Carta abierta de Cristina criticando el rumbo económico. Renuncia “a disposición del Presidente” del Ministro del Interior Wado de Pedro y otros miembros del gabinete y altos funcionarios afines a la Vicepresidenta. Audios supuestamente filtrados de la diputada Fernanda Vallejos tildando de “mequetrefe”, “inútil” y “ocupa” a Alberto Fernández y con otros términos similares a Martín Guzmán, Santiago Cafiero y otros funcionarios “albertistas”, junto con denunciar la política económica como “ajustadora” y en el mismo sentido a la reforma previsional implementada por el Frente de Todos. Hasta un tweet de Rodolfo Tailhade diciendo que los que cuestionan a Cristina por la jugada de la renuncia de los ministros “son los mismos que vienen acordando con el macrismo de la CABA desde hace 15 años y repartiéndose la torta con Angelici a espaldas de la militancia”, casi repitiendo la denuncia que tantas veces ha realizado Myriam Bregman. Del otro lado, Alberto y el hoy renunciado Biondi logrando pronunciamientos de los gobernadores, de la burocracia de la CGT y del Movimiento Evita, que convocó y desconvocó una marcha para apoyar al Presidente en la pulseada interna. Pero fue mucha crisis y minué para terminar con un recambio de gabinete claramente orientado a la derecha. Solo poner la luz de giro a la izquierda antes de dirigirse decididamente en la dirección contraria.
Los que eran acusados como responsables de una política económica que habría sido la causante de la derrota electoral siguen todos en su lugar, clara señal de que la hoja de ruta de acordar con el FMI a cambio del ajuste perpetuo se mantiene incólume. De Jefe de Gabinete va Juan Manzur, hombre predilecto de los laboratorios, en especial de Hugo Sigman, responsable de haber hecho parir a una niña de 11 años, pañuelo celeste si los hay, y de excelentes relaciones con la derecha israelí. El hombre que Cristina dijo haber propuesto para ese cargo en su carta abierta, y que fue el organizador de los votos peronistas que le permitieron a Macri aprobar su reforma previsional, mientras decenas de miles la enfrentábamos en las calles. Al Ministerio de Agricultura, Julián Domínguez, amigo de las patronales agrarias, del Vaticano y de la burocracia sindical más mafiosa, como la del SMATA. Del Ministerio de Seguridad sale Sabina Frederic, la ministra “progre”, reemplazada por Aníbal Fernández, el que siendo Ministro del Interior de Néstor Kirchner, dijo a pocas horas de su desaparición que Julio López “se había ido a la casa de una tía”. Orquestador de las insólitas denuncias y persecución contra el “Pollo” Sobrero y Pino Solanas, acusándolos de haber organizado la quema de trenes en el ferrocarril Sarmiento protagonizada por usuarios indignados ante las deplorables condiciones en que se viajaba. Al dirigente de la Unión Ferroviaria de Haedo llegaron a detenerlo por esta causa trucha, impulsada por este “duhaldista de paladar negro”, como se definiera en alguna ocasión, también incluido entre los responsables políticos del asesinato de Darío Santillán y Maxi Kosteki, cuando dijo que “los piqueteros se mataron entre ellos”, a la derecha de “la crisis causó dos nuevas muertes” con el que tituló Clarín. El que nos llamó “izquierda siniestra”. Quizás al ver tantos nombres amigos, Miguel Pichetto (recordemos, jefe de la bancada peronista en el Senado durante los doce años de gobiernos kirchneristas) se esté arrepintiendo de haberse ido con Macri: era ficha cantada en este nuevo gabinete. El tipo humano es el de quienes fueron menemistas, duhaldistas, kirchneristas, algunos también massistas o randazzistas, y con Macri “se pintaron de amarillo”, y solo unos pocos, como el propio Pichetto, no volvieron al redil con el Frente de Todos. El resto de los cambios son nombres secundarios.
