En las últimas semanas, Rosario se vio conmocionada por una serie de crímenes de bandas narcocriminales contra trabajadores. Los sindicatos respondieron con un paro de taxis, colectivos y estaciones de servicio. Frente al agravamiento de la crisis con el narcotráfico, el conjunto del sistema político, desde Milei hasta Kicillof, consensuaron un nuevo desembarco (el onceavo) de tropas federales y policías bonaerenses. Una unidad nacional militarista frente a un problema que expresa la degradación del Estado capitalista. Sin tomar medidas de fondo, veremos la violencia crecer, miraremos impávidos cómo caen nuevos funcionarios involucrados y lloraremos con dolor nuevas víctimas inocentes, hasta que llegue un nuevo desembarco de fuerzas federales que confirme que vivimos en un círculo vicioso, en un circo pintado con sangre. La siguiente es una versión ampliada de la columna escrita para el Diario El Ciudadano.
Hay una serie de películas en las que una ficción, que transcurre en una pantalla dentro de la pantalla, rompe el límite simbólico y se instala con toda su fuerza vital en el mundo de lo real. Sucede en la simpática La rosa púrpura del Cairo de Woody Allen, en la que el actor de una película escapa de la pantalla para irse con la enamorada protagonista, interpretada por Mia Farrow. Sucede también en la más golpebajera La Llamada, donde lo atroz, lo innombrable, el monstruo, traspasa la pantalla, se instala y dice: “aquí estoy entre ustedes”. En Rosario, esa intrusión entre dos mundos que muchas veces se trató de mostrar cómo paralelos, intangibles entre sí, ocurrió hace ya un tiempo.
Sucedió cuando ráfagas de balas de bandas narcocriminales asesinaron a una docente de danza, Virginia, y a su madre Claudia, también docente jubilada. Sucedió cuando una acción similar culminó con la vida de un niño, Maxi, en el popular barrio Los Pumitas. Aconteció también cuando una fracción de la barra brava de Newell’s le dejó un mensaje a otro sector en el bolsillo del cuerpo asesinado de Jimy, un músico y malabarista tomado al azar. Jimmy fue asesinado para ser usado como botella mensajera en un mar rojo llamado Rosario.
Hace rato que en la ciudad ya no creemos más que ficción y realidad sean realidades paralelas. Son mundos que coexisten y se cruzan, se penetran y laceran.
“Las balas traen mala suerte. No era así como nosotros te queríamos”
Los ataques de estos días, no obstante ser una continuidad de algo que ya venía aconteciendo, dejan la sensación amarga y odiosa de que ese límite que ya no existía, existe menos aún. Estaba muerto pero volvió a perecer. Sicarios de bandas narcocriminales asesinaron, en un latigazo brutal de cuatro días, a cuatro trabajadores: dos taxistas, un chofer de la línea K de colectivos y un joven playero de estación de servicio.
Los ataques fueron coordinados y planificados, y se suman al caso de otro chofer asesinado meses atrás y a un sinfín de balaceras a escuelas, hospitales y juzgados; mensajes amenazantes y actividades afines. Decimos planificados, porque dos de ellos fueron hechos con la misma arma y usando balas de la misma tanda policial. Y fueron coordinados, porque los ataques tienen un objetivo preciso. Las víctimas fueron elegidas al azar. El lugar donde fueron elegidos, no. Al asesinar a 4 trabajadores inocentes podemos inferir que los organizadores no solamente buscaban generar conmoción en general, sino un tipo de conmoción en particular: al tratarse de taxistas, colectiveros y playeros, la lógica y reivindicable respuesta de sus compañeros fue parar la actividad laboral en reclamo de justicia y en un reflejo de autopreservación. Sin colectivos, nafta ni taxis, a lo que se sumaron recolectores, repartidores y docentes, la situación fue la de un virtual paro de actividades. Los narcos quisieron generar una conmoción específica, un cese de actividades y un trastocamiento del funcionamiento normal de la ciudad, creando las condiciones para forzar una negociación con el gobernador Maximiliano Pullaro, que los toreó en Instagram haciendo un cosplay del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y que salió muy mal.
