La fragmentación del bloque pro occidental en Kiev es la nueva etapa de la crisis en Ucrania. Si bien no es nueva, las pasadas semanas mostraron que tan profunda es la división entre el presidente Petro Poroshenko y el ex presidente Georgiano (y nuevo aspirante al poder en Ucrania) Mikheil Saakashvili. Por supuesto, mientras continúa la crisis en el este del país y Rusia gana terreno en el medio oriente, especialmente a expensas de EEUU y sus aliados regionales, aumentará el nerviosismo de las potencias occidentales sobre la situación en Kiev.
Martes 16 de enero de 2018 22:26
El presente artículo es una traducción del original en inglés publicado en el sitio LeftEast
El movimiento Maidan que comenzó en noviembre de 2013 logró remover del poder a Viktor Yanukovych, el ex presidente “pro ruso”. A su salida se formó un gobierno pro occidental liderado por el oligarca Petro Poroshenko mientras estallaba la guerra en la provincia oriental de Donbass y Rusia anexaba Crimea, y Ucrania quedaba así dividida en dos. Fue, de todas maneras, un duro golpe a Putin que perdió el control de Ucrania como un solo país. Su influencia quedó reducida a algunas regiones del este del país.
En Kiev y en el oeste se formó un bloque por occidental con diferencias y contradicciones internas desde su nacimiento. Junto con este bloque nacieron o se fortalecieron diferentes tendencias nacionalistas, anti rusas y de extrema derecha y grupos como Pravy Sektor, un partido paramilitar de ultra derecha. Fueron estos sectores los que presentaron las primeras dificultades para el recientemente formado gobierno en Kiev. Los “veteranos de guerra” que pelearon en el este y los grupos nacionalistas se constituyeron como la principal oposición a Poroshenko en el occidente del país.
Si bien estos grupos todavía están activos, lo nuevo de la situación es que la oposición más importante es entre Poroshenko y Saakashvili, dos líderes ligados directamente al imperialismo occidental. Esto es lo que se manifestó en las últimas semanas, un gran golpe a Poroshenko que, igualmente, no fue un golpe definitivo.
Podríamos decir que desde el verano (boreal) pasado, Poroshenko ha fortalecido a sus oponentes mediante una serie de errores. El primero, en julio, cuando decidió revocar la ciudadanía ucraniana de Saakashvili, en cooperación con las autoridades georgianas y mientras este se encontraba fuera del país. Un verdadero regalo político ya que Saakashvili pudo presentarse a sí mismo como víctima de la represión y un complot en su contra. De hecho, se convirtió en un apátrida ya que su nacionalidad georgiana había sido revocada en 2015. Aunque esta jugada molestó a algunos gobiernos europeos es claro que Poroshenko tuvo luz verde de Washington. Quizá, igual que el presidente ucraniano, la administración estadounidense no previó las posibles consecuencias políticas tener para la estabilidad en Kiev.
Esta posibilidad se hizo concreta en septiembre cuando el mismo Saakashvili organizó una manifestación en favor de su retorno a Ucrania, sus seguidores atravesaron la frontera por la fuerza, literalmente llevándolo en andas desde Polonia. Un desafío tanto al presidente como a la propia estabilidad del país. Yulia Timoshenko fue una de las que ayudó a Saakashvili, quizá esperando que este la apoye en su contienda por el poder aunque los últimos eventos hacen aparecer a este último como el principal contendiente.
Poroshenko recibió varios golpes importantes desde el regreso de su adversario al país. El 5 de diciembre las fuerzas especiales intentaron arrestar al ex presidente georgiano en su departamento en Kiev. Luego de escenas melodramáticas en las que intentó escapar por los techos y hasta amenazó con saltar y fue finalmente arrestado, pero los cientos de manifestantes que se encontraban en el lugar demostrando su apoyo rodearon a las fuerzas policiales y terminaron por liberarlo. Inmediatamente después Saakashvili y sus seguidores marcharon al parlamento, una humillación para Poroshenko y su autoridad.
Algunos días más tarde y ante similares intentos infructuosos, la policía ucraniana finalmente arrestó a Saakashvili. La respuesta fue una manifestación de miles en Kiev que pedían por su liberación y el impeachment del actual presidente. Algunos observadores aseguran que fue la manifestación más grande desde el movimiento Maidan en 2014. Al día siguiente, fue liberado por la justicia, en contra del pedido de prisión domiciliaria del fiscal que lo acusaba de organizar un golpe contra Poroshenko.
Saakashvili pasó de ser un aliado a ser el principal competidor del presidente quien, en 2015 subido a la ola del movimiento Maidan, decidió darle la ciudadanía ucraniana y lo propuso como gobernador de la región de Odessa para luchar contra la corrupción. De hecho, su deber era ayudar a Poroshenko a reafirmar su poder desde Odessa, y no desafiarlo en Kiev. A finales de 2016 Saakashvili renunció, acusando al gobierno de corrupción y de bloquear las reformas económicas neoliberales.
El 17 de diciembre miles de opositores salieron a las calles nuevamente para pedir el impeachment a Poroshenko, aunque ciertamente fueron menos que la manifestación anterior. La oposición lo acusa de impedir el trabajo “independiente” de la NABU, la Agencia Nacional Anti corrupción de Ucrania. Al parecer, están buscando una “vía brasileña” de deshacerse del presidente. En otras palabras, una maniobra institucional para obligarlo a renunciar. El hecho de que Saakashvili haya sido liberado por la corte contra el pedido de la fiscalía sugiere que, quizá, la lucha se esté trasladando al aparato del estado.
