Para María Negroni, explorar el universo de la literatura es una necesidad vital y verbal, algo que plantea recorridos diversos, un movimiento que va desde el ensayo hasta la ficción, desde la traducción a la poesía. “No creo en los géneros literarios y tampoco creo que los ensayos, la poesía, la traducción, la lectura sean diversos terrenos”, explica. “Para mí, todo es parte de lo mismo. Cuando viene una obsesión y pide ser dicha, ella misma impone la forma en que quiere dibujarse”.
David Voloj @VolojDavid
Viernes 1ro de abril de 2016
La escritora rosarina participará en el Festival Internacional de Poesía en distintas actividades. Ha vivido por más de 25 años entre Argentina y Nueva York, donde se dedicó a la docencia y la creación literaria. Obtuvo la beca Guggenheim, el PEN Award for best book of poetry in translation y el Premio Konex, entre otros reconocimientos. Su vasta obra incluye las novelas El sueño de Úrsula (1998) y La anunciación (2007), los ensayos Ciudad Gótica (1994), Galería fantástica (2009) y los libros de poesía Diario Extranjero (2000) y La ineptitud (2002), entre otros títulos. Además, ha traducido a escritores como Georges Bataille, Emily Dickinson, Sylvia Plath y Anne Sexton.
En el prólogo de Ciudad Gótica expresa la importancia e impacto del trabajo de traducción de poetas norteamericanas del último siglo, un ejercicio que apuntó “a medir los avances logrados y los reveses sufridos en la tarea de desmentir la historia de la hermana de Shakespeare, tal como la imaginó Virginia Woolf. He sido en extremo arbitraria. Mis disquisiciones son autorretratos. En cada una de las poetas elegidas, creí ver dilemas compartidos, insubordinaciones y miedos conocidos y, a partir de ese postulado, insuficiente y seguramente erróneo, no vacilé en proponer teorías y explicaciones que, acaso, yo sola necesite. Rescato, sin embargo, estos textos por lo que tienen de celebración: en ellos elijo una genealogía”.
Actualmente dirige la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Tres de Febrero.
–¿Qué relación hay entre la creación poética y tu residencia en el extranjero?
–Hace tres años resolví volver a instalarme en Argentina. Viví en Nueva York por más de 25 años y supongo que eso ha dejado marcas en mi escritura, tal como las ha dejado en mí. He escrito, además, algunos libros en los que Nueva York es, de algún modo, el personaje principal: Ciudad Gótica, mi primer libro de ensayos, y Elegía Joseph Cornell, que publicó Caja Negra hace un par de años, son un homenaje a esa ciudad impresionante, donde la realidad compite con los sueños y el arte.
–¿Cuál fue tu interés al traducir a distintas poetas norteamericanas?
–Cuando llegué por primera vez a Nueva York en 1985, descubrí muy pronto que no me sería fácil leer realmente la poesía norteamericana. Mis conocimientos de inglés eran suficientes para desenvolverme en la vida diaria, pero mis lecturas me dejaban siempre insatisfecha. Apenas si lograba percibir, por intuición, cuáles poetas me interesaban y cuáles no, y a veces, incluso cuando me interesaban (como en el caso de Susan Howe) me sentía lejos de poder apreciar en toda su magnitud el alcance de sus propuestas verbales. Así fue como empecé a traducir. Por más de 10 años, trabajé en mis versiones de Elizabeth Bishop, Marianne Moore, Sylvia Plath, Anne Sexton, Adrienne Rich, Lorine Niedecker, Rosmarie Waldrop, Louise Glück y la ya mencionada Susan Howe, hasta que, después de haberlas corregido mil veces, me decidí a publicarlas en un volumen que titulé La pasión del exilio: diez poetas norteamericanas y que apareció en Buenos Aires bajo el sello editorial Bajo la luna.
–¿Qué desafíos enfrentaste?
–Mis primeras traducciones fueron así un ejercicio y un modo de medir mis propias fuerzas: un aprendizaje. Pound habló de la traducción como una pedagogía o una escuela. Entonces, escribir y traducir eran para mí –y siguen siendo– una sola actividad, ambas fuertemente ligadas a la lectura y a lo que hoy podría definir como una intensa pulsión verbal, que es otro nombre para la vocación. Como la traducción es un vicio, no paré. No solo no paré, empecé a traducir también del francés. Después de completar una selección de la obra de H.D. (Hilda Doolittle) y otra de Charles Simic, traduje a Georges Bataille, a la poeta surrealista que tanto influyó en Alejandra Pizarnik, Valentine Penrose, a Bernard Noël y a Louise Labé que escribió, quizá, los sonetos de amor más bellos de la Francia renacentista.
–¿Cuál es tu percepción del campo literario argentino actual?
–No puedo opinar sobre esto. No soy una lectora atenta al campo literario actual. Mi imaginario, por algún motivo que no podría explicar, se va cada vez más atrás. Siglos atrás, donde, por supuesto, está todo. Como dice un amigo, casi no leo nada que se haya escrito después de la invención de los antibióticos.
–¿Qué puede aportar la docencia a la escritura?
–Como se sabe, es imposible enseñar a escribir (como sería imposible enseñar a vivir). Sin embargo, algunas experiencias y descubrimientos pueden transmitirse. Y no me refiero a cuestiones meramente técnicas sino a los modos más profundos de entender la escritura. La Maestría en Escritura Creativa que dirijo no se propone, en ese sentido, “graduar” escritores sino acompañar a los escritores jóvenes durante un período de su formación, ampliando sus perspectivas de aproximación a la lectura y la escritura.
Presentaciones: María Negroni dialogará con Ana Porrúa hoy viernes a las 17 h, en el Centro Cultural España Córdoba (Entre Ríos 40). El sábado a las 20, en el Cabildo (Independencia 30), leerá junto a Diana Bellesi.
*Extraído de Suplemento de Cultura de La Voz del Interior, Ciudad Equis