Una nueva serie de Netflix, Marseille, busca aprovechar el éxito de las series enfocadas en los entretelones del poder político (como House of Cards o Scandal), esta vez ambientada en la convulsiva ciudad portuaria francesa.
Ariane Díaz @arianediaztwt
Domingo 10 de julio de 2016
Se trata de la primera producción regional de Netflix que se distribuye globalmente a través de su servicio de streaming (algo que es habitual para las series norteamericanas, pero no para las del resto del mundo, que o bien tardan un tiempo en trascender sus fronteras o bien se adaptan especialmente en EE. UU.).
Con autor (Dan Franck), actores y equipo de producción enteramente franceses, y hablada en ese idioma, sus ocho capítulos buscan asentarse con dos elementos de peso. Por un lado, el protagonista es Gérard Depardieu, uno de los actores de más trayectoria y reconocimiento internacional del cine francés (aunque últimamente más renombrado por su “exilio” voluntario fuera del país para no pagar impuestos y su adopción de la ciudadanía rusa).
Por otro lado, la propia ciudad de Marsella, una de las principales ciudades de Francia (segunda en población) que es eje industrial y centro turístico de lujo a la vez que asentamiento de algunos de los distritos más pobres del país y de una importante comunidad árabe confinada en sus márgenes, y que en los últimos años ha estado en el candelero de los medios franceses por el crecimiento que allí tuvo el xenófobo Frente Nacional de Le Pen.
El primer capítulo promete: Depardieu interpreta a Robert Taro, que tras 20 años como alcalde de la ciudad decide retirarse y promover como sucesor a Lucas Barres (Benoit Maginel), un “pollo” que formó durante ese tiempo y que más que sucesor es parte ya de su familia: casi un hijo para él y su esposa, y un hermano para su hija.
Su último proyecto antes de la elección es instalar un casino a todo trapo en el puerto de la ciudad, según él, un modo de poner en jaque la mafia que maneja las apuestas ilegales en la ciudad y que forma parte del entramado de violencia que la recorre. Pero pronto sus planes se verán frustrados, no por la mafia o por la oposición política y social, sino por la traición de su protegido.
¿Ambición? ¿Negocios? ¿Vínculos non sanctos de la política con los empresarios y los medios? Habrá algo de eso de ambos bandos a partir de allí enfrentados, aunque el presupuesto del que parte la serie es que Taro y su oponente son básicamente honestos y realmente “aman” la ciudad. No es que no se valgan de carpetazos contra sus oponentes, ni que dejen de amenazar a propios y adversarios, ni de manipular a la opinión pública, sino que en la serie está completamente naturalizado que una mafia ilegal se combata con una legal (¿no es la industria del juego un lavadero de dinero sucio por excelencia?), que un dirigente político que conoce la corrupción de su partido no la denuncie hasta que le convenga, y mucho menos que los votos se peleen con punteros en los barrios pobres ofreciendo las “soluciones” que durante sus mandatos niegan consuetudinariamente a la población.
La serie no se priva de dar su propia interpretación reaccionaria de la política francesa actual: todos los conflictos que desarrolla tendrán su origen en las “locuras”, entre románticas y violentas, de la generación política formada en el Mayo francés, según relata como al pasar un periodista que funciona en la serie como reserva reflexiva y moral.
Es que la política (que ya en este tipo de series se suele representar como el mero juego de maquinaciones “por arriba” de personajes pintorescos) se irá desvaneciendo paulatinamente bajo la acumulación de clichés propios de un novelón clásico: viejos amores separados por malos entendidos, hijos no reconocidos, amantes descubiertos, atracciones incestuosas, obsesiones amorosas… Eso sí, para dar un toque contemporáneo, cada tanto se mecha una escena de sexo por aquí, un beso robado a alguien del mismo sexo por allá, unas cuantas líneas de cocaína aspiradas por acullá. Y la ciudad, recorrida en tomas panorámicas o en sus edificios más emblemáticos, como el moderno estadio de fútbol, aporta sin duda su belleza, aunque parece más propia de una guía de turismo que de una serie politizada.
La primera temporada permitirá asistir al resultado del enfrentamiento electoral entre Taro y su protegido, pero deja abiertos la mayoría de los conflictos entre los protagonistas, a esta altura ya familiares. El pie necesario para continuar la serie en una nueva temporada, sobre la que ya hay rumores. Quizás la lectura de los diarios argentinos puedan dar argumentos más originales para una nueva tanda de capítulos dedicados a manejos inverosímiles del poder (aunque aquí hechos tales sean ciertos y no productos de la imaginación).
Ariane Díaz
Nació en Pcia. de Buenos Aires en 1977. Es licenciada en Letras y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Compiló y prologó los libros Escritos filosóficos, de León Trotsky (2004), y El encuentro de Breton y Trotsky en México (2016). Es autora, con José Montes y Matías Maiello de ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo? y escribió en el libro Constelaciones dialécticas. Tentativas sobre Walter Benjamin (2008), y escribe sobre teoría marxista y cultura.