Miércoles 13 de abril de 2016 18:20
Ayer Melisa Bogarín, compañera trabajadora de ProHuerta del INTA de Chaco murió de un paro cardíaco mientras participaba de una asamblea de trabajadores luchando contra los despidos. Con 30 años y una hija de un año, estoy convencido que nuestra compañera Melisa sintió una profunda angustia, dolor y desesperación por el despido de su compañero y también nuestro, German de la Secretaría de Agricultura Familiar de la Nación en esa provincia. En ese duro marco, ella estaba luchando por su continuidad laboral, que después de ocho años de trabajo, le prometían la miseria de tres meses más de permanencia.
Estoy seguro de esa vivencia de desesperación porque también la transito, junto a miles y miles de compañeros y compañeras trabajadoras del Estado nacional, provincial y municipal que como resultado de más de 20 años de precarización laboral y que las distintas gestiones de gobierno han mantenido, la sufrimos diariamente con una incertidumbre que nos desestabiliza mental, anímica y económicamente. Y esto mismo viven trabajadores privados que ayudados hoy por un gobierno que despide, da el ejemplo a los empresarios para amenazar y disciplinar también con angustia y miedo a dichos compañeros.
Recuerdo que en los años 90’ también vivimos una terrible desesperación y depresión que padres, vecinos o amigos atravesaron al ser echados de sus trabajos, de jubilados abandonados por el Estado y nuestra sociedad, del surgimiento de los “cartoneros”, de familias enteras durmiendo en la calle y de miles y miles de comedores barriales o escolares porque habíamos perdido el derecho humano básico de comer. Un sistema capitalista y neoliberal que aplicaba una presión agobiante sobre el pueblo sencillo y que también derivó en muerte, por hambre, por angustia, por la no atención en la salud pública, por el destierro a otros países; y hasta llegar al extremo del suicidio por la exclusión.
Tanto nuestra compañera Melisa como todas las personas antes señaladas, estoy seguro que sintieron un terror profundo a quedar “afuera”, a ser apartados a las “márgenes” de la sociedad, a no poder pagar la luz, el gas, el alquiler, a comer… A sufrir lo que miles y miles de pobres e indigentes viven desde hace mucho tiempo.
El “quedar afuera” desespera y nos obligan a sentirlo. Pero ¿por qué debemos sentirlo?, ¿por qué atravesar esa angustia tan honda y que daña tanto? Y hablo tanto por quienes trabajamos en el Estado como a todos los compañeros o compañeras de empresas, fábricas, del campo o comercio que también la viven. Al contrario ¿no deberían ser los funcionarios o empresarios que tienen que sentir eso? Hay una equivocación de cómo vemos el Estado y nuestro país. El Estado no es de otros, de los políticos de turno o de los empresarios poderosos nacionales o trasnacionales que se adueñan del mismo. El Estado es del pueblo, de los trabajadores, de los campesinos, amas de casa y obreros. Y por tanto el país es del pueblo, sus bienes naturales, su territorio, las producciones hechas con nuestro trabajo y sacrificio.
Entonces porqué permitimos vivir con el miedo de que otros nos “dejen afuera”. El Estado es de Melisa; el país es de Melisa y de millones más que como ella somos dueños de vivir con la dignidad merecida por nuestro esfuerzo, trabajo y entrega.