El home office o teletrabajo en medio de la cuarentena deja en evidencia muchos problemas relacionados con la jornada laboral y el trabajo de cuidados no remunerado, que realizan mayoritariamente las mujeres.

Celeste Murillo @rompe_teclas
Jueves 2 de abril de 2020 22:00
La imagen que ilustra este texto dio vueltas en las redes sociales y convirtió en meme una realidad que viven muchas mujeres que están trabajando desde sus casas durante la cuarentena obligatoria dispuesta por el gobierno (esto no es igual para todas las mujeres, muchas trabajan en sectores esenciales, otras son precarizadas, trabajan de manera informal o están desocupadas).
Solemos asociar la idea de home office a una ejecutiva en un ambiente calmo, impoluto, silencioso y con dispositivos de última tecnología. Pero la realidad se parece más a una docente dando clases virtuales, una empleada administrativa peleando con el Excel o una operadora de call center tratando de atender una llanada, en un ambiente compartido, con mala conectividad, poco espacio, desordenado y mezclado con la vida familiar (una minoría tiene un lugar exclusivo en el hogar). Esa mezcla entre familia y trabajo crece con el aislamiento social obligatorio.
El teletrabajo o home office abrió ya varios debates necesarios sobre la jornada laboral en hogares hiperconectados. El control de las empresas, omnipresentes mediante herramientas informáticas, el problema de los datos de las personas que “abren” sus dispositivos para trabajar, los límites borrosos de la jornada laboral que imponen jefes demandantes o la facilidad de la comunicación transformada en disponer de la fuerza de trabajo 7 días por semana, 24 horas al día.
Trabajadoras jornada completa en todas partes
Estos problemas, para las mujeres, muchas jóvenes y madres solteras, se combinan con las tareas de cuidado, que siguen y se multiplican en cuarentena. Si niños y niñas no van a la escuela, ¿quién los cuida? ¿Quién hace la tarea con ellos, quién se encarga de los juegos? Aunque es probable que el confinamiento en casa haya trastocado algunas realidades, las mujeres son las que dedican el doble del tiempo a estas tareas, indispensables y no remuneradas. Pasaba antes de la cuarentena y pasa ahora. Un estudio reciente del Indec muestra que 8 de cada 10 mujeres realizan tareas domésticas en el hogar, el doble que en el caso de los varones.
Durante la cuarentena, esta realidad se traduce en sobrecarga y jornadas que parecen no terminar. Muchas mujeres realizan teletrabajo mientras cuidan a sus hijos e hijas o a personas mayores. Que sean ellas quienes realizan esas tareas no tiene que ver con la cuarentena sino con el rol asignado a las mujeres en las sociedades capitalistas (aunque el patriarcado ya existía desde antes), encargadas de las tareas del hogar y el cuidado infantil, como una extensión de su capacidad biológica de reproducir la vida (que nada tiene que ver con esas tareas).
Esa desigualdad no se termina al salir de casa. Los roles, basados en prejuicios patriarcales, se reproducen en el mercado de trabajo. Esto alimenta diferentes fenómenos, desde la brecha salarial hasta las “paredes de cristal”, como explica Mónica Arancibia en “Brecha salarial: más trabajo y menos salario para las mujeres”, cuando señala que las mujeres “están sobrerrepresentadas en tareas vinculadas a las actividades domésticas y de cuidado. Es como una extensión del rol asignado a las mujeres en sus casas trasladado al tipo de trabajo que ‘deberían realizar’. En la Argentina las mujeres son mayoría en el trabajo en casas particulares (94,7 %), en la enseñanza (tres de cada cuatro ocupados son mujeres) y en los servicios sociales y de salud (dos de cada tres ocupados)”.
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A eso se suma que, al ocupar mucho más tiempo en las tareas de cuidado no remuneradas, las mujeres tienen menos horas disponibles para trabajar en el mercado laboral de forma paga. Según los últimos datos disponibles de la encuesta de uso del tiempo realizada por el Indec en 2013, las mujeres le dedican en promedio 6,4 horas diarias a las actividades domésticas, mientras que los varones destinan solo 3,4 horas. Esto hace que más mujeres que varones se empleen en trabajos part-time o con mayor flexibilidad horaria.
La no disponibilidad de los servicios que socializan aspectos del cuidado (o trabajo reproductivo), como las escuelas, muchos locales de comida, lavaderos, entre otros, muestran la realidad que viven millones de mujeres que multiplican sus tareas en un contexto de ajuste, al no poder acceder a la solución “social” que ofrece el mercado. Como señala Lucía Ortega, aunque es difícil medirlo estadísticamente, “en un contexto de suba de precios y deterioro de los ingresos tienden a intensificarse las tareas del hogar, por la necesidad de reemplazar productos adquiridos en el mercado por otros realizados internamente para abaratar gastos. Entre ellos, la elaboración de alimentos, el cuidado de adultos mayores y niños, la contratación de personal de limpieza. A eso se agrega el achicamiento de servicios provistos por el Estado (educación, salud)”.
Estos problemas hace tiempo son parte de las demandas y los debates en el feminismo. ¿Qué lugar tiene el trabajo reproductivo en las sociedades organizadas alrededor de la explotación del trabajo asalariado y las ganancias de los capitalistas? La movilización de las mujeres tradujo algunas de estas discusiones en consignas como “No es amor, es trabajo no remunerado”, en referencia a los prejuicios patriarcales (aprovechados hábilmente por el capitalismo) que asignan las tareas de cuidados a las personas de un género. Visibilizar el trabajo reproductivo, feminizado y no pago (del que se benefician principalmente empleadores privados y estatales) es parte de la crítica de las desigualdades naturalizadas en una sociedad desigual por definición.

Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.