En los cuatro años que llevo de carrera (y, por ende, muchas horas metida en la facultad) jamás presencié tales “hechos vandálicos” como los descriptos en la nota de Rosario3. Ni me enteré de personas a quienes les hayan sucedido, sean amigxs, compañerxs de cursado, gente con quien me cruzo todos los días (¿habré tenido mucha suerte tal vez?).
Martes 28 de octubre de 2014
No es mi intención hacer una desmentida de los hechos de la denuncia realizada, pero realmente me hace pensar que la “percepción” de quien da el testimonio está bastante sesgada, y tal vez pudo haber exagerado un poco las cosas de la situación tanto de nuestra facultad, como de La Siberia (que no es otra que la situación social precaria generalizada en la que nos encontramos).
Por otro lado, un párrafo de dicha nota que postula “Según explicó el estudiante, en esa facultad "hubo autos rotos, robos con armas y rotura de cercos perimetrales, protagonizados por personas de todas las edades que viven en las cercanías e ingresan al predio, sin ningún impedimento””, denota una presunción (al punto de una aseveración, diría) totalmente estigmatizante de que los robos que se puedan llegar a producir dentro del predio, son consumados por gente “de afuera”, por lxs pibxs del barrio. Es que claro, nosotros lxs estudiantes somos gente de bien y jamás se sospecharía que pudiéramos ser capaces de semejantes hechos.
Otro punto que me llamó la atención y me preocupó mucho es el reclamo de restricción al ingreso de la institución. Primero, porque no se me ocurriría otra forma de realizarlo que no sea a través de señalar por “portación de cara” (¿y vestimenta tal vez?) quién puede ingresar y quién no; lo cual me parece totalmente discriminador y fascista. Y segundo, porque la universidad, se supone, es pública, por lo tanto debería poder ingresar quien quisiera. Acompañado de este reclamo aparece el de la presencia policial, que realmente me parece terrible. No quiero una facultad militarizada, no quiero que la institución a la que asisto diariamente para estudiar este rodeada de uniformados, que son represores de los trabajadores y luchadores, que son responsables de las redes de narcotráfico, que son quienes matan por gatillo fácil a los pibes en los barrios, no quiero más Lucianos Arruga. Quiero ir a una facultad a la que a la par vayan los pibes del barrio que necesiten, que si necesitan dos mangos para comer y ahí es donde lo encuentran, que lo hagan (lamentando por supuesto que esa sea la realidad que tengan que vivir). Que vaya el tan famoso “Colo” a leer las hermosas poesías que escribe. Que la facultad sea de todxs, que no sea una isla, que no sea para un grupo reducido, que no se piense que solamente una “elite iluminada” puede ir a ocupar sus aulas, sus baños, sus pasillos.
Por último, y cerrando, me parece que es interesante pensar también el hecho de que no estamos hablando de cualquier facultad, sino la de Psicología. En donde se supone, hay cierta comprensión acerca de lo que es la subjetividad, acerca de lo que es (y cómo es) la constitución del sujeto. En donde se supone, quien la estudia tiene un interés por un otro y su padecimiento (o al menos se espera que se lo tenga en algún momento). Y en esta situación de repente me encuentro con personas para las que pareciera que no hay un otro como sujeto, sino más bien como objeto. Y no es un otro cualquiera. Es un otro pobre. Es un otro del barrio. Es un otro vándalo. No es de los suyos. Por lo tanto, su padecimiento subjetivo no importa. O peor, no existe, porque es una cosa, y como tal debe ser relegada, corrida del mapa.