Tenían prohibido conducir, viajar, estudiar sin la autorización de sus “hombres guardianes”. Ni siquiera podían ser intervenidas quirúrgicamente de urgencia sin permiso. Como no era suficiente, ahora las mujeres sauditas, sobre todo las jóvenes y solteras, tampoco pueden entrar a restaurantes o cafés.
Martes 16 de diciembre de 2014
Imagen: bpakman
Como mencionamos, esto ocurre en Arabia Saudita, uno de los países que adhieren a rajatabla a los preceptos del Islam y que conforman el llamado “mundo árabe”, ese mundo cuya sola mención puede disparar una catarata de conceptos clave y lugares comunes como: petróleo, riqueza incalculable, conflictos, pero también atraso y opresión.
Hace algunos días, una nota publicada en el diario español El País daba cuenta de esta nueva medida misógina mediante la cual dueños y encargados de restaurantes y cafés saudíes restringen a las mujeres el ingreso a estos lugares como si se tratara de mascotas sin el acompañamiento de sus “guardianes” (maridos, padres, abuelos, hijos varones). ¿Por qué? Según estos guardianes de la moral y las buenas conductas, porque “son ruidosas, escuchan música, hablan alto, coquetean y son mentalmente inestables”.
Para justificar esta práctica, el dueño de un local declaró: “Pusimos estos letreros porque hemos sido testigos de numerosos incidentes de flirteo en nuestras instalaciones. Sólo los quitaremos cuando estemos seguros de que los galanteos no volverán a ocurrir”.
Hasta acá la “novedad” que puede resultarnos no tan novedosa viniendo de una cultura donde las sanciones al incumplimiento de la Sharia (ley islámica) incluyen crueles castigos físicos que pueden ir desde azotes y amputaciones, hasta la lapidación (dependiendo de la lectura que varía en cada estado islámico), con una fuerte desviación sexista que implica que las más perjudicadas siempre sean las mujeres y los homosexuales.
¿Y por casa cómo andamos?
Históricamente desde Occidente se acostumbra a tener una mirada fácil, “piadosa”, indignada por la realidad de estas mujeres islámicas. De este modo, el feminismo occidental exclama que los castigos recibidos por ellas son barbáricos y las expresiones más crudas del patriarcado; que los burka, niqab, hijab, esos velos que cubren los cuerpos y rostros de esas mujeres son el signo más claro de su opresión, del atraso, de la desigualdad.
Pero ese discurso se reduce a pura hipocresía occidental, cuando no directamente islamofobia, cuando proviene de los países imperialistas que avalaron e impulsaron las “guerras contra el terrorismo islámico”, y apoyan financiera o armamentísticamente la política genocida del Estado de Israel sobre el pueblo de Palestina. O cuando son los propios Estados, como el francés o el español, los que prohíben “en nombre de la libertad y los derechos de las mujeres” el uso del velo o hijab en sus escuelas y universidades.
Esos portavoces de la mirada occidental y occidentalista dicen sobre los pueblos árabes alientan prejuicios como “terroristas”, “violentos” y atrasados. Y callan, sugerentemente, ante las violaciones a los derechos de las mujeres en sus propios países, ¿acaso hay una expresión más extrema del sometimiento de las mujeres que el crecimiento de los asesinatos de las mujeres como sucede en el Estado español? ¿Y la restricción del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo?
Ese mismo discurso no solo es patrimonio de las potencias imperialistas, sino que también se reproduce en diferentes escalas en el resto de Occidente, donde a la vera de la ampliación de los derechos de las mujeres, persiste y se agudiza el sometimiento y la opresión de enormes sectores de mujeres.
Muchas corrientes feministas liberales condenan la cultura árabe o la religión islámica (o un extraño coctel entre ellas), desde países donde la derecha cristiana o directamente instituciones como la Iglesia Católica tienen tanto peso en el Estado que hasta se les permite por ejemplo dictar leyes (o modificar el Código Civil como en Argentina), intervenir en políticas públicas o entrometerse en la educación pública; países donde el aborto sigue siendo ilegal y de este modo se continúa condenando a cientos, miles de nosotras, en mayor medida pobres, a morir por abortos clandestinos; Estados donde la cifra de femicidios se acrecienta día a día; donde las mujeres, más aún las inmigrantes, siguen siendo variable de ajuste y precarización laboral. Sobre este “atraso occidental”, esta “barbarie cristiana”, se dice poco y nada.