Un ensayo que mezcla la vida y la literatura.
Jueves 13 de junio de 2024 21:31
Caminan por una calle sin asfaltar con pinos en las veredas, son cuatro pibes. Pasa un auto lento. Juano se agacha a recoger algo del suelo, es una piña verde todavía cerrada, dura. Sacude una brazada, y parece no haber soltado el proyectil cuando ya está dado vuelta hacia el lado opuesto con las manos en los bolsillos, como si nada. ¡TUC! Se escucha. Aunque no han volteado para mirar todos saben que ha dado en el techo del auto que frena inmediatamente. Se abre la puerta y baja una señora entrada en años. Entre las víctimas, la preferida. Juano mira hacia arriba, hacia la copa de los pinos, con las manos aún en los bolsillos del buzo canguro. Mira a los demás, vuelve a mirar hacia arriba. Los demás lo siguen, saben que deben hacer el mismo juego, así es siempre.
La señora tiene cara de preocupación. Juano ahora imita un poco ese mismo rostro y le pregunta «¿Está bien, señora?» Afirma, la señora mientras se acerca cuidadosamente. Creo que fue una rama, dice él; sí, sí dice ella. Se lo rayó, pregunta él; creo que no dice ella. Para cuando el auto dobla la esquina en retirada todos lo festejan, todos ríen. Te acordás cuando, dice uno y empiezan a recordar todas las veces que ha hecho algo parecido, incluso peor. Me llevó muchos años atar cabos. Pero la señora era mi abuela, dentro del auto iba yo también, y años después, por casualidades del barrio, esos pibes iban a ser mis amigos. Si es que aquello que tuvimos pueda llamarse amistad.
Juano era el cuadro bienpintado del que tira la piedra y esconde la mano. Era peor que eso, era el que tenía la capacidad moral de tirar la piedra y si bien no acusaba a otro, si alguien terminaba por culpar a uno que justo pasaba por ahí podía guardar silencio sin remordimientos. Roberto Arlt describió con precisión a estas mugres en una de sus aguafuertes más conocidas "El hombre corcho".
Juano aparentaba tener un espíritu revolucionario, tirar una piedra a veces se confunde con eso, se le parece bastante. Sobre todo cuando la pedrada la recibe alguien que la merece. En otro momento habrá que teorizar sobre la ética de selección de objetivo de nuestras piedras. Pero el espíritu revolucionario se evidencia mucho menos en el acto mismo de tirar la piedra, y mucho más en la asunción de haberla tirado, incluso más cuando alguien acusa recibo de la pedrada y está buscando con la mirada “a ver quién fue”. El tirapiedrismo como filosofía, como corriente de acción ya evidencia su falta al convertirse en hábito, en un “ismo”.
Juano podía hacerse el boludo sin problemas, de la misma forma que la vanguardia tira la piedra sabiendo que lo van a aplaudir por ello, y no que el riesgo es que te larguen los perros. Estoy pensando en especial en un libro de Damián Tabarovsky pero todavía tengo una idea pendiente: Juano tenía quien lo aplaudiera. Los Juanos siempre tiene quienes los aplaudan, y algunos esbirros más que le van en saga. Los aplaudidores también merecen su ensayo aparte, voy anotando al margen para otro momento. Los aplaudidores, a quienes en la televisión, y por tradición desde el teatro, se les pagaba por desatar o falsear la emoción: en el territorio de la amistad son responsables, ya lo sabíamos desde la escuela primaria, también de la pedrada y del ocultamiento de la mano. Pero al fin de cuentas, claro, ellos no fueron, solo se estaban riendo.
En el campo de la literatura, en el campito, parece que sucede lo mismo, o parecido. Damián Tabarovsky en su libro "Literatura de izquierda" ensaya sobre la escritura de vanguardia estableciendo una tensión o relación directa entre academia y mercado, por un lado, y vanguardia por el otro. En buena medida propone que una vanguardia venida de la reflexión académica es un contrasentido, a la vez que lo mismo sucede con una vanguardia aceptada/adoptada por el mercado. Si el acto de vanguardia es auténtico, si quiere constituir una literatura de izquierda, entonces no solo tiene que estar escrita contra el mercado sino también contra la academia parece plantear Tabarovski, y me seduce la idea.
El mercado es un organismo de control tanto como lo es la academia, a secas: la universidad, y los “productos universitarios”. Se escribe contra el mercado, se escribe contra la academia; por eso Tabarovski dice: el escritor de literatura de izquierda es un escritor sin público.
Collage propio: la literatura de derecha primero crea el público, luego le escribe a ese público lo que ya sabe que va a querer leer. La literatura de derecha es como una fenomenología de la lectura, pero al revés. Primero aparece el lector (consumidor) y luego el escritor que va a producir algo que ya sabe que su lector va leer. El lector ya está captado, cooptado, creado con anticipación. Podríamos distinguir entre: producir y escribir, y entre: consumir y leer.
Tabarovski ensaya una distinción entre “vanguardia” y “literatura de izquierda”. Algo así como una vanguardia inauténtica y una vanguardia auténtica para pasarlo en cierta medida a términos de Sartre que es quien analizó estas cuestiones en "Qué es la literatura". Un texto mucho más fatigoso y extenso. Interesante y potente, necesario, complejo, a veces aburrido pero fundante de esta reflexión. El ensayo de Tabarovski es breve y no se pone, como correspondía, estúpidamente académico. Aunque no logró escapar del todo a cierta pasión por la cita de autoridad, cosa de la que ya vengo abominando. Claro que el riesgo está, por un lado, en decir cualquier verdura por no pensar con las lecturas, la acuciante mirada de la academia sobre lo que escribimos. Por el otro, en donde también está la academia, que nos apremia a aclarar el “mi papá me dijo” de las citas.
