Una posible carta a Movistar sobre el nuevo spot de venta. La posibilidad de elegir y el encuentro con un adolescente en una esquina.
Viernes 12 de julio de 2019 12:01
Sr Movistar: Decidí escribirle porque me sentí muy conmovida con el video publicitario que lanzaron. Tengo que admitirle, que hablar de libertad de elegir, vende. Atrae también, reivindicar ciertos avances en cuestión de derechos, como la unión entre personas del mismo género, los muestra progre. Pero hay tantos palitos que frotan, que hace fuego.
Ojalá pudiera elegir entre las opciones que me dan, o la mejor y no pagar. Mejor aún sería, no creer que necesito tantos gigas o seguir resistiéndome a tener celular y poder vivir como deseaba, antes de que intenté resistirme.
Antes, cuando no teníamos Facebook ni Instagram y no conocía a mis parientes lejanos y no me enteraba que mi prima segunda se cambiaba el look u otras cosas insignificantes.
Supongo que todos (o casi) nos resistimos a ingresar a ese mundo virtual, a las redes sociales, a comprarnos el último celular con buena definición o con espacio para las nuevas aplicaciones. ¡Es que nos obligaron! No nos quedó otra. No elegimos. ¡Si no lo tenés estás out! ¿Quién quiere estar por fuera en un mundo que desecha?
Igualmente, debo admitir, que lo virtual tiene su lado bueno, tampoco soy necia. Pero el instinto inicial de supervivencia es resistir a los cambios abruptos, cuando presentimos que se trata de una farsa.
No elegimos las opciones que nos dan. Son ficticias. Nos llenan la boca con caramelos pero seguimos con hambre. Porque a pesar de tener mil opciones seguimos con ganas de elegir, ¿o no?
El spot dice “Movistar presenta los packs que vas a armar vos mismo, porque el mundo está cambiando y cada vez podemos elegir más, elegimos qué comer y cada vez más qué no comer, elegimos 3 carreras en un año, elegimos qué escuchar y qué no escuchar”.
En base a esto, pienso en las palabras de mi viejo cuando nos decía, a mi hermano y a mí, “nunca se llevaron bien, ¿se van a pelear ahora?”, muy amablemente anulaba la opción de seguir peleando, en forma de pregunta engañosa. La opción, no contenía dos posibilidades, sino una.
No estoy eligiendo el pack, ni qué comer (¿tengo que nombrar a los que no comen sin elegirlo?) y posiblemente, no tenga acceso a la música que me extasiaría de gusto, porque no la conozco, ciertas redes que entrelazan conocimientos no llegaron a mí porque el acceso a la información y a la cultura para algunes es limitado.
Además, no quiero tener la opción de hacer 3 carreras y (también) poder dejarlas, pero sí hacer algo que me satisfaga, que mi elección no se relacione con un trabajo asalariado y sustentable, sino con mis ganas de alimentarme, individual y colectivamente. Y también, porque pienso en las posibilidades que tiene Marcos.
Hay otro artilugio lógico que usa mi padre (le encanta jugar con el lenguaje) que consiste en dar dos opciones: cara o ceca. Si sale cara, te bañás primero vos, si sale ceca, me baño después. ¿Dejamos la elección al azar?
¿Qué querés 2 gigas, 3 o 5? Sr Movistar, ¡Quiero todos! ¡Dame más!
Pero lo que más me inquieta pensar es que, si yo no estoy eligiendo, ¿quién lo está haciendo por mí? A la empresa le interesa que yo con un dedo acepte un contrato. Que pase horas mirando el celular y que viva virtualmente. Que me indigne y se me llenen los ojos de sangre, embroncados, por las injusticias cotidianas y las canalice a través de un meme.
¿Puedo salir a la calle a protestar? Si, puedo. ¿Qué estoy esperando? Me coordinaron tanto los deseos que bloquearon la opción de hacer carne mi elección. Al final, yo creía que era re contracorriente, pero solo aprendí disciplina.
Bueno, no, ¡no mientas Marta!, a la loca de atar todavía no la amarraron. Soy yo, nuevamente, mirándome al espejo, creyéndome Marta, la que hace lo que le dicen que tiene que hacer. Tampoco soy Jorge, el que hace lo que le da la gana, todavía no puedo porque tengo que optar entre Movistar, Personal, Claro o Tuenti.
Un mundo, un mundo donde lo manejemos los que sabemos manejarlo.
Un mundo en el que Marcos pueda elegir.
Él era un niño distraído e inquieto, que en su boletín sobresalían los 10 en plástica, porque cuando arrancaba la clase, abría los ojos bien grandes, fascinado por lo que descubría, luego se metía adentro de la hoja y navegaba haciendo magia.
“Listo profe, ya lo terminé”. Entregaba la hoja. Toda sucia y desprolija de trabajarla, con lápices de colores que recolectaba de todo el salón. Un día, me comentó que quería anotarse en el bachillerato de bellas artes, esa era su elección. Y le iba a pedir a su padre que lo anotara.
Vuelvo a mirar el video publicitario y me surgen nuevas preguntas mientras voy a trabajar. Ahí, es cuando freno en una esquina con los vidrios bajos del auto. Y me sorprendo, cuando se me apoya en la ventana, todo canchero, un adolescente que dejó la escuela y pasa sus tardes lavando parabrisas.