“Oda a León Trotsky” escrita en 1940 por el poeta y ensayista de origen catamarqueño Luis Franco, a días del asesinato del revolucionario ruso.
Jueves 20 de agosto de 2020
Luis Franco, quien fuera animador y colaborador activo junto a Samuel Glusberg (seud. Enrique Espinoza) de la revista Babel (Buenos Aires), discutió arte, historia y política, las primeras décadas del siglo XX, con otros reconocidos escritores como Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Ezequiel Martínez Estrada –como queda documentado en el volumen publicado por Emecé, Cartas de una hermandad (2009)–.
La oda de Luis Franco fue publicada en Babel, poco tiempo después del asesinato de Trotsky.
Oda a León Trotsky
Una certeza fortalecida en la gimnasia de todas las dudas
hasta dominar el vértigo de abismos y sepulcros
y una serenidad más ancha que el ademán de las banderas y los sembradores
tú, cuya biografía comienza a ser levadura del mundo
y cuyo nombre imanta lo que hay de fierro en nosotros.
Domicilio de honor te fue la cárcel,
como ya es el destierro tu patria de adopción
(Te recuerdo en Nicolaiev custodiado por los piojos,
tú, dandy de ademanes perfectos; recuerdo tu casi astronómica fuga desde un arrabal del polo
a través de la nieve sin ribera como la sombra;
casi oigo el resuello cansado de los remos incansables)
te recuerdo en Alma Ata, mazmorra de cristal,
con fríos que buscaban coparte esa alma que descongela los miedos.
Pero qué pobre cosa estas patrias para diplomáticos y pedicuros,
ellas que así tiritan de tu sola vecindad, ahora.
Amigo profundo de los hombres,
eres como un recién venido de la mar
entre mediterráneos que nunca oyeron hablar de ella
con tu saber de sol que hace fluir las verdades heladas,
con tu pasión que hace trampolín de cada obstáculo.
Donde tú entras los relojes que apresuran la marcha.
Se quemaron las naves del pasado sobre las playas vírgenes del alba
cuando amaneció Octubre para siempre,
y el sol descendía a través de todos los cerrojos.
Una vasta esperanza comenzaba ya a colonizar el futuro.
Al fin una preñez dolorosamente larga
las masas daban a luz una época nueva.
Natchalo! Naovaia Jizn! Natchalo!
Y tus jornadas eran de veinticuatro horas cabales, Lev Davidovich.
Contra toda la herrumbre y el fierro de Europa
sobre catorce frentes se combatió después,
y un tren fantasma que aventó doscientos mil kilómetros
era tu ferrado caballo de pelea,
capitán.
Pero la vida es breve y la guerra es larga.
Sabes que somos un vaivén en marcha
entre la conservación y la invención;
sabes de la sirena llamada Costumbre
cuyo encanto es la muerte de la audacia y el mañana.
La vida no es remanso
sino río en marcha.
El único dios que no abdicó aún se nombra Comienzo.
Por eso tu ciencia y tu voluntad se llaman revolución.
Es verdad,
como un árbol primaveral se conmueve la humanidad sufrida.
(Todos los siglos podridos son su abono).
Los pueblos van a colgar sus recuerdos inservibles,
y echar la basura como zapatos rotos
sus creencias de ayer y de anteayer.
El filo del alba está segando todos los sueños del miedo.
Los pueblos van a mudar todas sus plumas viejas.
Inútil el cordón sanitario de los gritos de alerta
o de amenaza;
la revolución no conoce fronteras al igual que la brisa.
La razón no es el jardín de invierno,
sino el intenso verano del hombre.
Están los días blancos con sus terribles yemas.
Razón, claro silbido de ayuda
en el cruce del oscuro callejón del ser.
¡Qué nocturno es el hombre! Pero su amanecer definitivo se acerca.
De las iglesias a los códigos,
todos los becerros de oro y estiércol,
todos los dioses panzudos e hipócritas se irán.
Serán los servidores del hombre o tendrán que irse.
No lo creen los que engordan con la sanies llamada provecho
ni los que suponen a la vida coronada de adormideras.
Con el perro dinero el perro hambre será desterrado.
Las fábricas no serán los templos
donde obesos sacrificadores alimentan con carne y espíritu de hombre el Ídolo máquina.
La propiedad no expropiará al hombre.
La higiene abolirá un día
esos holocaustos malolientes que son las guerras
las que dejan sin pulso o sin figura a los mozos de veinte años
para hacer del mundo un hospital cuidado por viejos.
Pero tú sabes, adelantado de todo lo nuestro,
que lo moribundo debe morir,
que lo muerto debe ser enterrado.
¿No inocula el futuro gérmenes en el flanco de todas las muertes?
Que las guerras morirán en la guerra creadora, la nuestra,
la que desuncirá las manos y las mentes,
Libertador.
Pero es sabiduría vedada
ésa que tu acrisolas y vives, como ninguno aún,
hombre vertical entre todos,
con el coraje del amanecer,
y el más arduo, el de media noche, que espanta a los fantasmas.
Y por ello no hay tierra firme, para ti, navegante,
por ello eres el varón más solitario del mundo,
tú, viento que alza el amargo oleaje de las ansias en vela.
Todo lo que es oblicuo te odia,
todo lo que huele a cucarachas y moho,
y los que viven entre su corbata y su reloj,
y los que arrodillan el espíritu, como el camello, para el fardo:
mientras tú, contemporáneo de lo que nacerá un día,
dices adiós al pasado con una mano
e inauguras con la diestra el porvenir hasta lo más distante.
Tú, el ferviente, confías en que podrán ser redimidas en la luz las herencias de lo subterráneo. Tienes fe en el que ha de suceder por fin
a los dioses que sacara de sus costados un día:
el hombre hecho de profundidad terrible y sal de permanencia como el
océano.
Domesticador del mundo ya,
el hijo de la mujer es todavía
la fiera del circo de sí mismo.
Más la economía, esfinge del mal de ojo,
será entendida al fin;
la Necesidad entreabrirá como un capullo sus puños de piedra,
y para el nuevo crecimiento del hombre,
una matinal armonía será descubierta.
Esa es tu fe y la mía, camarada.