Un intento de superar la crisis refugiándose en el peronismo más rancio, con dirigentes ligados a distintos factores de poder, quizás con la expectativa de recuperar algo del voto perdido de Sergio Massa, pero sobre todo con la intención de evitar perder poder de cara a la elección de noviembre y tratar que el descontento en las urnas no llegue a las calles. Y si llega, el tándem Aníbal-Berni está para enfrentarlo. Aunque en estos días venga probablemente algún anuncio para tratar de aliviar algo los bolsillos de los que protestaron el 12 de septiembre con su voto o no votando, lo que se contornea es un gobierno como clara expresión de “partido del orden” más que como “partido de la contención”, recostándose sobre los gobernadores que como admitió la propia Vicepresidenta en el acto de cierre de campaña en La Plata, le votaron todo a Macri. Un intento de alejar el “fantasma de De la Rúa”, después de que las primarias hicieran oír algo del “que se vayan todos”. El eclipse de la “primavera albertista”, como decía en un intercambio irónicamente Fernando Rosso. A empacharse otra vez de sapos los “progres” que se ilusionaron con ¡Alberto! (el que fue en las listas de Cavallo, se paseó con Clarín, estuvo con Massa y con Randazzo…) y solo se animaron a hablar de ajuste cuando “la jefa” los autorizó… O justificaron en las redes sociales la represión en Guernica, el vacunatorio VIP o la foto de la “clandes” de Olivos. “Correte, trotsko, nos estamos derechizando”, podrían twittear ahora. Los que siempre opinan que para garantizar “la gobernabilidad” hay que girar a derecha y después justifican que no se pueden hacer cambios progresivos porque “la relación de fuerzas no da”.
Lo cierto es que más allá de la derechización del gabinete, la causa estructural que motivó la derrota electoral del 12 de septiembre y la crisis gubernamental posterior sigue en pie y augura que para el gobierno será cuesta arriba recuperar algo para noviembre: la incompatibilidad entre legitimar y pagar una deuda ilegal, ilegítima y fraudulenta y “llenar la heladera de los argentinos y las argentinas”, la promesa electoral que cimentó la victoria del Frente de Todos en octubre de 2019 luego de los cuatro años de terror del gobierno macrista. La crisis tendrá nuevos episodios.
La dura derrota electoral del gobierno
El domingo 12 de septiembre ocurrió algo que, aunque a contrapelo de la mayoría de las encuestas y de lo que esperaban los miembros del propio gobierno, que festejaban a partir de bocas de urna que supuestamente los daba ganadores, era previsible, solo encubierto por la relativa pasividad social que favoreció tanto la campaña electoral como las direcciones del movimiento de masas. El descontento, la desilusión o la bronca, que cualquiera podía percibir en amplios sectores de la población, se expresaron con contundencia en las urnas o en la decisión de no ir a votar, ya que el voto del 67 % del padrón fue el menor de todas las elecciones desde 1983 a la fecha. Si bien esto es difícil de saber con exactitud, distintos analistas han señalado que en Provincia de Buenos Aires, dos de cada tres de quienes se ausentaron a votar fueron votos anteriores de la coalición oficialista. El Frente de Todos perdió unos 4 millones votos respecto de las PASO de 2019 [1] y solo resultó ganador en 6 de los 24 distritos en todo el país. En la Provincia de Buenos Aires solo ganó en una de las ocho secciones electorales, y aun en la que ganó, la tercera sección, lo hizo por una diferencia muchísimo menor al resultado de dos años atrás. En cuanto a los municipios bonaerenses, apenas se impuso en 22 sobre 135. La oposición nucleada en Juntos por el Cambio, por su parte, si bien se impuso nacionalmente tanto en votos absolutos como ganando en 16 distritos, no tuvo un crecimiento de votos relevante respecto de dos años atrás y está también atravesada por disputas internas entre quienes plantean una línea más “centrista” y quienes sostienen posiciones de “derecha dura”. Las PASO no definieron un claro ganador en este terreno, ya que en Provincia de Buenos Aires el resultado de Juntos estuvo ligado a la buena elección del candidato del radicalismo, Facundo Manes, que aunque perdió frente a Diego Santilli (también expresión del “centrismo” larretista) ganó en 4 de las 8 secciones electorales provinciales y obtuvo un 40 % de los votos en la interna. En CABA, por su parte, aunque la larretista María Eugenia Vidal ganó las primarias, los llamados “halcones” (como Patricia Bullrich y el mismo Mauricio Macri) se vieron alentados por la suma de los votos obtenidos por Ricardo López Murphy, por dentro de JxC, y el ultraderechista Javier Milei, que con lista propia obtuvo casi un 14 % de los votos. De ahí que a pesar de lo holgado de la victoria cambiemita si se suman las distintas listas que compitieron en las PASO, la celebración de la coalición opositora distó de ser exultante. Junto con esto, desde el Frente de Izquierda Unidad se logró la más alta votación en una PASO, quedando tercera fuerza nacional. Si sumamos el casi 1.100.000 votos del FITU al de las otras fuerzas de la izquierda anticapitalista y socialista que se presentaron en las elecciones son alrededor de 1.500.000 los recibidos por las fuerzas de izquierda en esta elección. De ahí la unilateralidad de quienes presentan los resultados como una expresión de una derechización general del electorado, algo que no se corresponde con los hechos. Si los resultados expresan una clara y contundente derrota del gobierno, el “castigo” no tuvo una única expresión ni un único beneficiario. Aunque expresa una cierta recomposición de Juntos Por el Cambio después de su desastroso gobierno, también muestran tendencias a la polarización a derecha (Milei) e izquierda, así como el crecimiento del voto en blanco en algunas provincias y la baja en la participación electoral que ya mencionamos.
