Los gobernadores negocian fondos con el Poder Ejecutivo. La CGT, las CTA y los movimientos sociales peronistas critican pero mantienen luchas parciales y divididas ante el ajuste. Diputados y senadores rosquean y quedan solo en las palabras. Solo la izquierda impulsa la organización y las peleas de la vanguardia, agrupada en las asambleas barriales, de la cultura, el sindicalismo combativo y los organizaciones sociales independientes.
Lunes 4 de marzo de 2024 14:56
El peronismo se repite a sí mismo. Recorre, en estas horas, el mismo sendero que transitó en los últimos años de Mauricio Macri. Deja pasar un ajuste feroz mientras prepara las condiciones para intentar un retorno electoral. Una nueva formulación de aquel “Hay 2019” que llevó a la parálisis de las luchas contra el ajuste de Cambiemos; que permitió un crecimiento sideral de la pobreza; que habilitó el escenario para el acuerdo con el FMI y el consecuente salto en el endeudamiento nacional.
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Sin embargo, hoy las condiciones sociales y económicas son mucho más agudas para las grandes mayorías populares. Milei aporta a ese empeoramiento, con una avanzada ajustadora bestial. Tarifazos que profundizan la recesión; una recesión que las patronales usan para ajustar despidiendo; un consumo que cae velozmente; un hambre que se extiende por toda la geografía nacional. Todo en interés del Fondo Monetario y el gran poder económico.
El peronismo contempla la escena pensando en las elecciones de 2025 o 2027. Los gobernadores rosquean cada peso mientras aplican sus propios planes de ajuste en cada provincia. Los intendentes aplican la misma receta. Allí no hay más que matices: el ajuste es el programa nacional de todas las administraciones.
La dirigencia sindical burocrática de la CGT y las CTA juega a las declaraciones fuertes. Repite como eslogan la amenaza del paro nacional. Pero el paro nacional no llega aunque los ataques persistan. El más reciente es el escandaloso y brutal intento de cerrar Télam; un ataque al periodismo que implica, además, más de 700 despidos.
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Las conducciones sindicales peronistas esquivan la responsabilidad que tienen. Eligen las peleas por sector que, además de ser más débiles, no enfrentan de conjunto al plan gubernamental. Que, además, dejan librados a su suerte a millones de trabajadores y trabajadoras que están en la informalidad, careciendo de derechos laborales y sindicales.
La conducciones de las organizaciones sociales peronistas y kirchneristas tampoco rompen esa dinámica. Se han movilizado contra el ajuste a los comedores populares, pero no está en su agenda un plan de lucha contundente que derrote las políticas que hambrean a los más humildes. Su ausencia se hizo evidente el viernes pasado frente al Congreso. Ese día, luego del importante molinetazo ocurrido en estaciones de trenes y subtes, las asambleas barriales y la izquierda marcharon hacia el edificio donde habló Milei para ratificar su ajuste.
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El arco parlamentario trabaja en la misma dirección. A las palabras fuertes le sigue la rosca y a la rosca la especulación. El viernes pasado, frente al ofensivo discurso de Milei, mantuvieron un silencio prudente. Como señalaron muchos analistas, eligieron “dejar de lado” la confrontación discursiva con el Gobierno. No es causal entonces que no intenten tirar abajo el megaDNU presidencial que, entre otras cosas, facilita el actual ataque contra Télam.
La moderación ante todo. Y esa moderación encuentra traducción en la plataforma de 33 páginas ofrecida por Cristina Kirchner, donde se ofrece abrir el debate sobre las modalidades del ajuste o las reformas estructurales que exige el gran capital.
En el balotaje, Massa logró el 44% de los votos. Equivale a alrededor de 11 millones y medio de votos. Si una porción de esos millones tomara las calles contra el ajuste, Milei no podría estar avanzando como lo viene haciendo.
