La reedición de la novela “Miramar” permite a Gloria abrir nuevas puertas en su escritura. Una narradora en primera persona, la experiencia de niña cuando su papá se enferma, el rol de su madre, la hija. "A las mujeres, a través de los siglos, nos han asignado listas de atributos para inmovilizarnos" dice la escritora en esta charla.

Liliana Vera Ibáñez Redacción LID @liluzlisam / IG: @Pisotomia
Sábado 26 de marzo de 2022 10:36
Miramar es volver al mundo de Louisa May Alcott en Mujercitas. Es un informe médico que no causa tristeza. Es imaginar a estas mujeres, aunque el personaje que enferma es el padre de la narradora, levantando la mirada con fortaleza. Describiendo una foto de los padres, la voz narradora dice: "Ella, parecía haber interrumpido por un instante el retozo, contener la respiración jadeante, y también daba la impresión de querer retomar el impulso, salirse del cuadro".
Una nena de 10 años asiste a la enfermedad del padre y la asimila como hacen los niños: mediante el juego. En un relato construido con recetas médicas, idas y vueltas en el tiempo, la casa en la playa, la relación entre hermanos, padres e hijos. Es la nueva novela de Gloria Peirano, escritora, guionista y ahora también directora de cine, que Alfaguara reedita.
En Miramar encontramos a una madre observada por su hija como invencible, joven, eterna, ¿Te agrada esa imagen de las mujeres, sean o no madres?
No, entiendo que en la novela la madre es vista de ese modo, por motivos narrativos, pero en la vida cualquier lista de atributos fijos referidos a las mujeres, no me gusta, ya sean de signo positivo o negativo. A las mujeres, a través de los siglos, nos han asignado listas de atributos para inmovilizarnos. Al sistema patriarcal le conviene someternos a adjetivos: luchadoras, jóvenes, bellas, idiotas, sometidas, perfeccionistas, abnegadas, fuertes, débiles, lo que sea. Creo que los feminismos lograron demostrar que somos agentes sin predicación establecida (o con predicación inesperada, que es un adjetivo interesante) y que, como agentes, jugamos un rol en la construcción de nuevos sentidos.
Esta historia transcurre a ritmo de la subjetividad de una niña. ¿Por qué este personaje como central, por qué este punto de vista?
Creo que cada novela necesita de la construcción de una o varias subjetividades que realicen una alquimia con el lenguaje. Una novela es un organismo extenso, la construcción de la subjetividad de un narrador o de una narradora es un trabajo artesanal que lleva tiempo. No es un tiempo que se mide cronológicamente, sino que tiene otra lógica, se parece a una maceración. En Miramar necesité el punto de vista de una hija. O, mejor dicho, la novela lo necesitó, yo lo respeté. El punto de vista de Victoria, la hija, está todo el tiempo en la frontera que separa la habitación donde el padre agoniza y la galería de la casa. Podría decir que ese es el punto de vista permanente aunque invisible en la escritura de Miramar, aunque en la superficie de la novela, el oleaje lo lleve y lo traiga. Saber estas cosas, tenerlas más o menos claras, ayuda para conservar el aliento largo que una novela necesita, como narración.
La protagonista dice “Miré cantidad de veces una película que filmó mi padre…yo sonreía a la cámara”. ¿Para vos, escribir es mostrarse y observarse a sí mismo?
No sé, creo que escribir está anudado a la idea de hacer algo con el lenguaje. Una vida en el lenguaje, y de ahí parten otros barcos.
La narradora juega con su amiga y su hermano a ser las protagonistas de Mujercitas. Justamente esta novela en la que la enfermedad, las mujeres y la libertad tienen roles principales. ¿Hay algo de Amy en vos?
Sí, hay algo de Amy en mí. Siempre, como muchas, quise ser Jo March, pero creo que tengo más características asociadas a Amy. O sea, sigo admirando a Jo, pero desde el lugar de Amy. Mujercitas ocupa un lugar muy importante en mis primeros años como lectora. Louisa May Alcott lo ocupa.
