Como respuesta a la escalada de violencia entre palestinos e israelíes, el despliegue militar de las tropas israelíes fue concentrado en los barrios árabes de Jerusalén oriental, donde pergeñan nuevos ensayos represivos.
Miércoles 21 de octubre de 2015
La escalada de violencia entre palestinos e israelíes no tiene respiro a cuatro semanas de su inicio. Ya suman 44 palestinos y 8 israelíes asesinados más otros cientos de heridos los que engrosan el saldo de los enfrentamientos. El linchamiento de un ciudadano eritreo por una horda de israelíes que clamaba “muerte a los árabes” en la estación central de Beersheva puso al desnudo el racismo desenfrenado, alentado por el Estado hebreo, del mismo modo que reveló un curioso episodio de la semana pasada, en el cual un israelí de Kiriat Ata (en las afueras de Haifa) apuñaló a otro, suponiendo su filiación palestina.
Con el curso hacia la mano dura, el gobierno del premier derechista Benjamin Netanyahu militarizó Jerusalén oriental, Cisjordania, el cruce de Erez (que separa la franja de Gaza) y varias ciudades israelíes con seis compañías de la Fuerza de Defensa Israelí (FDI) y cientos de guardias de seguridad recién reclutados para asistir a las Policías de Frontera y Antimotines. Autorizada a disparar a cualquier “sospechoso” que circule en la vía publica, la FDI se dispone a consumar la demolición de las viviendas relacionadas con los acusados de “terrorismo”, tal como acaba de hacer en Hebrón, de acuerdo a la nueva legislación que además introduce penas de ocho años de prisión a los “lanzadores de piedras”.
El asalto militar focalizó el despliegue de tropas en varios barrios árabes de Jerusalén oriental como Isawiya, Ras al Amud y Jabal al Mukaver, de donde provienen el 50% de los “lobos solitarios” que atacaron con cuchillos y destornilladores a ciudadanos israelíes. Sin embargo, las contradicciones abiertas con otros partidos derechistas que componen la coalición de gobierno, obligaron a Netanyahu a desistir de su idea original de guetificar estas barriadas con bloques de hormigón de nueve metros de altura por 1,5 kilómetros de extensión para separarlas de la colonia judía de Armón Hanatziv. De todos modos, las tropas de la FDI y la Policía Antimotines trazarán un cerco con una sola vía de acceso bloqueada por checkpoints que impiden la entrada y salida de los palestinos, augurando nuevas pesadillas, particularmente para los asalariados que no podrán desplazarse hacia los lugares de trabajo y para los comerciantes que verán perjudicadas las ventas. Ya varios municipios israelíes adelantaron que proyectan separar a los trabajadores palestinos que prestan servicios de limpieza en las escuelas públicas. Contradictoriamente, la confluencia de esa alianza social con las nuevas generaciones de jóvenes que nutren la llama y el músculo de las protestas callejeras podría tender a masificar las acciones, generalmente espontáneas y discontinuas. Hasta el momento, incluso la Jornada de la Ira del viernes pasado, convocada por Hamas y el Frente Democrático por la Liberación de Palestina, no pudo trascender unos pocos miles. Los tres grandes levantamientos de masas del movimiento nacional palestino, la huelga general de 1936 (anterior a la fundación del Estado sionista) y las intifadas de 1987 y 2000 se caracterizaron por su masividad y sus organismos de base.
Secundado por la opositora y “progresista” Unión Sionista del laborista Itzjak Herzog, Netanyahu presentó el cercamiento de los barrios árabes de Jerusalén oriental bajo la apariencia de una “medida excepcional” para evitar los “lobos solitarios” y “las bombas Molotov”. En realidad, los halcones más rapaces del Likud alientan la preparación de una posible (y probable) situación de largo plazo que contemple la restauración del viejo régimen de permisos que funcionó entre 2000 y 2006, tras el estallido de la Segunda Intifada, bajo las órdenes de la Administración Civil y el Gobierno de los Territorios palestinos. La perversidad del régimen de permisos alienta la delación y el reclutamiento de nuevos informantes entre las familias palestinas, coaccionadas a colaborar con el Estado judío por infinidad de situaciones de precariedad. Después de la Nakba, ese mismo régimen fue sostenido entre 1949 y 1966 para tener a raya los desplazamientos de los “árabes israelíes”, asimilado como herencia del arsenal represivo del Mandato Británico previo.
Lucha religiosa o lucha nacional
Mientras dispone una cumbre con Ban Ki Moon, Netanyahu rechazó la posibilidad, sugerida por Francia, de instalar tropas de la ONU en Jerusalén oriental, el epicentro de los enfrentamientos. El detonante fue la batahola de choques, producto de la política de Netanyahu, quien estimuló a los colonos y los judíos ortodoxos, custodiados por retenes de la FDI, a dirigirse a rezar a la Explanada de las Mezquitas, el tercer sitio santo de los musulmanes, donde la derecha, el Rabinato y sus fracciones mas fundamentalistas reivindican las presuntas ruinas del llamado Templo del Monte para reeditar el “reino judío de David”. Esa superficie de 17 hectáreas donde se eleva la mezquita Al Aqsa está en el corazón de Jerusalén oriental, una zona históricamente árabe, anexada compulsivamente al Estado de Israel tras la Guerra de los Seis Días de 1967 (que además ocupó Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y la península del Sinaí), dando rienda suelta al expansionismo sionista. De esa manera, el Likud y sus aliados de ultra derecha se proponen en perspectiva la “judaización” de Jerusalén oriental para hacer efectiva una ciudad capital “única, indivisa y eterna”, como proclamo el terrorista y ex premier Menajem Beguin en 1980.
Los memoriosos pueden rastrear los acontecimientos actuales en los disturbios de 1929, cuando el rabino jefe Abraham Kook (creador del sionismo religioso) conminó a sus fieles a rezar en la Explanada de las Mezquitas, abriendo una espiral de violencia con decenas de judíos y árabes asesinados a cuchillo en Jerusalén, Hebrón y Safed. Emplazado por las autoridades del entonces protectorado, Kook se negó a ordenar la retirada por el “derecho sacro santo que asiste al pueblo judío”. A diferencia de la actualidad, muchísimos árabes pusieron a resguardo a los judíos en sus propios domicilios a partir de las relaciones fraternales entre ambas comunidades, un fenómeno extinguido progresivamente con el desarrollo de las milicias sionistas bajo el ala de las tropas británicas.
Sin embargo, no se trata de una lucha religiosa, como sostienen Hamas y la Jihad Islámica, que alientan los ataques individuales contra los “infieles”. Las acciones palestinas en la tumba de José (del cual no existe ninguna evidencia histórica, al igual que del resto de los patriarcas hebreos), de ningún modo obedecían a una ofensa religiosa contra los judíos, sino a la afirmación del status de la llamada Zona A, la única bajo dominio palestino, según los fraudulentos acuerdos de Oslo. En todo caso, los elementos de lucha religiosa no son mas que una expresión distorsionada de la forma que adquiere la opresión nacional sobre un pueblo sometido y ocupado hace 67 años bajo el terror de un Estado colonialista que se victimiza, practicando los mismos métodos que los nazis.