Hoy la oposición consecuente al ajuste en curso la encarna la izquierda. Fue por eso que -en su discurso del viernes- Milei la atacó tres veces asociándola a la resistencia en las calles. Esa mirada afinca en la realidad: mientras el peronismo apuesta al desgaste del Gobierno, las diversas fuerzas de izquierda impulsan el desarrollo de las asambleas barriales. Hace pocos días, apostando a desarrollar la autoorganización, Myriam Bregman y Nicolás del Caño llamaron a sumarse a las diversas asambleas en formación. El llamado está dirigido, en parte a quienes votaron a Massa con la esperanza de frenar a la derecha y hoy al peronismo otorgando gobernabilidad a Milei.
La izquierda también participa activamente de los procesos de lucha que empiezan a desplegarse frente al ajuste. Peleas hoy nodales como la que se libra en defensa de Télam o contra los despidos en GPS, tercerizada de Aerolíneas Argentinas que echó decenas de trabajadores aeronáuticos.
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¿Por qué no estalla?
En la argumentación para mantener su quietismo, el peronismo recurre a un argumento de notorio cinismo: “todavía la gente no explota”. La responsabilidad se carga así sobre el pueblo trabajador que sufre la ferocidad del ajuste.
Como escribió hace pocos días Fernando Rosso: “En esta interpelación a ‘por qué no estallás’ se le exige a la gente en general y se absuelve a las dirigencias políticas y sindicales que no convocan a acciones más contundentes (…) se arma una cuestión circular: no convocan porque no ‘estalla’ y no ‘estalla’ porque no convocan a medidas más contundentes. Y con todo esto se le otorga a Milei algo que para él vale oro: tiempo, que es con lo que está jugando”.
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Si se escarba más profundo se encuentra, además, una explicación para esa falta de estallido: la carencia de alternativa. Para muchos y muchas, Milei aparece como opción resignada frente al retorno de las gestiones políticas anteriores. Aquellas que llevaron al país a la ruina en la última década. En esto también le cabe una enorme responsabilidad al peronismo: continuando el ajuste macrista al servicio del FMI condujo a millones a la pobreza y a la precarización de la vida. En esa “herencia” desastrosa afinca parte del inestable aval al presidente actual.
El peronismo en la historia
En septiembre de 1955, el peronismo fue desalojado del poder por un golpe feroz, gorila y reaccionario. En los años siguientes, la resistencia al régimen de la (mal) llamada Revolución Libertadora la ejerció la clase trabajadora, identificada políticamente con el líder depuesto. Los aparatos sindicales y políticos oscilaron -como escribió un historiador británico- entre la resistencia y la integración. Intentaron negociar pero también debieron enfrentar en las calles y con la lucha los intentos de destrozar las conquistas de la clase trabajadora.
El golpe de Onganía, en junio de 1966, encontró a las direcciones sindicales peronistas en estado de ansiedad. Intentaron negociar con el nuevo poder. Pudieron hacerlo un corto tiempo. La resistencia desde abajo y la intransigencia oficial las empujó a un camino de moderada lucha. Desde el exilio, verborrágico, Juan Domingo Perón alentó la lucha. En ese periodo emergió la juventud peronista que, al radicalizarse, encontró expresiones en organizaciones como Montoneros. El viejo líder, volviendo al país en 1973, intentó cerrar el proceso de lucha de clases que se había abierto en el Cordobazo, en mayo de 1969.
En su largo historial y aun con múltiples tensiones, el peronismo actuó siempre como garante de los intereses sociales de la clase capitalista. Desde ese lugar jugó siempre el papel de un partido del orden y de la contención, alternando roles y momentos. La pasividad que protagonizan las organizaciones sindicales y sociales entronca o se combina con el ofrecimiento de negociar los formatos del ajuste. Para quienes quieren enfrentar y derrotar los salvajes ataques contra las mayorías populares no hay allí opción política. El peronismo en la oposición funciona hoy como garante de la orientación decidida por Milei, el FMI y el gran poder económico.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.