Ahí va María volando, urgente, con su cuerpito en ráfaga, a alcanzar en el mundo de los buenos a su nieto Walter. Llega rápido a acunar a su nieto que hace rato le reclama un cuento. No hay beso más grande que el de este reencuentro entre María y Walter. Galaxias extrañas reclaman atención, dioses dormidos despiertan incrédulos de semejante amor, y desde los bordes del universo marchan felices las almas redimidas.
Martes 7 de octubre de 2014
María Ramona Armas de Bulacio, bajó sus armas por un rato, para abrazarse a Walter y volver, porque luchas como la de ella, nunca terminan. Mary, o doña María después, hasta estos 85 años de edad con los que nos dejó por un rato, recorrió los cien y un barrios porteños marchando para que se supiera que a su nieto Walter Bulacio, que tenía 17 años en abril de 1991, lo mató la policía. Y reclamaba justicia, y la lloraba, porque la ausencia de justicia con los que menos tienen, con los que menos pueden, con los más indefensos es para llorar mucho de rabia. Eran los primeros pasos de una era de las boludez y el olvido. El menemismo hacía florecer los horripilantes cactus del individualismo, se vomitaba con pizza y champán a la memoria, y así las fuerzas represivas se entonaban todavía más con los Indultos a los genocidas de la dictadura.
María adoraba a Walter, era su nieto preferido. Walter estaba por terminar el secundario, hinchaba por San Lorenzo y escribía cuentos. La abuelita le dio la plata aquel 19 de abril de 1991 para que viera a su banda favorita, los Redonditos de Ricota, en el estadio de Obras Sanitarias del barrio de Núñez. Falló como tantas veces la organización, quedaron muchos afuera y ahí aprovechó la policía para hacer lo no debe: reprimir, apalear, apresar. Y Walter fue a parar al calabozo de la comisaría 35 sin ver a Patricio Rey y nunca más a su abuela, hasta ahora, que andan chapaleando en la bruma esponjosa de Buenos Aires. Una semana después, Walter fallecía por los golpes recibidos.
Yo la he visto una vez a María, ahí nomás de Obras, cerca de la 35, en el club Defensores de Belgrano, solidarizándose en un acto en memoria de Fernando Blanco, otro pibe de 17 años como Walter, asesinado por la policía. Con su sonrisa tibia, se puso la camiseta del club, y en cada mano levantaba las fotos de uno y otro. Y la vi pasar, con su pelo blanco, como otro blanco pañuelo de madre o abuela que busca, en medio de cientos de encendidos estudiantes secundarios que rumbo a la Plaza de Mayo reclamaban por Walter. Y otra vez estuve cerca de Mary, que andaba agarrada, como si no fuera a soltarse jamás, de los barrotes, de las rejas, que no eran de la cárcel que debió ser, sino de la casa del comisario Espósito, responsable de aquella nefasta comisaria 35.
“Usted me puede explicar por qué ha muerto mi nieto” le he escuchado preguntar tantas veces en los últimos 23 años. El año pasado, en una de las burlas más notorias de esta justicia burguesa y retrógrada, recién el año pasado, el comisario Espósito fue juzgado y condenado. Su pena dio pena: de tres años en suspenso… María ya andaba enferma y no pudo presenciar el juicio. La representaron sus compañeras indoblegables de lucha, Tamara, nieta y hermana de Walter y María del Carmen Verdú, la consecuente abogada.
Dicen que María murió el sábado, pero es un descanso, nomás. Siempre la veremos andar pidiendo por Walter, por la verdad, dando vueltas por un mundo dado vuelta…