Si algo caracterizó el discurso del sector kirchnerista del gobierno durante la disputa interna fue culpar al “albertismo” de todo y encubrir lo ocurrido en estos 21 meses de gobierno. Es que al contrario de lo sostenido por el oficialismo durante la campaña, el ajuste que sufrieron las masas populares durante toda la pandemia es algo que no puede atribuirse meramente al COVID 19 o a la herencia macrista, sino a la decisión de ir a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional legitimando la deuda ilegal, ilegítima y fraudulenta de USD 44 mil millones para favorecer la fuga de capitales por el anterior gobierno. Y, más en general, el resultado lógico de conformar una coalición con quienes “le votaron todo” al gobierno de Cambiemos, como admitió la propia Cristina en el acto de cierre de campaña del Frente de Todos, cuando todavía tenían expectativas de triunfo electoral.
Desde el Frente de Izquierda Unidad señalamos tanto en la campaña presidencial de 2019 como en lo que lleva de gobierno Alberto Fernández, que convalidar la deuda de Macri era antagónico a satisfacer las demandas populares de recuperar lo perdido en el gobierno de Cambiemos. Solo cuando muchos de sus votantes se quedaron en sus casas, especialmente en el conurbano bonaerense, y otros optaron por votar a la izquierda u otras alternativas, el kirchnerismo tuvo que hablar públicamente de algo que era evidente. Pero haciendo como si la responsabilidad fuera solo del economista platense y del presidente “mequetrefe” y “ocupa” (Vallejos dixit) y ellos no hubieran votado a mano alzada y defendido enfáticamente el presupuesto de ajuste de Guzmán (dos veces lo ratificaron en la Cámara de Diputados) y la reforma a la movilidad jubilatoria, que habían suspendido antes de la pandemia justo el año que la fórmula iba a dar aumentos por sobre la inflación después de la caída registrada bajo el macrismo. Mientras durante el debate parlamentario del presupuesto Nicolás Del Caño señalaba que era un proyecto claramente ajustador que eliminaba el IFE y la partida COVID, no solo Guzmán cuando presentó el proyecto sino Fernanda Vallejos o Itaí Hagman (perteneciente este último al mismo agrupamiento que Juan Grabois) hicieron entusiastas discursos defendiendo el presupuesto que ahora cuestionan. Incluso el conjunto de los diputados del Frente de Todos votaron contra la moción del Frente de Izquierda de poner como piso los índices de inflación para los aumentos jubilatorios. Es ilustrativo que haya tenido que mediar un resultado electoral desastroso para que quienes hasta el domingo 12 de septiembre nos confrontaban y nos acusaban de “hacer el juego a la derecha” por afirmar que el gobierno estaba ajustando por una decisión política que no podía achacarse ni a la herencia macrista ni a la pandemia, para que luego dijeran esto mismo como si no hubieran tenido nada que ver en lo ocurrido. Nadie los obligó tampoco a reprimir con 4.000 bonaerenses al mando de Berni a quienes reclamaban tierra y vivienda en Guernica, para favorecer a especuladores inmobiliarios que quieren construir un country con cancha de golf incluida. Cuando profundizaron la caída del salario real y las jubilaciones, cuando aumentaron la pobreza del 37 % al 42 % y la indigencia del 8,6 % al 11,2 %, cuando aumentaron la precarización del empleo, cuando hicieron ostentación de los privilegios de funcionarios como con el “vacunatorio VIP” o la foto de Olivos, cuando la propia CFK dijo que lo que entrara por los Derechos Especiales de Giro del FMI iba a ir para pagar vencimientos de deuda al propio fondo en vez de para satisfacer las demandas populares, ¿qué pensaban? ¿Que la clase trabajadora y los sectores populares los iban a aplaudir? Igual les duró poco. Ahora están tratando de justificar el giro derechista. “Esto es peronismo”, dicen para tratar de contener a sus críticos internos. Ya lo sabemos. Por eso el peronismo es una experiencia histórica que la clase trabajadora tiene que superar por izquierda si queremos terminar con la dependencia, el atraso y la decadencia nacional, de la que es corresponsable junto a las distintas variantes de la derecha.
