Presentamos el prólogo de esta nueva publicación, la historia obrera de la gráfica Donnelley, hoy devenida en Madygraf, bajo gestión obrera.
PRÓLOGO La fórmula de los trabajadores de Donnelley
En primer lugar, aunque este es un prólogo, agradecer a Eduardo y Jimena que me permitieron escribir estas líneas en su libro.
A muchos de nosotros nos tocó la oportunidad de conocer a los trabajadores de Donnelley en el tiempo que organizaron la fábrica y dieron muchas de sus peleas. Podemos decir que ellos y ellas no tuvieron ninguna particularidad que los hiciera especiales más que su decisión de querer organizar su propia fábrica y construir una corriente clasista que mirase hacia adentro y hacia afuera de la empresa. Muchos fueron (y son) parte de lo que se conoció como sindicalismo de base, entre los años 2005 y 2015, para poner fechas estimadas. El respeto absoluto por la asamblea y la persistencia para que sea el organismo más importante y con la mayor presencia posible, la defensa de los derechos por la vía de la lucha, el enfrentamiento a la burocracia sindical, la solidaridad y la coordinación con otros sectores fueron parte de sus características. Por eso este libro es útil hacia el futuro, porque la realidad es que no hay nada que diga que una experiencia de organización como esta, con sus particularidades, no pueda repetirse.
Donnelley, durante ese período, no fue de las fábricas que protagonizaron las luchas más resonantes. Casi no sufrieron ataques realmente duros y cuando cayó sobre esos trabajadores el despido masivo, la respuesta fue tan contundente que la empresa desandó el camino sin tener que pasar por un conflicto de semanas o meses, como habían sido los de Kraft o Lear, en 2009 y 2014 respectivamente. Ese tiempo lo usaron para fortalecer su organización, su conciencia y su articulación con otros trabajadores y trabajadoras, y ayudaron a organizar a otras fábricas como World Color o Kromberg. Todo se mantuvo así hasta el cierre, en 2014, que desató la ocupación y la puesta en funcionamiento bajo gestión de los propios trabajadores. Allí, por la mañana, en medio del momento más alto del conflicto de Lear, a pocos kilómetros, estaban todos ellos en la puerta de su fábrica frente a un cartel que les avisaba de la “huida” de la empresa y decidiendo en asamblea qué hacer. Recuerdo a Eduardo Ayala y a otros compañeros como René Córdoba insistiendo en la necesidad de ingresar, las dudas que se fueron disipando con el correr de las horas y la “aparición” por el techo de varios compañeros con sus banderas iniciando la ocupación. La historia que luego conocimos cuando Donnelley se transformó en Madygraf bajo gestión de sus trabajadores y trabajadoras no se puede entender sin lo que hicieron previamente y por la existencia de Zanon (actual FaSinPat) que les permitió ver que había una perspectiva distinta a quedarse en la calle, si ocupaban la fábrica y la ponían a producir.
Para quienes quieran conocer lo que se vivió dentro (y fuera) de la planta, el libro de Jimena Gale y Eduardo Ayala es una gran herramienta. Un libro escrito por una trabajadora de Madygraf, lo cual le da un mérito mayor, con los testimonios de Eduardo como hilo conductor. Desde sus páginas se puede entrar a conocer esa experiencia; hechos y anécdotas con los que todos y todas pueden hacerse una idea cabal de un proceso por demás interesante.
Durante el período que el libro recorre, los trabajadores desplegaron una importante actividad dentro de la fábrica. Ocurrida en el marco político de fortaleza del Gobierno kirchnerista, se trató de moldear en un sentido clasista la conciencia de amplios sectores de este “gran taller”, con un sector que se organizó en una fuerte agrupación clasista militante y, dentro de ella, un grupo fue tomando en sus manos la construcción de un partido revolucionario.
Creería que su gran virtud, o una de sus virtudes más importantes, fue haber tomado cada problema que se les presentó a lo largo de tantos años como una oportunidad para dar pasos en el sentido planteado. El sindicalismo corporativo es, como sabemos, una corriente realmente fuerte en el movimiento obrero, que milita para que las y los trabajadores se limiten a discutir las condiciones de trabajo y de salarios (pero no la explotación). Siempre busca de forma continua la mejora evolutiva de los trabajadores (cuando no solo de los afiliados y afiliadas) con la menor cantidad de fricciones posible. El enfrentamiento es siempre solo una “mala noticia”. A lo sumo, algo por lo que hay que pasar para tratar de volver a un equilibrio con la empresa. Al menos por un tiempo, el colectivo de trabajadores de Donnelley tuvo esta oportunidad al alcance de su mano. Decimos por un tiempo porque, hasta al más conciliador, las empresas le devuelven el favor con dureza, cuando la economía impone ajustes y despidos o flexibilización. Se han cerrado cientos de fábricas con direcciones propatronales, tibias, de mayor o menor nivel de colaboración. Nadie puede impedir que, cuando la crisis aprieta, los empresarios la descarguen hacia abajo, incluso dejando familias en la calle. No hay colaboración que impida esta dinámica. Lo único que cambia, cuando hay una dirección combativa y antipatronal es que, llegado el momento, los cierres o despidos masivos se enfrentan.
