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INDUSTRIA TEXTIL. María Ugarte y Eduardo Toro, costureros de una lucha contra la xenofobia y la superexplotación

En plena avanzada antinmigratoria en Argentina y el mundo, la experiencia de una mujer boliviana y un joven salteño en la textil Elemento de Buenos Aires, es un valioso ejemplo de peleas y desafíos.

Juana Galarraga @Juana_Galarraga

Luigi Morris

Luigi Morris @LuigiWMorris

Domingo 5 de febrero de 2017 00:00

El inicio del 2017 es marcado a nivel mundial por el ascenso del derechista Donald Trump al poder en Estados Unidos. En Argentina, el presidente Mauricio Macri sigue sus pasos, no sólo en lo referido a las leyes laborales, el derecho a la protesta, sino también, en la agenda xenófoba contra los inmigrantes.

En este contexto, bien vale destacar los testimonios de María Ugarte, trabajadora inmigrante boliviana y de Eduardo Toro, ambos luchadores que vivieron la “década ganada” del kirchnerismo trabajando en condiciones de absoluta precariedad en la textil Elemento, ubicada en el barrio de Pompeya de la Ciudad de Buenos Aires.

Las recientes modificaciones en la Ley de Migraciones en Argentina son un avance en la criminalización de los inmigrantes. Este “muro virtual” que impulsa el Gobierno con el apoyo de sectores de la oposición, ya recibió fuertes críticas. José Alberto Gonzáles, presidente del Senado de Bolivia denunció: “¿Qué harán la esposa de (Mauricio) Macri y las grandes marcas sin bolivianos en sus talleres?”, además de recordar que fue parte de las investigaciones contra Cheeky por tener talleres clandestinos con trabajadores bolivianos en condiciones de esclavitud.

La foto de Macri y su familia en el balcón de la Casa Rosada (que tanto emocionara a personajes como Pamela David) a María y a Eduardo les pone la piel de gallina. Para ellos esa imagen de gente “blanca, pura, hermosa” podría intervenirse con manchas de sangre. Puntualmente el blanco impoluto del vestido de Juliana Awada: Cheeky, marca propiedad de la primera dama, produce prendas en Elemento, así como en talleres clandestinos con trabajo semiesclavo que, en algunos casos, llega a cobrarse la vida de sus trabajadores.

Luego de un proceso de años, de organización con sus compañeros y triunfos, María y Eduardo se preparan para encarar lo que se viene, fortalecidos por la experiencia de lucha y por la conquista de una nueva trinchera: a fines de 2016 Eduardo fue elegido delegado por sus compañeras y compañeros de la fábrica.

Elemento fue el escenario de una historia trágica, que condensa en su contundencia toda la secuencia de maltratos, vejámenes y explotación que padece su personal. En 2013 Marina, trabajadora inmigrante, se prendió fuego a lo bonzo en su puesto. La acababan de echar. “De acá me voy muerta”, dijo y su cuerpo ardió. El agotamiento y la desesperanza empujaron su decisión. Y este hecho límite dio el empujón para que se desatara el proceso de lucha y organización, que tanto María, Eduardo y parte de sus compañeros impulsaban con paciencia, por abajo, desde hacía tiempo en la fábrica.

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Las asambleas, las exigencias a la patronal, al Ministerio de Trabajo y a la burocracia sindical de la Asociación Obrera Textil (AOT), les valieron a ambos el despido. Sin embargo, producto de la lucha que dieron junto a sus compañeros y el patrocinio de los abogados del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH) fueron reincorporados en 2015.

La hormiga atómica

María Ugarte (53) nació en Potosí, Bolivia. En el 2000 llegó a la Argentina con la idea de obtener mejores condiciones de vida para sus hijos. Ella quería quedarse un tiempo, juntar un poco de dinero y volver. Sin embargo, ni bien llegó, quedó “atada” producto del trabajo precario y conoció en tiempo récord la peor cara del país vecino. Primero consiguió trabajo en un taller clandestino propiedad de un empresario chino, pero no soportó el maltrato y se fue. Luego ingresó a trabajar en un geriátrico, donde la tristeza y maltrato padecido por los abuelos y abuelas le resultó más insoportable aún. A meses de su llegada a la Ciudad de Buenos Aires y con un curso intensivo de trabajo precario y en negro, terminó en las puertas de Elemento pidiendo trabajo, sin saber que allí sí cambiaría su vida, pero en sentidos que nunca había imaginado.

“No tenía problema en trabajar, el problema es que era en negro. No conocía Argentina, no conocía las leyes, entonces yo silenciosamente me preguntaba por qué trabajaba once horas con media hora de descanso. Me tenía que llevar la comida y las condiciones eran totalmente precarias”, cuenta María. Curiosa, aprovechaba los viajes en colectivo para hablar con los laburantes que conocían más el funcionamiento del mundo laboral en Argentina. Quería saber cómo era trabajar en blanco.

