Crónica de una obrera de fábrica de la zona norte. Se declaró la emergencia sanitaria y así lo viven las y los laburantes.
Domingo 15 de marzo de 2020 19:49
Comienza un día de tantos. Todavía amaneciendo y yo corriendo cual atleta para no perder el colectivo que me lleve a la fábrica. Subo agitada, dormida, apurada. Lo primero que veo es una mujer con barbijo, llevaba un traje lila, muchas bolsas y miraba absorta por la ventana. Atrás mío un papá le recomienda a su pequeño hijo lavarse las manos tantas veces como le sea posible y además le entrega un alcohol en gel para q guarde en su bolsillo.
Me bajo del bondi, camino lo más rápido que me dan las piernas y al cruzar la estación de tren veo cientos de trabajadores y trabajadoras en el andén, entonces vino un eco de lo que había escuchado en la tele la noche anterior "están prohibidas las concentraciones masivas de más de 200 personas". Esa imagen quedó grabada en mi cabeza junto al consejo de los expertos y una sensación de bronca empezó a recorrer mi cuerpo. Seguí caminando, me encontré con los sin techo, los que duermen a la intemperie junto a sus fieles mascotas sobre cartones, tapados con papeles de diario y mantas desilachadas. Alguno de ellos podia ser mi abuelo, mi padre, pensé. ¿Qué posibilidades tienen de estar resguardados de los contagios, las enfermedades? La bronca volvió a estallar dentro mio.
Todos en sus puestos. Comienza la jornada laboral y el tema del dia no es otro que el Coronavirus. Mientras embolsamos unos, atornillan otros, una compañera dice "escuché la cadena nacional y lo único que sé es que si las medidas no son para todos no sirve o acaso nuestra salud no vale", desde la punta de la mesa se escucha otra voz "somos el último orejón del tarro, como siempre los pobres a trabajar y si nos contagiamos bien gracias". “Acá ni siquiera tenemos alcohol en gel y si tenés jabón a veces no tenemos agua, estamos fritos. Los del sindicato como de costumbre en sus sillones sin importarles que pasa con nosotros, ellos tienen otra vida", soltó otro enojado.
La mañana transcurría junto a los debates inevitables frente a una situación de incertidumbre y palabras como “pandemia”, “crisis sanitaria”, “decretos”, medidas de urgencia. Hasta hace pocos dias parecia lejano lo que medios mostraban de otros países. Trabajadores de la salud que habían mutado en astronautas, ciudades fantasmas, recuento de los muertos alrededor del mundo. Desinformando y generando pánico algunos e informando pocos. Aquella distancia demasiado extensa entre las noticias que llegaban y lo cotidiano duró poco.
Alguien prendió la radio y el locutor comenzó su programa diciendo que si no se conseguían barbijos podíamos probar con los filtros de café y coser un elástico alrededor y si acaso estaban caros los corpiños eran otra opción viable. Las carcajadas resonaron en la fábrica hasta que llegó un relato que nos dejó helados. Contó la historia de un actor italiano que estuvo durante cuatro días encerrado en su casa con el cadáver de su hermana, que la crisis era de tal magnitud que nadie podía escucharlo para darle respuesta.
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"Esto es demasiado, no puedo soportarlo", dijo una trabajadora y apagó la radio. Quedamos aturdidos y mudos, nuestras propias miradas traspasó a todos con nuestros pensamientos, miedos, dudas. El ruido ensordecedor de las máquinas y el incesante ritmo que los patrones imponen volvió a callar las voces. Un interrogante había quedado flotando en el aire.
El reloj marcaba la hora de salida y como pasa a diario nos agrupamos alrededor del fichero para no regalarle ni en segundo a quienes nos exprimen, saquean nuestro cuerpo, nuestras fuerzas y cabezas. Salí cansada. Todavía tenía que pasar por el supermercado, mientras caminaba por la góndola de perfumería gritos y manos agitadas de vecinas del barrio que enojadas pedían que repongan el alcohol en gel. Una de ellas estaba furiosa contando que era la tercera vez que venía por lo mismo, harta de que los precios no sean los mismos, todavía le quedaba pasar por la carnicería y si le quedaba un resto posiblemente iría a buscar los remedios que necesitaba.
Devuelta a casa, respiro profundo y algo vibra en mi uniforme, un mensaje de texto. Era mi prima Paola que hacia poquito tiempo la llamaron para trabajar en limpieza en el Aeropuerto. Me compartió una declaración que decía "Comisiones de higiene y seguridad en todos los trabajos". Leí atentamente y no pude más que recordar las palabras que hoy había escuchado en la fábrica y sin dudarlo mandé mensajito a todos mis compañeros, ¿qué teníamos que hacer para cuidarnos?. Creo que es importante que nosotros mismos lo discutamos. Quise esperar sus respuestas, pero era tarde y el cansancio me venció. Mañana estaba cerca.