En este caso, durante un tiempo, un gran taller gráfico de un monopolio extranjero que podía pagar salarios mayores al promedio ofrecía la oportunidad para hacer (por un tiempo) un lugar de mayores conquistas que la media del gremio y dejar a todos más o menos satisfechos y pasivos. En los años de ascenso económico, a los trabajadores de Donnelley otras internas antiburocráticas del gremio les mostraban sus recibos de sueldo como única demostración de su situación. Los compañeros de Donnelley también tenían sus recibos más cargados que el promedio de los demás gráficos, pero preferían mostrar también, entre sus credenciales, las luchas que habían apoyado, las fábricas que habían ayudado a organizar y otros “ítems” que no figuran en el recibo que entrega la patronal. Los obreros de Donnelley obviamente querían ganar más y trabajar en mejores condiciones. Y lo hicieron. Pero como se decía en ese momento, no eran obreros que solo tuvieran en su mente una calculadora para contar sus ingresos, sino que contabilizaban en su haber algunas cosas más.
Por eso los trabajadores de Donnelley se destacaron y de esta manera pudieron forjar un grupo de obreros clasistas, que es lo que se necesita cuando la situación se hace realmente espesa como se está haciendo ahora. Por fuera de pensar esa perspectiva de crisis inevitable y lucha cada vez más abierta y de conjunto contra los planes que se intentan imponer (como el de Javier Milei o el de quien le hubiera tocado ser su ejecutor), su orientación no hubiera tenido sentido. No se trató de un problema solamente ideológico, sino de preparación consciente para situaciones como las que se están abriendo en el país.
Los obreros de Donnelley estuvieron lejos de todo lamento sindicalista que ve en cada problema nada más que un inconveniente indeseado. Vamos a leer cómo la dirección de ese grupo de trabajadores y los activistas utilizaron cada hecho como una oportunidad para el avance en la conciencia y en la organización de la fábrica, del gremio y también de la Zona Norte del Gran Buenos Aires a la que influenciaron. Los ejemplos sobran. No todos se refieren a luchas abiertas. Entre ellos, se destaca la acción discriminatoria que ocurrió en la planta por parte de un grupo de obreros contra un trabajador jujeño. Un hecho brutal que desmiente toda idea de que en esa fábrica había algo especial. Lo particular fue que esta situación tuvo tanta importancia como el mayor aumento paritario. La discusión profunda sobre la discriminación, un veneno metido por las empresas para dividir, generó tanto o más espíritu de cuerpo que muchas luchas reivindicativas. Se trata de escapar del escenario temido de obreros que pelean por sus derechos, a veces con garra, pero sin ninguna perspectiva clasista. En ese hecho duro de acción discriminatoria, fuertemente reaccionario, más bien en la respuesta y su rechazo, estaba la posibilidad de hacer un grupo de trabajadores con una conciencia más avanzada. Ejemplos de este tipo sucedieron en otras fábricas donde el PTS tenía influencia en su dirección, como el paro total en Kraft contra el acoso a una compañera, las campañas solidarias cuando las lluvias se encargan de castigar más a quienes menos tienen, las peleas por los derechos de las mujeres en PepsiCo, la lucha allí también por los contratados y contratadas, el rechazo de la comisión interna de Lear a firmar un acuerdo para cambiar las condiciones hacia la baja de quienes ingresaran a la empresa.
En Donnelley, se destacó el esfuerzo por separarse del sindicalismo que se desgasta en sus peleas de Sísifo o en esa “guerrilla” permanente por el salario, independientemente de lo que avance la conciencia y la organización obreras. Ahí está la fórmula que emplearon los obreros de Donnelley. Incluso emplearon esa lógica para encarar las propias peleas salariales y reivindicativas mostrando que, por otro lado, la eficacia para llegar a esas conquistas y la lucha por moldear a una vanguardia clasista pueden ir de la mano. Un buen aumento es bueno. Si la pelea que lleva a él fortalece la asamblea como lugar de decisión, se refuerza la desconfianza en la gerencia y aumenta la confianza en las fuerzas propias, vale mucho más. La conciencia y esa forma de organización no se devalúan con la inflación, no tienen precio.