Cada cosa que aprendía o se enteraba, enseguida la transmitía a sus compañeros. Con el tiempo, empezó lo que ella denomina “la hormigueada”. Primero solicitaron a la patronal la compra de una heladera. El calor dentro de la fábrica era insoportable, el vapor de las máquinas, el techo de chapa, todo sofocaba al personal hasta el desmayo en ocasiones. Y la patronal les negó una heladera para, por lo menos, mantener botellitas de agua fresca. Hicieron una colecta y se la compraron ellos mismos.

Luego, como debían llevarse la comida desde sus casas, en invierno, las viandas heladas les hacían mal. Solicitaron a la empresa la compra de un microondas, artefacto que, luego de “vamos a ver”, “capaz”, “cuando se pueda”, finalmente la patronal tuvo que financiar. Esas fueron las primeras “conquistas” de las que María fue partícipe.

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“La dueña ya sospechaba de esas reuniones que teníamos así entre la gente, como de diez personas. Empezó a no gustarle y a echar de a poquito. Ya habían pasado cuatro años” cuenta María, quien ya estaba en blanco, pero trabajaba once horas por un sueldo correspondiente a ocho, incluidos los sábados. A veces para hacer un mango extra trabajaba los domingos. La patronal “empezó a echar y se descabezaba todo. Quedé sola y entraron otros chicos nuevos, entre ellos Eduardo. Echaba a los que veía que se reunían. Después otra vez empezamos de a poquito la hormigueada”.

María carga en su cuerpo una verdadera “pesada herencia”: más de una década de trabajo en Elemento la dejó “rota”. Sus manos fueron operadas por problemas en el túnel carpiano. Mientras habla cuenta su dolor y sus actuales encontronazos con la obra social, la patronal y la ART. Nadie quiere hacerse cargo del dolor punzante que no la deja vivir en paz. Nadie quiere asumir la responsabilidad por su desgaste y la tratan como material descartable.

Pasados unos años en Argentina María pudo traer a sus hijos. Un día, mientras trabajaba en Elemento, le informaron que su hija mayor de 17 años estaba internada en grave estado. Pidió permiso para retirarse a verla y no se lo permitieron. Tuvo que quedarse hasta terminar su turno. Para entonces era tarde, la hija de María había fallecido y ella nada pudo hacer desde la línea de producción.

Tiempo después María quedó embarazada. Cuando su embarazo llevaba tres meses de gestación, sintió un fuerte dolor y corrió hacia el baño. Se estaba desangrando. Producto de la desidia patronal, sufrió un aborto espontáneo sin recibir la atención correspondiente.

Toda esta experiencia, en vez de acobardarla y hacerla retroceder la hizo más grande y fuerte. Todo su dolor fue utilizado como arma contra la patronal. María y sus compañeros tenían la idea fija: querían las ocho horas y no trabajar los sábados. Ella se puso al frente de esa pelea.

Ni bien se desató la lucha en 2013, luego del episodio que protagonizó Marina, María fue elegida en asamblea como representante por sus compañeros para acaudillar el proceso. Por entonces, conoció a militantes del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), organización en la que milita actualmente, a los abogados del CeProDH y a las mujeres organizadas en la agrupación Pan y Rosas. Esos fueron los momentos clave en la principal transformación de la vida de María Ugarte: de trabajadora que lucha por conquistas dentro de la fábrica a militante revolucionaria, referencia política para todo el sector de la industria textil.

Ojo con el Toro

Eduardo Toro (33) nació en Salvador Mazza, una ciudad también conocida como Pocitos, al norte de la provincia de Salta. Desde niño se despertó en él la pasión por el boxeo, motivo por el cual a los quince años se mudó con su familia a La Rioja, donde había más oportunidades. Después de intentarlo durante seis años, finalmente se fue a Buenos Aires en búsqueda de trabajo.

A los 21 se instaló en el barrio de La Paternal con unos amigos con quienes trataba de formar una banda de cumbia. Pero la realidad le deparaba los primeros golpes. El primer trabajo que consiguió fue en un taller clandestino. “Vine a buscar trabajo a otro lado pero quedamos ahí”, cuenta Eduardo. Una extensa jornada laboral en negro y pocos derechos chocaron inmediatamente con las expectativas de vida que había imaginado en la gran ciudad.

“Ahí me surge lo incómodo y molesto que es trabajar tantas horas y cómo sufre el que viene de afuera”, relata. De taller en taller fue aprendiendo los distintos oficios del gremio textil y soportando las duras condiciones laborales que reinan en la rama. Nunca pudo, ni quiso, naturalizar tales tratos. Un día logró entrar a una fábrica, “donde se suponía que iba a estar mejor”, sin embargo se repetían las condiciones de precarización laboral, los ritmos agotadores y la poca paga.