Matones de internet
El crecimiento de la violencia narcocriminial en Rosario tiene causas más estructurales y una historia más larga que el último mes, algo a lo que nos referiremos. Pero puntualmente este raid de asesinatos de trabajadores inocentes tiene un origen y tiene responsables: Maximiliano Pullaro y su Ministro de Seguridad Pablo Cococcioni. Por más que lo disimulen con el despliegue (¡Noticias de ayer, extra, extra!) de tropas federales en la ciudad maldita y la cara de compungido que el gobernador ensayó oportunamente para la conferencia de prensa junto a Patricia Bullrich, Pullaro y Cococcioni hicieron que trabajadores paguen los costos de la sobredimensión del resultado de un focus group que seguramente les hizo creer que debían actuar como el presidente despótico de El Salvador, Bukele, pero en la ciudad de la trova, Fito Páez y Fontanarrosa. No hay que confundir el mundo real, con su oscuridad y sus pliegues recónditos, con el mundo virtual de las redes sociales. No existen filtros de Instagram para Rosario.
Se sabe: los diferentes gobiernos y partidos tradicionales hacen, claro, todo tipo de estudios de campo cualitativos y cuantitativos a partir de los cuáles orientan la (falta de) política pública. Lógicamente, en una ciudad en que el índice de homicidios multiplica al de otros focos urbanos de Argentina, ese concepto brumoso llamado “inseguridad” es una de las principales preocupaciones. Entre votantes de Milei y se ve que también un sector de los de Pullaro, cae simpática la mano dura como slogan y el derechista y violador de derechos humanos, Nayib Bukele, como referente.
Por eso Pullaro y Cococcioni prepararon una redada en el Penal de Piñero, donde se alojan presos de alta peligrosidad para, literalmente, hacer un posteo canchero en Instagram que les habrá sugerido un community manager montado en endorfinas. Así publicaron una foto de la humillación de los presos con la leyenda “La van a pasar peor”. Antes de esto, ya existía una tensión con los familiares de los presos que denuncian las condiciones de las visitas, de la alimentación y maltratos varios.
Ahí también la foto traspasó la pantalla y nos invadió: la jactancia manodurista por parte de un gobernador que a duras penas controla su Instagram y mucho menos controla el descalabro de instituciones en Santa Fe (como sí las controla, sui generis, el pequeño dictador Bukele), costó caro y se pagó con cuatro vidas. ¿Qué estamos diciendo con esto? ¿Que no hay que atacar los privilegios de los narcotraficantes, que gracias a los lazos con los propios policías penitenciarios y fiscales siguen regenteando el narcotráfico desde la cárcel? No. Estamos diciendo que ningún gobierno, ni el de Pullaro, ni de ningún otro, quiso ni quiere atacar realmente el entramado que hay debajo del narcotráfico. Cuando decimos “El estado es responsable” no es una mera metáfora. Lo es concretamente, en este y tantos otros casos. El hardware del Estado (la Policía, funcionarios, sectores de la Justicia, porciones del empresariado) es garante, sostén y beneficiario en última instancia del narcotráfico en Rosario.
Incursión entre los indios rosarinos
Ahora, por supuesto, lo usual, lo de siempre. Por pocos días encandilan los flashes. Rosario será Tendencia, Trending Topic en X (ex Twitter) pero inexorablemente irá bajando en el ranking. La turbación mutará en condescendencia y eso, en olvido. En el interín llegan periodistas que relatan desde Oroño y el río como si estuvieran en Líbano en 1982. Otros nos miran parapetados detrás de chalecos antibalas de paintball. La prensa de CABA “descubre” Rosario como Colón a una América que ya existía, con la extrañeza antropológica con la que Lucio Mansilla relata su incursión entre “indios ranqueles”, pero 200 años después y a la vera del Paraná y sin ser un hito literario.
Nuestros periodistas vuelven a Rosario después de 20 años, como diciendo “a ver en qué andan los que en el 2001 comían gatos”. Pero ojo, queridos y queridas visitantes. Lo que pasó esta semana es un salto en calidad, sí, pero es también una continuidad lógica de lo que viene pasando. Es un fenómeno rosarino, sí, pero no es un fenómeno solo rosarino, sino que ocurre en todas las provincias, solo que las policías controlan más “eficaz” y “verticalmente” la actividad narcocriminal. Hacen la misma faena pero en condiciones de mayor seguridad e higiene.
La Sheriff Toro Rico y sus aprendices
Luego de reprimir jubilados, militantes de izquierda y vecinos organizados en asambleas populares, y de encarcelar tuiteros de la “Unión Soviética” (esto no es una ironía), Patricia Bullrich redescubre el crimen organizado y quiere denominar “terrorista” a todo lo que se mueva y respire en Rosario. Junto al Gobernador Pullaro, aprendiz de Milei que se tomó un descanso de su matoneo en redes, anunciaron un desembarco de tropas federales. ¡Ya son más de 10! Y prometen saturar las calles con efectivos incluyendo el apoyo logístico del Ejército que en La Libertad Avanza y, se ve, también en los ex progresistas de Santa Fe, imaginan tomando tareas de seguridad urbana en el futuro.