Aunque con el giro a la derecha la crisis gubernamental parezca cerrar por arriba, estratégicamente aumentan las condiciones para una mayor escisión entre “los representantes y los representados” que caracterizan a lo que Gramsci llamaba “crisis orgánica”, de la cual hay elementos que se expresaron en la elección del pasado 12 de septiembre. Entre ellos, la combinación entre una profunda crisis social y el enojo y la frustración de gran parte de la población, que si bien se expresa principalmente con el gobierno tiende a abarcar al conjunto del régimen político, luego de las sucesivas decepciones que implicaron tanto Macri como Alberto Fernández en lo que lleva de mandato. Algo que se expresa no solo en quienes no han concurrido a votar o en haberlo hecho en blanco o impugnado sino en los elementos de polarización a izquierda y derecha que hemos señalado. La clase dominante sueña con un gobierno capaz de aplicar una reforma laboral “bolsonarista” pero se debate sobre cuál sería el instrumento político más apto para llevarla adelante. Las clases medias están fragmentadas, con sectores ligados al comercio o al mercado interno que se arruinaron o cayeron fuerte durante la pandemia, mientras las capas más “globalizadas”, que aún lamentan la derrota de Macri, siguen haciendo negocios y viendo a qué variante de la derecha apostar. La clase trabajadora va por su cuarto año consecutivo de pérdida salarial, que en promedio se acerca a un 30 % del 2017 a esta parte, algo similar pasó con las jubilaciones. A la vez, la economía, cuya recuperación no va a compensar la caída ocurrida en la pandemia, sigue en una situación inestable, con una inflación alta que nuevamente va rondar el 50 % anual, a pesar del congelamiento de las tarifas de los servicios públicos por el año electoral, y la bomba de tiempo que significa el muy importante incremento de la deuda en pesos. La brecha entre el dólar oficial y los dólares financieros ha estado relativamente controlada (principalmente gracias al aumento de la entrada de divisas producto de la importante suba en los precios de las exportaciones agrarias) aunque en niveles altos, y se puede disparar si en noviembre se repite o amplía la derrota electoral del gobierno o por alguna otra chispa “que incendie la pradera”. Por lo que se conoce de los borradores existentes, el acuerdo con el FMI implicará la aplicación de las recetas conocidas, empezando por la demanda de continuar y aun profundizar el ajuste fiscal. Así, si el acuerdo se concreta antes o poco después de la elección de noviembre, se blanquearía que el gobierno queda sin margen para hacer concesión cualitativa alguna al movimiento de masas, ampliando el descontento de su propia base electoral. Y si no se cierra, se multiplicarán las presiones del capital financiero. Más allá de la contención de la crisis por arriba, difícilmente no se continúe el deterioro del gobierno respecto de su propia base, así como la polarización a izquierda y derecha anticipan choques de clase de magnitud.
La elección de la izquierda y nuestro desafío estratégico
Antes y después del proceso electoral, los medios de comunicación se ocuparon de fogonear y resaltar el resultado obtenido por la “alt rigth” local de Javier Milei, que llegó al 14 % de los votos en CABA. Auguraban un crecimiento algo menor para José Luis Espert en Provincia de Buenos Aires, quien volvió a quedar, como en la elección presidencial de 2019, por detrás del FITU, que fue tercera fuerza en la PBA al igual que a nivel nacional. El voto de Milei, promovido junto a una troupe de economistas ultra liberales por los medios televisivos y auspiciado por las redes y fundaciones de la derecha “trumpista”, que incluyen al “bolsonarismo” y a Vox del Estado Español entre otros, no tiene una única fuente. Se basa en un núcleo duro que expresa una radicalización de sectores que habían apostado por el macrismo y consideran que fue “blando” y no suficientemente derechista, donde van desde las distintas tribus liberales y “libertarias” hasta el “partido militar”. Esto incluye también, como en otros movimientos similares en otros países, una reacción socialmente conservadora contra el movimiento feminista. Pero captó también un “electorado blando” que lo votó como forma de repudiar una “casta política” desprestigiada, incluso entre sectores populares a quienes gana la retórica meritocrática y de estigmatización de los que deben recurrir a los planes sociales para sobrevivir.