“Estaba aprendiendo algo que me gustaba hacer, ropa y varias cosas. Después, cuando te das cuenta cómo revientan a la gente, la superexplotación y que el único que se llevaba la ganancia es el dueño, entonces te dan ganas de hacer algo contra eso”, afirma.

La bronca iba copando la parada y hacía brotar contragolpes inexpertos que lo dejaban en la calle por plantarse por sus derechos. Aun estando en período de prueba no se iba a quedar de brazos cruzados mientras sus compañeros salían a luchar. Trabajó para marcas importantes como Narrow, de esas que exhiben sus prendas en las vidrieras con altos precios, pero que fueron hechas con mucho sudor y a muy pero muy bajo costo.

Más tarde pasaría por la textil Shake que, si bien terminaría “siendo invitado a renunciar”, esta vez sus golpes contra la patronal dejarían conquistas para los trabajadores. Aquellos que intentaron domarlo siempre encontraron la resistencia del Toro.

Su nuevo contrincante sería la patronal de Elemento. Esta vez con una experiencia mayor para organizarse, elegir los momentos para salir al ataque y saber que cuando no se puede avanzar hay que tener paciencia, pero nunca bajar la guardia. En esos momentos, a raíz de volanteadas y contactos que tenían algunos de sus compañeros, conoció al PTS, partido en el que hoy milita, e iniciaría una experiencia en común para tratar de organizar la fábrica.

A raíz de lo sucedido con Marina y aquella primera asamblea masiva, la “preparación previa” de Eduardo se cruzaría con “la hormigueada” de María. Ambos eran referentes de sus sectores y se pusieron a la cabeza de los reclamos más sentidos de sus compañeros y compañeras: las ocho horas, no trabajar más los sábados y que todas las horas extras se pagaran en blanco. Lo de Marina fue un punto de inflexión. El silencio y la quietud habían dejado de ser una opción.

Sin embargo, las patronales no son ingenuas, dejaron pasar el momento desfavorable en la relación de fuerzas para preparar la próxima embestida: despedir a María y a Eduardo. Como resultado, se dio una larga pelea que se resolvió después de un año con ambos reincorporados a la fábrica.

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Pero no fueron tiempos felices, el fondo de lucha no era suficiente para mantener mes a mes el alquiler y los gastos de sus familias. En el transcurso, hasta la reincorporación, tuvieron que salir a trabajar nuevamente en talleres clandestinos y bancarse rechazos de fábricas por su “historial sindical”.

Ambos constataron que los empresarios se comunican entre ellos y arman listas negras. Sin embargo, su experiencia de lucha viajaba con ellos a cada textil y “la hormigueada” seguía latente.

Nueva trinchera para lo que viene

La nueva comisión interna de Elemento está compuesta por Hernán Navarrete, Javier Martínez, Mirta León y Eduardo Toro (María no se pudo presentar por sus lesiones en las muñecas). Fue electa por el 80 % de la fábrica a finales del año pasado.

“Lo vivimos como un triunfo más de la larga lucha dada entre todos los compañeros de la textil, sabemos que es un desafío enorme por la situación económica y la agudización de la crisis en el sector”, relata Eduardo, “pero la confianza y el compromiso de la mayoría de los trabajadores y trabajadoras de la planta que cada vez se hace más fuerte, ayuda para que nos fortalezcamos ante esta difícil situación”.

El delegado combativo y de izquierda agrega que día a día trabajan para “fortalecer y profundizar la organización de los trabajadores sabiendo que se vienen ataques muy duros al conjunto del movimiento obrero, entre los que ya tenemos ejemplos como la gráfica AGR-Clarín que está dando una pelea durísima contra el cierre y los despidos frente a un monstruo patronal como Clarín, y también golpes económicos como los repetidos tarifazos que afectan directamente a los bolsillos obreros que no tienen margen como de la industria textil”.

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El ejemplo de lucha y organización en Elemento, en un gremio donde la mano de obra se nutre fundamentalmente de trabajo inmigrante, desnuda por completo la falsedad del discurso oficial y mediático sobre la ligazón entre inmigración y delito.

Son trabajadores y trabajadoras que llegan con ilusiones a la Argentina y se topan con la precariedad y la estafa de los patronales locales. Precisamente son las grandes empresas las delincuentes, que amasan enormes fortunas a base del trabajo precario y en negro. Por otro lado, este testimonio deja en claro la disposición a pelear, a enfrentar los despidos y la xenofobia, por parte de la clase trabajadora cuando lucha en unidad por los derechos de nativos e inmigrantes.