La “sintomatología” es variada y seguimos viviendo los efectos del encierro, la incertidumbre y el aumento de la precarización, pero lejos de ser un conjunto aislado de problemas individuales, el sufrimiento psíquico tiene un origen social, estructural y político.
Domingo 22 de agosto de 2021 14:47
Nos enfrentamos a una nueva etapa de la pandemia con medidas aperturistas, pero en un escenario donde lo que sigue primando es la incertidumbre, registrada por los números fríos y deshumanizantes que nos presentan los medios todos los días: cuántos contagios, cuántos muertos, cómo afectará la nueva cepa, cuántas vacunas, y por supuesto, cuántos aún siguen esperando.
El impacto de esta crisis golpeó la economía, el sistema sanitario, las condiciones de vida, pero también, otra de las áreas vitales para los sujetos, el tejido social y la subjetividad. Los padecimientos psíquicos aumentaron: ansiedad, depresión, estrés. La palabra “insomnio” fue una de las más googleadas en la Argentina durante la pandemia, y a eso se suma que el retorno relativo a las actividades llamadas de la “nueva normalidad”, genera en sectores de la población algunos elementos fóbicos a la hora de volver a salir.
Por eso nos queremos detener acá, en estos impactos subjetivos de la pandemia, pero para entender que su origen, contrario a lo que nos quieren hacer creer, (vas a encontrar cientos de post en las redes con todo tipo de couching y recetas de autoayuda), no proviene de la manera en que cada sujeto se adapta a los cambios, sino que es social y estructural, propio de un sistema que profundizó aún más su degradación durante la pandemia.
Si te contagias, la culpa es tuya y si te angustias… también.
Hoy es más palpable constatar cómo los gobiernos y los empresarios aprovecharon la pandemia y una medida sanitaria necesaria como el aislamiento, (aunque como denunciamos desde el principio, sin medidas ni GPS), para favorecer intereses propios: mecanismos de control social y un discurso que apunte a situar exclusivamente en el sujeto la responsabilidad y la culpa sobre el contagio, así como en aprovechar la tecnología que debería estar puesta al servicio de mejorar nuestras vidas, para aumentar la explotación laboral.
Veamos un poco el escenario: de forma súbita para una especie que es profundamente social, el encierro se convirtió en una cotidianidad que hubo que transitar, muchos perdieron sus trabajos, pasaron a la informalidad y continúan cumpliendo jornadas extenuantes, pero el Gobierno no tomó medidas que fueran en el sentido de responder a las demandas de los trabajadores y desocupados, hasta sacaron el IFE, en medio de una pobreza que alcanzó a la mitad de la población y una desocupación que ronda el 11%.
Pero también nos pasaron otras cosas, tuvimos que aislarnos de la posibilidad de expresión física de los afectos, del contacto. El lenguaje apareció mediado por la computadora (para quiénes pueden tener una), en las sesiones de zoom, meet y cuanta plataforma existe, donde simbólicamente todos arrancamos con la ya tan conocida pregunta “¿me escuchas?”, después sabemos que la imagen en algún momento se va a congelar, y entonces va a aparecer el letrerito de: “Your Internet Connection is Unstable”, y también, con todo el peso simbólico que implica, vamos a decir: “te perdí”, o “no te veo”. ¿Cómo no nos vamos a sentir aislados?
Pero el gobierno y los empresarios no dejaron de culparnos y de minimizar el sufrimiento, porque es más conveniente apelar a las prácticas personales de cuidado que echarle una mirada al desaguace del sistema sanitario que generaron todos los gobiernos hasta la actualidad, es más fácil hablar de la “imprudencia de algunos” que del hacinamiento en el transporte público donde viajan millones de trabajadores. Es la doble moral de la casta política y empresaria, que se refugió en sus casas de verano, se fue a pasear por Europa, o que organizó fiestas de cumpleaños, porque sencillamente puede mantener sus privilegios.