No será fácil para Saakashvili. Debe resolver el asunto de la ciudadanía ucraniana. El gobierno y la justicia están evaluando deportarlo a Georgia donde enfrenta cargos criminales. Poroshenko también está maniobrando para crear su propia agencia anti corrupción. La semana pasada, en cooperación con el FMI, instó a su gobierno a crear una corte especial anti corrupción antes de febrero.
Tanto Poroshenko como Saakashvili saben que en la Ucrania semicolonial deben aplicar una duro ajuste contra los trabajadores y las clases populares. En este contexto de crisis económica y de un estado endeudado, con una guerra latente en el este contra las fuerzas apoyadas por Rusia y contra la inmensa presión política del creciente nacionalismo y la extrema derecha, el imperialismo y los capitalistas locales necesitan de un gobierno con la mayor legitimidad posible. Saakashvili y sus seguidores están intentando demostrar que son mejores que Poroshenko para esta tarea.
Sin embargo, como asegura Andrej Nikolaidis: “la lucha contra la corrupción en nuestras democracias balcánicas es permanente. Si la democracia liberal sigue insistiendo en ello, ¿No es porque es la corrupción es inherente a ella misma? La lucha ante corrupción nunca terminará y la corrupción nunca será erradicada (...) A la larga, las detenciones nunca deben acabar como así tampoco el proceso de auto limpieza del sistema”
En otras palabras, la “lucha anti corrupción” (inherente al capitalismo) es un útil y siempre disponible recurso para deshacerse de un gobierno que molesta a algunas fracciones de la clase dominante y al imperialismo. Esto puede ser generalizado para todo el este europeo, particularmente para Ucrania.
Por el momento el imperialismo no parece haber decidido entre ambos contendientes. O, mejor dicho, está jugando con ambos. Los poderes occidentales están, por sobre todo, preocupados por la crisis del bloque pro occidental. Le disgustan las acciones de los partidarios de Saakashvili. Al imperialismo no le gustan las multitudes descontroladas en las calles, liberando gente en contra de lo dispuesto por las autoridades o cruzando fronteras por la fuerza. A Saakashvili tampoco. Por esto es que, en sus últimas declaraciones, ha intentado aparecer como “más responsable”.
Hasta ahora Saakashvili no es una opción consensuada para occidente. Poroshenko es, todavía, su hombre. Sin embargo, al imperialismo tampoco le gustan los métodos de Poroshenko. Encarcelar y/o deportar a sus oponentes no es una buena práctica para el candidato que supuestamente encarna una “renovación democrática” y una ruptura con los gobiernos “pro rusos autoritarios”. Quizá el plan original era expulsar a Saakashvili de Ucrania con un arreglo de asilo en EEUU, morigerando la crisis del bloque pro occidental.
Al mismo tiempo no podemos excluir la posibilidad de que el surgimiento de Saakashvili y sus aliados reabra diferencias entre las potencias imperialistas con EEUU de un lado y Alemania y la UE del otro. El objetivo principal para EEUU es impedir por todos los medios que Putin logre alguna ventaja de la situación ucraniana luego de su victoria en Syria. John Herbst, ex embajador estadounidense en Ucrania, declaró hace algunos días: “Para luchar contra la agresión de Moscú en Donbass, el país necesita paz y una reforma interna. Los líderes políticos deben dirimir sus diferencias civilizadamente y en los marcos del interés nacional”. Por tal motivo, Poroshenko podría ser visto como “el mal menor”.
Pero para Alemania, más allá del apoyo a las sanciones económicas contra Rusia, Saakashvili podría representar la oportunidad de poner alguien cercano a Berlín en el poder. Alemania y la UE podrían estar interesados en mejorar sus relaciones con Rusia, no sólo por las relaciones económicas y geopolíticas de Moscú con Europa sino también por la “reconstrucción” en Syria, un mercado potencialmente muy lucrativo.
Aunque por ahora no está claro, Putin seguramente va a intentar reforzar su posición en el este ucraniano y sacar ventaja de la situación. Debido a esto los medios cercanos a Poroshenko dicen que empresarios rusos financian a Saakashvili. Por supuesto que nada puede ser descartado, pero estas afirmaciones parecen un poco inverosímiles.
Los trabajadores y las clases populares de Ucrania están atrapadas en una contienda reaccionaria entre Rusia y las potencias occidentales por el control de su país. Nunca habrá una Ucrania independiente mientras estos dos bandos continúen usando el país como patio de maniobras para sus propios intereses. En la situación actual, no hay alternativa que represente a los sectores populares.
Pasaron más de 25 años desde la caída de la URSS y los trabajadores ucranianos aún sufren la herencia política del régimen estalinista que impidió su organización independiente del estado y del Partido Comunista burocratizado. Esta es la principal razón por la que políticos impresentables como Saakashvili, Poroshenko y otros de su misma calaña, todavía sigan decidiendo sobre el futuro de millones de personas. Pero no podemos descartar que esta crisis en las alturas cree la oportunidad para los trabajadores y el pueblo pobre de defender sus propios intereses, independientemente de los capitalistas y su Estado, el imperialismo o Putin y sus aliados locales.