Solo una vez difundidos los datos de los resultados electorales, la mayoría de los medios se anotició de la elección de la izquierda, que ya no pudieron ocultar, y el hecho de que el FITU quedó como tercera fuerza en todo el país. Obviamente los resultados no fueron iguales en todas las provincias, pero lo llamativo es que se pasó el 5 % de los votos en numerosos distritos, con Jujuy con Alejandro Vilca como punto más alto con casi el 24 %, Chubut el 9 %, Neuquén con Raúl Godoy y Santa Cruz casi el 8 %, CABA con Myriam Bregman el 6,22 % y PBA con Nicolás del Caño el 5,2 %, con altas votaciones en varios distritos del segundo y tercer cordón del Gran Buenos Aires, con el símbolo que significa el 8 % de los votos en Presidente Perón, donde se encuentra Guernica. De haberse elegido los diputados en las PASO, el FITU hubiera obtenido cuatro bancas.
Cuando el 10 de marzo de 1850 en Francia las elecciones complementarias en el departamento del Sena, donde pertenece París, dieron la victoria al “partido rojo” (una alianza del proletariado y sus organizaciones obreras y socialistas con la pequeño burguesía democrática) sobre el “partido del orden” (el bloque de bonapartistas, orleanistas y legitimistas), Marx caracterizaba que “detrás de la papeleta electoral están los adoquines del empedrado”. Y no era para menos. La lista encabezada por uno de los condenados de la insurrección de junio de 1848, Paul La Flotte, derrotaba aun en las filas del ejército a la del Ministro de Defensa de Luis Napoleón Bonaparte. Las situaciones no son comparables y lejos de nosotros cualquier visión exitista de un resultado electoral donde seguimos siendo aún una minoría. Pero parafraseando a Marx podríamos decir que detrás del voto al Frente de Izquierda está la convicción en muchísimos de sus votantes de que hay que enfrentar el ajuste en curso y los ataques que están preparando las patronales, en particular los distintos proyectos de reforma laboral. Que están cansados de los políticos del sistema y que siempre hagan pagar la crisis al pueblo trabajador, como nuevamente ocurrió durante la pandemia.
Lo distintivo en la votación del Frente de Izquierda Unidad en las primarias recientes fue su crecimiento entre los distintos sectores de la clase trabajadora, así como su relación con los procesos de lucha bajo el gobierno de Alberto Fernández. Tercerizados ferroviarios y de la energía en el AMBA; quienes luchan por la tierra y la vivienda en Provincia de Buenos Aires y en otros lugares del país; vitivinícolas en Mendoza; trabajadores del citrus en Tucumán; rurales en Jujuy; autoconvocados de la salud en Neuquén y sectores de la comunidad mapuche; luchadores contra la megaminería en Chubut; son solo algunos de la multitud de ejemplos de quienes militaron la campaña y fiscalizaron, a veces con toda su familia, convenciendo a sus vecinos y compañeros de trabajo de apoyar al FITU. También en CABA sectores de la intelectualidad y el progresismo que han resaltado la coherencia de la izquierda y sus referentes. A medida que se iban conociendo los resultados las felicitaciones llovían en los lugares de trabajo, desde las grandes fábricas de la alimentación hasta los jóvenes repartidores precarizados. Un voto que se nutrió de las distintas capas del movimiento obrero, con un peso importante en la juventud trabajadora, donde pegó el planteo de reducir la jornada laboral a 6 horas sin afectar el salario para repartir el trabajo entre ocupados y desocupados, con un mínimo que cubra la canasta familiar. Porque a diferencia de las campañas entre insulsas y bizarras que predominaron en el proceso electoral, la campaña del FITU estuvo centrada en agitar puntos clave para la clase trabajadora, como la reducción de la jornada laboral ya mencionada o la denuncia del acuerdo con el FMI y las consecuencias del ajuste que ya se viene aplicando, así como la denuncia de las distintas políticas extractivistas que comparten oficialistas y opositores, nuestro aporte nacional a la crisis climática planetaria.
Más allá de lo inmediato y de la nueva pelea planteada en el terreno electoral hacia las elecciones de noviembre con el objetivo de obtener una bancada de la izquierda anticapitalista y socialista en el Congreso Nacional (lo cual será una dura pelea ya que ninguna banca está garantizada), el desafío de nuestro partido, el PTS, es utilizar el entusiasmo generado por este resultado para avanzar en la estructuración de una fuerza militante en el seno de la clase trabajadora y los distintos movimientos de lucha. Nuestra preparación es estratégica, para los grandes combates de clase que la polarización incipiente de estas elecciones parecen anticipar. Para que en ellos estemos a la altura de las circunstancias y podamos ser un factor que permita a la clase trabajadora hacerse del poder y revertir la espiral de decadencia donde nos ha conducido la clase dominante.
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