El discurso que quieren imponer apuesta a la fragmentación de los trabajadores y los sectores populares, reduciendo la discusión a un problema de conducta individual, cuando mantienen un sistema que imposibilita el acceso a la vivienda, al trabajo y la salud, incluso acudiendo a discursos psicológicos sobre la importancia de la “resiliencia” para salir delante de esta crisis, como si se tratara de un problema de voluntad.
La angustia, también es de clase
El oficialismo, la derecha de cambiemos y los liberfachos marcan su propia agenda en la grieta, pero ninguno de ellos habla de que quienes están pagando los platos rotos de la crisis son nuevamente los trabajadores, ocupados y desocupados, definitivamente, NO se sufre a ambos lados de las clases sociales.
Mientras un puñado de empresarios aprovechó la crisis para hacer negocios, aumentar sus arcas o a nivel internacional, para irse a pasear por el espacio, las grandes mayorías enfrentaron aún más la precarización, con trabajo, sin trabajo y con teletrabajo:
Es que si hay algo que obsesiona a los capitalistas, como en el mito del Rey Midas que todo lo que toca lo convierte en oro, es poder convertir en ganancia hasta el último minuto de trabajo. Las empresas extendieron la jornada con el home office, hasta pretender que trabajes los domingos y en cualquier horario, porque además buscan asumir una propiedad sobre la vida de los trabajadores, sobre sus tiempos de descanso, sueñan con atarlos a la máquina con un cable USB, ¿A quién no le pasó?
Nuevamente el malestar en la cultura, pero no solo determinado por la represión de las pulsiones que exige la vida en comunidad de la que hablaba Freud, sino porque el capitalismo y más en su actual fase de decadencia, priva a las mayorías de sus necesidades básicas, le arranca a los trabajadores y sobre todo a los más jóvenes la posibilidad de proyectar un presente y un futuro. ¿Cómo no te vas a angustiar si no sabes si vas a tener trabajo mañana, si vas a poder terminar de estudiar, si vas a poder pagar el alquiler, el internet y cómo vas a bancarte 14 días aislado si te contagias?
La contraparte: disposición a luchar
No todo está perdido, como sentencian los filósofos del escepticismo como Byung-Chul Han, también funcionales al orden “natural” de las cosas, porque el elemento disruptivo de la situación, es que millones de trabajadores y sectores populares en el mundo desafiaron la salida capitalista a la pandemia, desde el movimiento Black Lives Matter en EEUU, las masivas manifestaciones en la India y el punto caliente latinoamericano con Colombia rechazando la reforma impositiva que salvaba a los más ricos.
Enormes procesos que vinieron a complicar los planes de los capitalistas, pero la rabia y la denuncia no son suficientes, como dicen Nicolás del Caño y Myriam Bregman, tenemos que convertir la decepción, y ¿Por qué no?, las frustraciones a las que nos lleva este sistema que se ahondaron con la pandemia, en organización y lucha.
Hay que organizar y pelear una salida a la crisis desde la perspectiva de los trabajadores y las mayorías populares, que como planteamos desde el Frente de Izquierda Unidad en Argentina, ponga en el centro la unificación del sistema sanitario bajo control de trabajadores y usuarios, para terminar definitivamente con el negocio de la salud, la liberación de las patentes para acceder a las vacunas, un plan de viviendas populares, inversión en salud y educación sobre la base del no pago de la deuda con el FMI, y la reducción de la jornada laboral a 6 horas con un salario igual a la canasta para que podamos trabajar todos, ocupados y desocupados.
Hay una batalla por el presente y por nuestras condiciones materiales de vida que incluyen también la salud mental, la salida de la pandemia también es un territorio en disputa, entre quienes nos ofrecen miseria, precarización y sometimiento y quienes queremos una vida que merezca ser vivida, por el fin de todo tipo de opresión y explotación, porque como dice la juventud el futuro que queremos es el futuro que peleamos.