Este desembarco dejó de ser un tema rosarino y no es un mero acuerdo entre Milei, Bullrich y Pullaro. Es directamente un asunto de Estado: alrededor de la militarización de Rosario hay una agenda de unidad nacional burguesa que va desde Kicillof a Bullrich. En efecto, todos los gobernadores y el jefe de gobierno porteño firmaron un documento apoyando las decisiones de Pullaro. Todos, todos. Incluido el gobernador bonaerense, la joven promesa del progresismo deshilachado. Kicillof hizo mucho más que estampar una mera rúbrica en un papel. En una reunión en la que estuvo representado por el matón Sergio Berni y por varios comisarios de la Policía Bonaerense, el mandatario kirchnerista comprometió el envío de 400 efectivos de la policía provincial junto a vehículos, patrulleros y drones a Rosario.
¿La Policía Bonaerense colaborando en el control del narcotráfico? Es como poner a los gorgojos al cuidado del arroz. No funciona.
No existe, además, ni un paper, ni un balance oficial, ni una cifra que demuestre que los anteriores vuelcos de tropas federales, en los que participaron Cristina, Macri, Alberto, Bonfatti, Lifschitz, Berni, Frederic, Aníbal Fernández, Bullrich y Pullaro, hayan servido para algo más que atestar los barrios populares, identificar personas con tez oscura. Las tropas federales ayudaron a calmar el asunto pocos días, que vaya pasando para atrás en las páginas de los diarios porteños, hasta una nueva conmoción.
Es el Estado, che, es el capitalismo
Cada desembarco de tropas parte de una presunción geográfica y social falsa: que la actividad del narcotráfico se localiza entre sectores marginales social y urbanísticamente. Pero no. Solo para hacer un racconto que trasciende la longitud de la nota. En Rosario han caído como moscas jefes policiales del más alto nivel, incluidos los responsables de drogas peligrosas. Desde la detención del ex jefe máximo de la Policía, Hugo Tognoli, la caída en desgracia de los capos policiales se ha vuelto deporte provincial.
Se ha denunciado a senadores como Armando Traferri por participación en el juego clandestino, ligado al crimen organizado. Hoy sigue en su sillón en la Legislatura. Han caído presos el jefe de los fiscales de Rosario, Patricio Serjal, y un fiscal subordinado de alto perfil, Gustavo Ponce Asahad, como partícipes de una asociación ilícita. El fiscal anticorrupción que investigó a estos fiscales y al senador mencionado, también fue apartado por complicidad con la banda los Monos.
Acá no hay una manzana podrida ni todas las manzanas podridas: acá directamente está podrida la madera del cajón de manzanas: se ha denunciado a jueces (algunos federales) por complicidades varias, se ha visto a otros haciendo viajes de esparcimiento con narcotraficantes, y muchos etcéteras. Y esto no ocurre en el Estado como un reservorio autónomo: el narcotráfico es una actividad ilícita pero capitalista, que se entremezcla y produce aleaciones con las ganancias derivadas de la venta “en negro” de cereales, con las cuevas que lavan esas ganancias en paquetes edificios marmolados del centro de Rosario y con las cámaras de la construcción que lavan activos impulsando una burbuja inmobiliaria de torres de lujo vacías, en una región con un déficit habitacional alarmante: en el Gran Rosario, 218 mil personas viven en 175 barrios populares, de emergencia, sin contar a las familias que lidian con el vía crucis de alquilar.
La detención del financista Gustavo Shanahan por vender dólares a narcocriminales y la confiscación de cargamentos en puertos cerealeros, confirman la participación empresaria, por acción u omisión. La participación en el pasado del propio Shanahan como CEO de Terminal Puerto Rosario, del grupo Vicentin, une concretamente ambos mundos.
Como postal de la participación estatal en este entuerto, solo resta agregar una prueba: los dos taxistas asesinados fueron baleados por un arma policial, con balas de la Policía de Santa Fe, que salieron de la planta de Fabricaciones Militares. La impunidad pavoneándose. El Estado no encubre ni solamente es cómplice: el Estado es garante, impulsor y beneficiario de la actividad narcocriminal. Pero obvio: los policías que lleguen irán a la periferia, a las villas, no a Tribunales, a la Bolsa de Comercio, ni a las sedes de gobierno.
