Rectores que plagian y profesores que cometen agresiones machistas son protegidos por las redes clientelares de las que se nutre la universidad española. Si esto es la Academia, me bajo del tren en marcha.
Lucía Nistal @Lucia_Nistal
Martes 17 de enero de 2017
Soy una de las afortunadas becarias de investigación de una universidad en el Estado español -los investigadores en este país, con muchísima suerte, después de tortuosos procesos y durante un tiempo limitado cobramos unos 6€ la hora. Y cada día tengo menos ganas de formar parte de la “comunidad académica”.
Hace tiempo decidí que quería ser profesora de universidad. Me creí aquello de fomentar el espíritu crítico, de ‘la academia que problematiza y desnaturaliza el sistema hegemónico’, de la ‘fábrica de cultura’… Pero me estoy encontrando una cueva machista, caciquil, fábrica replicadora del pensamiento dominante, persecutora del pensamiento crítico, donde el plagio, el amiguismo y la connivencia con los abusos de la jerarquía universitaria están a la orden del día. Me explico:
No quiero formar parte de una universidad donde el acoso sexual se permite y encubre, como es el caso de la Universidad de Sevilla o el de la Universidad de Barcelona, situaciones comunes de las que aquí no cito más que dos ejemplos, en las que las amenazas y la dependencia que permite la jerarquía de la casta universitaria sitúan a las mujeres en una posición aún más vulnerable al abuso. Se resta importancia a las denuncias, se castiga a la mujer que se atreve a alzar la voz mientras se protege al profesor de turno y se retrasa o impide la investigación. En la mayoría de los casos, la denuncia no prospera o los hechos proscriben. Demos las gracias a la alargada sombra del patriarcado, a la jerarquía antidemocrática y a las redes clientelares. Mientras, el gobierno elimina las subvenciones a las universidades para los posgrados y actividades de formación en igualdad. Bien. Y otro día hablamos de la feminización de algunas carreras y la ausencia de mujeres en otras, de la inexistencia de mujeres en los temarios de las asignaturas, del techo de cristal universitario, de las mujeres de la limpieza, pero los hombres en decanato, etc.
Tampoco quiero formar parte de una universidad en la que se escala hasta el Rectorado a base de plagios. Parece ser que Fernando Suárez, rector de la Universidad Rey Juan Carlos ha copiado párrafos y páginas enteras -notas al pie incluidas, que ya es desidia- en numerosos artículos académicos, los cuales como ya explicábamos en otro artículo le reportan un sobresueldo de 300€ mensuales como reconocimiento a su mérito investigador. Habría que preguntarle qué le ocurre a un becario de investigación que le ocurre si se le olvida cerrar comillas en una publicación…
Este personaje, con sus al menos 11 plagios a cuestas, es el mismo que decidió que era de máxima importancia para establecer "una señal de marca que proyecte su imagen externa" comprar el palacete donde murió Millán Astray por 7 millones de euros más lo que cueste la reforma. Edificio que diez días después fue ocupado por el colectivo neonazi Hogar Social Madrid, al que nadie ha exigido abandone ese espacio. Me imagino que su padre, D. Luis Suárez, el actual presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos, estará muy disgustado.
¿Y qué ha ocurrido ante tamaña acumulación de escándalos y despropósitos? ¿Dimisión inmediata y fulminante? No exactamente: una investigación interna en manos de cargos “de confianza” del rector y la drástica medida de no presentarse a reelección. Eso sí, ya ha elegido a su sucesor, según él avalado por la Comunidad de Madrid -todo queda en familia. Pero hay unas elecciones, ¿por qué tanto él como la decana de Comunicación Mercedes del Hoyo que ha enviado un correo afirmando que el profesor Ramos “recogerá el testigo” están tan seguros de que este será el siguiente rector? Esto me lleva a mi siguiente punto:
No voy a formar parte de una universidad que carece absolutamente de la democracia más elemental, en la que las elecciones no son más que una pantomima que ni si quiera llega al nivel de representatividad más que deficiente de las elecciones generales en el Estado español. El peso del voto de los estudiantes, gran mayoría de la comunidad universitaria, es depreciable – está en torno al 25%. Frente a un voto generosamente ponderado de aquellos elementos más altos en la jerarquía, cuyos cargos a menudo han sido otorgados desde el amiguismo y que no van a defraudar las expectativas de su rector -el voto de los doctores permanentes se pondera en torno al 55%. Por no hablar de todos los sectores de trabajadores presentes en la universidad que ni si quiera tienen derecho a voto.
Ni voy a formar parte de una universidad que externaliza y privatiza sus servicios, pagando una miseria a sus trabajadores, despidiendo a parte de la plantilla y empeorando la calidad de los espacios y actividades, como nos explicaron los trabajadores del servicio de deportes de la UAM. Una universidad que se alimenta de la precariedad de los becarios, sustituyendo puestos de trabajo estables por plazas de becarios que asumen sus funciones pero cobran una ínfima parte de su sueldo y con becarios de investigación que tenemos que pelearnos con el ministerio para conseguir los sueldos completos -con escaso éxito de momento.
Y claro que no voy a formar parte de una universidad que no solo no fomente el pensamiento crítico, sino que lo persiga. Y es que la Ley Mordaza llegó a la UAM, y las agrupaciones de estudiantes se encuentran en peligro mientras las empresas tienen las puertas de cada facultad abiertas.
En definitiva, no quiero una universidad que heredó el modus operandi clientelar y conservador del franquismo y se quedó con su capilla, una universidad antidemocrática, profundamente machista, que se relaciona con el grupo neonazi HSM, que maltrata a sus trabajadores y persigue a sus estudiantes, donde el pensamiento crítico se ve proscrito y las mujeres se chocan contra el techo de cristal y desaparecieron del temario. Pero tal vez, tendremos que transformar la sociedad para transformar la universidad, porque la que tenemos siempre estuvo rota.
Lucía Nistal
Madrileña, nacida en 1989. Teórica literaria y comparatista, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid. Milita en Pan y Rosas y en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT).