Como una olla a presión se elevó la tensión entre palestinos e israelíes con una seguidilla de asesinatos de consecuencias impredecibles.
Miércoles 7 de octubre de 2015
Fotografía:EFE/ATEF SAFADI
Fotografía:EFE/ATEF SAFADI
Una nueva escalada de violencia incrementó la tensión entre palestinos e israelíes en el lapso de las últimas tres semanas. El pasado fin de semana, dos jóvenes palestinos de 13 y 18 años, residentes del campo de refugiados de Aida y la ciudad de Tulkarem, fueron acribillados por las tropas de la Fuerza de Defensa Israelí (FDI) tras una seguidilla de enfrentamientos con colonos judíos instalados en los territorios palestinos de Jerusalén oriental y Cisjordania. La represión de la FDI dejo un saldo de mas de 500 heridos al mismo tiempo que la Fuerza Aérea Israelí ataco con misiles la franja de Gaza. El ministro Israel Katz admitió la posibilidad de una nueva ofensiva militar contra el pueblo palestino. La advertencia temeraria no carece de fundamento: la dinámica de los sucesos de violencia de 2014, que comenzaron con el hallazgo del cuerpo carbonizado de Abu Kdeir, un adolescente de 15 años, así como el asesinato de tres jóvenes israelíes, concluyeron en el operativo Margen Protector con mas de 2100 palestinos asesinados y la franja de Gaza convertida en un amasijo de hierro y cemento. Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue la reciente resolución arbitraria del premier derechista Benjamin Netanyahu que clausuró el acceso a la Ciudad Vieja de Jerusalén a palestinos musulmanes y cristianos. Esa provocación desafía una tradición de más de cinco siglos de tolerancia inaugurados por el Imperio Otomano, a partir de la cual usualmente los fieles de las tres religiones monoteístas suelen peregrinar hacia los lugares considerados santos de esa ciudad.
La espiral de violencia comenzó con el asesinato de los jóvenes palestinos Fadi Aloon y Mohammad Halabi, señalados presuntamente de “terroristas” por apuñalar a un adolescente israelí, el primero, y matar a un matrimonio de colonos judíos ortodoxos que se dirigían a la Ciudad Vieja de Jerusalén, el segundo. El matrimonio Henken fue hallado entre las colonias de Itamar y Elon More, dos de los sitios mas “calientes” de Cisjordania. Inmediatamente, los colonos judíos bloquearon las carreteras y formaron piquetes para apedrear a los vehículos palestinos. En la aldea palestina de Beitiliu, cercana a Neria, los colonos quemaron automóviles y pintaron grafitis que clamaban “venganza por los Henken”, una modalidad utilizada por las bandas fascistas de Tag Mejir, integradas por fanáticos milenaristas amparados directamente por el Rabinato, que hace dos meses quemaron vivo a un bebe palestino de apenas 18 meses. Complementariamente, la FDI cerró la ciudad palestina de Nablus, declarándola “zona militar”, mientras movilizó cuatro batallones de soldados con el objeto de “estabilizar la situación rápidamente”.
Lejos de cualquier “estabilización”, durante los funerales de los israelíes que perdieron la vida, el presidente Reuven Livlin declaró que las victimas judías pagaban el precio de “una cruel ofensiva terrorista” y convocó públicamente a “continuar yendo a la vieja ciudad” de Jerusalén oriental, para “custodiar nuestra forma de vida”. Jerusalén oriental es una zona históricamente árabe, ocupada por las tropas israelíes tras la Guerra de los Seis Días de 1967 y anexada compulsivamente al Estado judío, aunque sin el reconocimiento formal de la ONU. Resulta evidente que son las mismas autoridades del Estado sionista las que alientan la violencia contra el pueblo palestino, y por ende las que terminan damnificando a los ciudadanos israelíes. Es el mismo Estado judío el que se vuelve un bumerang contra los judíos.
La chispa que encendió la escalada es la política reaccionaria de Netanyahu, quien se propone avanzar en la colonización judía de Jerusalén oriental, arrasando la Explanada de las Mezquitas, el tercer sitio sagrado del Islam. Esa zona de 14 hectáreas, donde se eleva la mezquita Al Aqsa es objeto de ataques permanentes contra los palestinos, tal como sucedió hace dos semanas en la festividad religiosa de Eid al Adha.
Los Murabitoun (el movimiento de creyentes musulmanes alumbrado por la restricción del derecho de culto) denuncian que Netanyahu acaricia la idea de destruir Al Aqsa para poner en pie el llamado Templo del Monte (o Tercer Templo), reeditando “el reino de David”, de acuerdo al milenarismo bíblico del que se nutren los sectores más reaccionarios del movimiento de colonos. Según el tratado de paz con Jordania celebrado en 1994, la monarquía hachemita es la responsable de la gestión del complejo Al Aqsa. Pero es tal el grado de violencia habilitado por el Estado hebreo que el rey Abdula no tuvo más remedio que echar pestes a su socio Netanyahu.
La degradación de las condiciones de vida empujó al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, a dejar sin efecto los acuerdos de Oslo, firmados en 1993 por los sionistas y EE.UU. Abbas, Yasser Arafat y todo el secretariado del Fatah fueron signatarios de esos acuerdos fraudulentos que sólo favorecieron al Estado de Israel, avanzando como nunca la colonización judía de Cisjordania, consumando así la ocupación de casi el 85% de la vieja Palestina histórica. Obviamente, el gesto de “izquierda” no le impidió reunirse con Netanyahu a efectos de “descomprimir la situación”.
Muchos analistas indican que hay suficiente pasto seco para una tercera intifada. Los próximos días serán decisivos para trazar el curso de los acontecimientos.