No esperaba una pregunta tan directa, pero tengo la convicción de que… a preguntas honestas respuestas honestas. Una práctica que como madre y maestra intento sostener con coherencia en mi vida.
Martes 28 de septiembre de 2021
Comencé por explicarle que es un proceso por el que pasan algunas mujeres estando embarazadas, al que se llega por enfermedades, desnutrición e incluso por el maltrato físico y emocional que padecen, pero también por decisión propia, y estos motivos hacen que dejen de estar embarazadas.
Con la información que tengo ‒mucha de la que adquirí por cuenta propia, por curiosidad y necesidad en diferentes momentos de mi vida‒ le expliqué que es un proceso en el cual el útero de una mujer embarazada comienza a tener contracciones y expulsa la cubierta del endometrio “como lo que sale cada mes cuando menstrúo”, le dije, y con él, el embrión que se formó tras la fusión del espermatozoide con el óvulo.
Su rostro no mostraba signos más que de intriga y aún más curiosidad. Por consecuencia me preguntó que porqué hablábamos de eso y le mencioné sobre el 28S.
Momentos que no se olvidan jamás
Hace doce años yo estaba por concluir el penúltimo año de la licenciatura, tenía un noviazgo y poco antes de concluir el semestre supe que estaba embarazada, se lo comuniqué a mi novio. Ambos estudiábamos en la Ciudad de México y somos de provincia, llegó el fin de semana y cada uno volvió a su ciudad.
Semanas antes yo había tenido una conversación con una amiga que temía estar embarazada, era verdadero temor dado que se encontraba aún sin concluir la licenciatura, y su familia, que dependía sólo de los ingresos de su mamá ‒que era madre soltera‒ vivía una situación de incertidumbre económica. Hablamos sobre aborto y luego me fui con la idea en mente de qué haría yo si estuviera en su situación.
Al volver mi novio y yo a la ciudad después de aquel fin de semana, él me dijo que había hablado con un familiar médico que sugirió que solicitáramos una ILE. En mi caso, provengo, como muchas mujeres en México, de una familia católica que, de haberse enterado de mi embarazo, seguro hubieran dicho “Todos te ayudaremos, puedes continuar tu embarazo”, pero por primera vez en mi vida estuve 100 % segura de que la decisión que tomaría iba a ser responsabilidad mía y sus consecuencias también lo serían.
Tras una búsqueda de referencias en el INMujeres recibí una carta para la instancia de salud de una delegación. Después de una semana de exámenes, un jueves alrededor de las 6 de la mañana me dirigí a la clínica, desde la esquina me rodearon promotores “de la vida” y también otros de clínicas privadas. Noté de inmediato la inmersión ambivalente de la sociedad y su sistema económico en una decisión que ya era muy difícil para mí, que incluso aún no estaba tomada.
“Sólo puede pasar la interesada” le dijeron a mi novio, quien se fue a esperar al auto. En la fila sólo había mujeres solas, la excepción era una menor de edad con discapacidad intelectual a la que acompañaba su mamá.
Formada frente a mí, una mujer más joven que yo me decía que venía de provincia, que sus papás la obligaron a abortar aún en contra de su decisión, “me dijeron que si lo quería tener iba a tener que buscar otra casa y la forma de mantenerlo yo sola”.
“Pendeja” le dijo la madre a la niña con discapacidad ya dentro de la clínica en la que en una sala de espera de aproximadamente 2x2 metros, 9 mujeres esperábamos nuestro turno para el ultrasonido ‒las otras esperaban afuera‒, “no le diga así, señora” le dijo otra mujer. La madre alegaba que un amigo de ella que la ayudaba a cuidarla la embarazó y no sabían de él desde entonces, “no le hubiera pasado si no hubiera andado de caliente”.
Otra mujer que ahora estaba junto a mí en la sala de espera me dijo que su esposo estaba en la cárcel porque se había endeudado y ella tenía ya 2 hijos, trabajaba de cajera en un supermercado “aunque quisiera tenerlo no hay manera”, me dijo.
Pasé la revisión, tenía menos de 12 semanas y, como en la mayoría de los casos en que se solicita la ILE, no implicaba un legrado. Me dieron unas pastillas que sacaron de su blíster y las envolvieron en papel aluminio, junto con las indicaciones para el procedimiento, algunas señales de alerta y la recomendación de tener en cuenta cuáles era las clínicas cercanas a mi domicilio.
Por la tarde fui a hacer un examen más, regresé al departamento y le pregunté a mi novio “¿tú estás seguro de esto?”, “sí, yo no quiero tener hijos” dijo.
El resto fue una noche de dolor de abdomen y de espalda, de fiebre y escalofríos, sangrado y diarrea. Además, el autocuestionamiento sobre lo que estaba haciendo y que perdura a lo largo de los años sin lograr encontrar a alguien que empatice o alcance a percibir algo cercano a la duda y la extraña tristeza que esa vivencia conlleva. Al siguiente lunes estaba de vuelta en la escuela.
Años después obtuve mi título, y luego de trabajar en una serie de escuelas “patito”, un empleo “estable” como profesora que, si bien es precariamente pagado y reconocido, exige mucho tiempo y constante actualización que, en gran medida, corre por mi propia cuenta. Decidí que quería vivir la experiencia del embarazo y maternidad, compartí la idea con mi novio ‒el mismo mencionado antes‒ quien, en esta ocasión, estuvo de acuerdo.
Meses después me embaracé y tuve a mi hija. Por años, mi ahora esposo y padre de mi hija, no lograba conseguir un empleo, tuvimos una separación temporal para luego reencontrarnos, y cuando mi hija cumplió 4 años supe que estaba embarazada otra vez.
En la vida constantemente se deben tomar decisiones y yo me hallaba nuevamente frente a una de las más difíciles. Veía a mi hija, a la que amo con todo mi ser, a mi esposo, que me ha apoyado constantemente y me vi a mí misma, que he sido la principal proveedora económica de nuestra familia, con un cansancio atrasado que ha durado años, con poco tiempo para dedicar a convivir con mi familia y con deudas que parecen no terminar.
Besé a mi hija y a mi esposo y tras una larga búsqueda de artículos y referencias en internet, muchos de ellos elaborados por colectivas de mujeres o asociaciones independientes del gobierno, tomé nuevamente la decisión.
Fui a dar clase el sábado por la mañana, al salir fui a la farmacia a comprar las pastillas, insumos para preparar bebidas hidratantes, toallas sanitarias de máxima absorción y con lágrimas en los ojos me dirigí a mi casa. Otra noche como la otra, sangrado, dolor, diarrea, duda. Al siguiente lunes, estaba de vuelta en la escuela.
La maternidad es una vivencia individual y personal, depende de cada mujer y su contexto particular; aun así, se ha manejado en nuestra sociedad como algo que puede ser sometido a juicio de personas cercanas y lejanas.
Los prejuicios pueden llegar muy lejos y destruir sociedades enteras, y hoy, aquella bella frase de “Un mundo donde quepan muchos mundos” se ve lejana.
Estoy convencida de que debemos construir uno donde seamos libres y nuestro derecho a decidir sea ley.