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Red Internacional
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OPINIÓN. Mata a tus héroes

Una reseña sobre la película del momento "Joker".

Jueves 17 de octubre de 2019

Finalmente, después de tanto runrún de fondo pude ver la (desde ahora la icónica) película de Todd Phillips, “Joker” o “Guasón” como se la llamó en los países iberoamericanos.

No es una película fácil, no es un Reader’s Digest recordando aquella publicación de extractos publicitarios que se llamó (se llama) “Selecciones” sobre qué se debía leer, no es un caramelito media hora entregado al público mayoritario desde el filtro familiar de Netflix.

Resulta lógico que cause cierto espanto incluso a los amantes del viejo papel pulpa y sus aventuras, porque aquí se da vuelta la tortilla y el benefactor millonario Thomas Wayne es un miope que desde su visión de clase está dispuesto a estigmatizar a toda forma marginal de vida (marginalizada por el maldito control social que ejerce justamente esa clase dominante para que se impongan solamente los que se le parecen) y a criminalizarla (No quieren trabajar o solamente quieren subsidios del gobierno, ¿se acuerdan de algún grupo en particular de nuestra sociedad enarbolando este discurso?). Todd Phillips nos obliga a mirar sin pestañear en una sociedad hundida en el extrañamiento, donde nadie parece dispuesto a ayudar a nadie porque ni siquiera comprende cómo ayudarse, una sociedad disléxica, apática, que tiene el dedo apoyado en un gatillo a punto de dispararse por la cosa más tonta o la más terrible. Esto le pasa a Arthur Fleck, un hombre roto proveniente de un seno aún más roto, que se agarró de un modelo parasitario de desarrollo social propagandizado por una televisión que él mismo idolatró y ustedes saben cómo resulta eso finalmente: es tan fuerte la atracción que generan ciertos personajes carismáticos que ese mismo sentimiento frenético de adhesión a sus doctrinas tóxicas es lo que te lleva a matarlos, recuerden la novela “El perfume” de Patrick Süskind por ejemplo. Y eso es lo que termina desaprendiendo el mal aprendido Arthur. Todo lo que te rodea no está ahí para ayudarte a ser sino para apalearte y despertar en vos lo peor que tenés para dar. Arthur es un resentido social en una sociedad que es una usina de resentimientos. ¿Qué podría resultar mejor a que te conviertas en eso que se espera de vos? Toda la maquinaria represiva del sistema está ahí para funcionar en su máxima potencialidad, de modo que si no hay criminales habrá que preocuparse por forjarlos, poniendo a los más vulnerables contra las cuerdas para que les salte la térmica y dejen de ser vulnerables y se vuelvan letales instrumentos del sistema a los que poder reprimir. Baste leer a Foucault sin demasiado énfasis para reconocerlo. Michael Moore ve en esta Ciudad Gótica de Phillips a la propia New York, con escenarios incluso reconocibles de esa megalópolis de los sueños que se convierten en pesadillas la mayoría de las veces, y con suerte acabas lavando trastos en un restaurante o en una lavandería. Pero no alcanzás el dulce veneno de un Sunset Boulevard o terminás homenajeado en el Dorothy Chandler Pavillion. Para Arthur Fleck, ya devenido en “Joker” tras su ritual de iniciación en la sangre, solamente habrá un final reconocimiento de sus iguales para llegar a ser “El príncipe” payaso del crimen y otro alienado cualquiera, un anónimo de esa anómala sociedad anónima que clama en las calles por seguridad y trabajo, acabará cargándose a los Wayne y dando cesárea muy dolorosa al gran héroe de Ciudad Gótica, el otro extremo de la mecha de la bomba, el alter ego definitivo del Joker, esto es Batman.

Es una película para cinéfilos por la cantidad de homenajes implícitos (al gran Scorsese salud) pero es mucho más conveniente para que los extrañados del mundo se desextrañen y vean el mundo en el que viven. Una construcción inmejorable del personaje por el enorme Joaquin Phoenix es otra de las razones para ver este filme que no te deja pegar los ojos ni bajar la cabeza como una terapia a lo “Naranja Mecánica” que, con suerte, no te permita convertir en un burócrata más de esta máquina de picar carne. Mientras tanto podemos reír y danzar con la mayor plasticidad/espasticidad al ritmo de Jimmy Durante y terminar con una sonrisa sardónica, compulsiva, dolorosa, de esas que acusan más que indultan a la industria de los sueños que crea pesadillas, ese sueño de la razón que produce monstruos.