Miramar es una especie de informe (tiene mucho de parte médico) no solo de un familiar enfermo sino de reflexión. ¿Por qué la muerte en tu novela no duele?
Cuando mi padre murió, escribí algo así como un informe médico. Fue la primera vez que escribí. Tenía siete años. El papel quedó perdido, traspapelado, hasta que mi mamá murió y, ordenando sus cosas, lo encontré. Nunca pude sentir dolor por la muerte de mi padre. Llamo a esa anestesia “amnesia del dolor”. Cuando escribí Miramar, sentí que completaba, en una pequeña parte, ese informe que escribí a los siete años. En ese momento, coloqué al lenguaje entre la muerte de mi papá y mi dolor. En Miramar, creo que también.
EnStoner, la novela de John Williams, la que la enseñanza y la literatura se vuelven un amparo ante la sucesión de experiencias difíciles. ¿La literatura ayuda a sanar, acompaña, alivia? (sea o no realista, el género que fuera).
La literatura, como las artes, son imprescindibles. Y muchísimo más en tiempos como los que vivimos, son el reservorio de lo humano. Deben ser un acto de resistencia, estar afectados de resistencia, porque las fuerzas que se le oponen son mayúsculas. La delicadeza inefable de lo artístico es un modo de conservación de lo humano, en tanto profunda indocilidad a la crueldad y a la estupidez, que tiene que defender su lugar. Esta posición es ideológica además de artística.
Gloria Peirano es novelista y docente universitaria, licenciada en Letras por la UBA y autora de Las escenas vacías, Manual para sonámbulos y La ruta de los hospitales. Es coguionista de las películas El día nuevo, El estanque y La deuda, dirigidas con Gustavo Fontán. Es también codirectora de la película El piso del viento.
¿Por qué elegís leer y escribir?
En lo personal, no me imagino cómo sería vivir sin leer. Siento una enorme fortuna por amar la lectura. Leer es un nutriente basal para mí, no solo para la escritura, sino para la vida misma, que implica muchos recorridos y ramificaciones: qué leer, qué no leer, cómo compartirlo, con quién (me sigue fascinando escuchar recomendaciones, hablar de los libros que están leyendo otros, descubrir autores y autoras, todo ese murmullo de lectores que se da alrededor de los textos), cuál es el efecto que un libro produce en mí. Leer es una actividad que me acompaña desde los ocho años. Escribir es distinto, no logro tener definiciones así de precisas o de plenas. Escribo, es una necesidad. ¿Podría vivir sin escribir? No sé. Todo este terreno es vacilante, misterioso. Y lo que elijo conscientemente es dejarlo en ese lugar, preservarlo así, frágil, digamos.
¿Qué te gusta leer, estás leyendo algo en particular ahora?
Leo mucho, cada vez leo más. En este momento estoy leyendo “Dos sherpas” de Sebastián Martínez Daniell y “Materiales para un autorretrato” de Walter Benjamin. Últimamente (hablo de estos días, estas semanas) estoy agradecida a los prólogos o estudios preliminares de las obras, acabo de leer algunos maravillosos. Por ejemplo, el prólogo de Jorge Panesi a última edición de “El problema de la lengua poética” de Tinianov o el estudio preliminar de Miguel Sardegna a “La canción de arrozal” de Lafcadio Hearn.
"A mí me hubiera gustado que mi madre fuera como la señora March. Que sus manos transformaran el mundo" dice la niña en esta novela. Y seguramente ni la madre de Jo, Meg, Amy y Beth pudiera resolverlo todo sola. Ni las mujeres de Miramar. Pero sí es seguro que nos han llevado a imaginarios no tan lejanos y a observar ( con lente renovado cada vez) una fracción del mundo con los ojos de niñas.