Sábado 20 de diciembre de 2014
El 19 de diciembre de 2001 se le moría María, su amor encantado, su amor adorado, su amor. Esa mano que tanto Martín había apretado, acariciado, no respondía. Cada vez que entraba a terapia intensiva contaba las frecuencias de su respiración entubada, y lo estremecían los chillidos del monitor que mostraba el andar dificultoso de ese gran corazón que a veces no comprendía. Tanto se habían querido María y Martín, que sin pasión, así, extrema, no valía. Pero las pasiones suelen pedir licencias y últimamente eran muchas las confusiones. Martín se preguntaba una y otra vez si era su culpa el ACV que tuvo María. Es que casi ni se hablaban cuando ocurrió, después de otra discusión.
Al otro día Martín se despertó en la sala de espera, y un televisor parecía repetir su infierno interior: cruces, peleas, discusiones, muerte. El pueblo había estallado como la cabeza de María, pensó, todos estamos en terapia intensiva... Tuvo el impulso de salir a la calle, de ir a la Plaza, enfrentar a esos milicos a caballo que atacaban a las Madres, a las Abuelas, incendiar esa casa de gobierno hastiada de desidia y corrupción para que de las cenizas surgiera un Ave Fénix que acabara con las injusticias, el hambre. Allá estuvo gritando que se vayan todos, que no quede ni uno solo, mientras trataba de cubrirse de la desbocada represión.
Cansado, con la camisa rota, Martín volvió al hospital. El médico le dijo que había que operar otra vez, de urgencia, que de nuevo había sangre en ese cerebro tan dado a dar órdenes para encender la sensibilidad ante una pintura, ante una prosa o ante un acorde. Pero ahora se ahogaba en sangre como el país. "La puta que lo parió", maldecía Martín. Duró horas las operación ese 20 de diciembre, y Martín esperaba viendo cómo caían tantos bajo las balas de plomo de la policía. En el mismo momento en que escapaba en helicóptero el inútil y cobarde presidente De la Rúa, un médico lo llamó. A María le lograron obturar el sangrado y había que esperar la evolución. "Revolución, evolución, son sinónimos", pensó Martín en su euforia de que María vivía, que "quería vivir", le había dicho el médico. Tal vez como la Argentina...
Pero a María le costaría tanto mirar por la ventana, ver el sol ponerse, imaginar un mañana. Cuatro veces más tuvieron que operarla, hubo infecciones que complicaron. Relacionaba después Martín cuando María abrió de repente los ojos una mañana de marzo. Habían pasado tantas operaciones como presidentes después de la huida de De la Rúa: Ramón Puerta, un feudal de Misiones; Rodríguez Saá, otro feudal pero de San Luis; Eduardo Camaño, un diputado duhaldista y con eso estaba todo dicho; y finalmente Eduardo Duhalde, como la última bolilla de una lotería de terror.
María tenía la misma mirada clara de ojos verdes de ocasión, y la ocasión de volver a abrirlos era una gran oportunidad para que lucieran como nunca. Esta vez respondió al apretón de manos de Martín, y hasta intentó una sonrisa. El médico dijo que se recuperaría, aunque tal vez no fuera la misma María de antes. Qué le importaba a Martín, la tendría de nuevo a María y le pediría perdón, mucho perdón. Salió feliz a buscar su puñado de dólares para pagar todo lo que debía, pero Duhalde y Cavallo se los confiscaron. María tuvo una convulsión después de los asesinatos de Kosteki y Santillán. Su recuperación se retrasó.
Con los años María volvió a andar, a imaginar por la ventana. Pero fue cierto que no fue la misma. Como el país.