¿Citamos para fundamentar o citamos para pedir permiso para pensar? Otra nota al margen para ensayar.
Caí de suerte, nunca me quedó claro si buena o mala, en ese grupete que tenía a Juano de ídolo griego. No todas las historias de amistad son edificantes, sobre todo las mías. Le rendían culto sagrado a todas sus ocurrencias. De alguna manera cristológica o papal siempre era, cuando no festejado al menos sostenido, acompañado. Nunca pagaba por ninguna. Ventajero. Era un héroe inauténtico, hacía el gesto de ir adelante, a la vanguardia, pero ya sabía que nunca iba a pagar ningún vidrio, ningún insulto, ninguna chanza. Era un cancherito, que luego en la adultez tampoco pudo evitar todos los gestos del cancheraje y el caranchaje.
Vuelvo. La vanguardia inauténtica, la vanguardia canchera, para quedarnos en el ámbito de lo barrial: garpa, vende, está bien vista, es televisada, aplaudida. Es mercado. Leída por los estudiosos/estudiantes, es comentada y analizada en la crítica, es adoptada en los planes de estudio. Es academia.
La literatura de izquierda está fuera de todo eso. Es una literatura POR izquierda. La literatura de izquierda según la tesis Tabarovski no tiene que ver con los escritores autopercibidos/autoproclamados de izquierda (política) o incluidos en las filas de la militancia. Tabarovski dice, en una ironía cierta, que a veces los de izquierda son tan conservadores como los conservadores, en el plano literario. Por no mencionar lo político, agrego. Lo que sería de izquierda sería la escritura, y más, el efecto de escritura: es decir la lectura.
Lo que el autor llama literatura de izquierda parece más bien un planteo de literatura anarquista. Dice Tabarovski: “(…) la literatura de izquierda (…) se relaciona con el mercado y con el texto de una sola manera: de manera antijerárquica.” (Pág. 48) Dependiendo de qué izquierda hablemos hay algunas que hicieron de las jerarquías un nuevo opio de los pueblos. A la vez que estos naranjazos en la nocturnidad de una plaza vacía, no se ahorran cascotazos al boom latinoamericano y a los cánones de vanguardia, aunque parezca un oxímoron decirlo así.
A mí, tres toronjas me dieron en el cuerpo de lectura y dejaron machucón. Veo tres narrativas. Una, racional: que enuncia que se va de vacaciones a San Bernardo, empaca para vacacionar en San Bernardo y llega a San Bernardo. Es la literatura falopa. La literatura por cable. Básicamente televisión en papel impreso. Luego, la vanguardia pretendida. Esa literatura que dice que se va de vacaciones a la luna, y oh sorpresa, arma un cohete y llega a la luna. Es la vanguardia falopa. Y luego está la vanguardia auténtica, la literatura de izquierda como la llama Tabarovski. Literatura POR izquierda, literatura anarquista. Que dice que se va de vacaciones a San Bernardo, pero empaca para a ir a la luna. No va a San Bernardo, ni a la luna. Se queda en casa o mata lechugas mutantes de un futuro distante mientras Bernardo el Santo baja de los cielos con toneles de birra. Es la falopa posta. Menciones de autores sobran, y Tabarovski hace las suyas, les ahorro las mías.
Ninguna de las tres es la mejor. Ninguna no es literatura. Este empaste es mío. No hay un valor ético, cultural, ni literario que vuelva a ninguna superior a la otra. Es más, diría que todo lector saludable debe oscilar entre esas tres literaturas para no fatigar la percepción ni el gusto por la lectura; ni a los parientes que siempre preguntan qué estás leyendo y terminar contestando que siempre lo mismo.
Nunca son cancheros los revolucionarios; ni piolas, ni vivos o vivillos. Tarde o temprano, muchas veces tarde, me separé de ellos. Los pibes vanguardia, los auténticos, son otra cosa. Los he conocido, los conozco. Cuando los encuentro intento poder quedarme con ellos todo lo que puedo, llevarme algo de ellos: un gesto, una palabra, una risa. Los amigos por derecha (no de derecha, que son otra cosa) son los que hay que perder, hay que olvidarlos en el fondo de algún cajón. Los amigos de derecha, tal vez puedan volver a pensar su estar en el mundo. Hacer de la solidaridad una ética y no relegarla a lo que signan como clientelismo. Los amigos clientelistas, también hay que perderlos.
Los amigos de izquierda no son por definición buenos amigos. Quisiera decir que sí. Pero sería hipócrita. Pero los amigos por izquierda, los que vienen por la izquierda de la vida, esos son (expropiando a Sartre) amigos auténticos. No vienen por el aplauso, no se quedan por el aplauso, no entienden de aplausos. Vienen por puro compañerismo. Eso es la izquierda, puro compañerismo. Uno de los pocos “ismos” salvables.
Yo te recuerdo Hernán Guevara. Mirá qué apellido para decir que fuiste un amigo por izquierda y por eso no te entendí. Vos sí venías por la izquierda de la vida. Me dabas toda tu amistad y no esperabas nada y nada tenías, pero dabas todo. Andabas solo por el barrio, eras el escritor sin público que dice Tabarovski. Cantabas “Chipi, chipi, bom, bom” y los giles del barrio se reían. Yo, pelmazo total, andaba con los amigos del mercado, vanguardias inauténticas. Pero aprendí, eh. Aprendí. A los tropiezos y soledades aprendí. Te mando un abrazo. Yo te recuerdo Hernán Guevara, dedicado a vos este ensayo.