Compartimos la vivencia en primera persona de un futbolero nacido en Brasil que viviĂł en Buenos Aires el recordado partido Argentina-Brasil y el gol de Caniggia.

Philippe Alcoy ParĂs
Viernes 26 de junio de 2020 21:30
Hoy en las redes sociales descubrĂ que era el aniversario nĂșmero treinta del golazo de Claudio Caniggia contra Brasil en el Mundial Italia ÂŽ90. Mis amigos argentinos lo disfrutan muchĂsimo, y estĂĄ muy bien, es una de las pocas alegrĂas que tuvieron desde 1986 -chicana completamente gratuita-. Pero yo tengo un muy mal recuerdo de dicho Mundial; Mundial que me enseñó algunas cosas sobre la sociedad y me marcĂł de por vida.
Un niño de 6 años, solo, delante de la vieja tele familiar a la cual habĂa que darle un golpe seco a la derecha de vez en cuando para que la imagen se ponga derecha. En mi casa nadie seguĂa el fĂștbol, pero ese dĂa mis padres se habĂan ido a ver el partido no sĂ© dĂłnde. Vi con angustia ese gol agĂłnico de Caniggia. Fue mi primera tristeza futbolera, fue una tristeza fundadora: de ahĂ en mĂĄs me enamorĂ© del fĂștbol. ÂżCĂłmo la tristeza puede hacerle a uno aferrarse a algo que es al mismo tiempo el objeto de la tristeza? Porque el fĂștbol solo era el medio por el cual se expresaban tristeza, alegrĂa, emociones, diversiĂłn, compañerismo, pero tambiĂ©n competencia, revancha.
Solo tenĂa seis años, pero la historia comienza antes. Argentina habĂa sido el Ășltimo campeĂłn del mundo en 1986. Yo ni lo sabĂa. Debutaba, y abrĂa el Mundial de Italia 90â contra CamerĂșn. Yo ni vi el partido. Estaba seguramente jugando, probablemente al fĂștbol, con mis compañeritos del hogar de trĂĄnsito. El hogar trĂĄnsito era una especie de guarderĂa en donde los niños como yo se quedaban despuĂ©s de la escuela hasta que los padres vinieran a recogerlos despuĂ©s del trabajo; los mĂĄs desafortunados eran pupilos y sus padres (o sus abuelos) solo venĂan a verlos el fin de semana. Cuando volvimos al salĂłn en donde estaba el comedor y la tele, una celadora, que me caĂa mal (o tal vez me empezĂł a caer mal a partir de ahĂ), dijo apuntĂĄndome: âAh no vos acĂĄ no entrĂĄs, a nosotros no nos gustan los camerunensesâ. Claro, me olvidĂ© de decirlo, yo era el Ășnico negro. Pero no soy camerunĂ©s, y si lo fuera lo serĂa con orgullo. Bueno, es asĂ que me enterĂ© de que Argentina habĂa perdido contra CamerĂșn. Ni sĂ© si en la Ă©poca sabĂa que en CamerĂșn la gente es mayoritariamente negra. No importa. A mĂ me dijeron que yo no era argentino. A mĂ me acababan de decir que CamerĂșn era yo. ÂĄViva CamerĂșn!
Nadie en casa le daba bola al fĂștbol. Tal vez un poco mi mamĂĄ que apostaba al Prode, aunque sin saber nada de fĂștbol, era difĂcil ganar. Yo ni sabĂa que Brasil y Argentina eran rivales en el fĂștbol. Pero yo sabĂa que era brasilero; yo sabĂa que no era argentino; a mĂ me habĂan dicho que tenĂa algo que ver con CamerĂșn (asĂ descubrĂ en huesos y carne negra que ser negro significaba algo en la sociedad, y aparentemente no era bueno). Nadie me enseñó a amar el fĂștbol, nadie me enseñó a hinchar por un equipo. Mi equipo era Brasil (y tal vez CamerĂșn). Y como los argentinos âno me querĂanâ (no era verdad, pero asĂ lo interpretĂ©), empecĂ© a detestar a la selecciĂłn argentina. Yo tenĂa solo seis años y nadie me lo habĂa enseñado; yo tenĂa seis años y sĂ que me lo habĂan enseñado.
PasĂ© todo ese Mundial a hinchar en silencio contra Argentina; viendo los partidos con todos los otros chicos y no compartiendo ni un poco de su alegrĂa. Pero todo iba por dentro. Demasiado ya me burlaban y me provocaban. A nadie le dije ni le decĂa que querĂa que la selecciĂłn argentina perdiese.
Y es asĂ como llegĂł el dĂa en que Brasil enfrentĂł a Argentina. Y asĂ llegĂł el comienzo. Vi el partido solo como ya lo dije. Recuerdo ese momento. No me acuerdo de cĂłmo fue el partido; solo recuerdo que Maradona le dio un pase a Caniggia y que fue gol. Y que para mĂ fue derrota. Y aĂșn mĂĄs alegrĂa para los que de mĂ se burlaban y me decĂan CamerĂșn, los que me decĂan Makanaky (muchos años mĂĄs tarde, esporĂĄdicamente, mucha gente me decĂa âMakanakyâ).
Argentina llegĂł a la final. Fuimos a ver el partido a casa de amigos de la familia. Mi mama hinchaba por Argentina. Nunca lo entendĂ. Me decĂa que como mi tĂĄctica era no decir nada, la de ella deberĂa ser de hacer de cuenta. Gol de Alemania. ÂĄLo gritĂ©! Mi mama dijo, casi disculpĂĄndose en medio de los anfitriones: âse equivocĂłâ; yo respondĂ âno, yo hincho por Alemaniaâ. Cambiemos de tema⊠Nadie entendĂa por quĂ© y seguramente le echaron secretamente la culpa a mi mamĂĄ, que incluso tal vez sinceramente hinchaba por Argentina. Yo no. Pero una cosa es cierta: aprendĂ que eso no tenĂa que decirlo. CrecĂ haciendo de cuenta que hinchaba por Argentina, o evitando el tema. Y tantas veces hinchĂ© contra Argentina, callado, dentro de mĂ, como ese niño de seis años, silencioso y en busca de revancha por CamerĂșn, por Makanaky, por Brasil, por las burlas, por los negros.
Hoy en dĂa, ya adulto, superĂ© esta cuestiĂłn. EntendĂ que lo que se expresaba a travĂ©s de âCamerĂșnâ era un prejuicio racista y el peor nacionalismo imbĂ©cil. Y todo eso contra un niño de seis años que tuvo que aprender a tomar consciencia de lo que era, muy rĂĄpido. Hoy puedo admirar con mĂĄs objetividad y ver que ese gol de Caniggia fue un golazo y que mis amigos argentinos merecen celebrarlo. El Mundial Italia 90â sin embargo sigue siendo algo que activa malos recuerdos en mĂ. Lo que es seguro es que mi relaciĂłn con el fĂștbol, la toma de consciencia de una parte de mi identidad comenzĂł a forjarse a partir de ahĂ.