Terminaron las inscripciones en la Universidad Nacional de Quilmes y vuelve a abrirse el debate sobre el sistema de coeficientes y la meritocracia.

Eugenia Tulu Activista e historiadora LGTB+
Martes 16 de agosto de 2016 11:00
Quienes tienen la posibilidad (y el deseo) de acceder a la educación superior conocen de sobra los obstáculos para graduarse. En primer lugar, el alto costo de vida y de los apuntes y el transporte en particular que aumentó entre un 60 y un 200 por ciento este año. Si se pudo sortear este primer obstáculo, que para la mayoría significa trabajar a la par que se estudia, se encuentran los cursos de ingreso, un verdadero colador para reducir la cantidad de alumnos que ingresan a las carreras. Pasado este segundo nivel, la travesía consiste en coordinar horarios laborales y de estudio y llegar a estudiar con el cansancio acumulado de haber trabajado. Y el bonus track, si tienen hijos, hay que encontrar con quien dejarlos o más de una vez llevarlos a cursar.
Coeficientes: mérito para pocos y restricciones para muchos
En la UNQ la meritocracia tiene su máxima expresión en el sistema de coeficientes. El coeficiente es el resultado de un cálculo que implica el promedio, la cantidad de materias aprobadas y de aquellas que se adeudan. Mientras mayor el coeficiente, que implica mejor promedio y mayor cantidad de materias aprobadas, mayor prioridad tiene el estudiante a la hora de anotarse en las materias. Quienes, por los motivos mencionados anteriormente, tienen menor cantidad de materias aprobadas y menor promedio, son los últimos en anotarse. Esto implica una posibilidad muchísimo menor (a veces nula) de encontrar cupo y horario conveniente. Se “premia” entonces (con algo tan fundamental como el cupo) a quienes tienen la posibilidad de cursar varias materias simultáneamente y de sacar las mejores notas.
En carreras como Terapia Ocupacional, una de las más concurridas de la UNQ, son decenas los estudiantes quienes pierden cuatrimestres enteros ante la imposibilidad de conseguir cupos. La mayoría son quienes trabajan largas jornadas y tienen un tiempo muy limitado para cursar, o que por otros motivos no tienen un alto coeficiente. Una verdadera “licenciatura del más apto” donde las probabilidades de recibirse son directamente proporcionales a los recursos y posibilidades del estudiante. Una realidad muy diferente a la del estudiante ideal, recibido en dos años, que venden los medios de comunicación.
El discurso sobre el esfuerzo individual como garantía del éxito en los estudios, el mercado laboral y la vida personal es característico de los gobiernos neoliberales. Esta lógica, que nada tiene que envidiarle a la del “sueño americano”, se cuela en muchos aspectos de nuestra vida, y la universidad no es ajena a ella.
Universidad para pocos: una política de estado
Una de las mayores conquistas del movimiento estudiantil y los trabajadores de la educación es haber mantenido la universidad pública y gratuita, pese a varios intentos y avances de los gobiernos de Menem hasta la actualidad. Sin embargo, esto no es garantía de graduación para decenas de miles de estudiantes en el país. Según un informe publicado por el Centro de Estudios de la Educación Argentina de la Universidad de Belgrano, sólo 27 de cada 100 estudiantes que empiezan a estudiar en la universidad se gradúan. Contrario a lo que los medios hegemónicos pretenden mostrar, esto no se debe a una relación directa según la cual el esfuerzo individual del estudiante garantizaría el éxito en la universidad. Los gobiernos universitarios y el Estado sostienen políticas que garantizan que miles de estudiantes se vean frustrados de terminar sus estudios superiores.
Si en lugar de, por ejemplo, destinar recursos a la formación de la Policía comunal y el servicio penitenciario, a la AFI (ex SIDE) o la Iglesia Católica, se destinaran a garantizar el acceso y permanencia de los estudiantes, con más becas, jardines materno-paternales y apertura de cursos, podríamos hablar de una universidad verdaderamente inclusiva a la que pueda acceder quien realmente lo desee.