Ejemplos hay y de sobra. El paro por la libertad de los trabajadores petroleros de Las Heras, que llevó al desconcierto total a la empresa; el piquete en Gestamp, como si fuese su propia lucha; el “batallón” que se sumó a Lear, cuando peleaban contra los despidos. La Gendarmería, bajo la conducción política del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y bajo el mando operativo de Sergio Berni, reprimió con saña la osadía de un grupo importante que había llegado esa mañana a la colectora a apoyar a los trabajadores de Lear que llevaban meses de lucha dura. Tenían un motivo, no siempre un grupo de obreros se dispone a tomar la pelea de otra fábrica como propia. Eso hicieron los compañeros de Donnelley y pagaron su atrevimiento clasista con decenas de balas de goma, que también regaron el cuerpo de compañeros dirigentes del PTS como José Montes, referente histórico del Astillero Río Santiago, o Martín Brat, de GPS.
Sin embargo, los trabajadores de Donnelley no se limitaron a esto. Una parte tomó en sus manos la lucha política. Jimena y Eduardo van a narrar cómo muchos de ellos integraron las listas del PTS en el Frente de Izquierda, hoy FITU. Fue un hecho extendido. En muchas empresas, trabajadores y trabajadoras dieron ese paso al frente, considerando que su destino no podía separarse del desarrollo político y de la lucha de clases de todo el país; que en el terreno político hay una pelea por la independencia de clase, enfrentando en ese espacio al sindicalismo y al peronismo que quieren que las y los trabajadores no se metan en política, que no hagan una política de su clase, para dejarla en manos de los políticos del sistema. A esa pelea también muchos obreros de Donnelley le pusieron el cuerpo.
También Jimena y Eduardo van a contar el enorme rol que tuvieron las compañeras, en una fábrica en la que casi la totalidad eran hombres. Allí, las compañeras de los trabajadores, las esposas centralmente, se organizaron en la Comisión de Mujeres cuando comenzaron los ataques y fueron un puntal de toda lucha. Desde ese momento, no dejamos de verlas en cada piquete y en cada acción de lucha, hasta que ingresaron a Madygraf como trabajadoras. Podemos decir que sin su protagonismo no se hubiera podido mantener una parte de esos obreros que luego hicieron Madygraf. En la lectura del libro, también se podrá notar que los trabajadores de Donnelley fueron imponiendo medidas de cierto control sobre la producción a la empresa, como lo fue la conformación de la Comisión de Riesgos de Trabajo. Llegaron a incidir en algunas de las decisiones de la patronal imponiendo condiciones de trabajo, como la pelea para que se incorpore un brazo hidráulico para que los obreros no tuvieran que levantar las pesadas bobinas que lastimaban sus cuerpos de manera irreversible, o la creación de un sector productivo para tareas livianas (el WIP) donde los compañeros que habían quedado “rotos” por la misma empresa mantenían su trabajo.
Contra el discurso individualista del “sálvese quien pueda”, que nos quiere hacer creer que el individuo aislado peleando por sus intereses particulares es el motor de la sociedad, los trabajadores de Donnelley fueron mostrando la enorme potencia de la cooperación de la clase trabajadora. Estando bajo patrón, buscaron desde allí reapropiarse de aquella potencia que les era expropiada, enfrentando el mando despótico patronal y articulando con otros trabajadores. Esa pelea, que nace de la disputa elemental por el tiempo, por los minutos de trabajo e impone de hecho el control obrero, fue la base para pasar luego a la conducción de la fábrica, cuando la patronal decidió retirarse [1]. En ese sentido, la gestión obrera no cayó del cielo ni mucho menos. Con todas las contradicciones que tienen esas gestiones, estas son más difíciles de sostener o desarrollarse, como pasa con muchas cooperativas que tienen el mérito de sostener los puestos de trabajo pero que no intentan ser parte de la lucha del conjunto de la clase trabajadora y el pueblo, si en la previa no hay peleas como las que este libro cuenta, que fueron forjando una camada de trabajadores clasistas y un núcleo que se formó como militante revolucionario. De ahí es que hoy Madygraf forma parte de las peleas del conjunto de los sectores más activos que enfrentan los ataques del Gobierno de Javier Milei. El impulso de la gestión obrera cobra mayor sentido desde este ángulo. Es un ejemplo para tomar en momentos donde los despidos y cierres se hacen cada vez más frecuentes.
Con la gestión obrera se busca salvar los puestos de trabajo, combatir la desocupación, mostrar que hay fábricas que funcionan sin patrón y también preservar y agrandar, como es el caso de las compañeras que se hicieron en la lucha con la Comisión de Mujeres, a un grupo de trabajadores y trabajadoras que en la etapa que se abre hoy puedan jugar un papel destacado. Pareciera ser que así será.
Buenos Aires, agosto de 2024
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