadas. En este grupo se destacan No tan nuestras, basada en una entrevista larga y en profundidad a Sergio Delgado, un ex combatiente que estuvo en la batalla de Monte Longdon y que cayó prisionero, muy herido, un personaje entrañable que atrapa a los espectadores contando su historia. La forma exacta de las islas es una propuesta que aporta la experiencia de una joven investigadora que viaja a las Malvinas en busca de datos para su tesis, conoce a dos ex combatientes y decide filmarlos mientras rescatan su historia. Una experiencia con gran impacto a nivel personal narrativo, la política, la geografía y los afectos. Buenas Noches Malvinas, se centra en la historia de los familiares de los soldados, cómo pasaron esos meses de guerra, qué estrategias se dieron para organizarse y comunicarse con ellos. Nosotras también estuvimos relata la experiencia de tres enfermeras de la fuerza aérea que estuvieron en un hospital de Comodoro Rivadavia. Una de las películas que sobresalen por la audacia de su propuesta es Teatro de Guerra, parte de una misma experiencia con la obra de teatro Campo minado y realizada con tres ex veteranos argentinos y tres ex veteranos ingleses. Los seis son puestos en escena para recordar y reconstruir juntos momentos y experiencias de la guerra y también para debatir entre ellos. La película documenta este proceso. Es un experimento, se reconstruyen vivencias, las escenas son a la vez auténticas y artificiales. Mientras otro grupo de documentales pone el foco en el rol de los medios de comunicación como 1982, que está realizada a través de archivos televisivos del noticiero 60 minutos junto al programa especial Las 24 horas de Malvinas realizado para juntar fondos, ambas producciones de la televisión pública (ATC) y se da cuenta del tratamiento de los medios oficiales y el relato que construyeron.
A 40 años de la guerra de Malvinas, quizás una nueva imagen del soldado se encuentra en plena construcción. Darle la voz real parece corresponder hoy al documental, atacar la imagen de las Islas Malvinas construida tras la derrota desde múltiples ángulos, también. Habrá que tener atenta la mirada para descubrir si la dinámica del documental aporta para romper los moldes establecidos y generar nuevas imágenes que se separen de los códigos impuestos hasta ahora sobre la guerra.
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