A este panorama ya inquietante se le suma la firma de un memorándum de entendimiento entre la Autoridad General de Puertos y el Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense con el fin de que los militares norteamericanos “colaboren” en la gestión de la Hidrovía del Paraná. Aquel acuerdo profundiza la entrega de soberanía que garantizan desde hace años los distintos gobiernos, es un salto más en el sometimiento del país a los designios de Estados Unidos y sus multinacionales, que ahora contarán con presencia militar en la ruta fluvial más importante y estratégica de la región, donde se exportan el 85% de las exportaciones de cereales.
La participación privada de empresas nacionales y multinacionales junto al Estado en el narcotráfico no es noticia nueva, como ya dijimos. Eso se va a ver profundizado por la presencia de militares estadounidenses. Las empresas instaladas en la hidrovía controlan gran mayoría de las exportaciones e importaciones del país. Los mismos puertos, además, trafican una parte suculenta de estupefacientes. La presencia privada del país que sometió a México y Colombia en dos sangrientas “guerras contra el narco”, no deja más que preocupación y malos augurios. La entrega de la hidrovía es otra de las banderas de “unidad nacional” que juntan a libertarios, macristas, “socialistas” y peronistas. Todos tienen la escarapela con la bandera de las barras y las estrellas.
El facilismo mata
Los taxistas, playeros y choferes, y los trabajadores en general, han respondido con contundencia y canalizado su bronca con una acción obrera muy importante, paralizando la actividad económica frente a gobiernos que combinan la inoperancia con complicidades varias. El paro de trabajadores muestra la fuerza social que puede (y debe, si se me permite la afirmación) movilizarse y ponerse en juego para enfrentar un oscuro mundo que opera gracias y al calor del amparo estatal y que ha decidido atacar a los que laburan todos los días. Esa fuerza social es la misma, no casualmente, que podría derrotar el plan del FMI, el gobierno nacional, el provincial y las grandes empresas que los dirigen a ambos, que buscan hacer más pobres a los trabajadores y más millonarios a los ricos. ¡Sí, hablamos de esas multinacionales desde cuyos puertos salen kilos y kilos de cocaína, encima!
El paro y la movilización son claves para afrontar todas las penurias que enfrenta el pueblo trabajador en general y frente a bandas criminales protegidas por el Estado, particularmente.
Pero es clave, fundamental, muy necesario, encarar esas tareas con absoluta independencia de los gobiernos que militarizan Rosario porque no tienen solución ni a los problemas del trabajo, ni al de vivienda, ni al de los bajos salarios, ni al de las organizaciones criminales. Simplemente porque son parte de todos esos flagelos. Por eso marcamos siempre la importancia de que las y los trabajadores levanten un pliego de demandas y de propuestas que planteen una salida de fondo, en serio, superador, lejos de todo facilismo, al grave escenario que enfrentamos.
Estatizar los puertos, las grandes cerealeras y los bancos y financieras desde donde se lavan activos ilegales, empezando por el Banco de Santa Fe no es una “posibilidad”, es una necesidad imperiosa ya que es allí donde hay un sustento económico legal, con enorme poder, de la enorme telaraña de actividades ilícitas. Terminar con la Sociedades de Acciones Simplificadas, aprobadas por todos los diputados excepto los del Frente de Izquierda, que son la tapadera del “emprendedurismo narco”, es una medida elemental para dejar de facilitar el blanqueo de activos del narcotráfico. Encarar la resolución íntegra de todos los problemas sociales sobre los que se alimenta el poder de reclutamiento del narco, sobre todo entre la juventud vapuleada, son medidas urgentes pero también profundas, que chocan de frente con la pared que es la multipartidaria del ajuste permanente.
Atacar el conjunto de complicidades estatales hasta desmantelar el aparato represivo partícipe del narco, es una condición sine qua non, sino se quiere poner parches cuyo bordado estalle ante el primer movimiento en falso. Y discutir con seriedad y urgencia la necesidad de terminar con la fracasada criminalización de las drogas y avanzar en una regulación, para terminar con el status ilícito alrededor del cual se camufla la violencia criminal y una tasa de ganancia extraordinaria, es un asunto que no puede postergarse más y que, como decimos siempre, debe ir acompañado de una inversión en salud mental, acompañamiento en poblaciones con consumos problemáticos y todo tipo de medidas paliativas.
Sin tomar esas medidas de fondo, veremos la violencia crecer, miraremos impávidos que caen nuevos funcionarios involucrados y lloraremos con dolor nuevas víctimas inocentes, hasta que llegue un nuevo desembarco de fuerzas federales que confirme que vivimos en un círculo vicioso, en un circo pintado con sangre. Y la verdad no queremos eso nunca más.
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